domingo, 19 de agosto de 2012

Carta a Big Lewis y Eimy

¡Big Louis! Aquí estamos, diez y pico de la noche, domingo: mañana empiezan los niños el colegio. Momento estelar en la estela familiar. Bien. Por aquí bien. Echando de menos a quienes se quiere, porque no son solo los días, es la noción de la distancia. En fin, me acuerdo de ti, y de Eimy. ¿Cómo está? No me extraña que le haya admirado el libro de Jan Karski. Es impresionante. Una auténtica joya autobiográfica, con una sapiencia narrativa propia del mejor novelista, y un documento auténtico, uno más, de la aberración nazi, de su perversidad, su ignominiosa y estulta arrogancia, su cruel simplonería; Historia de un Estado clandestino también es el retrato de una primera mitad del siglo xx europeo completamente lejano, y que ahora, con esta crisis, ¿provocada, manipulada?, nos recuerda que detrás de los años demasiado felices siempre aguarda una desgracia. Como en los dramas fílmicos. Si la cosa asciende a mayores, no lo dudes, nos haremos de la Resistencia. ; )  

Cubierta de un libro excelso


En fin, Louis o Lewis o Big Louis o Big Lewis (esto me recuerda a otro amigo a quien creo merecedor de una carta manuscrita (así será, Shawn), quiero que sepáis que estamos bien, trabajando, sacando adelante la existencia, con algún pequeño instante de duda, con muchos de acción alegre, con bastantes momentos de entusiasmo... Los niños, de maravilla, sin dudas, solo alegría y subidón. Mildred... con alguno más de duda o nostalgia, pero poco a poco. Comienza ella también nuevas actividades que le darán mucha vida. Todos bien. Mucha relación social, mucha gente nueva, mucha buena disposición para hacernos la nueva vida más amable, más sencilla. Bien la gente. Muy bien. El país, con sus muchos defectos, es buen recibidor, acoge con naturalidad y con muchas posibilidades de buscarse la vida, de actuar, de perseguir ilusiones. La ilusión está en el aire, hay algo de realismo mágico en las moléculas. Vale. El trabajo que sirve de modus vivendi va marchando, tirando; como todo es nuevo o diferente, pues se toma con más entusiasmo, porque uno siente que está trabajando no solo para ganarse la vida sino también para observar mundo, para aprender nuevas formas de ser, de hacer, de estar. Y los lugares, las cosas, todo es ligera o profundamente diferente, nuevo. Además, trato de tener siempre presente que debo encarrilar la vida hacia la literatura y el arte, así que intento hacer cosas, pergeñar planes, mostrarme curioso y contactar con quienes cuentan en este mundo algo más que monedas. Cuesta todavía porque no encuentro muchos huecos. Me doy tiempo y trato de no ponerme ansioso. Todo irá llegando. El amor propio sigue viajando en la montaña rusa, hay días en que uno se come el mundo y vale porque vale; en otras ocasiones, las moléculas del amor propio se desvanecen y es como si una maldición hubiera caído sobre nuestra inteligencia, que queda a merced del ánimo movedizo. Pero solemos resurgir de nuestras cenizas, es condición bastante notable de mi naturaleza. Sí. El peso de eso que Freud definió como superego, todos esos fantasmas inoculados en nuestra infancia más tierna, ese lastre judeocristiano, digo, y alguna otra cosa suelta en la conciencia, son siempre vencidos por la vitalidad, porque uno es capaz de inventar un antisuperego igual de subrepticio, taimado y actuante. Y porque nos acompañan presocráticos, epicuros, asnos de oro y fabulaciones de siglos pasados que son como muletas. Así que luchan en lo profundo de la psique el superego y el antisuperego, mientras el ego se entretiene en cotidianidades. Venceremos, Big Lewis, venceremos. En ocasiones falta valor dialéctico, como si nos anduviéramos escondiendo, porque es estéril dar margaritas a los cerdos, o impartir doctrina sutil a los adoctrinados en blanco y negro. O por amor y filantropía. Especie inmerecedora, pero especie amada. La inteligencia se bifurca entre querer eclosionar u ocultar pragmáticamente sus mejores galas, reservadas para el pensamiento en solitario, la escritura o pequeñas orgías con amigos que ahora faltan.

Pero de veras que escribo sobre todo porque quiero que me digas cómo vais, cómo está la dulce e increíble Eimy. Transmítele de nuestra parte un cariño apabullante. 
A ti, qué te voy a contar que no sepas. Un abrazo muy grande, Big. Y os esperamos por aquí, tenemos una habitación con "tapanco" ("tabanco" según DRAE) que sirve casi como un apartamento completo, para que estéis a gustísimo (esta locución adverbial debería convertirse en una sola palabra, pero ahí anda la Santa Institución de los realacadémicos manteniendo separado lo que Dios y los hombres quieren ver junto, que es estar agusto y no a gusto -argumentarán, supongo, su antónimo, a disgusto, pero y qué-).

Besos y abrazos inconmensurables