martes, 27 de diciembre de 2011

Tierra de penumbra


En ocasiones frecuentes recurro a alguna artimaña de la imaginación para escapar de la realidad, imagino que vivo de otra manera o, mejor dicho, que sobrevivo con un oficio por el que mi ánimo se siente más proclive, y no sufro las veleidades con las que el destino me ha condenado -provisionalmente-. Los cruces de camino son riesgosos, y en algún punto hemos escogido alguna vereda que engañosamente nos está obligando a dar grandes rodeos hasta llegar a la tierra donde queremos habitar.

De vez en cuando recurro, entre otros ardides, al recuerdo de algún libro o película, mejor dicho, al recuerdo del espíritu de algún libro o alguna película donde me refugio de la vulgaridad de los días. Hay imágenes y ese fondo biográfico de C. S. Lewis en la película que me han servido para soñarme en un ambiente parecido, pasando mis días dedicado al estudio, la escritura, el cultivo de la imaginación, los paseos reflexivos por verdes y apacibles valles, la búsqueda de la sabiduría, algo de enseñanza, alguna cerveza con colegas en un pub.

Bajamos Mildred, Guz, Blanch y yo a pasar Nochebuena y Navidad a Madrid. El día de Navidad por la mañana Mildred salió a un parque a pasear y dar esparcimiento a los churumbeles. Así que me quedé solo y pude revisar Tierras de penumbra (había encontrado esta película la noche anterior en la biblioteca de mi padre). Al volver a encontrarme con ella, después de años, descubro con sorpresa (y me avergüenzo al mismo tiempo de mi débil memoria), que había deformado completamente el sentido dramático, diría más, trágico de este fragmento en la vida del autor de Cartas del diablo a su sobrino. También me percato de que hacía años que no veía un dramón, no sé por qué causas.

Lo terrible, y no quiero ponerme más pesimista de lo necesario, es que el drama ya no es una ficción reflejada en la pantalla. La muerte omnipresente en la vida, el cáncer que nos roba al ser querido, la iniquidad de un Dios incomprensible, "el goce de entonces -dice el personaje que narra la película- es el sufrimiento de ahora". El C. S. Lewis del final de la película corre por un valle con su hijastro Douglas detrás de él. Ya ha perdido a Joy (Gresham), su mujer.

Lo que antes era un reflejo improbable en la pantalla, un invento del arte para hacernos llorar, el drama, hoy es una realidad que nos rodea y amenaza cada día, o que ya se va cumpliendo en parte, arrasando parcela a parcela el valle dichoso donde habitábamos (los campos donde habitan ahora Guz y Blanch).

También descubrí con sorpresa que, en el momento apropiado, uno todavía tiene capacidad para llorar, aunque sea reflexionando al mismo tiempo.

jueves, 8 de diciembre de 2011

"Sobrecuadros": Mirada alucinada e irónica sobre: Abadía en el robledal, de Caspar David Friedrich


