miércoles, 29 de septiembre de 2010

Villartis: esbozo sin corregir para una utopía comercial

En un día de huelga estéril (que nadie piense entonces que estoy del lado de los otros, simplemente no existe solución a la debacle universal a la que nuestra inicua y ciega especie se encamina), nada mejor que una salida de tono. Mecenas del mundo, si os animáis a financiar un proyecto así, decidlo.
Villartis, ciudad del Arte y el libro.

¿Qué es Villartis?

Villartis es

una nueva pequeña ciudad formada a partir de un pueblo abandonado o tan en declive que estuviese a punto de serlo. Sus dimensiones pueden oscilar, pero necesita un espacio suficiente para poder desarrollarse al completo. Una ciudad por tanto en sentido figurado casi, pues su tamaño es el de un pueblo. Tiene unos alrededores de naturaleza rica, río, bosque, campos. A la ciudad es imposible acceder en coche. A unos tres o cinco kilómetros, o en el último pueblo antes de llegar a la zona, se puede encontrar un aparcamiento perfectamente vigilado y de confianza donde poder dejar el coche, la moto, el autocar o lo que sea, por el tiempo que se desee. Un aparcamiento convenientemente oculto y respetuoso con el medio ambiente (posiblemente bajo tierra). Luego se accederá hasta Villartis a pie o en unos coches de caballos que continuamente traen y llevan a los pasajeros foráneos. La ciudad tiene ya sus primeras instalaciones donde dejamos el coche, y allí nos pueden orientar acerca del significado y los atractivos de Villartis.

Villartis es un sistema de vida al que tienen acceso los turistas (máximos mantenedores de la economía local (dicho de otro modo menos romántico y tan real, los turistas serán la fuente primordial de ingresos de Villartis tomada ésta como empresa, aunque la ciudad tendrá también otras fuentes de ingresos). Un empresario puro sin duda trataría de ver en Villartis una especie de “parque temático” sobre el pasado y construido desde la perspectiva de la cultura y el arte. Un viaje al pasado riguroso por auténtico, nada de una mera apariencia, como veremos. No obstante, Villartis se niega a considerarse a sí misma como un parque temático (que es puro embeleco y escenografía). Es una ciudad del arte y el libro, un sistema de vida autónomo, con casas, formas de vida y habitantes auténticos. Villartis es la “ciudad del arte y del libro”. Sobre todo, tenemos una serie de librerías de libro raro, antiguo y de ocasión. Hay unas 40 librerías, dentro de las cuales encontramos algunas de libros en otros idiomas (inglés, francés, italiano, alemán, lenguas orientales, lenguas indígenas...). Éstas deben ser lo suficientemente importantes como para atraer la atención y la asistencia de miles de interesados de fuera de España. Por descontado, Villartis se convierte en el centro del libro antiguo más importante de España y ojalá de Europa y del mundo, donde libreros, bibliófilos, profesore

s y catedráticos de universidad, amantes de la lectura en general y curiosos, tienen su cita y su mejor fuente de datos y de adquisiciones. Libros extraordinarios, ediciones sorprendentes, un caudal de rarezas y también de todas las publicaciones más ordinarias, un complejo y mágico mundo del libro, el conocimiento y la sabiduría, con el aliciente de que con todo esto, en cierto modo podríamos decir, se trafica. Se vende, se compra, se mueve. Se busca. Si algún atávico mago optase por buscar un libro que le diese la clave alquímica sobre la transformación de los metales en oro, sin duda debería venir a Villartis.

Villartis cuenta con una imprenta propia. Es una imprenta antigua puesta de nuevo

en funcionamiento. Sus libros deben ser siempre de escasa tirada y exquisito cuidado. Se deben convertir en referencia tanto por su cuidado físico como por su cuidado textual y de contenidos.

Al llegar a Villartis, lo primero que extraña es la vestimenta de los habitantes: visten como en épocas remotas. Sólo en un pequeño barrio tendremos habitantes que vestirán como en nuestros días, y en cada barrio se vestirá como en la época que tal barrio representa: desde el más moderno correspondiente al mundo contemporáneo hasta el más remoto, correspondiente a la Antigüedad (donde las vestimentas serán una mezcla entre los ropajes griegos y romanos), pasando por los primeros años del siglo XX, el siglo XIX, el XVIII, la época del Renacimiento y Barroco, y la Edad Media. Villartis está dividida en épocas. En cada barrio o gremio de época existe la librería especializada. Además, los habitantes de Villartis tienen otras actividades que las del libro, y todas las actividades están relacionadas con el arte, la

artesanía y el campo. Habrá comercio de aquellos productos producidos localmente o que correspondan a la época representada.

