Poema de extraña hondura
(Se recomienda ver/escuchar la entrada con unos buenos altavoces o con audífonos; y leer el poema siguiéndolo como letra de la canción insertada de YouTube)
Dedico esta entrada a mi hermana Miñu, cuyas manos, que hoy curan, pusieron los discos de Larralde tantas veces cuando uno era niño.
El ritmo, llevado por la percusión, nos agarra del alma y nos arrastra hasta remotas, ignotas tierras indias, donde nos acogen apacibles mapuches y tehuelches entre espectrales selvas, ríos, lejanas praderías. Y nos ubica irremediablemente, con hímnico poder de evocación, en la escena, donde vemos a otro o podemos soñar con ser nosotros mismos quienes acarician a la linda araucana de trenza lírica.
Muchos hay quienes piensan que el misterio es ingrediente sine qua non de la obra de arte, como el azúcar al bocado de la repostería.
Imágenes: www.michaelbackmanltd.com/archived_objects/spanish-colonial-silver-tupu-2/ Tupos, prendedores mapuches |
Tupos, prendedores mapuches |
Sol
[flor][1] de los arenales,
regada en sangre del bravo Sayhueque;[2]
grito que está volviendo
en tu desbocado potro pehuenche.[3]
Del cielo la honda noche,
se oye del viento la serenata;
tupos[4] la luna prende
en la negra cimba[5] de mi araucana.
Aguas que van, quieren volver;
aguas que van, quieren volver;[6]
río arriba del canto aprendido...
Neuquén... Quimey, Quimey... Neuquén.[7]
Sol, que se está gastando
en piedras lajas y turbias corrientes,[8]
besó la sombra india
que vuelve crecida
de un sueño verde.[9]
Ya madura el silencio
por el agreste vientre de tus bardas;
quiere Rayén dormirse,[10]
tiemblan sus entrañas,
enamorada.
Aguas que van, quieren volver;
aguas que van, quieren volver;
río arriba del canto aprendido...
Neuquén... Quimey, Quimey... Neuquén;
Neuquén... Quimey, Quimey... Neuquén;
Neuquén... Quimey, Quimey... Neuquén.
[1]
El poema original parece decir flor y no sol, tal y como sucede
en la versión de Larralde. Personalmente, la elección del gran bardo me parece
igualmente hermosa y llena de significado, sin embargo, nos lleva a algún
problema; a saber: la secuencia temporal de la escena (descoyunta el transcurso de las horas en que se desarrolla el poema-escena) y el subsiguiente
atributivo «regada», cuyo referente lógico era «flor». Al escoger «sol», ese
complemento introducido por «regada» queda sin referente. Qué cosa es «regada»,
¿la sol*? No puede ser, y tampoco «los arenales».
[2] Bien podría dedicarse una
generosa entrada —o escribir una novela corta al estilo de La perla de John Steinbeck— a los caciques Sayhueque e Inacayal. En la entrada he puesto la
imagen del primero. Quiero decir tan sólo que «los argentinos», es decir, los
argentinos belicosos en cuestión —¡qué difícil resulta evitar esta odiosa
generalización!; no existe sujeto activo «Rusia» que haya invadido Ucrania; son el
loco biófobo de Putin y aquellos que lo sigan los únicos culpables, y no toda
esa cantidad de personas que suponemos incluidas en el inexistente, agramatical
y alógico sujeto «Rusia»—; decíamos, ciertos políticos y militares
argentinos, aprovechando el tirón de la independencia de España y durante todo
el siglo XIX, y remarco, aprovechando el tirón de la independencia, ya fuera de
las leyes españolas, se pusieron a conquistar terreno y más terreno, igual que
hicieron todos los países latinoamericanos, pero en este caso con suma
eficacia, expulsando de sus tierras a los pueblos indígenas que habitaban
multitud de regiones respetadas durante los siglos XVI, XVII, XVIII y hasta el
momento de la independencia. Bonito propósito, el genocidio —censo stricto [sic; censo por sensu],
esto es, el exterminio de un pueblo— de todas aquellas poblaciones indígenas
que, para mayor injusticia, resultaban mayormente pacíficas. Las vicisitudes de
Sayhueque e Inacayal resultan legendarias y hermosas, así como sus muertes
representan la vesania del «hombre blanco». Ambos orgullosos caciques fueron
exhibidos en el Museo de las Ciencias Naturales de la Pampa, convertidos en
objetos vivos de una repugnante etnografía.
Y ya que tan larga esta cita, no nos privamos de esta otra:
Y un día, cuando el sol
poniente teñía de púrpura el majestuoso propileo de aquel edificio (...),
sostenido por dos indios, apareció Inacayal allá arriba, en la escalera
monumental; se arrancó la ropa, la del invasor de su patria, desnudó su torso dorado
como metal corintio, hizo un ademán al sol, otro larguísimo hacia el sur; habló
palabras desconocidas y, en el crepúsculo, la sombra agobiada de ese viejo
señor de la tierra se desvaneció como la rápida evocación de un mundo. Esa
misma noche, Inacayal moría, quizas contento de que el vencedor le hubiese
permitido saludar al sol de su patria". Clemente Onelli. Fue el 24 de septiembre de 1888. (Recuperado,
5, febrero, 2023, en: https://web.archive.org/web/20150923124108/http://www.bariloche.com.ar/museo/DESIER.HTM)
[3]
El pehuenche es pueblo indígena dentro del más amplio de los mapuches,
habitantes a ambos lados de los Andes.
