domingo, 14 de abril de 2024

Locomotora en llamas

 Locomotora en llamas


Imaginaos: un tren en llamas, lo que se dice en llamas, lenguas de fuego, humo negro, en llamas en llamas en llamas, un tren roto; sola la locomotora. Los demás vagones se han ido cayendo por despeñaderos desérticos, afiladas rocas que los han hecho trizas al rebotar en su caída hacia un valle invisible. La locomotora en llamas, irrefrenable, propulsada por una inercia brutal e incomprensible. Nada ni nadie puede sofocar ese incendio rodante. Es imposible detenerlo. Sigue rodando por las vías hacia ningún lugar; en verdad, hacía «el ningún lugar» al que se dirigen todos los trenes. Pero esta locomotora va incendiada, desbocada, a gran velocidad. Hacía ningún lugar. Sólo llamas de fuego devorador.

Poema número XIII de Dios y discípulo











sábado, 25 de noviembre de 2023

Pablo Posada Varela: muerte de un amigo

 

LA PERPLEJIDAD


Pablo Posada Varela, filósofo, amigo


Esta semana de sábado me encontraba leyendo algunos artículos sobre La diferencia y la repetición de Guilles Deleuze cuando, de pronto, me asalta un artículo con el título: «Pablo Posada Varela: un enigma (agosto 1975-septiembre 2023)». Pelayo Pérez. Eikasía Revista de Filosofía.

 

No entendí bien. Suscrito como estoy a algunas revistas y páginas de publicaciones diversas, de literatura, de filosofía, de historia, de ciencia —caray, de todo y sin tiempo para atender a los requerimientos que me llegan a diario al correo electrónico, el deseo insatisfecho siempre, esta voracidad ciega, este afán de aprehenderlo todo a toda costa—, solía recibir cada poco algún artículo firmado por Pablo. Pablo Posada Varela.

Así que leía y volvía a leer y de nuevo leía el título del artículo y su autor, y mi empecinamiento persistía en leer el título como autor. Tenía que ser un artículo escrito por Pablo Posada Varela, no un escrito de otro con el título y su pavoroso paréntesis «(agosto 1975-septiembre 2023)»; no. No. Ese no es el título, ese tiene que ser el autor. O, ¿de qué otro Posada Varela habla este artículo. Pero encajaba. Pablo Posada Varela, el amigo, habría nacido precisamente hacia 1975. Así que podría ser él. Y además era filósofo y la revista es de filosofía. Pero, ¿cómo Pablo no me habría avisado de algo así? ¿Cómo Pablo podría no haberme dado noticia de su muerte?

Descendiente en tres o cuatro generaciones del afamado Ortega y Gasset, estudiaba Filosofía, no necesariamente siguiendo la estela de su bisabuelo o tatarabuelo o lo que fuera. Era Pablo un alumno brillante, alguna compañera suya me había dicho que sacaba matrículas de honor en todas las asignaturas; que tenía por costumbre levantar la mano en algunas de las clases al calor de la exposición por parte del profesor o profesora y sostener ciertas discrepancias sobre el asunto tratado. Vamos, que enmendaba la plana al docente más pintiparado o con más renombre, y disentía de manera oportuna, sin prepotencia, pero sin perder el tipo; sobre todo, con una total pertinencia y una cimentación teórica de chico prodigio. 

Por algún motivo, iniciamos cierto día una conversación en la cafetería pequeña de la facultad de Filosofía y Letras. Él en Filosofía, yo en Filología Hispánica. Nos encontrábamos por el pasillo, parábamos y sosteníamos alguna charla más. De manera espontánea, parecía existir algún tipo de mutua atracción, lo que nos invitaba a departir sobre cualquier cosa, intercambiar cromos de literatura y filosofía. También en la librería, en la biblioteca, en los jardines de la Autónoma. Lo invité a venir algún viernes fin de mes a la Cofradía, una cordial cuadrilla de amigos que salíamos en los días señalados para reunirnos en horas nocturnas, viajar a algún punto próximo a Madrid —Toledo, Ávila, Segovia, Chinchón, Aranjuez, El Molar…—, cenar en algún restaurante con cierta prosapia y dedicarnos a la cháchara intelectualoide. El archimandrita de turno ponía deberes al resto del grupo, generalmente sugiriendo la lectura de algún texto, algún libro, y acompañarlo de una respuesta escrita, de propuesta para el debate. Terminábamos con unas botellas de vino a los pies de las murallas de un castillo, o en una dehesa, a veces desatados en risa, siempre absortos ebrios bajo las estrellas, la atmósfera limpia, el aire frío. Son resabios de un romanticismo que ya nadie nos puede hurtar. Quedaron ahí, como emblemas de un pasado imborrable. Recuerdo algunas de las lecturas: sonetos del Siglo de Oro; o de ciertos capítulos de las Empresas de Saavedra Fajardo; también un
inolvidable libro publicado en Anagrama, con el título de El antropólogo inocente, escrito por el británico Nigel Barley, donde se ponían en cuestión las dogmáticas corrientes antropológicas de raíz roussoniana, resacas teóricas del 68, un libro lleno de fina ironía, crítica y sorna, a veces legible como una novela humorística, con la ejemplificación del trabajo de campo —y su relativa inutilidad— a través de la descripción del pueblo africano de los disparatados dowayos. Teníamos un mes por delante y casi ninguno dejaba de hacer su trabajo. Pablo Posada Varela fue invitado, pero nunca llegó a venir. Una lástima. Sin embargo, nosotros, Pablo y yo, mantuvimos las conversaciones en el ámbito de la universidad.

