Ucrania, el onfalismo de las naciones, la nueva religión de la Geopolítica
y su necesaria banalización del mal
La Historia, no es que se repita, es que no para de ser siempre lo mismo; no hay repetición, hay un continuo, una circularidad, permanente espiral de disparates. Y ¡si fueran sólo disparates! Bueno, sí, de «disparos». Lo que tampoco vamos a repetir aquí es el anquilosado lugar común de la crueldad, la maldad humana, la avaricia, la lucha por el poder y el dinero; todo esto resultaba ser ya parte de un axioma implícito cuando se busca la etiología de los materiales con que se construye la Historia.
Durante la plena Edad Media, en los territorios que hoy conforman la Ucrania actual, existía un Reino de Rutenia, que en la versión latina se denominaba ¡Reino de Rusia! —que sí, que el embrión de la actual Rusia fue precisamente el Estado de Kiev de Rus (nombre, Rus, de un adalid de vikingos matones), después «Reino de Rusia»—. En Kiev de Rus irrumpió, hacia 1246, una llamada Horda de Oro, proveniente del oriente mongol. El rey Danilo Romanovich tuvo que rendir pleitesía y someterse a Batu Kan, líder de los mongoles; pero… Danilo buscaba alianza y ser estrechado en brazos de la Europa occidental, y, por consiguiente, protección frente a la amenaza venida del Este. A mí esto me suena a déjà vu —propongo a la Academia la palabra engendro yaviví—.
Eslavos y vikingos, como Rus, negocian. De: ancient-origins.net |
El ombliguismo social, regional y nacional, esto es, que las naciones y el conjunto de la UE se regodeen en mirarse el ombligo (ὀμφαλός, ónfalos en griego), preocuparse sólo por ellas mismas, las políticas todavía con resabios nacionalistas han invisibilizado un problema muy grave, un auténtico parteaguas histórico obviado desde 2014. En noviembre de 2013, el entonces presidente de Ucrania Viktor Yanukóvich rechaza el Acuerdo de Asociación con la UE y prefiere echar a su país en brazos de la vieja madre Rusia. Recordemos lo paradójico de los vericuetos históricos y que Rusia fue en la alta Edad Media la hija del gran Estado eslavo del Reino de Rusia, esto es, el embrión de la Ucrania actual. El rechazo de Yanukóvich hacía la Unión Europea provoca las «Protestas de Euromaidán».[1] Muy buena parte de la sociedad ucraniana —96,4% de alfabetización— sentía como posible que su Gobierno abordara la europeización del país sin por ello tener que perder una buena relación con Rusia. La represión en la calle de las fuerzas militares y policiales ucranianas dejaron cerca de 100 cadáveres sobre el asfalto y bastantes problemas añadidos de carácter geopolítico; Europa volvía a defraudarse a sí misma, a mostrarse indefensa e inactiva frente al derrumbamiento de sus posibilidades civilizatorias. Finalmente, tras protestas y represión, Yanukóvich dimitió y en junio de 2014 accede al poder Petró Poroshenko, un presidente de los plutocráticos (Trump, Berlusconi),[2] un oligarca en toda regla. Ucrania pasaba entonces, en términos geopolíticos, de bloque alineado con Rusia a bloque alineado, siquiera en grado de tentativa, con la OTAN, ergo con EEUU, y con la Unión Europea. En mayo de 2019, Volodímir Zelenski, un candidato salido del circo mediático, el espectáculo de la comedia, gana las elecciones a Poroshenko. Zelenski construyó su propia productora Kvartal95, con la cual creó una serie de televisión llamada «Servidor del pueblo», en la que Zelenski desempeñaba el papel de presidente de Ucrania. O sea, en plan Los Simpson, donde, burla burlando, las ficciones se adelantan a los escenarios políticos reales más disparatados; valor de predicción o, en el caso que nos ocupa, directamente una campaña de coña. La serie salió al aire desde 2015 hasta 2019, cuando la tontería se hizo realidad.
