lunes, 1 de noviembre de 2010

Reflexión a partir de un fragmento ramplón de biografía


Trufaré esta entrada del Diarius con viñetas de uno de los mejores humoristas gráficos, o filósofos ácidos



Dentro de poco viajaré a México por motivos de trabajo en mi empresa. Mi socio estuvo allí la semana pasada para arreglar cosas de una de las vías de negocio que queremos abrir; y ahora me toca a mí ir para arreglar otras. Soy un empresario que viaja en avión y todo. Solo frente a N&V durante estos días, no paraba de recibir y hacer llamadas, de ir de un lado a otro, de tratar de sostener pequeños problemas por aquí y por allá, de invitar a nuestros clientes a que por favor pagaran ya... Elaborar presupuestos esta semana ha sido imposible, porque no tenía tiempo, pero corregí alguno que había preparado nuestro encargado.


Esta viñeta la tengo encima de mi despacho

Revisar los trabajos, ir visitando las diferentes obras abiertas y controlar que todo se hace lo mejor posible. Convencer a nuestra directora del banco de que sostenga unos días más los números en rojo, que aguante un poco más, que nos deben una pasta y pronto la situación se verá más desahogada. El contexto de crisis económica está lastrando cada proceso en la normal transacción comercial. Nadie se fía de nadie, y cuando esperas un pagaré por una cantidad importante que permitirá a la empresa poder pagar a sus proveedores, llega el cliente y te dice que no podrá ser hasta que no refinancie su deuda. ¿Cómo es eso? Entonces uno debe retrasar sus pagos también, y la cadena se hace cada vez más tensa o los eslabones más gruesos; hay ocasiones en que nos salva la campana. De momento vamos librándonos.





Pero todo esto ¿me pertenece? Durante el desarrollo incesante del día apenas puedo pensar, porque cada llamada hace brotar una nueva ocupación, una nueva entrada en la agenda. Sin embargo llega la noche y salgo a dar el paseo con mi perro, un santo peludo, negro, de cuarenta y ocho kilogramos de peso, me interno en el camino que corre paralelo al río, los árboles comienzan a invadir mi espacio, la oscuridad se hace total y camino tranquilo. El gran momento cotidiano, en el que logro unos minutos para divagar. Las piezas del día parecen entonces caer desde arriba y colocarse en algún rincón de mi mente con una disposición algo más ordenada. No es que yo lo fuerce, es que mi subconsciente así lo quiere. En casa, Mildred acuesta a los niños. Cipi, el santo can, me sigue o va por delante de mí. A veces una familia de jabalíes nos sale al paso. Un día me tuve que subir a un árbol, porque la madre pareció enfurecerse y comenzó a gritar ante la persecución de Cipi a uno de sus jabatos. Yo había leído en La vida privada en la Edad Media, dirigida por Georges Duby, que en esos tiempos (alto medievo) se temía tanto al jabalí macho como al lobo; así que me subí al árbol susodicho, por si acaso la señora jabalí iba acompañada por su marido. Y ahora me estoy yendo por las ramas. En esos paseos oscuros por el río, en que normalmente no aparece ningún jabalí, mi mente puede reflexionar con algo más de calma. La sensación general que tengo al haberme hecho empresario, no sé por qué laberínticas razones, es la de que me estoy prostituyendo. Reconozco aprender cada día aspectos muy difíciles de conocer si estuviera en un ambiente meramente intelectual, o sentado en mi escritorio escuchando a Chopin. Apelo a esa máxima que tanto gusta a mi amigo Ricardo Old: primum vivere deinde philosophari y en ella exculpo mi retraso por no forzar la eclosión del escritor que llevo dentro. Es cierto, aprendo sobre los hombres, sobre las cuestiones más materiales y pragmáticas de la vida; en ocasiones, como tiendo a literaturizar la propia realidad, me encuentro inmerso en una novela o una película de cine negro: el dinero lo mueve todo. En este mundo de empresa y trabajo se encuentran tipos malos, regulares e incluso aceptables desde un punto de vista ético. Abunda el interés propio, es cierto, pero mi lección final es favorable si se compara la realidad con la que me encuentro y los prejuicios e ideas preconcebidas con cuyo bagaje había comenzado en este mundo.




Está claro: si pudiera haber hecho de la literatura un modus vivendi probablemente habría legado mi parte de la empresa a mi buen socio y amigo, a quien realmente le apasiona todo esto, y me habría dedicado en exclusiva a la divagación, al estudio desordenado de cuanto me va interesando y a la escritura. Al salir de la universidad fui cobarde o me faltó confianza, o no sé; aunque tras regresar de EEUU y durante el año que Mildred y yo pasamos en Salamanca viviendo me puse a escribir y terminé dos libros de poemas y una novela (Dioses y mosquitos), más algún que otro cuento, en realidad forcejeaba en mi interior esta educación burguesa que he recibido, esta moralina judeo-cristiana, y no me imaginaba escribiendo en aquel apartamento antiguo mientras mi mujer ganaba los garbanzos. Esto producía en mí un cierto desasosiego, y aún no podía controlar ciertos malestares o zozobras de la conciencia como lo logro hacer hoy. Mi deber como varón parecía ser ingresar dinero en la nueva estructura familiar, no sólo ideas y comentarios más o menos ingeniosos sobre el mundo circundante. Además, mi ánimo se hacía cada día más acre y vivía una etapa psicológica en la que todavía era incapaz de escindir vida mental y vida social. Relacionarme con los otros era perder el tiempo, y no lograba estar cómodo hasta que no me encontraba frente a un libro, un cuaderno abierto o el teclado del ordenador. Llegaba a sentirme francamene ansioso en un entorno social en el que hipotéticamente se debía estar relajado mientras se tomaba una cerveza. Creo que es francesa esa expresión que he hecho mía: "echarse el alma a las espaldas", algo muy recomendable, pese a sus connotaciones negativas, y que sólo con el paso de los años he aprendido a hacer.
Ahora vivo momentos de dulce desdoblamiento de mi personalidad. Soy "inelectual" porque mi posición ante el mundo es de máxima curiosidad y tiendo a analizar cuanto me rodea. Por las noches, a ráfagas, con demasiado poco tiempo para ejercer, me salen colmillos literarios y en el desván me enfrento al papel vacío, o leo con fruición hasta que el cuerpo aguanta. Por el día comienzo la jornada tratando de ser padre de familia, ayudo a Mildred con los niños y los llevo al colegio. Luego me transformo en empresario, voy, vengo y me bato el cobre con empleados, clientes, proveedores y bancarios. En los últimos días, es tanto el tráfago en la empresa, que cuando llego a casa los niños, sobre todo Blanch, están ya dormidos; así que atiendo a los animales y casi no tengo tiempo de mirar a los ojos a mi esposa, cuánto menos de hacer otras cosas.

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