Después de haber leído este mediodía el extraño artículo, me cercioré, porque no podía, no creía, no quería dar por cierto el hecho de su fallecimiento. Pero así es. Cuando yo vivía en Querétaro, Pablo me envió su opinión sobre mi novela El hombre diminuto. En correspondencia, le pedí que me enviara artículos suyos. Eran textos difíciles. Empapado de terminología fenomenológica, escribía de un modo hermético. Pero si había ganas, uno iba desentrañando las frases, encontrando el sentido y finalmente comprendiendo el conjunto del artículo. Vivía entre Toulouse y algún lugar de Alemania. Supongo que manejaba el francés y el alemán con soltura, desde luego para poder leer filosofía en ambas lenguas. Era un tipo de inteligencia muy identificable. Saltaba a la vista su agudeza, las pausas meditativas para responder del modo más preciso posible. Una inteligencia tan elegante como su presencia física. Recuerdo tratar en un cruce de correspondencia electrónica, también en los tiempos en que yo ya vivía en Querétaro, México, el concepto de epojé. Los fenomenólogos, y en particular el gran maestro Edmund Husserl, habían dotado al asunto de una carga denotativa más amplia, pero prevalecía el significado profundo original proveniente de la filosofía griega, en concreto, del escepticismo pirroniano. Creo que el filósofo Pirón acompañó al contingente de Alejandro Magno en su incursión hacia el Oriente y recogió con muchísimo provecho las nociones del escepticismo fragmentario de una rama del misticismo indio, el practicado por los gimnosofistas —«filósofos desnudos» en nomenclatura griega—, esos practicantes de la paz interior cuya representación gráfica asalta nuestro imaginario: estatuas de barbudos en actitud ascética, sentados, piernas cruzadas, hieráticos, por supuesto, y, oh, eso sí, con sus deliciosas panzas prominentes. Panzas escépticas. Panzas para mi regocijo. Panzas solares con las que me congratulo, como mi propia panza. Panzas que tienen la amabilidad de dotar a la mía con un poco de sentido y restan a mi propiocepción un cierto grado de la pestilencia estética que experimento con mi cuerpo, también sedente a perpetuidad. La panza mórbida de un tetrapléjico. Una panza que todavía no sé de qué está rellena, si de aire o agua o tal vez sólo de ideas. Sólo de inflamado escepticismo y cólera contenida por la estolidez de la raza humana. La epojé recoge una actitud meditativa muy poco practicada. La suspensión del juicio ante nuestra incertidumbre, frente a cualquier planteamiento, pregunta, incógnita, reflexión sobre la que no podemos —y en ocasiones no debemos— albergar un conocimiento previo; esto lleva a la necesidad de poner el juicio en blanco, dejar que pase el tiempo, que transcurran las nubes en el azul del cielo, que pasen decenas, cientos, tal vez millares antes de postularnos con algún tipo de respuesta próxima a una verdad, temblorosa siempre. Edmundo Husserl extendió el concepto de epojé no ya sólo a la suspensión del juicio sobre el proceso cognitivo que aspira a comprender cierto objeto de la realidad, sino a la suspensión de la propia realidad. La epojé no afectaba únicamente al sujeto pretendidamente cognoscente sino también de pleno al propio objeto. Al noúmeno.

La perplejidad. Querido Pablo. Por encima de cualquier otra, la perplejidad de la muerte es una epojé que se sabe infinita, indefinida, ilimitada, sin propósito, aceptada como sin solución posible. Me gustaría saber qué te pasó, por qué dejaste este mundo. Probablemente no lo sepas. Probablemente, si se te hubiera interpelado un minuto antes del último latido, tú habrías adoptado la suspensión del juicio hasta el más allá. Ojalá pueda servir este pequeño esbozo trémulo, lleno de congoja y algo de rabia, contristado de epojé y, desde luego, cargado de cariño, ojalá pueda servir para decirte adiós, mi querido amigo.

Epojé frente a ese abismo.

Silencio sideral.

Vacío.

Dolor.

Perplejidad.

martes, 5 de septiembre de 2023

CUERPOCAMPO DE CONCENTRACIÓN

Cuerpocampo de concentración

Entre el dolor, la bestia negra contra la vida, y el gran convite a la existencia

Hernán Valladares Álvarez

         


Alivio y guía frente a la adversidad.

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Lesión Medular, a la Unidad de Terapia Celular HPHM o HNP Toledo.


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Título: Cuerpocampo de concentración
 

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Autor: Hernán Valladares Álvarez

Sapere Aude, grupo Entreacacias

C/Covadonga, 8

33002 Oviedo

España

Tel. 984701911

info@editorialsapereaude.com

ISBN 978-84-19343-64-2
                      

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martes, 1 de agosto de 2023

Novela coral La saga del frijol. I: «ja ja ja, eres sonámbulo»

LA SAGA DEL FRIJOL


RELATOS BREVES PARA UNA NOVELA CORAL

 

1.    I.  ja ja ja, eres sonámbulo

 

Una mínima melodía electrónica despertó a Fernando a eso de las tres de la madrugada. A eso no: a las tres exactas de la madrugada. Abrió un ojo, luego, el otro, que se había resistido un poco; ñññññuk, se desplegaron, como si se los hubieran pegado con cola de contacto, los párpados, y le quedó una sensación de moco espeso en los bordes; se pasó el puño por el ojo y se quitó los restos de legañas, y frotó después el dorso de la mano con las sábanas para limpiárselas. Miró hacia su Casio doce melodías de color azul y apagó la alarma. Era verano. Vacaciones en un pueblo costero de la Asturias oriental: Poo de Llanes. Humedad, fresco. Cuidado con despertar a los dos hermanos y a Joaquín, el amigo de todos ellos, que dormían en la misma habitación. Tenía todavía otros dos hermanos más, pero atravesaban tiempos difíciles que los ausentaban: uno estaba casado y el otro en la mili; y cuatro hermanas que dormían arriba, en el desván.