Desde el propio nombre hasta las banderas enarboladas hablan en las Protestas del Euromaidán de un claro europeísmo |
En términos siempre de pura presunción, Zelenski es proeuropeísta, pro OTAN, liberalprogresista —¿qué cosa es ésta?—. Los territorios de Donetsk y Lugansk, de mayoría rusofila y rusófona, al este de Ucrania, fronterizos con Rusia, se habían autoproclamado como Repúblicas populares independientes de Donetsk (RPD) y Lugansk (RPL) al abrigo del poder militar de la gran vecina putiniana y tras un referéndum en plan 1O 2017, Catalunya. Ni la UE ni, por supuesto, el Gobierno de Ucrania reconocieron estas wonderful new Republics —reluzca el arcoiris del idealismo—. Poco antes, tras el galimatías del Euromaidán, con soldados rusos sin identificación en sus uniformes, la península de Crimea es anexionada a Rusia. Verdad que la población apoyaba mayoritariamente la anexión, y Putin, el último gamberro pseudoimperialista de una gran potencia, con cara de gélido avatar, hizo de su capa un sayo y consiguió, a estas alturas de la Historia, anexionarse 27.000 km² de Crimea y una deseada salida al Mediterráneo vía Mar Negro. Discutiendo sobre la cuestión con un amigo, me señala, con buen juicio a priori, que en los tiempos de Guerra Fría, Rusia se resignó a representar su papel de Caín en la Historia al aceptar así a dar los primeros pasos en la desescalada armamentística, sin que después hicieran lo mismo los norteamericanos, incumpliendo el negociado, vaya. Rusia retiró misiles y bases allí donde se le dijo al Gobierno de Brezhnev resultaban más flagrantes. Busco en la Red algún artículo, bibliografía que apoye la afirmación de mi amigo; pero sin ningún éxito. Lo cual no significa que, en última instancia, la deducción final no sea más que razonable: ¿puede permitir Rusia que Estados Unidos, OTAN mediante, cierre su red contrarrusa sembrando sus misiles y cazamisiles en la frontera ucraniana? ¡A cinco minutos de un pepinazo contra Moscú! ¿Es justo, incluso?
Consumimos la información que se nos proporciona, como el pienso dispensado en una granja, información con una ingente cantidad de sucesos importantísimos cercenados, porque no conviene resaltarlos demasiado —en Yemen, en este preciso instante, civiles, mujeres y niños están siendo masacrados por el ejército saudí, al que Occidente vende armas por millones de euros (más de 50 millones sólo España); ¿cuánto hay que escarbar para encontrar noticias al respecto?—. Con ese ignoto espacio de tiempo, acerca de la evolución de hechos en Ucrania desde 2013, sobre el cual los medios nos mantuvieron cegatos, se empieza a oír ahora hablar de «guerra, tambores de guerra, preparación para la guerra, tropas posicionadas», etc. Con el desparpajo del coleccionista de soldaditos de plomo o el aficionado a los tanques y todo pertrecho militar, con la futilidad del comprador entusiasta de fascículos sobre las guerras mundiales, maqueta del Panzer incluida, aparecen ahora en los medios los analistas geopolíticos apostolando acerca de un posible enfrentamiento bélico, la invasión de Ucrania por Rusia o la respuesta del ejército de los EEUU, como si tal cosa. Juegos de niños, despliegue de mapas geoestratégicos donde una ciudad con miles de habitantes se convierte en una pieza de monopoli bélico. Nos encontramos entonces con la paradoja del pensamiento débil incumplido.[3] El aparente olvido de los horrores de la guerra. Se comienza a perder el respeto por palabras de calibre grueso. La ética comienza a constreñir el rostro, arrugarse como un higo seco, se retira a la caverna del pensamiento. La banalidad del mal, sensu stricto, tal y como aparece reflejado en el enorme libro de Hannah Arendt, envenena la lengua de excoroneles del ejército, periodistas expertos en geopolítica, politólogos, historiadores ultracontemporáneos… La humanidad vuelve a ser capaz de repetir los actos más atroces. Como si nada. El que escribe cosas como esta que ahora estás leyendo es considerado un iluso, practicante del buenismo, una mente inmadura incapaz de comprender la realidad de los asuntos de los mayores. Un pacifista. Bazofia posmoderna. Es ahora, por no remontarnos más en el tiempo, cuando podemos hacer algún tipo de cábalas sobre lo que está sucediendo en Ucrania.
