sábado, 6 de noviembre de 2010

Sobre Zygmunt Bauman y sus Tiempos líquidos

Conocía a este sociólogo por referencias, sobre todo a partir de la lectura de una reseña en mi separata cultural predilecta, ABCD las artes y las letras y quise haber leído su Modernidad líquida. Lo que el crítico decía de él me interesaba, parecía muy próximo a mi propio pensamiento sobre los tiempos que vivimos. El otro día, mientras aguardaba a que el funcionariado local tuviese a bien recibirme, descubrí en el nutrido escaparate de una librería el último libro de Zygmunt Bauman: Tiempos líquidos. No habría estado en ese escaparate de no haber sido porque a este sociólogo de origen polaco le habían concedido hacía unos días el Premio Príncipe de Asturias de humanidades 2010. Me metí en la librería y lo ojeé. Luego lo hojeé y finalmente lo compré. 14 euros.
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Debo dejar esta entrada a medias porque estoy sintiendo minuto a minuto cómo algún tipo de virus o bacteria se está apoderando de mí... Mañana (si esta sensación abdominal me engaña y simplemente es cansancio repentino lo que siento, y, si no, si en efecto estoy cayendo enfermo, cuando mi ánimo se restablezca) seguiré con el comentario u anotación a mi lectura de Bauman. Se ve que mi hijo Guz me lo ha pegado. Me voy a la cama.

Virus de la gripe




domingo 7 de noviembre de 2010

No era hipocondria, lo juro. O sí. El caso es que esta mañana me he despertado sin gripe aparente. Esto significa que estoy obligado a proseguir con Bauman.

Reviso en la red su biografía muy sucinta y veo que le habían reconocido con anterioridad (1998) un premio que lleva el nombre de Theodoro W. Adorno, de la ciudad de Fráncfurt. Lo cual me da la razón, porque me había parecido un epígono en cierto modo de la Escuela de Fráncfurt. Y como resulta que aún proseguía yo con las lecturas de Horkheimer y Adorno, pues me caen estos Tiempos líquidos en el vaso propicio y siento que son bebidas de parecida graduación y gusto. Pero aquéllos estaban en su sazón histórica, y me atrevo a decir que eran más radicalmente anti-progreso, en tanto que éste lleva a un sistema anti-humano (y en esto los secundo), y Zygmunt Bauman lo siento un poco rezagado, más soso, simple y menos tajante o concluyente. No entiendo bien por qué los señores del Príncipe de Asturias, premio con unas formas tan elitistas e incluso diría "pijas", otorgan su galardón a un tipo de pensamiento con visible raíz marxista. Estos siguen yendo en pos del acierto mediático, quieren ponerse equis en las casillas de "acierte el próximo Nobel". A mí me encandilan Horkheimer y Adorno, pero no me está encandilando Bauman, y eso que me creía completamente identificado con su pensamiento de Modernidad líquida. Y es que, tal vez, su definición de la sociedad y la cultura de este siglo sea muy adecuada, pero no las conclusiones que después extrae o los augurios que subraya. Hablar de modernidad líquida se me antoja sinónimo de posmodernidad (¿o postmodernidad?). Ante ésta se antepone la modernidad, modernidad sólida. Hoy en día, quien se considere moderno en los términos de toda esta batalla dialéctica pseduo-filosófica se está declarando en realidad, y sobre todo en ciertos aspectos, como conservador, incluso retrógrado. Creer en la razón y la imposición de las mejores ideas sobre las peores para mejorar el mundo, es anti-posmoderno, y por ende un retraso según los más progresistas. Debo declararme, si es que pudiera salirme de mi contexto histórico, como pre-moderno. Salto el pensamiento religioso previo y me estanco confortablemente en las sencilleces epicúreas.
Bauman afirma obviedades, no por obvias menos ciertas:

"Si quieres paz, preocúpate por la justicia", aseveraba la sabiduría antigua, y, a diferencia del conocimiento, la sabiduraía no envejece. Hoy, igual que hace dos mil años, la ausencia de justicia obstruye el camino hacia la paz. [Tiempos líquidos, Tusquets Ensayo, 2010, p. 13]