Al copista de esta saga no le gusta que las historias sucedan sin saber cuándo ni la edad de los personajes. Necesita el contexto temporal. Así que, aquí un destello de gentileza: agosto de 1982. Fernando tenía 12 años. Bueno, 11, cumpliría 12 años en noviembre. Se celebraba en España el Mundial de Fútbol.

A pocos metros de la casa donde veraneaba la familia se encontraba la vieja casa de pueblo donde hacían otro tanto sus tíos y primos. Esperó cinco minutos a que bajara Rodolfo. Habían quedado de verse bajo la higuera a las 3:10. Pero eran las 3:25 y por allí no aparecía su primo. Quince minutos debajo de una higuera en plena madrugada le habían parecido como dos horas. Así que colocó la linterna sobre la pila de un viejo lavadero de ropa, con el foco apuntando hacia el rincón, hacia una tubería que conducía al ventanuco del cuarto de baño de la segunda planta de la casucha. Escaló agarrándose como chango al viejo metal del canalón de aguas sucias, que amenazaba desengancharse de la pared y acabar con Fernando estrellado contra la piedra del lavadero. Pero no. Cuando quiso darse cuenta se encontraba ya de rodillas junto a la cabeza de Rodolfo. Llegó pisando suave, casi levitando, porque el suelo de lamas de madera putrefacta crujía bajo el sintasol marrón.

—Rodolfo, Rodolfo, que son las tres y media, tronco. Rodolfo.

Era como un grito ahogado, un grito sin cuerdas vocales, un susurro con vocación de grito. Rodolfo dormía como un cocodrilo. ¿Cómo duermen los cocodrilos? Se estaba jugando el tipo Fernando. En esa zona de la casa, una suerte de distribuidor, dormían dos hermanas y dos hermanos, todos primos suyos; y en las dos habitaciones a un lado y a otro, las puertas abiertas, dormían sus tíos Lola e Israel y la Madrina, una vieja oriunda de aquel pueblo, tía de Lola y su criadora tras la muerte de sus padres cuando era una niña; a Rosa se la habían llevado a Madrid como si fuera la verdadera madre de Lola, pero acabó adquiriendo funciones de aya para con sus sobrinos nietos, por eso la llamaban Madrina y no Rosa, su nombre real. Y fue ella precisamente la que se despertó y comenzó a dar alaridos:

—¡Tú qué hacis aquí a estas horas! ¡Qué coñu hacis aquí! —hablaba una mezcla de asturiano de pueblo, que era lo más parecido al castellano antiguo, lo que la hacía parecer más medieval todavía, y lenguaje propio—. ¡Fíu del demonio!

Y llegó lo peor:

—¡Israel, Israel, vino tu sobrino; mira quién está aquí! ¡Israel! Cagu`n el rapaz. ¡Israel, levántati, hiju! Ta aquí tu sobrín. Va va (o «bah bah») —los primos y primas de Fernando parecían inmunes a los alaridos de la vieja y permanecían hundidos en un profundo e inalterable sueño.

Fernando seguía arrodillado como un monje, con los codos apoyados en la almohada de Rodolfo, que seguía dormido, aunque ya con medio ojo abierto. El tío Israel apareció por la puerta de su dormitorio en camiseta de tirantes, grueso, con su bigote mexicano. Se acercó hasta su sobrino mirándolo desde arriba:

—¿Qué haces aquí, Fernando?

A Fernando le sobraba imaginación, aunque no de muy buena calidad.

—Es que Rodolfo me prestó el reloj —decía mientras iba quitándose el Casio 12 melodías; y era mentira y gorda, que bastante le costó que unos Reyes Magos le trajeran el preciado reloj de sus sueños—; vengo a devolvérselo.

Madrina, pequeñita y arrugada, el pelo medio blanco, hirsuto y alborotado, sí, como una bruja, con un camisón color carne en la penumbra, que parecía venir en pelotas, seguía gritando:

—¡Cagu en el demoniu. Críu babayu! Madre mía, ¡qué hacis aquí! Israel, pero dai con el cinturón, dai un fuetazu.

Fernando miró a su tío; en efecto, llevaba el pantalón desabrochado y el cinturón penduleando. Pero al tío Israel le saltó el resorte diagnóstico, como buen médico que era; antes que gritar a su sobrino o incluso a quitarse el cinturón a modo de amenaza, hizo callar de un modo más o menos cortés a la Madrina, ante la mirada absorta de su sobrino, como si le hubiera dado un aire. El tío Israel se acercó con delicadeza al sobrino, le ofreció su mano y lo ayudó a levantarse:

—Fernando, ven, sobrino.