Quién gana en las guerras y quién pierde? No gana nadie excepto los vendedores de armas; pierden todos, pero pagan con sus vidas millares de civiles y obedientes soldados |
¿En manos de qué tipo de monstruos nos encontramos?
¿Quién sufriría en caso de guerra? ¿Quiénes sufrirían más y de manera más
inicua? Todo parece poder colapsarse de un día para otro, con un centón de
periodistas bocachanclas hablando de que la guerra puede ser muy mala porque
subiría el precio de la luz, o dislates semejantes. En programas de presunto
análisis político con corrillos de tertulianos todoterreno y doxólogos de toda
laya, se enhebran en pie de igualdad temas como el conflicto de Ucrania, la
disputa mediática sobre Eurovisión, el último rumor sobre el rey "sinmérito" o el
voto errático sobre la Reforma Laboral.
Tras su levantamiento grano a grano, piedra a piedra,
costoso, lento, lleno de trabas, después de su complicada, colosal y muda
construcción, el Templo de la paz, la fraternidad, la libertad y el progreso,
el gran edificio del humanismo, puede ser dinamitado cualquier madrugada de
éstas, cuando estábamos acariciando el acceso de la civilización al último
peldaño de la evolución cultural, la Ética; cuando confiábamos —y debemos seguir
haciéndolo— en el optimismo antropológico fundamentado en nuestros cálculos
entusiastas, pero también en los de pensadores como Noam Chomsky, Steven
Pinker, Richard Dawkins, Gianni Vattimo, F. Savater, Daniel Dennett, incluso
Zigmunt Baumann — por el método de la antinomia—, Daniel Goleman,
etc.
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Escrito y publicado hace unas horas este artículo en el blog Diarios Interruptus, Leo un artículo De opinión de Mario Vargas Llosa, «Putin, ¿un patriota?», Con fecha de hoy mismo en el periódico El País.
Vargas Llosa, descendido del pedestal de los dioses de la literatura desde que opina abiertamente de política y se posiciona, es verdad que a veces con compañeros incómodos, pero con toda honestidad y, faltaba más, con todo el derecho, escribe un artículo sencillo, con un dibujo hipotético sin grandilocuencia geopolíticas, un artículo translúcido, pero seguro que con muy buenas fuentes; en ningún modo trivializa, no juega en absoluto con esa banalidad del mal que tanto detestamos y que debemos siempre despojar con la mayor sorna y contundencia, y tenemos claro que existe una opinión desde el otro lado de la realidad (siempre recomiendo la lectura de RT televisión, canal de información ruso en español, orientado al mundo hispánico); sin embargo, creo que merece la pena leerlo. Pueden acceder en: Putin, ¿un patriota? Vargas Llosa.
NOTAS
[1]
Desde
el 15M de Madrid, el movimiento Wall Street de Nueva York, incluso la
«Primavera Árabe», la parte del voto contra el Bréxit en el plebiscito del
Reino Unido para salirse de la UE, recorre la Tierra una ola de jóvenes
sobradamente preparados y que creen en un mundo más justo, fraternal y libre de
fronteras, ola de juventud que constituye también el grueso de las Protestas de
Euromaidán en Kiev, conocidas como «Revolución de la Dignidad»; pero finalmente
prevalece, se impone y dirige el decurso de la Historia la política de los
viejos y sus modelos de fronteras cerradas, egoísmos nacionales y mirada
geopolítica preñada de abulia ética. Muchos de los viejos de hoy que manejan
las caballerizas participaron o se veían representados en el Mayo del 68;
veremos si esta juventud de ahora, si los nacidos después de 1989 no terminan
comportándose contra su credo de hoy, cuya música suena bien, y con la
«madurez» no terminan regresando al disco rayado de la infamia.
