I
Todavía los campos
-hay algo de su verdor en mi alma-
bajo este vientre de ballena, junio,
contienen la sustancia de lo hermoso.
Es trasunto del ánimo abatido
el cielo, herido de fotones pútridos.
pero hay una armonía apagadiza
y los bosquetes llaman a la noche
que ávida de tordos y otras aves
su cántico fagocita lentamente.
Hace tiempo que tuve
–coadyuvado por ciertos alcaloides
o un cóctel de hormonas y doctrinas–
tocando a mi postigo la locura.
Pero de pronto se ha cerrado la puerta para siempre,
y no conozco a nadie
tan cuerdo como yo.
El mundo se descifra
con cándida sabiduría,
nadie me engaña si no quiero
y la Naturaleza, sus pájaros,
su caótica perfección,
su deslumbramiento,
se alían con mi alma
porque soy el Único acólito
de su Filosofía,
el centro de su orden,
su dios o su discípulo.
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