La Madrina, pegada al marco de su dormitorio como una aparición sombría, contemplaba con rabia la escena, sin comprender la actitud del paterfamilias; ella habría deseado que se quitara el cinturón y le propinara un buen escarmiento.

Israel bajaba los peldaños despacio, mirando arriba y pidiéndole a su sobrino que tuviera cuidado, que no se resbalara; los bordes romos de los peldaños hacían de la estrecha escalera en L casi un tobogán. Atravesaron el pequeño comedor. La parte baja de la casa olía aún más a una mezcla de humedad grutesca, a algo ácido y a aceite requemado. Cuando llegó con Fernando hasta la puerta vio que esta estaba cerrada con su llave antigua y oxidada colocada en el cerrojo por dentro:

 —¿Por dónde has entrado, sobrino? —le hablaba muy quedo, como si no quisiera despertarlo, pero la incomprensión racional se apoderó de él, de su mente de médico y científico, porque la única puerta de entrada era esa, sin hallar en primera instancia una respuesta lógica a por dónde había entrado su sobrino. Como no hubiera atravesado una pared o la misma puerta… Pero Israel había nacido y se había criado en un México donde la realidad no terminaba nunca de tomar asiento, y la Llorona, los santos renacidos y el chupacabras resultaban tan ciertos como la linda Lupita, los mariachis y el xoloescuintle. El número uno de su promoción en Medicina, una proverbial inteligencia, el más agudo en todas las reuniones, era capaz de conciliar, sin riesgo de sufrir un ataque de neurastenia, la verdad de los matraces y la transustanciación de los guajolotes—. ¿Por dónde carajo habrá entrado a la casa este muchacho? —volvió a echar un vistazo en derredor y descartó para siempre la posibilidad de encontrar una respuesta plausible.

Fernando no abría el pico. Sólo rogaba por que su tío Israel no saliera hasta el pequeño soportal y descubriera la linterna con el foco de luz amarillenta apuntando hacia la tubería y el ventanuco del baño. Por fortuna, tío Israel se quedó clavado en el umbral:

—Vamos, hijo, vete a casa tranquilo.

Cuando Fernando subió la pequeña cuesta de hierba, piedras y barro que conducía hasta su casa, hizo como que entraba y apagaba la luz, pero se quedó esperando. Abajo, en la distancia, al fondo y a la izquierda, tras unos lilos, una mata de hortensias y la copa baja de la higuera, la puerta de la casa de sus primos se cerró y la luz cesó. Tenía que recuperar su linterna para no dejar la única y definitiva prueba del delito y de por dónde había trepado hasta terminar de rodillas frente al cabecero de la cama de su primo Rodolfo. Éste había recuperado las ondas theta de un sueño tan profundo como el de un cocodrilo.                                                                                               
Fernando bajó rápido y silencioso por la cuesta, atravesó el pequeño terreno, rozó con sus pantalones el Citroën GS de su tío, aparcado frente a la casita de la que acababa de escapar, no solamente indemne, sino con un trato exquisito por parte de su tío Israel; de la piedra del lavadero agarró la linterna; apenas le quedaba un resuello de luz amarillenta, las pilas de petaca con menos energía que el culo de una luciérnaga borracha. Volvió a subir corriendo sobre la punta de sus pies, igual que una bailarina. Entró en la casa. Subió las escaleras hasta su habitación. Todo permanecía en calma; sus padres, la Tata, la abuela, sus hermanos y el amigo de todos, Joaquín… Se sacó la ropa de encima y se quedó con el pijama sobre el que se había puesto los pantalones vaqueros y la camisa. «¡Bien pensado, Fernando!» —se aduló a sí mismo mientras se sumergía entre las sábanas siempre frescas y húmedas—.

Pasó la noche. El suelo de madera de la segunda planta dejaba oír cada palabra musitada en la parte de abajo, un espacio largo dividido en salón-comedor y cocina. Lo despertó el chirriar de la puerta de entrada a la casa. Después, el tío Israel comenzó a hablar en voz muy alta, Fernando diría que incluso gritaba:

—¡Isidro! —en plan saludo, se dirigía hacia la máxima autoridad de la casa, me atrevería a decir que de toda la familia en su máxima extensión, su cuñado, padre de nueve hijos, entre los que se encontraba Fernando—, ¿habéis visto a Fernandito? —ahora se dirigía a todos los que se encontraban en la larga estancia: la abuela, la tía Rosaura, quien vivía con ellos desde que habían venido de México en el año 1954, a Hermenegilda, esposa de Isidro, madre de Fernando, hermana de Israel— ¿Sigue en la cama Fernandito?

—Sí, ahí siguen todos dormidos, y las niñas todas, en el desván, ¿por qué, hermano? —se apresuró a responder Hermenegilda.

Ahora miraba Israel a su cuñado, quien se encontraba acodado sobre la mesa del comedor, repleto de cuadernos y libros en los que estaba trabajando, leyendo, tomando notas:

—Cuñado —Israel imprimió la solemnidad de un diagnóstico clínico a la siguiente aseveración—: ¡tienes un hijo com-ple-ta-men-te sonámbulo! Ayer se presentó en casa a las tres y media de la madrugada. Lo vi enseguida. Los ojos abiertos, la mirada perdida, como si estuviera viendo espectros. Tuve que tener muchísimo cuidado para no despertarlo, para no provocarle un shock nervioso.