En Villartis hay patios en algunas de sus posadas y hospederías, corralas en alguna

s casas y teatros donde cada día se celebran funciones dramáticas y líricas. Hay galerías de arte. El concepto de galería de arte no es exactamente el que podamos tener en la cabeza. En cada barrio (en cada época) se encontrarán las obras de cada una de esas épocas; pero la galería de arte, por ejemplo, del gremio Alta Edad Media consistirá en un palacio o pequeño castillo donde podremos visitar cada una de las salas. No será una entrada a un museo. Visitare

mos el palacio como si visitásemos al señor de la casa y él nos invitase a ver sus obras. Podremos incluso sentarnos en las salas de la casa, o en el jardín junto a la fuente, o comer con la familia los platos propios de la época y de la misma forma en que ellos lo hacían (restaurante convenientemente simulado bajo la apariencia de cena familiar o

banquete cortesano).

Conciertos de música en cada uno de los barrios o gremios. Espectáculos callejeros. Danzas. Procesiones en cada fecha señalada. Villartis será un continuo goce para los sentidos. Una recreación histórica fantástica.

Otra de las características de Villartis es su carácter concitador de artistas. En la ciudad se congregan una serie de artistas que podrán vivir allí una nueva etapa dorada para el pensamiento y la expresión artística; un Re-Renacimiento en un espacio físico propicio donde los mecenas deambularán en busca de sus obras por las calles, callejuelas, plazas y jardines.

No hay Re-Renacimiento sin ideas; sin un pensamiento filosófico. Por eso, probablemente desde Villartis se genere una corriente de pensamiento que pueda contribuir al bien de la humanidad. Sin embargo, permanecerá siempre fiel al nivel abstracto en todo lo que constituya producción de pensamiento. Como las matemáticas eran consideradas en la Grecia clásica, de manera que cuando los matemáticos latinos comenzaron a aplicar sus fórmulas para construir ingenios y máquinas, a los matemáticos griegos les parecía una especie de perversión. La utilidad debería quedar reducida a la “utilidad para el espíritu”. En cualquier caso, nadie sabe dónde llegue a hacia qué pueda derivar el pensamiento o el arte de Villartis.

El resto de habitantes, excluidos aquellos que en este memorándum ya han ido saliendo, libreros, aristas, dependientes de los distintos servicios que hayamos podido imaginar, en Villartis tendrán su asiento también campesinos y ganaderos, que en muchos casos podrán compatibilizar sus tareas del campo con alguna faceta artística o del pensamiento: pintura, escultura, literatura, teatro, cine, filosofía... Villartis aspira a un cierto grado de autosuficiencia o autarquía, y será, por propia lógica (en ella se mueve la cultura con el único fin de irradiar conocimiento y, a quien la alcance, sabiduría), será ejemplo de ciudad “ecológica”. Será difícil ver plásticos. Cualquier polímero queda completamente prohibido en los gremios de épocas posteriores, no así en el barrio de época contemporánea. El uso racional de recursos naturales, el consumo de alimentos sólo de temporada, el ahorro de agua... todo en Villartis será modelo de sistema armónico. Por si algún despistado aún se lo pregunta, por supuesto que no habrá luz eléctrica en los barrios desde el siglo XVIII para atrás. En el gremio Moderno (finales del XIX, principios del XX) existirán los faroles de gas. En el contemporáneo nada extrañará al visitante, excepto el sumo respeto por el medio ambiente y la instalación de la más avanzada tecnología de eficiencia energética. En cada barrio se sobrevivirá con los medios propios de su época. En términos de política actual, responderá en grado absoluto al desarrollo sostenible. Desarrollo de la vida del hombre, de su producción artística y filosófica, pero no técnica (excepto en al gremio Contemporáneo).

En Villartis , ya lo dijimos, y hablando de los barrios pasados, no hay luz eléctrica en las calles. Ni en las casas. El horario está guiado por la luz del sol, aunque habrá una abundante iluminación de candelas, teas, etc.

