domingo, 20 de marzo de 2022

EUROPA, EUROPA

Paralelismo de la invasión a Ucrania a la luz de una 

Historia del siglo XX de Eric Hobsbawm

Natal, War, 2006

Cinco millones de refugiados en el período de 1914 a 1922, más de 10 millones de muertos. La llamada Gran Guerra. Porque los historiadores, como el resto de personas que habitaban Europa y el mundo, pensaban que aquella había sido la mayor e insuperable conflagración de toda la Historia.

Pero llegó la Segunda Guerra Mundial, cuyas estimaciones hacia mayo de 1945 hablan de unos 40 millones y medio de desarraigados, y ya sabemos: 6 millones de judíos exterminados en los recintos ad hoc, campos de exterminio;[1] 50 millones de muertos, la mayor parte de ellos civiles, personas que lo único que ansiaban, en la breve existencia en que somos, era vivir en paz, ganar el pan y abrazar el calor de sus seres queridos. A fin de cuentas, el mejor cultivo que podemos hacer de nuestra humanidad.

Hoy, tras 24 días desde el comienzo de la invasión a Ucrania, ¡3.300.000 personas! desplazadas han traspasado sus fronteras para entrar y buscar refugio en la Europa amiga; sobre todo a través de Polonia, el país que fue literalmente triturado por la abyecta prensa bélica de Alemania, por el oeste, y Rusia, por el este (1939). Cuidado, porque el hombre es el único animal que tropieza tres veces en la misma piedra, y ésta sería la última del camino.

En la ciudad brasileña de Petrópolis, un 23 de febrero de 1942, Stefan Zweig y su compañera Lotte ingerían la dosis necesaria de veronal para quedar exánimes en sus camas, unidas, arrimadas una a la otra, para convertirlas así en un lecho común donde aguardar a la Parca convocada. ¿Quién no ha visto su tétrica estampa? Una fotografía en blanco y negro, Stefan, boca arriba, Lotte, de medio lado, apoyada su cara contra el cuerpo del esposo. Deprimido, se sumió en una espiral de pesimismo que lo condujo a certificar la muerte de Europa antes de tiempo. Debería haber esperado tres años, pero su premonición le hacía intolerable el paso de las horas. El enorme polígrafo austríaco no pudo soportar la idea de una Europa sometida a la vesania del tirano más grande que han visto los tiempos, el villano de la vulgaridad al mando de aquel viejo y promisorio continente, epicentro y cuna de Occidente, el heredero de la democracia griega, la cultura clásica, el Renacimiento. En Rusia, se deslizaba de la viscosa crisálida de la podredumbre Stalin, quien había llegado para hacer sombra a Hitler en el pulso histórico por el horror.

Frente a un «siglo XX corto» (1914-1999), durante todo el siglo XIX que la historiografía ha dado en llamar «siglo XIX largo», desde la muerte de Napoleón (noviembre, 1821) hasta el comienzo de la Primera Guerra Mundial (1914), «la guerra internacional documentada de mayor envergadura […], la que enfrentó a Prusia/Alemania con Francia en 1870-1871, arrojó un saldo de 150.000 muertos, cifra comparable al número de muertos de la guerra del Chaco de 1932-1935 entre Bolivia […] y Paraguay. […] En conclusión, 1914 inaugura la era de las matanzas (Singer, 1972, pp. 66 y 131)».[2]

Cuando, el pasado jueves 24 de febrero de 2022, Putin lanza su intento de invasión de Ucrania —así, como suena, «invasión de Ucrania»—, movido por impulsos imperialistas que pensábamos completamente desterrados, los propios de la primera mitad del siglo XX —y dejaremos a un lado, en nota a pie de página,[3] los resortes ideológicos agazapados detrás de esta locura—, todos los fantasmas europeos emergen de su saludable olvido; damos vuelta a la página de la Historia y nos encontramos con un epítome de los capítulos más oscuros. Con la complejidad de un planeta totalmente entrelazado y mutuamente dependiente, una guerra promovida por Rusia contra un Estado libre, soberano y cada vez más proclive a su occidentalización, nos pone a los habitantes de todo el orbe a caminar sobre filos de navaja. Si al paranoico de turno le da por utilizar esos pequeños bomboncitos nucleares que guarda en los cuarteles,[4] armas atómicas denominadas «tácticas» o «no estratégicas»,[5] puede conseguir paralizar de miedo a su enemigo occidental, pero puede lograr lo contrario, y hacer escalar  a niveles hiperdestructivos una guerra ya internacionalizada —«escalar»: ese verbo puesto de moda por el infortunio, cuya resonancia en tiempos de paz no pasaba de evocarnos el menú de los restaurantes chinos y sus famosas «hormigas que escalan el árbol»—.

