domingo, 8 de mayo de 2011

Suspendido el viaje a México

No hablaré, ni pensaré, ni escribiré (menos aún, ¡claro!) sobre la empresa, el negocio al que dedico demasiado tiempo. Su declive es el declive de la economía española. Uno siente que vive los días finales de la historia, en su visión egocéntrica y mezquina, porque todo cuanto hace parece repetido por otros miles de hombres que repiten actitudes, labores, intentos, quebraderos, ceremonias. No sé si Inside Job, o el Crash Course, o las visiones generalistas sobre la crisis, que aseguran es universal ("epocal", dijo el estulto Chávez), tienen razón; si esto es global, al menos dentro del supuesto "primer mundo", o si en España el asunto es especialmente tremendo. Uno, en su visión egocéntrica y mezquina, como dije, tiende a pensar que sus males son los males de la humanidad. No sé de economía, pero siento que la entrada en el euro fue uno de los mayores pufos de la historia española. A unos cuantos, para esas maniobras de la especulación universal (véanse esos reportajes en inglés arriba anunciados), les interesaba toda la unificación monetaria que fuera posible.
Ahora, se plantean que Grecia pueda volver al dracma. Sería bueno, porque el nombre de dracma trae resonancias históricas que tienen que ver con el comercio de antaño, el de los mercados y los productos de verdad: miel, queso, piedras preciosas, paños, tintes, tisanas, cueros, calzado, carne, vegetales, fíbulas, pañuelos, especias..., los carros repletos de mercancías provenientes del lejanas tierras (a más de 100 kilómetros lo eran), el cruce de lenguas mediterráneas, los colores del ágora y los callejones aledaños, los olores de las plazas abarrotadas de gente trajinando. Sería bueno que Grecia regresara no sólo al dracma (de δράττω, "agarrar"), sino a la época de los filósofos presocráticos; sería bueno pero será imposible.
En el caso de esta España donde no se dio con tanta prez esa concentración de inteligencia, no sería malo regresar, no ya a la más vulgar peseta, sino al maravedí o los doblones de una época donde no faltaron místicos, filósofos y poetas, en un Siglo de Oro al que enturbiaron, a mi parecer, las excesivas ambiciones de políticos (malditos siempre) y los excesos de la gloria de la espada (que es mala gloria para quien pierde la vida con su punta).
Tenía previsto ir a México para ver cómo van por allí los negocios; pero las cosas aquí no están fáciles ni se pueden delegar en nadie tantos frentes abiertos. Más adelante iré de nuevo, cuando las aguas vuelvan a su cauce o excaven uno nuevo, que todo es posible.

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