¿Alguien disiente? Pues que se mire los niveles de sensibilidad. De aquí pasa a afirmar que ahora la justicia en una cuestión planetaria, a causa de: 1. "las autopistas de la información" hacen que "el sufrimiento humano de lugares lejanos y modos de vida remotos, así como el despilfarro de otros lugares y modos de vida también remotos, entran en nuestras casas a través de las imágenes electrónicas de una manera tan vívida y atroz, de forma tan vergonzosa o humillante, como la miseria y la ostentacion de los seres humanos que encontramos cerca de casa durante nuestros paseos cotidianos por las calles de la ciudad", y 2. vivimos en un "planeta abierto a la libre circulación del capital y de las mercancías". Más adelante descubrimos que todo esto es "globalización", pero después se epiteta como "globalización negativa", ¿quizá para dejar abierta la posibilidad a que exista una globalización positiva?

El mercado sin fronteras es una receta perfecta para la injusticia y para el nuevo desorden mundial que invierte la célebre fórmula de Clausewitz, de tal modo que ahora le toca el turno a la política de convertirse en una continuación de la guerra por otros medios. La liberalización, que desemboca en la anrquía global, y la violencia armada se nutren entre sí, se refuerzan y revigorizan recíprocamente; como advierte otra vieja máxima, inter arma silente leges (cuando hablan las armas, callan las leyes).

A partir de aquí, y sin dejar de dar ejemplos concretos con la guerra de Irak, Bush y las Torres Gemelas, Bauman establece que se está instalando el miedo en el centro de la sociedad globalizada, con una base en el miedo existencial.



El "progreso", en otro tiempo la manifestación más extrema del optimismo radical y promesa de una felicidad universalmente compartida y duradera, se ha desplazado hacia el lado opuesto, hacia el polo de expectativas distópico y fatalista.


La cita es larga, pero merece la pena y además me permitirá, después de alguna que otra cita más que sea suficientemente elocuente para comprender cuál es el camino que quiere seguir Bauman, hacer mi análisis posterior:



Incapaces de aminorar el ritmo vertiginoso del cambio (menos aún de predecir y controlar su dirección), nos centramos en aquello sobre lo que podemos (o creemos que podemos o se nos asegura que po­demos) influir: tratamos de calcular y minimizar el riesgo de ser noso­tros mismos (o aquellas personas que nos son más cercanas y queridas en el momento actual) víctimas de los innumerables e indefinibles peligros que nos depara este mundo impenetrable y su futuro incierto. Nos dedicamos a escudriñar «los siete signos del cáncer» o «los cinco síntomas de la depresión», o a exorcizar los fantasmas de la hipertensión arterial y los ni­veles elevados de colesterol, el estrés o la obesidad. Por así decirlo, buscamos blancos sustitutivos hacia los que dirigir nuestro excedente de temores existenciales a los que no hemos podido dar una salida natural y, entre nuestros nuevos objetivos improvisados, nos topamos con advertencias contra inhalar cigarrillos ajenos, la ingesta de alimentos ricos en grasas o en bacterias "malas" (mientras se consume de manera ávida líquidos que prometen proporcionar las que son "buenas"), la exposicion al sol o el sexo sin protección. Quienes podemos permitírnoslo, nos fortificamos contra todo peligro visible o invisible, presente o previsto, conocido o por conocer; difuso aunque omnipresente; nos encerramos entre muros, abarrotamos de videocámaras los accesos a nuestros domicilios, contratamos vigilantes armados, usamos ve­hículos blindados (como los famosos todoterrenos), vestimos ropa igualmente protectora (como el «calzado de suela reforzada») o vamos a clases de artes marciales. «El problema», sugiere de nuevo David L. Altheide, «es que estas actividades reafirman y contribuyen a producir la sensación de desorden que nuestras mismas acciones provocan». Cada cerradura adicional que colocamos en la puerta de entrada como respuesta a sucesivos rumores de ataques de criminales de aspecto foráneo ataviados con túnicas bajo las que esconden cuchillos; cada nueva dieta modificada en respuesta a una nueva «alerta alimentaria» hacen que el mundo parezca más traicionero y temible, y desencadenan más acciones defensivas (que, por desgracia, darán alas a la capacidad de autopropagación del miedo).


