Mildred es buena. Se encarga por las noches de acostar a los niños. Hace tiempo que hay un acuerdo tácito según el cual yo me he dejado progresivamente de ocupar de las labores de la casa a cambio de ocuparme de los problemas de mi empresa. Su trabajo, más previsible y menos intensivo, está en una de esas cláusulas como argumento fundamental para que la parte principal del contrato pueda cumplirse. No me gusta su papel en el contrato, detesto también el que me ha tocado a mí. La casa donde vivimos cumple las exigencias de una familia feliz: entorno amable, verdes colinillas, valle con río (aunque el miasma industrial viaja por su cauce); un castillo de pintoresquismo más decimonónico que medieval. Un perro, un loro. El matrimonio y dos hijos saludables. El niño y la niña. ¿Qué más queremos?
"Querida familia, no se me desgarra el corazón (o sí, tal vez sea inevitable), porque como sé que me conocéis sabréis comprender mis razones y algún día volveremos a encontrarnos. Mi espíritu roza el tedium vitae de los románticos, y un romántico con tedium vitae (que os explique vuestra madre qué es eso, más o menos) es un espíritu a punto de quebrarse como un hojaldre. Quizá ese tedium es cabreum vitae, más bien. Mi inquietud por el mundo, por pasar aventuras, por vagar libremente, por conocer gentes extrañas (nada tan reconciliante con la raza humana como el contacto superficial con los desconocidos, sobre todo cuando ni siquiera hablan tu idioma ni gesticulan como tus compatriotas), mi anhelo por una vida de experiencias reales me impele a abandonarlo todo (lo obvio, lo opresivo, lo cotidiano, lo frustrante, lo castrante, lo civilizado, lo laborioso, lo responsable, lo contaminante, lo absurdo, lo impuesto, lo material) y recorrer el mundo. El mundo parece pequeño cuando vemos un mapa, cuando escuchamos las noticias, incluso cuando viajamos en avión; pero el mundo desde abajo, visto desde las humildes suelas de nuestros zapatos, recorriendo caminos, pueblos, ciudades y paisajes, durmiendo cada día en un lugar diferente, ese mundo se agiganta. Sin identificación personal en nuestros bolsillos, sin pasaporte, sin identidad. Cada cultura, cada tierra, cada rincón, se multiplican y la diversidad del planeta cobra todo su interés y su amplitud. También hay animales, árboles, plantas y piedras diferentes. Cielos. Hay quien dice que no conocemos ni siquiera la diversidad más próxima a nosotros, y probablemente tiene razón, pero también es verdad que para conocer lo que tenemos al lado en ocasiones hay que irse lejos. Antes de que mi inteligencia se pudra en un laberinto de problemas materiales incomprensibles, en una lucha por un tipo particular de supervivencia en el que no creo, antes de que mi capacidad de sorpresa quede esquilmada como un campo sembrado por la sal de la rutina, me voy, no huyo, sino que renazco. Os quiero, os quiero hasta no poder expresarlo más que con viejos y manidos clichés como: "hasta el alma", "como a nada en el mundo", "más que a mí mismo". Y no os olvidaré. Entre tanto, no estoy muerto, pero actuad como si lo estuviera de forma provisional, sin tristeza pero sin que mi ausencia os suponga ningún tipo de opresión. Sabréis de mí. Finalmente, si así lo elegís, os llevaré conmigo."
Yo soy el aventurero, el mundo me importa poco... (corrido popular mexicano).
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