«Si se pregunta quién o qué causó la segunda guerra mundial, se puede responder con toda contundencia: Adolfo Hitler». Con los nubarrones del apocalipsis proyectando su tétrica sombra sobre la faz de la Tierra, tomemos las anteriores palabras exactas de Eric Hobsbawm, en su Historia del siglo XX, extrapolémoslas a lo que se cierne en nuestro inmediato horizonte y obtendremos el siguiente corolario: Hoy, con la misma rotundidad, ante la pregunta casi retórica de quién o qué causó esta guerra contra Ucrania, debemos consensuar una respuesta unívoca y apodíctica: «Vladimir Putin». Y lo que venga.

 

 

Hernán Valladares Alvarez, escritor, filólogo y tetrapléjico

https://hernanvalladaresalvarez.com/



[1] «[…] el mundo se acostumbró al destierro obligatorio y a las matanzas perpetradas a escala astronómica, fenómenos tan frecuentes que fue necesario inventar nuevos términos para designarlos: "apátrida" o "genocidio"» (Eric Hobsbawm, Historia del siglo XX).

[4] «Rusia es hoy, básicamente, una gasolinera y un cuartel (con bomba atómica dentro)», declaró a principios de marzo Josep Borrell, Alto Representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad.

[5] Dmitri Sergueyevich Amirov Belova, «Las armas nucleares tácticas: historia, estado de la cuestión, armamentos, y estrategias de los principales Estados nucleares». Revista del Instituto Español de Estudios Estratégicos n.º 17, 2021, págs. 109 a 150. Recuperado en: https://revista.ieee.es/article/view/3061/4444

 


Eric John Ernest Hobsbawm. Nació en Alejandría, 1917 y murió en Londres, 2012. Historiador británico, de los más prestigiosos en el ámbito de la historiografía contemporánea. Miembro de una familia judía de origen polaco, nació en Egipto, aunque con nacionalidad británica, y pasó su infancia y adolescencia en Viena y Berlín. Tras la muerte seguida de su padre (1929) y su madre, fue adoptado junto a su hermana por unos tíos con quienes se trasladarían a Londres en 1933, en pleno ascenso del nazismo. Se doctoró en Historia por la Universidad de Cambridge con una tesis sobre la Sociedad Fabiana, germen del Partido Laborista británico. Con enfoque social, especialista en Historia contemporánea. Pese a ciertas reticencias por ser aceptado, debido a su filiación marxista, la robustez, exactitud y accesibilidad de sus trabajos terminaron por convertirlo en un historiador reputado y respetado mayoritariamente por la comunidad de las ciencias humanas.

jueves, 17 de marzo de 2022

CIENCIA MÉDICA ESPAÑOLA: LESIÓN MEDULAR

La invasión de Ucrania mantiene alerta todos nuestros sentidos. Leemos, consumimos medios audiovisuales, escribimos, platicamos única y exclusivamente sobre la cuestión. Sin embargo, debemos atender otras historietas a las que, con toda propiedad, también podríamos considerar de lesa humanidad, ya que de lesiones va la historia; y es a la sazón cuando conviene hacerlo, porque se trata del momento en que se reactiva un tratamiento para paliar los males de la Lesión Medular, que en términos completamente subjetivos es, de todos los males que asolan el mundo, el que personalmente me afecta más, comprenderán. Lo que no quita, y aseguro la veracidad de lo que voy a afirmar, que daría mi vida o el mantenerme tetrapléjico durante tres existencias a cambio de la paz y el derrocamiento de un temible y desbocado Putin. Pero esto es un planteamiento infantil.