—¿Qué me dices? Dios mío, pobre hijo, qué peligroso —la tía Rosaura era experta en preocuparse; Israel le aclararía la cuestión en términos científicos:

—Hermanita, tampoco te pases. No pasa nada; no es que sea peligroso, pero los sonámbulos no llevan bien que los despierten. Vamos a esperar a que se levanten los chicos, que venga él y le preguntamos.

Isidro, también médico y científico, certificó cada palabra de Israel.

Hermenegilda, la abuela Olivia y tía Rosaura se apiñaron todas en torno a los doctores. Las hermanas Hermenegilda y Rosaura parecían competir en cuál de las dos estaba más preocupada; la impostura de la hipocondría. La auténtica materfamilias, en la cúspide de la jerarquía familiar, al mismo nivel que «don Isidro», la abuela Olivia, toda fortaleza, juiciosa y portadora del código moral que debía imperar a lo largo y ancho de toda la familia, quedaba completamente fuera de esa competición por el desasosiego; es más, la abuela Olivia ostentaba la potestad de poner a cada uno en su lugar:

—¡Ya, ya, dejaros de preocupar, hijas! Tanta tontería; ¿no habéis oído a Israel e Isidro?

Eran situaciones con respuestas predecibles en cada uno de los miembros; el papel desempeñado por cada quien, sucesos repetidos o similares, decenas, centenares de lances en la historia de la saga, susceptibles de entrar a formar parte en el anecdotario familiar. Un gran tomo construido cotidianamente, con miles de páginas de una prehistoria con registros en el siglo XVIII, en el siglo XIX y a principios del siglo XX. El clan se encontraba en el momento de mayor expansión, su apogeo histórico, cinco familias, cuatro de ellas en España y dos en México, más todas sus ramificaciones de tíos y primos en segundo grado, una legión interminable de amistades, a pesar de contar con tantísimos caracteres y tener la dimensión de una gens de la Roma antigua, daban la impresión de conformar una cerrada y dulce piña, una cohesión de afectos, agasajos mutuos, incluso una ideología compatible. Como la España donde no se ponía el Sol, del siglo XVI hasta el XVII, entre los años 1960 y 2000 la saga de los Álvarez se encontraba en su máximo esplendor. Repleta de leyendas, como un libro sagrado. Una crónica genética y sociológica siempre a caballo entre México y España, indianos sin demasiado olfato comercial, nunca enriquecidos del todo y nunca del todo pobres.

Dos hermanas y el amigo que dormía en el dormitorio de los chicos, Joaquín, como uno más de la familia, habían bajado las escaleras, se habían turnado para entrar en el baño y por fin se habían presentado en la estancia principal. Besos, saludos. Ni una palabra todavía sobre el episodio nocturno de Fernandito. Y éste, como había visto levantarse a Joaquín y pasar por la habitación a sus dos hermanas, Ali y Nerea, tras su oportuna escucha del diagnóstico emitido por su tío Israel, había optado por bajar también, y enfrentarse al papel que ahora debería desempeñar. Cuando atravesó la puerta que daba al salón-comedor, el tío Israel, la tía Rosaura, su mamá, sonrieron todos; la abuela Olivia y su padre Isidro lo observaban con disimulo y sin ninguna mueca. Fernandito hacía como que no sabía por qué cosa sonreían.

—¿Qué pasó esta noche, Fernando? —abrió el turno la tía Rosaura.

Él se dirigía hacia la nevera como si nada; vertió la leche de una botella en una taza de buen tamaño; le sería más fácil disimular mientras se preparaba el desayuno:

—¿Qué pasó de qué, tía?

—Ja ja ja…

Adoptó las maneras de un psicoanalista tío Israel:

—¿No saliste de casa esta madrugada?

Fernando se echaba dos cucharadas soperas de cacao, bien colmadas, como dos montículos de talco marrón a punto de ver desbordado su ángulo de reposo; el colacao flotaba ahora en la taza, sobre la leche, y comenzaba a remover el polvillo indisoluble:

—¿Salir de madrugada? ¿Dónde, tío?

Nuevas sonrisas, alguna carcajada más o menos forzada; su padre y la abuela Olivia, antes completamente circunspectos, ahora también torcían ligeramente la boca en una mueca giocondina.

La siempre sedienta galleta campurriana se deshizo en el colacao por no haberla metido y sacado inmediatamente, pendiente como estaba de que su engaño resultara del todo creíble; nadie podría haberse percatado de aquel rasgo de mínimo nerviosismo. Por otro lado, a unos setenta metros de distancia, su primo Rodolfo seguía durmiendo en su cama como un cocodrilo, aunque ya por poco tiempo, porque la luz de un sol inhabitual penetraba hasta el distribuidor convertido en dormitorio; su hermana Marián, Rachel y Saúl vociferaban abajo; Madrina le atizada con una almohada, «¡vamos arriba, hiju; ivos pa la playa, ¡qui haci sol!».

En la casa de arriba, Fernando rescataba con su cuchara los restos hechos puré de la galleta en el fondo de su colacao.