Los visitantes se hospedarán en hospederías y posadas al uso y según la costumbre de cada gremio/época. Habrá agua corriente, en un alarde de modernidad, y un sistema de alcantarillado; en fin, cualquier instalación o infraestructura que se pueda construir artesanalmente, a mano y con materiales permitidos, aunque haya que recurrir a ingeniería avanzada. No habrá servicios/aseos al estilo actual, y en cada barrio se tomará una solución diferente para estos menesteres relativos a la higiene personal de habitantes y foráneos. Nadie pasará frío (habrá diferentes sistemas de calefacción según épocas, como los hipocaustos de los que se usaron en tiempos de Grecia y Roma). Sin embargo, los sistemas de refrigeración para el verano son un alarde demasiado sofisticado para que puedan existir en los barrios del pasado. Pasar algo de calor en verano es un inmejorable decorado sensitivo del pasado. Una palabra prohibida en el Villartis del pasado: ordenador. Cualquiera de las producciones villárticas, la propia existencia y su propagación, o la sabiduría y el arte emanados de la ciudad podrán ser divulgados o expuestos en Internet, esto será otra cuestión, ajena a la dirección propia de la ciudad; pero en los márgenes de la jurisdicción de Villartis la vieja, la Red de redes es algo tabú, y el ordenador un utensilio prohibido o sencillamente inútil, como la tecnología en general. Villartis se puede servir incluso de la publicidad por Internet, pero dentro de ella no se permite el uso del ordenador. Por poner una de metáfora: resulta tabú o sencillamente inútil para la fuente que mana el vaso de quien a muchas millas de distancia bebe de su agua. La fuente mana, y lo que suceda río abajo, es cosa que sólo podrá ser juzgada más allá de su desembocadura, en el mar. Villartis deja libre al mundo para seguir su rumbo, como no puede ser de otra forma; pero dentro de ella se vive de otro modo y es purista y radical en sus leyes de preservación de los modos antiguos de vida. Todo es real. No es un “parque temático”, pues: es un sistema auténtico de vida. Cualquier incumplimiento en este sentido, podría hacer que alguno de sus habitantes pueda ser expulsado. Si un turista o un habitante denunciaran que alguno de los habitantes de alguno de los barrios antiguos tiene un ordenador, o un aparato de música, o un DVD con pantalla en su casa, esto será razón suficiente para que sea automáticamente expulsado de la villa mágica.

Un resumen de la estructura social y comercial de Villartis:

Los habitantes de Villartis vivirán de dos fuentes de ingresos básicas:

  1. Los servicios: Estos fundamentalmente se dividirán en dos:
    1. Servicios cotidianos: hospedería, tiendas (artesanía, ropa, alimentos (panaderías, carnicerías, pescaderías, reposterías...), farmacia, muebles, etc.), tabernas, mesones, transportes, guías, construcción (alarifes, albañiles, artesanos...), etc. También se incluirán aquí servicios como el ofrecido por médicos, profesores y educadores, fontaneros, cristaleros, reparadores de cualquier tipo, hombres de leyes, religiosos, etc.
    2. Servicios de Arte y cultura: Teatro, espectáculos, librerías, venta de arte (cuadros, esculturas, ideas, etc.), galerías-palacio, etc. Aquí estarían los artistas individuales que produjesen sus obras.
  2. La extracción y producción de productos: ganadería (leche, carne), agricultura (vegetales, material para tejido, materiales para usos diversos), extracción mineral para usos diversos, madera; fabricación y elaboración de productos tanto alimenticios como no.

Cada uno de los habitantes de Villartis tiene un contrato firmado con el pueblo, por el que cumplirá con una serie de condiciones y respetará las normas de convivencia previamente aceptadas. Habrá familias enteras ocupadas en cada uno de sus negocios o faenas. La población de Villartis es imprescindible que viva en la ciudad; no serán empleados que vienen de fuera, pues deben estar incorporados, asimilados y perfectamente integrados al sistema interno. Lo único irreal de Villartis, se podría llegar a afirmar, son esos turistas a los que también se les obliga en cierto modo a mantener ciertas formas. Las normas les serán impartidas en una pequeña charla por grupos en la zona de aparcamientos donde dejarán sus vehículos y antes de ser conducidos en las carrozas oportunas hasta la Villa.

Algunos puntos controvertidos de Villartis:

Hemos dejado el cine para el final. En Villartis, hemos dicho en algún punto más arriba, existe producción artística cinematográfica, y por tanto cabe preguntarse ¿existirá también proyección de películas? ¿Es el desde hace tanto tiempo denominado “séptimo arte” despreciado por demasiado tecnológico en Villartis?

La respuesta es no: no será despreciado. En el barrio o gremio Siglo XIX y XX, donde también encontraremos abundantes librerías con todo lo escrito durante los dos últimos siglos y, probablemente, con lo escrito en los albores de este siglo XXI, también hallaremos alguna sala de cine. Serán cines grandes, y dedicados a aquella filmografía que en verdad tenga algo que ofrecer a nuestra inteligencia. ¿Que esto es relativo? La relatividad en Villartis está claramente definida por su gobierno interno, que decidirá sobre estos aspectos. En la villa, la búsqueda individual de la sabiduría deberá correr entre los cauces de sus rectas leyes. La magia, el conocimiento, el arte y el saber del cine actual, en la medida en que disponga de todo esto, es perfectamente encontrable en una ciudad normal, y nadie va a Villartis con este fin. Por eso, las películas proyectadas en Villartis serán seleccionadas de una gavilla muy dorada. Por poner un ejemplo: Titanic no habría sido una opción; Campanadas a media noche, El séptimo sello o Escipión el Africano sí.

TODO ESTE CONFLICTO QUEDA RESUELTO CON EL BARRIO CONTEMPORÁNEO. EN ESTE, NO EXISTIRÁ LIMITACIÓN ALGUNA EN LO QUE RESPECTA AL USO DE TECNOLOGÍA. PERO DEBE QUEDAR ABIERTO AL DEBATE SI LA EXISTENCIA DE UN GREMIO CONTEMPORÁNEO TIENE CABIDA EN VILLARTIS.