 


Anda en boca de todos nosotros, el pueblo, ese tópico: «si este logro lo hiciera cualquier otro país, se publicaría a los cuatro vientos, se le daría la mayor importancia, le otorgarían a sus mentores el premio Nobel; pero en España cainita no apreciamos nuestras propias grandezas»; o cosas similares. ¿Clichés aborígenes nada más?

 Ysidro Valladares Sánchez (México, 1927) fue un gran científico, oncólogo, investigador sobre la plaga antihumana de las «células Putin», esto es, inicua y cruelmente invasoras. Solía decir mi padre que todos los seres humanos contraeríamos algún tipo de cáncer si viviéramos el tiempo suficiente. Él murió en marzo de 2011 de un cáncer de pulmón, sin haber sido fumador, por cierto. Su Departamento de Bioquímica del Hospital San Carlos de Madrid sufría un constante recorte de presupuesto que interfería en los progresos en curso dentro del laboratorio —el «Laboratorio», o el «Labo», forma abreviada y afectuosa, era como se denominaba familiarmente al Departamento—. A finales de los años 60, él y su equipo descubrieron y describieron la transcriptasa inversa. Se publicó en alguna revista científica y aquel logro fue básicamente ignorado por la comunidad científico-médica en España. El doctor David Baltimore visitó el Labo y, entre otras cosas, mi padre le mostró gentilmente aquel descubrimiento. Poco tiempo después, se notició internacionalmente que la transcriptasa inversa había sido descubierta en 1970 por Howard Temin en la Universidad de Wisconsin-Madison y, de manera independiente, en el MIT, por David Baltimore. Ambos investigadores, junto con el italiano Renato Dulbecco, compartirían por este descubrimiento el Premio Nobel de Fisiología y Medicina en 1975. 

 

Creador: FLICKR / MBR PRIZA Imagen propiedad de: Europa Press

La LM (Lesión Medular), en grado de paraplejia o tetraplejia, no llega a plaga, pero cuenta con unos datos nada desdeñables: cerca de 2000 nuevas víctimas cada año en España, mayormente de etiología traumática, por accidentes de tráfico sobre todo. En el solar patrio, debemos conformar una pequeña legión de alrededor de 60.000 paralizados. En el mundo hay más de 600.000 nuevos parapléjicos y tetrapléjicos —cuadripléjicos en el español de Latinoamérica— cada año, por causas que van desde el accidente de tráfico, pasando por las heridas de arma de fuego o blancas, accidentes en aguas poco profundas, enfermedades o malas praxis quirúrgicas, etc.

 

Se publicó recientemente en prensa y asomó su cabeza en algún que otro informativo televisivo la noticia sobre un tratamiento para la LM desarrollado en Lausana, Suiza, por el equipo del neurólogo Grégoire Courtine. Titulares de engañifa, pomposos, altisonantes, al estilo de la charlatanería decimonónica ofreciendo en las plazas la ganga de un elixir para la eterna juventud: «Parapléjicos vuelven a caminar en muy poco tiempo gracias al implante de unos electrodos»; sin tener en cuenta lo que significa levantar falsas expectativas. El artículo científico que soporta este hallazgo fue publicado en la revista Nature; pero bien lo podría haber hecho en el Muy Interesante. Se implantan una serie de electrodos por debajo de la zona de lesión en la médula espinal y se controla la llamada al impulso eléctrico para mover determinados músculos de las piernas a través de una aplicación en una tableta electrónica. Nuestro amigo Grégoire y su peña están perdiendo el tiempo, porque la solución tiene que ser orgánica, no accesoria. Un exoesqueleto o el implante de electrodos propuestos por esta investigación no ofrecen en absoluto la mejora en la calidad de vida que puede esperar una persona con LM. Más acá del poder malcaminar, nos preocupa, nos tritura y estraga nuestra humanidad toda una panoplia mucho más abigarrada de síntomas crónicos: los dolores osteomusculares y neuropáticos, el control de esfínteres, la sensibilidad y la capacidad motora, la recuperación de la sensibilidad genital o impotencia suma, el movimiento de las manos, las infecciones de orina, la espasticidad, etc. La médula espinal, como sabrán, es la autopista que sirve al encéfalo para enviar sus señales hasta la última periferia nerviosa que permite mover nuestros músculos a voluntad; así como posibilita a los sensores de cualquier parte del cuerpo transmitirle al cerebro el lujo de la sensibilidad, la percepción táctil de la vida, el soplido del viento, la caricia, el frío o el calor. Con la autopista cortada en algún punto, se relega a la inoperancia orgánica una parcela del cuerpo que puede extenderse desde el uno hasta el noventa por ciento. Y por macabro que parezca, añadiendo a la invalidez de estas regiones corporales la persistencia diaria y crónica del dolor neuropático, un cuadro de indefinibles padecimientos de carácter neurálgico. Toca preguntarse si existe alguna vía de investigación o estudio clínico que aborde lo verdaderamente medular de lo medular; una solución orgánica que vaya directa al origen del problema: la reconexión neuronal entre las células nerviosas por encima y por debajo de la línea de lesión.