 

— ¡Ja ja ja, eres sonámbulo! —certificó alguien.

lunes, 31 de julio de 2023

Relatos para una novela coral: La saga del frijol (introducción)


He aquí la introducción y el planteamiento de una serie de Relatos que irán conformando una gran novela coral titulada La saga del frijol. Comencé este libro hace cerca de 20 años. Mi padre vivía, mi madre, gran depositaria del pasado familiar, con una portentosa memoria, accedió solícita a mi petición de contarme todas las historias que pudiera sobre nuestro pasado intrahistórico; mi padre, sin embargo, con colmillos más afilados y una lógica prevención intelectual, quiso que, antes de soltarme ninguna información susceptible de ser «caricaturizada», le pasara parte de lo escrito. Después, decidiría si darme o no un enorme caudal de memoria escrita de su puño y letra en interminables cuadernos —mi progenitor, con un potente caletre para procesar datos, pero con menos memoria que su esposa, lo traspasaba todo al papel—. Le di unas primeras páginas. El resultado fue cerrar con siete candados el arcón familiar, las gavetas de sus cuadernillos, y tirar las llaves al río. Mi madre le insistía, «papito, dale a tu hijo esos cuadernos para que escriba la historia de la familia»; además de madre, lo que significa confiada en su prole, albergaba mucho de infantil candidez; mi padre, Ysidro, sin negarse de un modo explícito, daba por clausurada cualquier colaboración conmigo a través de un impenetrable silencio.

Fotograma de la magnífica película Roma (2018), de Alfonso Cuarón

A pesar de esto, aprovechaba ciertos viajes con mi mujer e hijos desde Oviedo, donde vivíamos, a Madrid, de visita a nuestras familias, para sentarme en las sobremesas, accionar la grabación en mi teléfono y preservar larguísimos minutos de conversación sobre el pasado. Horas, de hecho. Nada comprometedor salía de labios de mi padre, o casi nada.


Nos encontramos pues ante lo más parecido a una novela por entregas.


Frente al vertiginoso transcurrir de imágenes, microvídeos, ofertas incesantes de youtuberos, retazos de opinión, ocurrencias vertiginosas, prisas, inquietud, irreflexión, se presiente un seguimiento inconstante y exiguo de estos relatos. ¿Con cuánto debe un autor sin fama conformarse? Con una piña de amigos, familia y una decena más.


Si estás interesado o interesada en recibir la notificación de cada nueva entrega, puedes darme tu correo electrónico (en la columna izquierda y arriba en este blog); crearé una lista y me acordaré cada vez que añada un relato o fragmento de La saga del frijol para enviar anónimamente el recordatorio. ¡Por favor, no os abalancéis los miles de interesados hasta saturarme el correo! Ja.
Gracias

lunes, 17 de julio de 2023

Carta abierta a Iker Jiménez y Carmen Porter

la presente carta fue enviada por correo electrónico a varias direcciones donde los destinatarios podrían leerla; la respuesta, como en tantas ocasiones, ha sido un despreciable y despreciador silencio. Al menos, podemos publicarla aquí.




LA LESIÓN MEDULAR: POSIBLES CURAS, ENSAYOS FALLIDOS Y PERIODISMO INDOCUMENTADO


Estimados Carmen e Ikercon todo el apego y el reconocimiento a vuestro esforzado trabajo periodístico:

Ayer [jueves 29 de junio de 2023], en Horizonte, vi la entrevista realizada a la investigadora Andrea Gálvez, miembro del equipo de Grégoire Courtine para la curación o mejora de la Lesión Medular («LM» a partir de ahora). Comprendo que resulta muy mediático el tipo de estudio clínico propiciado por el equipo suizo, ginebrino, por tratarse de algo relacionado con la tecnología: un puente cerebro-médula para estimular electrónicamente los músculos y controlarlos directamente desde el encéfalo actuando sobre la parte baja de la médula espinal, por debajo del nivel de lesión; poder caminar de nuevo gracias a un complicado sistema informático. Muy futurístico todo. En dos correos previos, os había ofrecido poner en vuestro conocimiento y resaltarlo, darle visibilidad, el tratamiento llevado a cabo en el Hospital Puerta de Hierro. Lo dirigió desde hace cerca de tres décadas el doctor Jesús Vaquero, tristemente fallecido durante la pandemia de la covid-19. Tras ésta, se retomó el tratamiento, en manos de la también doctora e investigadora Mercedes Zurita. Contra todo cainismo crónico, ese «pecado» adherido sin remisión a la esencia del ser carpetovetónico y retratado con maestría, consolidado en tanto que arquetipo, por el ínclito Antonio Machado y su Tierra de Álvar González, es frecuente escuchar en Iker la importancia de poner de relieve aquellas investigaciones, avances y méritos por parte de personas, grupos de trabajo, investigadores, etc. que sean españoles. Me parece muy bien, pero nunca os he oído una sola palabra, ni parecéis mínimamente interesados sobre el tratamiento contra la LM más adelantado del mundo, llevado a cabo en Madrid ¡y por un sistema sanitario público!, en el Hospital Puerta de Hierro.

Habéis hecho en vuestro programa Horizonte, emitido en Cuatro cada jueves, una entrevista llena de agasajos y parabienes a un grupo de investigadores extranjeros que ofrecen muy poco para quienes estamos lesionados medulares y comprendemos la profundidad y complejidad de nuestro padecimiento. El trabajo de este equipo suizo dirigido por el doctor Courtine no puede ir muy lejos (lo habéis tildado de "milagroso" y otras hipérboles). No irá muy lejos y algún día quedará completamente olvidado como un intento fallido. Excepto desde el punto de vista económico y para su propio beneficio. Resulta aparatoso y no soluciona orgánicamente la lesión medular. Y no solamente no cura nada en absoluto, sino que además sus resultados están falsificados y llenos de trampas.