La entrada a la zona de barrios antiguos deberá quedar perfectamente delimitada, separada, incluso aislada, protegida; por ejemplo, con unas murallas.

El consejo de sabios de Villartis decide sobre cualquier punto de la dirección de la ciudad. La democracia villártica alcanza a todos sus ciudadanos, que tendrán cierto grado de elección sobre los miembros del consejo. Toda la “política” de la villa se encontrará ubicada en el barrio o gremio de la Antigüedad, y los habitantes, así como los visitantes de fuera, podrán asistir a sus sesiones.

LOS BARRIOS O GREMIOS DE Villartis

ANTIGÜEDAD

De Grecia a Roma

EDAD MEDIA,

De las invasiones bárbaras a la Baja Edad Media

SIGLO DE ORO ( RENACIMIENTO Y BARROCO)

SIGLO DE LAS LUCES

ROMANTICISMO

Desde finales del XVIII a mediados del XIX.

MUNDO MODERNO,

Finales del XIX a la segunda guerra mundial, 1945.

MUNDO CONTEMPORÁNEO

Desde los años 50 hasta hoy.

En este barrio se podrán incluso ver automóviles de los años 50, bares, formas de vestir… cine.

hoy

años 50

Años 20

finales del xix

Sturm und Drang,

finales del XVIII a principios del XIX

Siglo de las luces

Siglo de Oro,

Época Barroca

Renacimiento (post.),

siglos XV y XVI

Renacimiento (ital.),

siglos XIII y XIV

Baja Edad Media,

siglos XI y XII

Alta Edad Media, de los visigodos a la época califal, España árabe

Antigüedad:

Grecia y Roma


martes, 28 de septiembre de 2010

Mirando al pasado fin de semana

Sí, finalmente pudimos asistir todos a la boda del muchacho alemán y su novia avilesina. Incluida Mildred, aunque en principio no tenía ese día libre. Fuimos con los dos churumbeles. Ceremonia tradicional, en la iglesia vieja de Sabugo, en Avilés. Nave románica apuntando hacia lo gótico, el arte medieval siempre emociona e invita a la retirada, el emboscamiento, la huida (agregaré un poema ex profeso al final de esta nota de diarius). Me gusta la primigenia advocación de este templo: Santo Tomás de Canterbury. Entonces, a la evocación de los arcos de piedra y los desgastados capiteles se une el eco de Chaucer y la Inglaterra medieval. No está mal para un sábado de boda. La imaginación siempre nos redime en los contextos más inesperados. Y si además te reencuentras con esta piña de ex alumnos y ex alumnas que se han convertido en amigos y amigas, pues miel sobre hojuelas. Allí estaban los protagonistas, Daniel y Arancha, besándose al final de la ceremonia como sólo hacen en las películas; mi buen amigo Marcel (el alemán de apellido francés, hermanos americanos y carácter universal) con su pequeño Emilio y su dulce Elena (otra pareja mixta de alemán y española, aunque Elena ha vivido toda su vida en Alemania y habla mejor el alemán que el español); Mónika (me gusta mezclar la ortografía de esta amiga que fue la alumna más capacitada para aguantar mis absurdas clases) y Dirk (a quien todavía no he dicho que he tomado su apellido para el protagonista de mi próxima novela, que además dará el título de la misma: Siefken), ambos viven ahora cerca de Zurich (gente marchosa); Chistian, el gigante holandés a quien mi hijo no deja de hacer preguntas sobre su estatura, y cuya altura física se corresponde con una bondad visible, un tipo encantador; la alegre Zerline, simiente de Aruba cosechada en Holanda; desde Bélgica, con su aire entrañable, dulce y sencillo, vinieron Tom y Silvia, con su pequeña Elisabeth; mi buen alemán oriental, Erik, con su encantadora Teba; Jesús; Annemiek (¿se escribía así?); Anne y algunos otros amigos de la época en que vivimos en el planeta Dupont. Me gustó mucho verlos.
El banquete fue un auténtico placer. Muy bueno. En las proximidades de Piedras Blancas.

Ahora debo seguir con mi trabajo de supervivencia. Dejo el Diarius y me pongo a revisar presupuestos, llamar a clientes y otras mezquindades empresariales. Por las noches me transformo en Mr. Hyde y trato de robar horas al cansancio para leer y escribir. ¿Cuándo podremos asesinar definitivamente al Dr. Jekyll? Quizá lo deje siempre vivo, porque este desdoblamiento, no en dos, en varios, no nos deja hueco para el aburrimiento. Y al final, el único camino es siempre la frugalidad (cito el poema de Góngora de memoria, así que siento si hay algún posible error en estas miríficas dos primeras estrofas):

Ándeme yo caliente
y ríase la gente.
Traten otros del gobierno
del mundo y sus monarquías
mientras gobiernen mis días
mantequillas y pan tierno,
y en las mañanas de invierno
naranjada y aguardiente;
y ríase la gente.