 

Pues resulta que sí. ¡En España! No investigación más o menos incipiente, más o menos avanzada, no un estudio clínico. No. Existe de facto un tratamiento en toda regla. Detrás de él, el esfuerzo denodado del doctor Jesús Vaquero, tristemente fallecido por coronavirus (2020), y todo su equipo durante más de dos décadas, hasta haber logrado en 2019 dar carta blanca a su tratamiento con la aprobación de la Agencia Española del Medicamento y las autoridades sanitarias estatales y comunitarias. También gracias al apoyo económico de instituciones privadas como Mapfre o la fundación Rafael del Pino. La covid-19 supuso un parón, pero ahora, de nuevo, se retoma el tratamiento con un éxito que va más allá del único y aparente «volver a caminar», abriendo el camino para que los axones de las neuronas medulares vuelvan a encontrar el camino y el organismo pueda poco a poco ir recuperando el terreno perdido. Un tratamiento complejo y que incluye varios procesos, entre otros, la inoculación en la zona lesionada de la médula espinal de un medicamento específico, elaborado con células madre mesenquimales extraídas del propio paciente, el NC1. El tratamiento está ahora al cargo del neurólogo Gregorio Rodríguez-Boto y la doctora Mercedes Zurita, Unidad de Terapia Celular del Hospital público Puerta de Hierro de Madrid, hospital cuyo ímpetu investigador en varios campos es digno de alabanza.

Nuestro cliché patrio resulta que va a ser algo más que un tópico para esgrimir en las tertulias: si esta investigación devenida en auténtico tratamiento se hubiera desarrollado en otro país, en Suiza, como hemos visto, o en cualquier otro que potencie su propia ciencia y donde se intente encumbrar a sus verdaderos valores, Estados Unidos, Alemania, Francia, Reino Unido, Japón, no importa, el que sea, el tratamiento llevado a cabo en el Hospital Puerta de Hierro sería mundialmente cacareado, merecedor de los más altos títulos, el mayor de los reconocimientos, un Premio Princesa de Asturias, el Premio Nobel. Pero en España, parece que irremediablemente, somos así, limitando la expansión de un tratamiento que erradicaría buena parte del sufrimiento de miles de personas con paraplejia o tetraplejia.

¡Divulguémoslo!; que nadie, ningún cainismo, envidia o cicatería coarte la posibilidad de alcanzar una felicidad largamente acariciada por enardecidos deseos, vitales esperanzas. Lo único que nos mantiene en pie, valga la metáfora.

 

©Hernán Valladares Álvarez es escritor

https://hernanvalladaresalvarez.com/

miércoles, 2 de marzo de 2022

Ucrania. «Puntitos negros», por José Luis Vilanova

La reciente invasión de Ucrania por la Rusia de Putin, un acto de guerra, por definición «atroz» —mera redundancia—, inicua, anacrónica, inhumana, cruel, diabolicum in infinitum, ha conmovido a la sociedad occidental —dejamos para otro momento más apropiado los matices éticos sobre qué guerras conmueven a Occidente y cuáles sufren un desdén mediático, del que se desprende como consecuencia el olvido de nuestras sociedades—. Dado que nos concierne hasta la consternación, este cuaderno de bitácora se abre a la libérrima opinión de quienes desean un medio de expresión urgente. Así pues, dedicamos las dos próximas entradas en este Diarius Interruptus a sendos artículos firmados por sus correspondientes autores.