Nuestro mal implica una amplia sintomatología que va mucho más allá del mero hecho de poder caminar o no. El control de nuestros esfínteres, la pérdida de sensibilidad, el dolor nociceptivo y neuropático, infecciones de orina sistemáticas, posibles neumonías, problemas respiratorios, desórdenes psicológico-sexuales, los trastornos orgánicos, vesicales, óseos, la pérdida de nuestra independencia o lo que es lo mismo la total dependencia y el coste económico que tiene poder recibir atención necesaria y proveerse de los medios necesarios para la supervivencia, la cantidad de medicinas que tenemos que tomar (muchas veces hepatotóxicos), el trastorno psicológico, la inadaptación, desestructuración social y familiar, osteoporosis, posible obesidad, y un largo etc. de problemas aparejados a la Lesión Medular van muchísimo más allá del hecho de caminar. Si preguntáis a cualquier lesionado o lesionada (es importante el dimorfismo sexual y la afectación diferenciada en hombres y mujeres, con «sensibilidades» y cuestiones de índole psicológica sumamente importantes, como la propiocepción, todo ello muy cambiante según el sexo), cualquier afectado os responderá lo mismo que os estoy diciendo. Muy probablemente, frente a la panoplia de síntomas desagradables, muy difíciles de sobrellevar y que nos hacen la vida tremendamente complicada, el mero hecho de andar o no andar quede muy atrás en nuestras preferencias. Por supuesto que sería importante, tal vez como último peldaño en nuestra hipotética recuperación, el último milagro, como el Lázaro bíblico al que hace caminar Jesucristo.

Debe tenerse en cuenta también el tipo de lesionados con los que está trabajando este equipo suizo, muy pocos pacientes (todo el espectáculo mediático a nivel mundial se basa en ¡un único caso!, todavía en el nivel de un ensayo clínico); se trata de afectados con «lesión incompleta» según la escala ASIA, lo que significa (y no les interesa explicarlo a los periodistas) que estos pacientes, por ellos mismos y con trabajo fisioterapéutico, podrían ir poco a poco recuperando tanto movilidad como sensibilidad, sin necesidad de ningún aparato electrónico. Esto supone un flagrante engaño. Tras nueve meses de hospitalización en Toledo, vi con mis propios ojos recuperarse a compañeros que entraban parapléjicos o tetrapléjicos y salían andando con muletas. Para casos próximos, tengo un amigo con una lesión igual que la mía, C5 (quinta cervical, tetraplejia), tras haber sufrido un accidente de snowboard, pero incompleta, lo que significa que hay preservación mayor o igual a un 10% de señales nerviosas y comunicación a través de los axones entre la parte alta y baja del nivel de lesión en la médula espinal. Hoy día, mi amigo Víctor camina, monta en bicicleta e incluso estuvo en el equipo paraolímpico de España en su disciplina de snowboard. Como digo, con una buena terapia física, muchos de estos pacientes pueden tener un pronóstico bastante bueno. 

Proceso evolutivo de una lesión incompleta, en la foto, 
proceso
 atribuido al famoso implante cerebro-médula espinal














Proceso evolutivo de una lesión completa, en la fotoChristopher Reeve,
fundador junto con su esposa de la Christopher & Dana Reeve Fundation











Me produjo muchísima impotencia la entrevista hecha por ti, estimada Carmen. Sospecho que el equipo suizo lo que tiene muy superior sobre otro cualquier estudio llevado a cabo en cualquier rincón del mundo es, sin duda, su capacidad propagandística. Deben de contar con muchos medios económicos, más y más con cada aparición mediática (supongo que pagan para hacerse publicidad). Y cada aparición mediática es un golpe muy duro propinado contra la inteligencia y contra nuestro padecimiento. Una afrenta hecha a todos los lesionados medulares. Estamos viendo al curandero charlatán y sus servidores engañando a la gente —y a los bienintencionados periodistas que escriben los artículos o les hacen entrevistas— sin poder hacer nada. Cómo no, en su plan mercadotécnico cuentan con una portavoz en español, en este caso, la experta en tecnología Andrea Gálvez; de este modo llegan hasta el último rincón, pues publicitan su estudio-negocio en alemán, francés, inglés y español.

Carmen Porter entrevista a Andrea Gálvez, Horizonte, jueves,
29 de junio. Imagen: página web de Cuatro: 
https://www.cuatro.com/horizonte/20230630/milagro-tetraplejico-implante-inteligencia-artificial_18_09926834.html

Titular sobre la imagen de arriba:

Milagro médico: un hombre tetrapléjico vuelve a caminar gracias a un implante con Inteligencia Artificial

Una mezcla de sensacionalismo, mentira, inexactitud, ignorancia, engaño publicitario y estupidez.
No hay ningún milagro, el hombre no era tetrapléjico sino parapléjico, es mentira que «vuelva a caminar» (da unos pasos mientras la máquina está en funcionamiento, pero él no camina por sí mismo ni lo puede hacer con la máquina durante mucho tiempo), por supuesto, no es gracias a ningún implante, y tal tecnología tiene que ver con la Inteligencia Artificial lo justito; palabrería de moda para llamar la atención. Una ofensa contra todos nosotros, los lesionados medulares, pero también para el público al que pretende engañarse y para toda aquella persona que sufra algún tipo de lesión o enfermedad de consecuencias similares.