De la inseguridad y del temor se puede extraer un gran capital co­mercial, como, de hecho, se hace. «Los anunciantes», comenta Stephen Graham, «han explotado deliberadamente los miedos generalizados al terrorismo catastrófico para aumentar las ventas, ya de por sí rentables, de todoterrenos.» Estos auténticos monstruos militares engullidores de ga­solina, mal llamados «utilitarios deportivos», han alcanzado ya con el 45 por ciento de todas las ventas de coches en Estados Unidos y se están incorpo­rando a la vida urbana cotidiana como verdaderas «cápsulas defensi­vas». El todoterreno es: "un símbolo de seguridad que, como los vecindarios de acceso restrin­gido por los que a menudo circulan, aparece retratado en los anuncios como algo inmune a la arriesgada e impredecible vida urbana exterior [...]. Estos vehículos parecen disipar el temor que siente la clase media urba­na cuando se desplaza por su ciudad de residencia o se ve obli­gada a detenerse en algún atasco”. [pp. 93-95]

El esquema de análisis es interesante y anoto a un lado del libro de Bauman el siguiente escolio, con dibujito incluido:


El análisis es mío, pero creo que no dista mucho de lo sugerido en el texto: el individuo desplaza sus temores existenciales a los temores externos, éstos intentan ser aplacados en tanto que simples amenazas y no riesgos del todo reales, nuevos leviatanes menores y terroríficos, por protecciones externas. Yo añado a esto que tales protecciones son además favorecedoras del comercio y el flujo de dinero, porque para protegerse hay que gastar, comprar, firmar contratos; y además, estas medidas de protección son a-metafísicas, no provienen de educación sentimental o ética alguna, simplemente de disponen en el mercado como una mercancía más de las que se pueden adquirir externamente, no vienen del interior del individuo, de su formacion psicológica o, si se quiere, espiritual.

Pero entonces, Bauman se desliza a terrenos encenagados por ciertos prejuicios, a mi parecer, ideológicos, y de nuevo cito largo para poder hacer mi análisis concluyente:

La primera esfera, progresivamente despojada de la protección institucionalizada, garantizada y mantenida por el Estado, ha quedado expuesta a los caprichos del mercado [...].
Ahora, con el progresivo desmantelamiento de las defensas contra los temores existenciales, construidas y financiadas por el Estado, y con la creciente deslegitimación de los sistemas de defensa colectiva (como los sindicatos y otros instrumentos de negociación colectiva) sometidos a la presión de un mercado competitivo que erosiona la solidaridad de los más débiles, se ha dejado en manos de los individuos la búsqueda, la detección y la práctica de soluciones individuales a problemas originados por la sociedad, todo lo cual deben llevar a cabo mediante acciones individuales, solitarias, equipados con instrumentos y recursos que resultan a todas luces inadecuados para las labores asignadas. [...]
[...] En la forma política del "Estado de la seguridad personal", el fantasma de la degradación social contra el que el Estado social juró proteger a sus ciudadanos está siendo sustituido por la amenaza de un pedófilo puesto en libertad, un asesino en serie, un mendigo molesto, un atracador, un acosador, un envenenador, un terrorista o, mejor aún, por la conjunción de todas estas amenazas en la figura del inmigrante ilegal, contra el que el Estado moderno, en su encarcación más reciente, promete defender a sus súbditos.
[...] En definitiva, se ha demostrado, más allá de cualquier duda razonable, que el empeño por centrar la atención en la criminalidad y en los peligros que amenazan la seguridad física de los individuos y de sus propiedades está íntimamente relacionado con la "sensación de precariedad", y sigue muy de cerca el ritmo de la liberalización económica y de la consiguiente sustitución de la solidaridad social por la responsabilidad individual.
[...] El miedo está ahí, y explotar su caudal en apariencia inagotable y autorrenovable para reconstruir un capital político agotado es una tentación a la que muchos políticos estiman difícil resistirse. También está afianzada la estrategia de capitalizar el miedo, una tradición que aparece en los primeros años del asalto neoliberalista al Estado social.

