domingo, 17 de abril de 2011

La hermosura de la vida y su extinción



Este fin de semana nos visitaron Mike y Marychus. Una gozada, una fiesta, un cariño.



Y Mike trajo consigo la reflexión inesquivable. Si siempre nos ronda su pensamiento, ahora la muerte ha pegado un golpe en el centro de nuestro territorio y ha levantado el polvo con desagradable descortesía, como es su estilo. Se la ha pintado de negro con guadaña en mano, como esqueleto que nos arrastra, también como dama blanca que nos arroja al olvido. Sus manos son flacas, sus labios de una delgadez extrema, porque nada tiene que decir. Es imposible entretenerla con una partida de ajedrez como hizo el caballero del Séptimo sello. El religioso con doctrina escatológica se consuela en el más allá. El epicúreo dice que no va con nosotros y no debemos temerla porque cuando ella no está, sentimos y gozamos, y cuando ella está nosotros ya no estamos y por tanto nuestra capacidad de sufrimiento ha desaparecido. Yo digo que su cita es como una fiesta para cuya convocatoria no debemos pensar la ropa que vestirnos, porque sin duda iremos preparados convenientemente. La naturaleza, galante esta vez, nos ofrece el cansancio como alivio, y cuando llegue nuestra hora lo más normal es que nuestra resistencia se vea enervada, sin fuerza, blanda ya, y una especie de dulzura invadirá nuestra conciencia. Muchos de quienes ven el abismo necesitan la salvación religiosa. El abismo es el pozo oscuro, la nada, la desaparición, el no ser, la negación del goce (no su contrario el sufrimiento). La muerte no nos proporcionará dolor o sufrimiento, ahogará el goce en la completa insensibilidad, en el no ser. El no ser nos convertirá en tiempo pasado. Entiendo a Mike, porque desde niño me muerde el pecho esa misma comezón, que en mí nunca se ha vuelto fóbica. La fobia se va con la transformación. Mike es un vitalista extremo, goza tanto de la vida que ni concibe ni soporta su extinción. Yo tampoco. En cierto modo te doy la razón, hermano: solo una voluntaria aceptación de ignorancia nos puede eximir del sufrimiento de pensar en la extinción de la vida. Piensa que si gastas tiempo en temerla le estás haciendo el juego, y restas goce a tus días para invertir tus pensamientos en una labor estéril. Es como la cuadratura del círculo o algo aún menos realizable; es como una torva sombra que debemos iluminar con la alegría y la paz. Estoy persuadido de que contenemos por naturaleza los resortes suficientes para aceptar la ignorancia. Aunque sigamos tratando de investigar el sentido de la vida y el conocimiento nos siga proporcionando el placentero vértigo intelectual del aprendizaje, por nuestra mediocridad animal o por nuestra grandeza espiritual, estamos también capacitados para el no saber, no entender. Aceptar.



Fíjate que hasta esos dominios llegan los místicos, a mi parecer, hasta cotas tan altas de espiritualidad como puede llegar a alcanzar un sabio materialista; los caminos parecen contrarios, pero confluyen en una extrema laxitud, una bondad sin reparos, una aceptación sin lucha, un goce de presente puro, un regodeo en un final sin sufrimiento, sin dolor, sin injusticias, sin nada.



No diré si es mejor una vía u otra, Epicuro o San Juan, pero cada cual encuentra su caminito. A mí, de este fin de semana me queda el vacío de haberos ido; pero esto tiene solución y debemos seguir viéndonos para charlar y disfrutar del cariño mutuo y el buen whisky. Os quiero. Un beso.



















EPICURO



SAN JUAN



El recto conocimiento de que la muerte nada es para nosotros hace dichosa la mortalidad de la vida, no porque añada un tiempo infinito, sino porque elimina el ansia de inmortalidad. Nada temible, en efecto, hay en el vivir para quien ha comprendido que nada temible hay en el no vivir.





Entréme donde no supe y quedéme no sabiendo toda ciencia trascendiendo. Yo no supe dónde entraba pero cuando allí me vi sin saber dónde me estaba grandes cosas entendí no diré lo que sentí que me quedé no sabiendo toda ciencia trascendiendo. De paz y de piedad era la ciencia perfecta, en profunda soledad entendida vía recta era cosa tan secreta que me quedé balbuciendo toda ciencia trascendiendo. Estaba tan embebido tan absorto y ajenado que se quedó mi sentido de todo sentir privado y el espíritu dotado de un entender no entendiendo toda ciencia trascendiendo. El que allí llega de vero de sí mismo desfallece cuanto sabía primero mucho bajo le parece y su ciencia tanto crece que se queda no sabiendo, toda ciencia trascendiendo. Cuanto más alto se sube tanto menos se entendía que es la tenebrosa nube que a la noche esclarecía por eso quien la sabía queda siempre no sabiendo, toda ciencia trascendiendo. Este saber no sabiendo es de tan alto poder que los sabios arguyendo jamás le pueden vencer que no llega su saber a no entender entendiendo toda ciencia trascendiendo. Y es de tan alta excelencia aqueste sumo saber que no hay facultad ni ciencia que le puedan emprender quien se supiere vencer con un no saber sabiendo, toda ciencia trascendiendo. Y si lo queréis oír consiste esta suma ciencia en un subido sentir de la divinal esencia es obra de su clemencia hacer quedar no entendiendo toda ciencia trascendiendo.















2 comentarios:

  1. La Ciencia busca la fórmula de la inmortalidad y eso genera escenarios peores que la misma Muerte. La religiones prometen un continuo existir o retorno. La primera no consuela aunque algún día conseguirá su Nuevo Prometeo; la segunda promete un viaje en primera clase si te portas conforme al dogma. Hay doctrinas filosóficas interesantes que no prometen y ni siquiera buscan, pero ayudan a tomárselo con calma. Cada cual enfrenta la muerte a su manera según las circunstancias que la unen a ella. Y otros ni siquiera la vieron venir para establecer estos vínculos emocionales. Es peor sobrevivir a los que amas y te aman. La Soledad es peor que la Muerte. Pensar en la alegría de vivir y crear y saber junto a los que te aman, es la mejor doctrina para estar en paz. Saludos y gracias por permitirme opinar.***

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    1. No, gracias a ti por opinar. "Escenarios aún peores que la muerte", dices; y en efecto, ¿hay algo peor que imaginarse inmortal? Casi es seguro que la brevedad de la vida es el primer motor del goce. Cuando escribí esta entrada, nuestro padre acababa de fallecer, 28 de marzo de 2011, a punto de cumplir los 84. Mi padre negaba la muerte y siempre se le oía decir que para él, una buena edad para morir era 500 años. Yo, en las condiciones que hoy me encuentro, la verdad es que me pongo en manos del Azar. Ya no niego la evidencia de que es el verdadero dios, el que lo mueve todo; no lo pongo en duda ni investigo Saludos.

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