La vida de supervivencia sigue. El atropellado desarrollo de los días y su cortejo de actos más o menos absurdos. Eso sí, ganas de abrazar a mis dos criaturas a cada instante. Los hijos son entraña. Mañana es el cumpleaños de Mildred. Aunque denostado por mi tío Román (músico, fagotista, lector empedernido en cuatro idiomas y con visible aprovechamiento de su inteligencia; el hombre tranquilo), digo, aunque dice Román que es demasiado simple, intentaré que el camarero del restaurante de la montaña donde cenaremos Mildred y yo, vuelva a poner Erik Satie para acompañarnos. La llegada del otoño debe ser acompañada por los ritmos extraños de este compositor. ¿Misterio dentro de la sencillez? También llevaré algo de Brahms.
El restaurante de la montaña, solos seguramente durante la cena, tal vez algún comensal más. Intimidad.
Al día siguiente, el sábado 25, asistiré a la boda de un amigo alemán, Daniel, que se casa con una asturiana. Luego, se van a vivir a Alemania de nuevo; a Colonia, o cerca, creo recordar.
Hago este breve apunte para dar continuidad al diarius y no dejarlo que muera. Ahora que dispongo de tan poco tiempo para la escritura, al menos esto debe en cierta medida mantener viva mi área cerebral de la escritura.
Quizá diga alguna irreverencia, pero ayer terminé de ver Good bye Lenin. Arrítmica, afectada, sosa, deslavazada, falta de imaginación; debo reconciliarme con otra película como la de Las invasiones bárbaras, que sin ser una genialidad, me hizo pasar un rato muy bueno. Además, he caído en la escuela de Fráncfurt y ando leyendo a Adorno y Horkheimer (delicia absoluta y muchas coincidencias con mi pensamiento; ¿soy poligenético con tesis de extravagante marxismo? Rarezas.
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