domingo, 23 de enero de 2011

Los días que están transcurriendo en estos meses de invierno corren deprisa. El frío ha regresado para recordarnos que aquellos días bonancibles durante las Navidades y en los comienzos de enero no fueron sino un paréntesis provocado por la extravagancia climática de las últimas décadas. No discutiremos aquí sobre la verosimilitud de las teorías sobre el clima, aunque cabe apostillar que también hay quienes niegan la evolución de las especies. Se dijo que sobre gustos no hay nada escrito, y sabemos que es lo contrario: todo cuanto existe escrito es sobre gustos. Gustos y conveniencias, que es un tipo de gusto de carácter extremadamente pragmático.
La empresa y su día a día me ha absorbido como un agujero negro. Ni va bien, ni va mal, pero exige un ritmo de trabajo constante. Para un escéptico contumaz sobre el sistema de rección universal, estar untado de crematística existencia es un experimento literario, no tanto un ejemplo de incoherencia. La incoherencia existe allí donde hay doctrina, y mi salida de tono no corresponde a ninguna ideología en concreto. No sé si se comprende mi sentido del humor, sé que es extraño, pero la crisis sistémica no tiene arreglo y es un sálvese quien pueda. En eso andamos.
De mis últimas lecturas tengo que decir que El sueño del celta me dejó algo indiferente, no porque no se sujete la novela a un canon estricto y esté bastante bien escrita (sin maravillar), sino porque es prolija para tan poco y tan dudoso personaje, al fin y al cabo. Es Roger Casement un tipo cuya mejor baza moral es haber denunciado y combatido las injusticias cometidas contra la población autóctona del Congo en tiempos de colonización belga. No está mal. Era nacionalista irlandés y de inclinaciones pederastas. Le gustaban los efebos congoleños.
A mí, la novela me pareció, dentro de su corrección formal, proveniente de la veteranía del autor, una obra insulsa. El premio Nobel tiene su apoyo en obras de mucho mayor fuste y tensión literaria, que en ésta faltan.

Leo El testamento del hijo pródigo, de Soma Morgenstern, y esto son palabras mayores.
Hay redes azarosas, y el nombre de Soma Morgenstern me hizo recordar a Somerset Maugham (sólo se parecen en el nombre, claro está, porque se trata de autores sin parentesco literario), de quien leí hace muchos años varias novelas. Recordamos haber disfrutado una enormidad con El filo de la navaja. Y resulta que existe una película, y con esta inmediatez que permite Internet, aprovechando una leve convalecencia del fin de semana anterior por gastroenteritis, la veo en la pantalla del ordenador, mientras permanezco embutido en mi cama. La película recoge la moralina americana de aquel entonces y la coloca de rondón en la historia del joven Larry Darrell, cuando Somerset Maugham quiso componer una novela de iniciación, de búsqueda intelectual y espiritual, y para nada se pueden encontrar en él esos zafios visos moralejantes. Un insulso Tyrone Power hace de Larry. La peli está bien, pero es otra cosa, y aunque tengo lejana y muy olvidada la lectura de la novela, creo recordar que casi nada tiene que ver con ella. Por ejemplo, todo el proceso de lecturas en el que se sumerge el protagonista en su retiro de París, embaucado en la lectura (creo recordar) de Kant. Esa parte intelectual de la obra original está completamente perdida en la película. En general, todo el proceso de cocción intelectual e iniciación del protagonista, la lenta evolución de su mundo interior, está mal explicado y su aprendizaje resulta casi inverosímil en la película, que acude a torpes elipsis temporales. Pero como obra independiente se puede ver con gusto.

Antes que esta película, vi dos de las últimas de Woody Allen a las que no alcancé a ver en el cine. Conocerás al hombre de tus sueños y Si la cosa funciona (Whatever Works). Recomiendo esta última, Si la cosa funciona; disfruté mucho con ella. ¿Por qué me gusta siempre Woody Allen? No sé, pero con muy pocas excepciones (Poderosa Afrodita es sin duda una) siempre lo puntúo por encima del siete.
Quiero releer algo de Somerset Maugham y lo voy a hacer ahora mismo. Adiós, ego.

2 comentarios:

  1. Nunca me gusto Woody Allen, no me hacía ninguna gracia. Siempre he desconfiado de personajes melifluos y alfeñiques. Tampoco me hace gracia que mis ídolos se me caigan del pedestal por culpa de la infamia y es difícil aceptarla cuando sus obras están vinculadas de uno u otro modo a nuestras vidas. Tengo un primo cercano adicto a W. Allen a quien le fastidia que le recuerde su historial de pederastia. Es normal. Acomodamos nuestros principios a nuestros gustos (tal vez a nuestra conveniencia). Jimmy Savile es el paradigma de este cinismo siniestro que envolvió a la sociedad británica hasta bien entrado el siglo XXI. Al fin, una vez enterrado con honores de Estado, las autoridades tuvieron que investigar a fondo su pasado, sus atrocidades y crímenes que nadie había estado dispuesto a examinar mientras vivía. Si caía Savile caían en desgracia insignes personajes públicos. Sucede ahora con Bill Cosby ''el padre de América''. Pero son gente que se ha acuñado entre gente poderosa y con prestigio. Las víctimas han denunciado y denunciaran. Cuando el finado este en el sepulcro entonces se iniciara la revisión definitiva. Lo de W. Allen parece un asunto familiar pero por Cannes desfilan algunos pederastas seniles enviagrados. Mi posición rehúye los activismos oportunistas, pero en esto coincido con Susan Sarandon: ''No tengo nada bueno que decir de Woody Allen'' Yo lo digo ahora aun cuando es un ''presunto'' para el sistema penal, antes de que la espiche. Luego ya veremos. Saludos***

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    1. Tienes razón, Alex, y me incluyo entre quienes muestran una moral confusa a la hora de reprobar a sus idolillos culturales. En esto de la pederastia y el abuso de menores, siempre que haya constatación, deberíamos hacernos todos torquemadas. A pesar de todo, Polanski o Woody Allen siguen siendo para mí animales adorables. Qué sabemos… Un saludo.

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