Coma en dorada vajilla
el príncipe mil cuidados
como píldoras dorados,
que yo en mi pobre mesilla
quiero más una morcilla
que en el asador reviente;
y ríase la gente.



Ahora, el poema que prometí sobre las fugas:


EL VALOR DE QUIEN HUYE

Érase una vez un hombre agotado.
Del gris de sus días sin descanso.
De su átono vagar por este mundo.
De su poca intrepidez entre los otros.

Divagaba entre sí con mil ensoñaciones
una vida posible en otras islas,
en alguna región abandonada,
más allá de sus genes y su lengua;
con iglesias o cosas parecidas
pintadas de colores.

Quemó su billetera
en una plaza pública.
-Mira —comentaba la gente— : es Ramón
el del quiosco; el del banco;
el dentista; el panadero;
es ese profesor del Instituto;
es Mengano, el que arregla las farolas,
es Fulano; es el vecino;
es Ramón, honrado ciudadano.

Quemó sus cosas
y cerró sus cuentas.
Regaló a un pobre en una esquina
sus cinco millones de monedas.
Se quedó consigo mismo y un billete de avión
a alguna parte.

Atrás dejó la negra circunstancia
de un devenir de lumbre apagadiza.
La grisura de un átono vagar por este mundo
sin más consolación en cada esquina
que una ciudad de necios o cobardes,
y a lo máximo el diario, algún amigo
y el pan de cada día.

Entre aguas azules se levanta
y escribe cada día sus poemas;
pide por señas su pan, pues no se entiende,
ni quiere aprender ningún idioma
para así poder amar completamente.

La iglesia más cercana es amarilla,
y hay otra azul y alguna rosa
y no le incumbe a qué divinidad le rezan.

En las noches cálidas se alumbra
frente a un mar de gélidas estrellas.



Del poemario La sombra luminosa

sábado, 25 de septiembre de 2010

El cumpleaños de Mildred

Dichoso el árbol, que es apenas sensitivo / y más la piedra dura, porque esa ya no siente... Hace mucho que no me asaltaban versos de Darío al caletre. ¡Al ataque, huestes viejas! Poeta de nuestra adolescencia (era él, era Bécquer, luego Juan Ramón Jiménez; combinábamos estos poetas con la prosa de Hermann Hesse, Hölderlin, el Goethe de Werther, Hermann Hesse, otra vez Hermann Hesse y después Hermann Hesse). Rubén Darío se encerraba a beber en no sé qué casa costera de San Juan de la Arena, aquí en Asturias; beber alcohol hasta perder el conocimiento (quizá en un intento de hacer realidad la desiderata de estos versos algo malditos en los que añora la insensibilidad total). Si afloran estos versos a la espuma sucia de este día, eso es que

el otoño ya ha llegado,
y el alma se ha enterado.

Día gris, esa luz fosforescente (resol, dicen aquí), a veces se abre un claro (como un pensamiento benigno en mitad de un entierro), a veces se ennegrecen las nubes, el día queda oscuro, casi tétrico, y deja una presión en el pecho y la luz amarilla, blanca, es un recuerdo de algo lejano, como si temiéramos que nunca regresara. El sol.


Ayer invité a Mildred a cenar en La Calenda, el restaurante de la montaña al que me refería. Junto a casa, coger el coche y subir una montañita. Después de unas cuantas curvas por la estrecha carretera (¡oh carreteras estrechas, benditas seáis!), aparece el restaurantín. No lo habíamos probado aún. Un lugar encantador, comida sencilla italianizante (en nuestro caso: ensalada de lechuga, pera, gorgonzola y piñones tostados, ácidos y dulces muy agradables; raviolis caseros rellenos de pescado; bacalao con costra de almendras; tarta de cuajada con mermelada de fresas, cocida en la casa, a juzgar por su sabor). Este pequeño restaurante, en vieja casa de piedra con corredor, lo regenta una pareja de italiano-española. Giovanni y Dolores. Trato familiar, sin extravagancias, sobresaltos ni pretensiones "modelnas". De agradecer la sencillez en este mundo rimbobante. A Gianni le di el disco de Erik Satie, como me prometí, y lo escuchamos; lejano, pero llegó hasta los oídos de Mildred y lo apreció. Le regalé un chaleco de lana verde con piezas de ante. Clásico. Como hay que ser.