[4]
El tupo es un tipo de prendedor usado en ciertas poblaciones indígenas para el
poncho o el cabello, con la parte por donde se agarra, de forma tendente a la
redondez u ovoide, relativamente ancha y muy trabajada ornamentalmente, de la
que parte el propio prendedor con forma de larga aguja del mismo metal (pongo imagen).
[5]
La cimba es trenza ancha practicada por estos mismos pueblos araucanos en el cabello de las mujeres. La estrofa me resulta embriagadora, llena de
gracia, quietud y al mismo tiempo movimiento, en cualquier caso,
escenificación, con la metáfora de una nube larga atravesando la luna como si
fuera el tupo, la que imagino bellísima joven araucana, iluminada por la luna,
donde se establece una especie de hipálage con el adjetivo «oscura» que
comparten la trenza y la honda noche. En Internet, se encuentra la letra de la
canción con una malísima interpretación del verso «tupos la luna prende»,
figurando «tu voz» en vez de los «tupos» originales del poema, arruinando absolutamente
la belleza de la metáfora.
[6]
En el oxímoron «aguas que van, quieren volver», que se refuerza semánticamente
con la repetición del verso en dos de las seis estrofas completas del poema,
aunque innecesario para su completa degustación, sin embargo contamos además
con la imagen referencial que inspiró al poeta; Milton Aguilar llegó a casa una
tarde y le contó a su hijo (quien lo refiere en una entrevista) que en cierta
zona del río de Neuquén, tal vez en una curva parecida a un meandro, el río que
bajaba hacia el mar, al tiempo que su autobús caminaba en esta dirección, en
cierto ángulo de la curva del cauce las aguas parecían querer subir en
dirección contraria. Así que es interesante saber que el verso, tan sonoro,
pleno de significados e imágenes evocadas, tiene sin embargo un origen tan
exacto, no es únicamente imagen de génesis cognitiva, creación espontánea del
proceso poiético —lo cual, no obstante, no le restaría ningún valor—, sino que
es rastreable el objeto físico del que nace, en un punto concreto de la vida y
experiencia del vate. Sin que sepa encontrar ahora mismo bajo qué recurso estilístico se consigue, de nuevo el poder del verbo se alía con la realidad mágica: «aguas que van, quieren volver/aguas que van, quieren volver», donde la repetición y el sentido de las aguas en una dirección y la contraria se conjugan en la fórmula poética. Imaginamos, evocamos la imagen del río al tiempo que escuchamos en voz de Larralde ese mismo movimiento de ida y venida. Milagroso.
[7]
Tenemos claro que Neuquén es una vasta región de la Patagonia. Quimey es nombre
propio de persona con significado en mapudungún, «bello, hermoso» y es epiceno,
originariamente para hombre pero también usado para mujer, como el Guadalupe
mexicano. Pero es que da igual, porque lo que resulta es una combinación sonora
que retumba en los ecos de los acantilados con la gracia del himno, la
invocación, el trance. Un cántico de inexplicable resonancia, una mística acaudalada
en el anciano verbo, una última llamada para nuestra salvación. Un rezo sin
imprecaciones cobardes.
[8]
Los aborígenes intuyen lo perecedero astral. El quiasmo del verso, sustantivo+
adjetivo, adjetivo+ sustantivo, toda vez que el poeta utiliza «lajas» como
adjetivo para determinar un tipo de piedra plana, erosionada por el agua de
«turbias corrientes», una vez más conjuga la gracia de las ondas sonoras y la
multiplicación de sentidos, evocaciones, contradicción. Lo astral y lo geológico —tiempo ilimitado y tiempo miliarmillonario respectivamente, frente a la enanez de nuestro tiempo histórico y, más aún, personal— se alían entre lo perecedero a través del concepto de «gastarse», atributo birreferencial: el sol se va gastando, igual que las piedras lajas, «en turbias corrientes», aliteración gongorina… la /R/, rrrrrrrrrrrr... erosión de oscuras fuerzas —turrrrrrrrbias—.
[9]
Otra hipálage en estos tres pequeños versos milagrosos, donde la inmensa sombra
india se cierne sobre praderas verdes que son puro sueño, presencia onírica;
puesto que, dijera lo que dijera el fumador de puros Sigmund Freud, nuestros
sueños no son en blanco y negro.
[10]
Nuestra dulce araucana revela su nombre, Rayén, a quien acariciamos sentada
junto a nosotros, tal vez sostenida por el tronco de una araucaria, su trenza
cimba, alumbrada por la luz de luna. Quizá raye el alba desde las entrañas de
la Tierra. ¿Somos Quimey o es sólo un canto aprendido?