Todos esos miedos sociales es verdad que son estimulados y aprovechados sin duda por otros sectores del mercado y por el propio Estado para afianzar sus garras de control sobre los ciudadanos; pero cabe preguntarse en qué sociedad humana de cierta complejidad no se apeló al miedo como forma de control. Si miramos atrás nos quedaríamos pasmados y no nos quedaría más remedio que reconocer que probablemente ésta sea la época en la que menos miedo existe en el sentido de aquella presión sobre la sociedad ejercida por autoridades moralmente coaccionadoras, ya empujadas por la ley religiosa ya por un programa legal de fuerza ideológica extrema. Yo no sé a qué sociedades apela Bauman cuando habla de ese Estado que preservó los derechos sociales, porque sí hubo algún Estado que se aproximó durante algunos años a mantener una distancia deseable entre el Estado social y la libertad individual, pero no se puede estar refiriendo a ningún Estado comunista no democrático, donde la coaccion y el miedo eran singulares y secundados si era necesario por juicios sumarios y ejecuciones. Si se refiere a algunos sistemas de la democracia escandinava durante ciertos años, o en general a los niveles alcanzados en la Europa social rica y democrática de las décadas de los cincuenta hasta los ochenta, podría ser aceptable su apreciación y valorar que tales sistemas llegaron en efecto al punto más dulce entre todos los ensayos de gobierno de sociedades complejas desde tiempos antiguos hasta nuestros días. Pero tal edén parece haber terminado. Donde falla Bauman es mezclar la doctrina liberal, porque no creo que la doctrina liberal en su sentido ideológico y no puramente económico apele al miedo sino todo lo contrario. La liberalidad por esencia debe estar exenta de miedo. No creo por otro lado que ningún Estado pueda proveer como afirma Bauman de formas de amortiguar los temores existenciales de la población, salvo que dispense por decreto algún tipo de fármaco psicotrópico. No es el asunto del Estado. Habría que apelar a la filosofía, incluso, para quien quiera, a la religión, a la psicología, a la educación ética, a la sabiduría (a la que en algún momento apela el autor) para tratar los asuntos de los miedos existenciales. El Estado sí se apoya para ejercer cada vez más control sobre la población en el miedo, porque el ser humano es proclive a temer y es fácil el desarrollo de nuevos temores sociales que mantengan siempre en vilo las libertades individuales.
En conjunto, como dije al principio, el análisis es adecuado: mercados aparentemente libres y abiertos, globalización informativa, miedos contra los que favorecer un nuevo sistema de control so pretexto de servir de égida social; pero el meollo de la cuestión está en que el futuro del mundo tal vez sea el de un Estado cada vez más universal, unificado, con cada vez mayor control sobre la sociedad, presto a saciar, a través de ese control y coadyuvado por la técnica científica, sus necesidades orgánicas y a calmar sus miedos existenciales. Es decir, se logrará inventar, sin saberlo, el camino hacia el total comunismo (comunidad, control absoluto sobre sitemas de producción, injerencia directa del Estado en cualquier proceso material e incluso espiritual) dando un rodeo por el capitalismo o bajo su cáscara de libertades económicas, que caerán básicamente en un simple empuje desaforado de consumo dirigido. Como prueba de que es posible que el mundo vaya por ahí, el ejemplo chino es suficientemente elocuente: comunismo-consumismo en una sola sociedad.

Si un libro inquieta y estimula a pensar, incluso a coincidir y rebatir al mismo tiempo, es que merece la pena, y Zygmunt Bauman resulta un excelente ensayista, mucho más fácil de leer que sus predecesores de la Escuela de Fráncfurt.










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