jueves, 23 de septiembre de 2010

Tras el viaje a Madrid del pasado fin de semana (durante el cual comencé este diarius), regresé a Asturias. El objetivo fue acompañar a mi padre (hablaré de mi padre en nuevas ocasiones), y lo cumplí. A su lado, en su biblioteca, él a su ordenador y yo con mi portátil abierto, es donde comencé esta aventura cibernética.
La vida de supervivencia sigue. El atropellado desarrollo de los días y su cortejo de actos más o menos absurdos. Eso sí, ganas de abrazar a mis dos criaturas a cada instante. Los hijos son entraña. Mañana es el cumpleaños de Mildred. Aunque denostado por mi tío Román (músico, fagotista, lector empedernido en cuatro idiomas y con visible aprovechamiento de su inteligencia; el hombre tranquilo), digo, aunque dice Román que es demasiado simple, intentaré que el camarero del restaurante de la montaña donde cenaremos Mildred y yo, vuelva a poner Erik Satie para acompañarnos. La llegada del otoño debe ser acompañada por los ritmos extraños de este compositor. ¿Misterio dentro de la sencillez? También llevaré algo de Brahms.
El restaurante de la montaña, solos seguramente durante la cena, tal vez algún comensal más. Intimidad.
Al día siguiente, el sábado 25, asistiré a la boda de un amigo alemán, Daniel, que se casa con una asturiana. Luego, se van a vivir a Alemania de nuevo; a Colonia, o cerca, creo recordar.
Hago este breve apunte para dar continuidad al diarius y no dejarlo que muera. Ahora que dispongo de tan poco tiempo para la escritura, al menos esto debe en cierta medida mantener viva mi área cerebral de la escritura.
Quizá diga alguna irreverencia, pero ayer terminé de ver Good bye Lenin. Arrítmica, afectada, sosa, deslavazada, falta de imaginación; debo reconciliarme con otra película como la de Las invasiones bárbaras, que sin ser una genialidad, me hizo pasar un rato muy bueno. Además, he caído en la escuela de Fráncfurt y ando leyendo a Adorno y Horkheimer (delicia absoluta y muchas coincidencias con mi pensamiento; ¿soy poligenético con tesis de extravagante marxismo? Rarezas.

sábado, 18 de septiembre de 2010

Me gustaría compartir con no sé quién, con ustedes supongo, mi nueva novela, in progress. Éste es su comienzo, aunque bien podría variar:

Era extraño que en esa época, en torno a 1929, una mujer buscara trabajo en unas oficinas. Era muy extraño porque, al revés que en nuestros días, las oficinas no abundaban de forma tan exagerada, porque en las oficinas había pocas mujeres, porque además en ese año de 1929 la ya por aquel entonces primera economía mundial se quebró como una inmensa galleta de barquillo y aquella debacle o desmigajamiento que lleva aparejados la ambición del sistema repercutió en cada rincón del planeta, provocando el cierre de todo tipo de oficinas tales como bancos, compañías de seguros, sucursales de multinacionales… Pero más extraña aún fue la respuesta de tía Laura al director de aquella fábrica cuando le preguntó que si había trabajado en otras oficinas, y mintió, dijo que sí, que en muchas, y le siguió preguntando aquel hombre rechoncho y de manos regordetas y lampiñas que qué tipo de oficina había sido la última en la que había trabajado:

―Cuadrada.

Esa fue su respuesta, la de la tía Laura, a un gran jefe a quien solicitaba un puesto de trabajo.

Así que no sólo el sentido del humor sino también la mentira parecían formar parte de las capacidades genéticas de la familia, y esto lo regocijaba, lo redimía frente a sus oscuros pensamientos de que su familia era monótona, conservadora y falta de toda extravagancia, exceptuando el tío materno Lisardo y la tía paterna Gelina, sus dos antecesores predilectos. Y mientras él fragmentaba en su memoria aquel lejano pasado familiar, el avión sobrevolaba un océano azul que parecía vacío, bajo un cielo más azul y más vacío que el océano, gas. Miraba el pelo de la señora dos o tres asientos más adelante que él, en el pasillo central del aquel enorme fuselaje alfombrado. La luz era tenue para que los pasajeros pudieran echarse una cabezada. Aquel cabello algo caoba, con el moño aplastado contra la almohada de la compañía aérea, el borde de la oreja, la nariz en escorzo, el perfil de aquella mujer durmiente, su piel, era lo más parecido a la tía Laura. Luego desvió su mirada hacia el portaequipajes, donde llevaba su maletín y un enorme neceser repleto de objetos innecesarios pero que arreglan la apariencia de un rostro mal dormido o asean y perfuman un par de axilas viajeras; en el maletín llevaba, pensó, todos los papeles. Trató de hacer un repaso pormenorizado sobre una abstracta y difusa lista de documentos que podría necesitar para recuperar el cuerpo de Dora en un país como México. Todo lo burocráticamente imprescindible. En México, pensó también, el papel imprescindible para lograr cualquier operación administrativa es el dólar. Pero pensar pormenorizadamente en listas difusas es algo que puede llevar a la somnolencia. En ese inmenso depósito de objetos innecesarios que era el neceser también acarreaba su pastillario, en cuya letra «v» yacían cómodamente esparcidos los crujientes redondelitos azules con su hendidura formando dos medias lunas. No había querido administrarse medio Valium, o uno o uno y medio, quizá por la pereza de levantarse a por él, quizá por el irredento deseo de ser un hombre sano, y aunque pensaba que no se iba a dormir, que iba a ser un viaje terrible, cansado, insomne, de pronto, al repasar listas imposibles, sus ojos comenzaron a sentir la arena de los párpados, y con la tía Laura durmiendo tres filas por delante de él, se fue quedando sopa, con la respiración automatizada y profunda. Un ligero ronquido recorría los suaves oídos de una chica joven que lo acompañaba.