PUNTITOS NEGROS

Por José Luis Vilanova

Imagen: https://14milimetros.com/geopolitica-teorias-y-apliacion/

    La geopolítica es al tejido celular social (y político) lo que la macroeconomía a la subsistencia de andar por casa. Y a quienes pretenden manejar el mundo esto les encanta. Pugnan por atraparnos en su arbitraria bipolaridad (blancas contra negras), disponen el tablero de sus dominios y juegan con las fichas o las figuras de ajedrez a sus anchas. Plásticas, de madera, de metal o de marfil, nada importan. No sufren, no duelen, no chillan (o no los oigo), no padecen. No tienen alma. No son nadie… Lo dejó bien claro el Harry Lime de El tercer hombre desde la voz profunda y cínica de Orson Welles subido a la noria del Prater de Viena: “¿Víctimas? No seas melodramático. Mira ahí abajo. ¿Sentirías compasión por alguno de esos puntitos negros si dejaran de moverse? Si te ofreciera 20.000 $ por cada uno de esos puntitos que se parara, ¿me dirías que me guardara mi dinero? ¿O empezarías a calcular la cantidad de puntitos que serías capaz de detener?”. Así que a un lado, para cierta derecha, “les pone” la macroeconomía. Élites escandalosamente enriquecidas tirando de una clase media adocenada y burguesa que no agitará nada que ponga en peligro su bienestar para asegurar “la paz social”; y un sinfín de pobres hambrientos “microeconómicos” acechantes a las migajas que caen de la mesa del rico Epulón (fonéticamente tan inquietantemente similar al adjetivo opulento). Y ya está. Los puntitos negros paralizados en su hambruna, en su miseria, en su desprecio, en su ignorancia, en sus guetos de refugiados, en los sótanos del cuarto mundo de las sociedades ricas. Pero es que en el otro lado, a cierta izquierda "le mola” el pulso geopolítico. Todo vale con tal de tumbar el modelo del imperio occidental en curso. Agotado, puede. Senil y degenerativo, tal vez. Criticable, todo lo que se quiera. Pero no tienen ningún reparo en utilizar sus mismas vías democráticas y libres para provecho propio y terminar por cegarlas en lugar de ocuparse de su rehabilitación o reformulación, con el único fin de terminar imponiendo “su nuevo orden mundial”. Así que una guerra no es igual a otra guerra, ni una invasión tiene el mismo sentido que otra invasión. Pero como el contraste delata la más lacerante de las hipocresías conviene tapar las vergüenzas. Invadir Irak o Afganistán merece uno o dos millones de personas en la calle y la más expresiva de las parafernalias. Invadir Ucrania es un no a la guerra mucho más matizado, displicente y equidistante, de fríos análisis impostados en “sensibles tertulias de salón”, porque pone contra las cuerdas al modelo occidental, su OTAN y el gigante imperial americano. La misma razón por la que los talibanes son convenientemente metabolizados y ya nadie se acuerda de la mujer afgana; porque se trata de “buenos indígenas” que se levantan contra el imperialismo y el colonialismo, mientras sus mujeres sojuzgadas, incendiadas y ejecutadas, son olímpicamente ignoradas por el feminismo radical de izquierdas (no vaya a ser que…). Puntitos negros. Interesa verlos así para acomodar la procedencia de las víctimas a los diferentes argumentarios. Porque no son los Derechos Humanos, rapto de lucidez de nuestro mundo en el siglo XX, los que marcan esa Ética Universal trayecto final en la plenitud de la Humanidad, de la que habla nuestro amigo Hernán. Sino el afán de imposición de “mi” idea, “mi” verdad, “mi ambición”, “mi” riqueza”, “mi” poder. O la eliminación de los contrarios. O el exterminio de los distintos. Ya lo escribió Sartre: El infierno son los otros…


® José Luis Vilanova, médico, humanista

joseluisvilalon@gmail.com

Madrid, 2 de marzo de 2022