lunes, 3 de enero de 2011

Ha pasado mucho tiempo desde la última entrada, demasiado tal vez. La pertinacia de la realidad corrobora mi intuición previa cuando decidí apellidar a mi Diarius con el parlante título de Interruptus. Finalmente, pese a su connotación sexual, es evidente que nada puede haber resultado más descriptivo para mi blog, pues será siempre interrupto y quizá incluso ocasional.
Las Navidades dejan en la memoria un importante poso de recuerdos, todavía muy recientes. Desde mi última entrada han sido algunos los libros leídos, las músicas escuchadas, menos las películas vistas, y más los acontecimientos humanos experimentados.
Debo hablar en primer lugar de mi padre. Le suspenden el tratamiento para evitar males mayores. Como lo veo de forma inconstante y no de seguido, sólo cuando venimos a Madrid veo sus cambios con más rigor del que pueden apreciar quienes lo ven regularmente. Y tengo que decir que me impresionó mucho en los días previos a Nochebuena el mal estado en que encontré a mi dilecto progenitor. Hinchado, ancianizado, cetrino, los ojos velados. No sé. Luego lo he visto mejorar un poco. En Nochevieja lo vi mejor, pero a su alrededor comienza a percibirse un coro de consejos bienintencionados por los que mi padre debe de sentir en su fuero interno un cierto desdén. Ni cree en algas milagrosas ni es precisamente un ignorante en cuanto a todos los procesos que su cuerpo puede estar sufriendo. Nada que decir a un tipo ejemplar del que sólo pueden recibirse enseñanzas, de cariz estoico siempre. Sobre el estoicismo, y más después de leer un pequeño opúsculo de Quevedo titulado Defensa de Epicuro, sigo pensando, como concebí desde mi propia intuición, que comparte con el hedonismo epicúreo una misma realidad filosófica, la segunda cara de una misma moneda, tal vez la cruz -estocismo- y la cara -hedonismo-.


Envidias de filósofos coetáneos al pensador del Jardín y la posterior animadversión de la Iglesia, que descubrió en él la claridad de un ateísmo éticamente irreprobable, sepultaron al hedonismo originario en una montaña de reprobaciones infundadas y oprobio, hasta conseguir que la palabra se haya convertido en sinónimo de placer abúlico y excesivo, nada más lejos de su realidad. Sin embargo, he visto en estos días cómo mi padre ha ido mejorando, que es lo que me importa.

En ningún momento le he visto flaquear su personalidad, y mantiene su cabeza tan cabal como siempre. Ayer grabé en mi teléfono una larga conversación de más de dos horas con mis padres, en la que estaban igualmente implicados mi hermana Merry y John Joshep, mi cuñado. También estaba la Tata. Se trataba de hablar de los antepasados, de nuestros ancestros, de nuestras aventuras genéticas. Y resultó maravilloso. Me gustaría repetirlo hoy. Ahí queda consignado. Datos biográficos que necesito para mi novela familiar, empezada hace mucho, pero que habrá de esperar hasta que madure su material durante años (a buen seguro la precederán otas novelas antes), La saga del frijol.
Sigo gritando dentro de mí: ¡viva mi padre!


Apunto aquí mismo otras cosas sobre las que quiero hablar:
Navidades, familia, nuevo año, proyectos (supervivencia versus libertad creadora), libros, El Ilusionista.



2 comentarios:

  1. Hola, Hernán. Un abrazo estoico para todos los tuyos, pues no sabía que estuvierais cuidando enfermedad del patriarca.

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  2. Henri, ¿qué podría decir que no suene a gilipollez? Mejor me callo y que hable el corazón. Abrazos fuertes.

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