En el sueño, pronto la tía Laura se transformó en Dorothy, cuyo cuerpo trataría de trasladar a España desde México. Ése era su viaje. Un mordisco en su calvo pecho jadeante le dictó en sus ensoñaciones que seguía queriendo a Dora por encima de lo normal. La chica que llevaba a su lado era preciosa, tenía al menos treinta y cinco años menos que él, Mario. Mario el pecador. El hombre de las cien mujeres (le decía siempre Anne, su hija mayor, con arrogante tono de enfado). Él callaba porque se sentía pecador de verdad, pero no sólo había decidido dedicar su vida a las mujeres y al dinero. Su eterna diletancia alcanzaba las artes más esquinadas del panorama cultural. Y entre las grandes fichas del inmenso juego de la Cultura, era un adicto al jazz, a la música culta, a la literatura y a la psiquiatría. ¿No podía ser el sexo la quinta ficha en este caso? En absoluto, le decía siempre tío Lisardo: el sexo es un impulso primario, demasiado primario, sólo que con una respuesta orgánica de tanto placer que resulta claramente adictivo; ninguna adicción es cultura. Así que, sintiendo esta complicación conceptual en la que nos vemos tontamente involucrados, si Mario era adicto a ciertas parcelas de la cultura esto significaba que había desacralizado hasta la carnalidad todas esas cosas que para otros son tótems simplemente reverenciales. Él, por su parte, seguía dudando sobre si las adicciones eran parte o no de la cultura.

Igual que las enfermeras, las azafatas llega un momento en el que deciden despertar a sus pacientes. A sus pacientes pasajeros, en este caso. Abren las pestañas de los ventanucos, arrastran sus carritos metálicos apestando a café, hablan con las señoras sobre dónde deben dejar guardadas sus mantitas y si quieren un vaso de agua con el desayuno o si prefieren zumo. Faltan al menos dos horas para aterrizar sobre la ciudad monstruo. Siefken ha agarrado una pequeña novela de Steinbeck que trata sobre un autocar perdido, mis fetiches―, lo mismo que el librito de poemas de Blake, y una libreta. Aún ignora si se dará un brevísimo paseo por el valle de Salinas para estirar sus piernas neuronales o se insuflará una dosis de vitalismo al saber que el gusano perdona al arado que lo corta, que la prudencia es la capa de la incapacidad o que quien desea y no obra engendra pestilencia; tal vez anote algún pensamiento en su libreta en vez de releer a sus fetiches, tal vez anote algo como que Dora no ha podido resistir el tiempo suficiente, debería haber aguantado cinco, o diez o tal vez quince años más, y entonces habría descubierto la verdad; pero aquí estoy yo, sobre México D. F., y luego en Querétaro, para levantar un velo que cubrirá su rostro exánime, echada sobre una camilla, y lloraré, el pecho estallará de tristeza y reventaré a llorar frente a los funcionarios, preocupados sólo por saber si mi ex mujer se corresponde con su cadáver, cadáver… La muerte sigue sin tener sentido para nosotros los vivos. Sigo teniendo esa impresión de que algo se oscurece dentro de mí cuando trato de comprender qué diablos significa todo esto, si al final…

Marina le acarició el rostro. Casi da un respigo, se asustó Mario cuando su amiga lo tocó cariñosamente. Le estaba siendo infiel con el pensamiento de su ex mujer muerta. Hay algo inexplicable en las casualidades, en las conexiones sorprendentes de dos cabezas que han pasado a menos de cuatro centímetros unas horas apoyadas en el mismo almohadón.

―¿Cuántos hijos?

Además de sacarlo del ensimismamiento de su nota mental que estaba a punto de transferir al papel, le formuló una pregunta que él pensaba consabida. ¿Cómo dices, Marina?

―Que, al final, no me acuerdo, ¿cuántos hijos tenías?

Lo pronunció como una metralleta: Ian, Roger, Anne, Rylan y Rachel eran sus hijos.

―¿Por qué todos con nombres extranjeros?