«R. El pensamiento débil plantea,
efectivamente, una ética de la tolerancia: hacemos una interpretación de la
cultura que toma como modelo la historia del ser de Heidegger con el propósito
de debilitarlo, de reducirlo. Tenemos razones para defender la tolerancia y la
no violencia porque la única racionalidad que podemos aceptar es la que
entronca con una tradición que, desde el medievo hasta la edad moderna, ha de
venido en la reducción de las estructuras fuertes, del poder, el Estado.
P. ¿Cuál sería el método de acción del
pensamiento débil?
R. El pensamiento débil es a la vez una
reducción de la filosofía y no veo a la filosofía como guía de una acción
política. El pensamiento débil propone el abandono de la violencia, el control
sobre la destrucción de la naturaleza -en cierto modo somos ecologistas- y, en definitiva,
una interpretación menos neurótica de la
existencia.» (Recuperado en: https://elpais.com/diario/1989/06/14/cultura/613778404_850215.html).
Leyendo tu artículo y, después, el de Vargas Llosa, pensaba en unas líneas de Stefan Zweig sobre su percepción de lo que pasaba en las capitales europeas poco antes de que comenzase la I Guerra Mundial: todo el mundo se hacía el valiente y no había ni la más mínima sensación de que aquello fuese a desembocar en el cataclismo en que acabó. Nadie pensaba que el otro atacaría pero una vez que la espoleta se soltó aquello ya no hubo quien lo parase. Las figuras de decoración, los soldaditos, murieron durante cuatro eternos años en aquellas trincheras que pasaban del frío eterno del invierno centroeuropeo, al calor húmedo y pegajoso del verano cuando no surgía algún ataque del enemigo, el que fuese, lanzando a los peones a una muerte segura para conseguir nada. El cine y la literatura han dado buena cuenta de la matanza. Meditaba estos días también en que el ambiente hoy es igual de "optimista": desde el "eso no va conmigo" de muchos, a esos aprendices de tictocinfluencers que se posicionan de un lado o de otro para animar e influenciar a sus seguidores sin tener ni idea de lo que está pasando. "Ahora soy prorruso porque los americanos me caen mal, aunque no tengo ni pajolera idea de lo que está pasando allí" me dijo hace pocos días uno. Cuando, recientemente, Rusia se apropió de la Península de Crimea, que Stalin había regalado a Ucrania, algunos pensamos que Rusia había retirado el regalo que hizo la URSS a una de sus repúblicas. Y el mundo, entonces, dijo mucho menos que hoy en que aún no ha tomado nada. No sé si ahora es la jugada final o una más de las de ese tablero de ajedrez en la que ellos y los otros se lo guisan y se lo comen mientras los demás somos simples peones que participamos en el juego y que quizás resultemos achicharrados si realmente la cosa se pone caliente. En cualquier caso, lo que sí está claro, no tendremos ni arte ni parte, ni voz. Pero sí sus consencuencias.
ResponderEliminarDe acuerdo con cada coma y punto de cuanto comentas. La etiología se encuentra en un lugar común, pero ineludible: la banalidad del mal, Félix. No nos puede paralizar el temor a ser juzgados como "buenistas", "comeflores" o simplemente ingenuos; nuestro pacifismo ha de ser tan firme, contundente y valeroso como la guerra misma, los ideólogos tozudos, las capillas ciegas. Más. Si la empatía ya es un cultivo difícil en el pequeño invernadero de nuestros presuntos seres queridos, en el terreno extensivo resulta una flor inencontrable. Los argumentos para llegar a comprender el mal de la guerra, la violencia, la destrucción del medio ambiente o la injusticia, para que calen en el individuo, finalmente tienen que resultar o rentables o de repercusión egoísta. Si no, como dirían en México, "¡ni madres!".
ResponderEliminarCariñoso abrazo, gran Félix.