Encontré, no sin esfuerzo, el acantilado que necesitaba, con acceso al coche y una buena ladera que condujera hacia el vacío salado. Rocié el motor de gasolina, dejé algunas de mis pertenencias (las que había preparado para ello) en los asientos de atrás. Mi cartera con todo: tarjetas, documentación, algo de dinero. Con la puerta del conductor abierta, lo he arrancado, he puesto en punto muerto el coche, he prendido fuego al motor, he cerrado el capó, lo he empujado por detrás. El coche ha ido tomando impulso. Como pesa bastante un Volvo familiar antiguo (llegúe a considerarle mi amigo), enseguida ha cogido velocidad y completamente en llamas ha saltado al vacío. Me ha sorprendido su entrada en el mar. El fuego persistió incluso dentro del agua. Es increíble, pero igual que en las películas americanas por cuyas explosiones inverosímiles siempre protesto, el Volvo, ya dentro del agua, ha explosionado provocando una espléndida onda expansiva. Un pequeño tsunami. Ya sé que parece inexplicable, pero alguna explicación tendrá. Me alegro de que mi muerte al menos haya provocado eso: un tsunami y una perplejidad científica. Ya supongo las noticias de mañana, que no podré leer porque estaré durmiendo en algún lugar del Atlas marroquí, pero su titular será algo así: "Un vehículo incendiado cae al mar en un acantilado de Cádiz". Y la entradilla: "Los servicios marítimos de rescate siguen buscando el cadáver del conductor, cuya puerta se encontraba abierta, y cuyas siglas, según la matrícula del vehículo, corresponden a H.V.".
Ya supongo, Mildred, que, tal y como te indiqué, sabrás declarar simplemente que abandoné el hogar hacía unos días y no sabíais nada de mí.
Qué incidente (como dicen los periodistas palurdos) tan simple.
Es el último acto verdaderamente contaminante que habré llevado a cabo en mi vida.
Ahora también puedes cobrar el seguro que te protegía ante una posible muerte del cónyuge. Creo que la cobertura de la que te hablé el otro día por abandono de hogar, y esta de muerte, son compatibles. Míralo a ver.
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