Pero él le explicó a esa chica tan hermosa, con esa piel tan delicada, tan sin huellas todavía, tan cándida y tan ferozmente erótica sin embargo, que el hecho de que un nombre fuera extranjero o no sólo dependía del punto de vista: esos nombres son extranjeros para ti, pero para otros no lo son. Siempre esas respuestas tan maduras. Eso era lo que a ella le hacía comprender la sabiduría de la edad y entregar después con agradecida generosidad su terso cuerpo, su musculatura de gacela, sus senos perfectos a un hombre algo panzudo, sin deformidad sin embargo, de carne blanda por los años, la piel algo descolgada, las manos con esas manchas como una crepa, las canas atractivas y esa frente con arrugas visibles. Sus pliegues favoritos eran los de los bordes de sus ojos color miel. Esas manos también le gustaban a ella, porque al mismo tiempo estaban bien cuidadas y contenían experiencia, eran hermosas, viriles, y las dejaba subir y bajar por ella con placer, sin reparos, como el viejo automóvil recorriendo las relucientes nuevas autopistas. Además, Dora, Dorothy, era francesa.

―Pero Dorothy es un nombre inglés.

Marina tenía la inteligencia de la postmodernidad, ella misma se respondió:

―Ya, ya sé: eso da igual; un nombre es un nombre, y ella puede ser francesa y tener el nombre que sea. Los nombres no tienen nacionalidad. Y si ella era francesa y tenía nombre inglés, decidió poner nombres ingleses también a sus hijos.

Sonrieron, miraron alrededor y sin ser vistos se dieron un corto beso en los labios. No querían impresionar a los otros pasajeros, porque la mayoría pensaría que eran padre e hija. No obstante, los nombres de sus cinco hijos, tres varones y dos hembras, los había escogido todos él, no Dora. Ni siquiera le pareció pertinente tener que explicárselo a Marina, que ahora trataba de colocarse los auriculares de su reluciente walkman, ese aparato que comenzaba a extenderse entre los jóvenes, y darse una dosis de Pink Floyd. El suave zumbido que salía de sus orejas llegaba casi imperceptible hasta los oídos de Mario. Le haré comprender a Brahms, pensó él; de vuelta en Madrid, en la casa de la sierra, le haré comprender el concierto número 1, mirando a través de los cuarterones de vidrio fino al jardín otoñal. Mario solía zafarse de la realidad a cada momento con este tipo de evocaciones; se lo pedía el cuerpo.

¿Quieren zumo con el café? les preguntó la azafata―.

Luego pensó que la probabilidad de que él mismo se encontrase en el sofá de piel beige, mientras observaba la parra enrojecida y el jardín revestido de la dulce morbidez del otoño, con el fondo del concierto número 1 de Brahms, era realmente elevada, pero que aquella preciosidad que lo acompañaba siguiera con él era algo más remoto. Aunque para el otoño sólo quedaban un par de meses, ahora esa distancia parecía insalvable. Y las mujeres que pasaban últimamente por su vida solían durarle unas semanas. Marina se postulaba como una persona más inquietante, y por tanto, a parte del sexo, podría ofrecerle un poco más placer en las meninges, y por tanto durar al menos unos meses. Eso pensaba, mientras trataba frustradamente de perfilar las nalgas de la azafata a través de su falda nada voluptuosa.

Otoño del año perenne


Es verdad que el otoño llegará; pero lo andamos intuyendo desde la primera semana de agosto. Ahora cualquiera puede presentirlo. No sé con quién estaba cuando hice tal aseveración sensorial, cuando afirmé que intuía el otoño en la atmósfera nítida, en el cielo vidriado y sus nubes ajenas, en un aleteo cómplice de las hojas de los árboles, como si nos hicieran señas que sólo nosotros comprendemos, en un frescor entreverado en el aire supuestamente veraniego, en un cierto olor a decadencia proveniente del humus de los bosques que me rodean por el valle, en la forma de mover el río sus aguas; no sé, pero en agosto vislumbro el otoño, igual que en febrero muchas veces me llegan las primeras advertencias de la primavera. Tal vez sean sensores propios de animales y poetas, pero nuestras aprehensiones se ven de pronto reafirmadas por un dicho popular que se usa por estas tierras asturianas y que mi memoria reproducirá seguramente mal: "primer día de agosto, primer día de otoño". Me consuela que mis rarezas sensitivas estén avaladas por un dicho popular, que representa la sensibilidad de una cierta mayoría.
Los de cierto carácter indefinible quieren que se perpetúe el placer. Ojalá llegue el otoño ya de pleno y dure cien años, porque si es tan bella esa estación es tal vez por su fugacidad. Hay algo de sufrimiento en su goce: mientras otoñea el alma con su alud de nostalgias la razón percibe que también ese estado del ánimo será mutable cuando la estación del recuerdo dorado deje paso a la muerte del invierno.
Sobre mi escritorio del desván había algunos objetos, entre los que se encontraba una cámara de fotos. Mi hijo pulsó el botón y se extrajo un bodegón con algo de misterio. Se pueden ver las gafas, una pipa, el color caoba del viejo escritorio...
Me gustaría que el nuevo curso comenzara con la calma suficiente y la constancia para poder compaginar el trabajo de supervivencia y las aficiones. Veremos. La necesidad trastoca los órdenes de las cosas.