Si el suicidio fuera algo muy bueno (demasiado apetecible)
sin duda lo cometería más gente, porque es de los pocos crímenes que podemos perpetrar
burlando después inexorablemente a la justicia. Cometer crímenes es algo muy
bonito, o al menos saltarse las normas más absurdas, sobre todo cuando no reporta
ningún beneficio económico, sino que se hace por el más puro altruismo de la
rebeldía. Si se hace en pos del enriquecimiento se puede convertir en algo
cutre, como la caterva de corruptos. Otra cosa es el robo de guante blanco con
tintes robinhoodianos.
El pintor Leonardo Alenza fue tan escorpio como yo y nació
un día después, 6 de noviembre, pero en el año 1807 en vez de 1970. Y siempre
me resultó muy simpático su óleo satírico sobre el suicidio romántico: un conjunto de egopsicópatas en un paraje goyesco formado por un ahorcado, a cuyos pies yace un tipo con los sesos volados y, sobre todo, un enajenado sonámbulo a punto de ensartarse un puñal y emborronar su camisón blanco con una rosa roja, al tiempo que se deja caer blandamente risco abajo, los ojos en vacío, la mirada de un idiota que ha visto a Dios en un zarzal ardiendo, boquiabierto… Los atributos de un artista bajo sus pies, como en un vanitas del siglo XVII.
Hoy me doy cuenta de que su cara tiene un aire a Rubalcaba.
Alenza se encuentra entre Goya y Tarantino. Humor macabro y sátira sin clemencia de su tiempo.
Los románticos o suicida, Leonardo Alenza, 1837, Museo del Romanticismo de Madrid |
Todo lo que tiene que ver con la moda alberga algo de
risible, ridículo y patético, pero también algo de irremediable. Cuando vivimos
en una época nos determinan los usos y costumbres propios de la misma. Si
quisiéramos vernos libres de todo influjo de nuestra época probablemente no nos quedaría
más remedio que ir desnudos y expresarnos con gruñidos. Sin embargo, debemos
encontrar un equilibrio. El personal víctima de la moda desprende siempre un
tufo de falta de personalidad y estulticia. Un exceso de influenciabilidad que
por alguna razón uno identifica inmediatamente con la ausencia de criterio propio
y de cultura; una especie de ahuecamiento mental. Superficialidad. Pensemos en ciertos
personajes famosos, o en futbolistas. Tatuajes, piercings, metrosexualidad, formas de vestir que se perciben claramente
como ultramodernas y por ende pasajeras, abuso de cosméticos,
peinados… Supongo que, una vez más, el veneno está en la dosis.
Me producen mayor simpatía los extremos de la excentricidad (verbigracia Valle-Inclán) y el desastramiento, cierta vagabundez como la que practicaban
los cínicos en la Atenas de Diógenes de Sinope, o el mismo Sócrates (Pío
Baroja, si buscamos coetáneos del "eximio escritor y extravagante ciudadano" gallego). A mí me es muy
atractivo en nuestros días, por ejemplo, el personaje ya ilustre de José Mujica, ex
presidente de Uruguay. Incluso el dandismo (Lord Byron, Oscar Wilde o, de nuevo buscando la contemporaneidad con la generación del 98, en cierto modo Azorín) me resulta más atractivo que la
oligofrenia vacua de ir a la última moda.
En lo más recalcitrante del Romanticismo, el atildamiento mórbido de la moda se producía incluso o particularmente, a falta de futbolistas, actores, actrices y famoseo, en poetas,
músicos y toda laya de artistas. En el paroxismo de las modas absurdas se
encontraba el suicidio, cuyos réditos recogidos de la emanación de un
determinado tipo de estética, en este caso comportamental, ya no podía disfrutar
la fashion victim, stricto sensu. Y esto confiere al
suicidio un rasgo de generosidad estética incomparable. Como todavía se andaban por senderos de gloria y fama póstumas debían de congratularse al soltar ese manchón como término de su biografía.
Mi compañero de zodíaco Alenza supo burlarse como nadie de
la moda más fatal de todos los tiempos.
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Totalmente de acuerdo en que el Romanticismo puso de moda el suicidio, incluso Goethe lo presentó por primera vez como una opción y eso revolucionó al mundo, es más, prohibiendo su obra fue como lo elevaron sin darse cuenta.
ResponderEliminarPero a mí también me rechina vehementemente la frase “está de moda”. Hasta a Giacommo Leopardi le pasaba ya en el siglo XIX, lo que le llevó a escribir su libro con una sátira increíble acerca de la moda y la muerte. Ambas, obviamente, tienen fecha de caducidad.
P.D. Alenza creo que fue un adelantado a su tiempo y visionó a Rubalcaba de tan gustosa guisa ;-)
¡Hola, Annais! No conocía esa sátira de Leopardi, así que exploraré; gracias. Todo un pozo sin fondo para estudiar el tema del suicidio. Lo cierto es que los románticos lo tenían crudo, porque si no se descerrajaban un tiro, se colgaban de un pino, se batían en duelo o se los llevaba la tuberculosis. Más que moda era plaga yo creo. Había inflación de muerte, frente a la deflación de épocas mojigatas. In medio virtus. No hay que desdeñar del todo la posibilidad de desaparecer como decisión libre e individual, ¿no? Un saludo grande.
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