Comparar, para paliar o curar la Lesión Medular, el estudio clínico del doctor suizo G. Courtine (un genio de la publicidad) con el tratamiento de facto resultante de las investigaciones de Jesús Vaquero y su equipo, actualmente vigente tras su muerte, en el Hospital Puerta de Hierro, es como comparar el bálsamo de Fierabrás con el avance médico-científico y la cirugía cardiaca para combatir un infarto.

Pronto se editará un pequeño ensayo titulado Cuerpocampo de concentración. Con vuestro beneplácito, estaría encantado en haceros llegar un ejemplar (os pido una dirección postal concreta y segura para que podáis recibirlo adecuadamente). 

[Ni que decir tiene, no he recibido ninguna respuesta de Iker, Carmen o cualquier otro miembro de su equipo].



De venta a partir del 31 de julio de 2023



Recibid un muy afectuoso saludo, vuestro

H


P. D. Os adjunto las publicaciones en Cytotherapy (2016 y 2018) de resultados del ensayo clínico del equipo de la Unidad de Terapia Celular del Hospital Puerta de Hierro antes de que se convirtiera en un tratamiento oficial, con el medicamento personalizado NC1, después de conseguir la autorización de las respectivas autoridades sanitarias nacionales y autonómicas, así como la aprobación de dicho medicamento NC1 por parte de la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios (AEMPS). Así podéis comparar entre el ensayo clínico suizo y el tratamiento verdadero español y público (con algunas ayudas económicas de carácter privado, como la Asociación Rafael del Pino o MAPFRE). 
Sin embargo, mucho me temo que este correo electrónico, igual que los anteriores, quedará sin respuesta. Si es así, me contentaré con publicarlo en mi blog y divulgarlo a través de Facebook y Twitter. Los lesionados medulares son unos grandes olvidados. Ni es una amenaza decir que terminaré publicando en el blog esta carta, de ningún modo, ni hay victimismo; simplemente constato una realidad palmaria. Los lesionados medulares parecen no existir. Pero, eso sí, se publican artículos y se hacen entrevistas a quienes tienen medios para publicitar su estafa médica, su pócima mágica, su artefacto tecnológico de cableado milagroso, apariciones mediáticas llenas de falsas esperanzas y grandilocuencia (exactamente lo contrario de lo que ha hecho siempre Jesús Vaquero, Mercedes Zurita, y su valeroso grupo investigador, rebajando incluso las expectativas de lo que su tratamiento es capaz de conseguir, en un ejercicio de honestidad sin parangón).


jueves, 15 de junio de 2023

Cuerpocampo de concentración

De próxima publicación






ÍNDICE


Prólogo, 11
Agradecimientos, 17
Atrévete a disfrutar de tu dolor; es tu tridente, la herramienta necesaria. El control de la energía: Sabiduría, 19
Introducción: mosaico bajo el volcán, 25
Dolor (la bestia negra contra la vida), 29
El cuerpo como campo de concentración, 36
¿Dónde están los enemigos?, 43
Soledad, 48
Pudor y dignidad, 55
Humor, sexo y esperanza, 61
Orgullo, 73
El famoso «¿por qué a mí?», 80
Complejo de paria y personalidad acomplejada, 83
Superstición; apelaciones conjuratorias: «Gracias, Dios mío», «por favor, Dios mío», etcétera. Dejar que el inconsciente fluya, 88
Señales en el cielo: Carlos y su sueño, 93
Los consejos, 97
Técnicas de relajación: la imaginación al poder, 105
La ficción: tabla de salvamento, 117
La música, 121
Nuevo significado de la vida, 134
Nuevo eje temporal, 139
Evolución comprensiva y anímica («resiliencia»): la constelación salvífica, 147
Desde dentro y desde fuera: empatía, ecpatía y pedipatía, 159
Lo políticamente correcto: terminología, decencia y progreso ético, 168
Yo no soy yo, 179
Vida física y vida mental: teoría de los momentos, 183
Amor propio, amor ajeno, 186
El futuro en el pasado: nostalgia de un futuro, 190
La vejez y la muerte, 193
La ley de la selva, 199
Soy un animal, 203
Morir en vida, 205
El mal humor, 208
Feroces verdades; ¿posibles soluciones?, 214
La idea del suicidio versus altruismo, 219
Apéndice, 227
Pincelada histórica y médica de la lesión medular con interludio reivindicativo, y teoría de la desproporción




Para recibir noticia directa cuando el libro esté disponible en librerías, pídemelo en

hernanvallalva@gmail.com






Y recuerde: 

Al comprar este libro hace una buena obra (esto no es broma): el 100% de los beneficios por derechos de autor serán donados a la investigación sobre la Lesión Medular, podría ser al hospital de Toledo o al departamento de Terapia Celular del Hospital Puerta de Hierro de Majadahonda;

(Ahora sí, puede tomarse la cosa más o menos en broma):

Si ha comprado el libro y no le gusta en su conjunto o en alguna de sus partes, siempre y cuando lo justifique de un modo intelectualmente convincente:

por un ejemplar comprado, devolvemos el importe y le mandamos a su casa una bicicleta;
si ha comprado dos ejemplares, le devolvemos el importe y le compramos un utilitario Toyota;
si ha comprado un número mayor de tres y menor o igual a 122, además de la devolución del importe, le regalaremos un vehículo de alta gama híbridoenchufable;
si ha comprado más de 122 ejemplares, le construimos un chalé con certificado A en sostenibilidad.