A Caspar David Friedrich lo asocio casi inextricablemente con Friedrich Hölderlin. En primer lugar, sus nombres se asemejan, o, mejor dicho, el nombre de uno es el apellido del otro. Son alemanes, contemporáneos y románticos a rabiar. Gracias a que el contexo social en el que los hombres nos desenvolvemos termina calando en nuestra propia psicología, uno no ha terminado sus días deambulando por el bosque, vestido con una levita, demenciado por afectos como la nostalgia, el esplín, la sensibilidad celeste, el sentimiento de pérdida de la belleza y la bondad humanas, el ansia de trascendencia, el afán de alcanzar ideales imposibles y sentimientos innombrables. Pero en la post-adolescencia tuvimos entre nuestras manos el Hiperión, Werther, Novalis, Byron y, por qué no, Bécquer. Y en nuestra cabeza, una amalgama de sueños que terminaron sepultados por la realidad de los tiempos, algún que otro alcaloide y un progresivo interés por el torneo de Roland Garros en detrimento del ansia de libertad y la escapada definitiva.
Esta Abadía en el robledal recupera de algún hondón en nuestro ombligo el rescoldo de ese romanticismo que albergamos antaño con tanto ímpetu. A Friedrich lo atribulaba la muerte, porque estuvo rodeado por sus efectos y vio morir desde niño a su madre y hermanos. Incluso, me parece, perdió un hermano cuando este trataba de salvarlo a él de un agujero en el hielo de un estanque. Al salvarlo, murió su hermano y esto lo mantuvo con un sentimiento de culpa y tristeza. Así que la muerte parece uno de sus temas.
No puedo ironizar con este crepúsculo gélido, las lápidas asomando, los robles mortecinos, la neblina que nos arrastrará hasta el horizonte oscuro. Aunque sin duda el Romanticismo, con sus cándidos excesos y sus paradógicas derrotas es como una especie de movimiento quijotesco. El progreso y la evolución del mundo no han podido ser más crueles devastadores de los valores de aquella expresón artística y de sus ideales. Un antiguo amigo mío, completamente psicótico desalmado, tras una velada de alcohol y destartale psicológico, entre risas y conversas sobre el alma humana y la literatura, cargado él de suficiencia, me pronosticó que un día dejaría el romantismo y me subiría al existencialismo. Nunca lo hice. Desmonté del romanticismo, dejé un estribo en él, salté hacia el pasado, me hice siglorista, me cautivó el siglo XIV (que es el siglo maldito de la Edad Media), me colgué finalmente de los griegos y me hice un curso acelerado de epicureísmo, aportando a su comprensión la idea clara de que conforma una misma moneda de la que el estoicismo es su segunda cara (la moneda es de oro, unos la ven desde el placer, otros desde el sufrimiento, pero ambas invitan a la sofrosine). Incluso el XVIII, más mezquino, pero en ocasiones merecedor de esas luces que se le atribuyen, con su música de gloria. El siglo XX no era tan malo, y me zambullí en su cultura, porque los siglos donde el hombre avanza hacia el abismo son buenos para el arte, y el siglo XX, con sus 60 millones de almas dilapidadas, trajo el capitalismo financiero, la bomba atómica, las atrocidades científicas y los descubrimientos de la informática y la genética que cambiarían para siempre el signo de los tiempos. Del batiburrillo, de la realidad y de la muerte omnipresente, siempre me he refugiado con el recuerdo de los tiempos pasados, desde mi propia infancia (que revivo a través de mis hijos) hasta los polvos de Mesopotamia.
Pero este cuadro me trae otra remembranza mucho más próxima, superflua y amable. La mente asocia de esta forma tan caprichosa. Me trae a la memoria una lectura que, a pesar de su simpleza, me dejó una huella indeleble. Cuando paseo cerca de casa, sobre todo en estas noches de invierno, y se dibuja el castillo próximo contra el cielo estrellado en la noche helada (estampa romántica), a veces sus torres almenadas acariciadas por las brumas, también recuerdo esta novelita para adolescentes. Se trata de El libro del cementerio, de Neil Gaiman. Sí, de pronto, entre lecturas más espesas y supongo que trascendentales, un librito sencillo y para adolescentes te deja una huella que recuerda a algo antiguo.

martes, 6 de diciembre de 2011

Reseña El hombre diminuto en Literandia

El hombre diminuto, reseña en "Literandia" de Carlos Ferrater García.
El hombre diminuto es el título de la novela escrita por Hernán Valladares Álvarez (Madrid, 1970, residente en Asturias) y publicada por Bohodón Ediciones en el año 2011. La novela relata, en la voz del psiquiatra Alfredo Dorrana, quien cuenta la historia de uno de sus pacientes, la experiencia objetiva e intrapersonal de un hombre recién doctorado en Geología, a quien se le asigna una misión para buscar los primeros indicios de petróleo en una isla desconocida, trazar algunos mapas y algún trabajo más que pudiera abrir paso a ulteriores exploraciones. Lo acompañan dos jóvenes más, un geofísico inglés, aunque de orígenes escandinavos, y otro español que será el encargado de pilotar un hidroavión hasta la isla de Serolf. Este lugar no es más que una trasposición literaria, una denominación que, invertida, se convierte en un "nombre parlante" (lo mismo que el apellido del protagonista y el del narrador) y que podría avisar a los lectores más conscientes de por dónde va a girar la trama de la novela solo con reparar en el título, El hombre diminuto, o desvelar el trasfondo paleoantropológico que subyace en esta atrayente narración. La ubicación, por tanto, se convierte en un lugar literario donde el autor puede desarrollar libremente su ficción. La propia isla, como un personaje más, parece obrar en el comportamiento del protagonista de una forma extraña, moviéndolo por una lucha continua contra sus principios morales, levantándole un afán desmedido de poder y dominiación sobre los seres que encuentra en el lugar y convirtiéndolo en un ser flagelado por el destino. Un final hecatómbico desterrará definitivamente de la isla a C. P., personaje redondo (según terminología de E. M. Forster), hasta un manicomio en el sur de España, lugar donde empieza y termina la novela de manera circular pero abierta.Aunque del autor se dice que ha escrito más novelas, esta es su primera obra narrativa publicada y hay que decir que se trata de un trabajo perfectamente maduro. El dominio estilístico de la prosa es notable, en ocasiones con algún exceso, pero con brillantísimas imágenes y metáforas de las que, sin abusar, el autor se sirve para provocar un cierto grado hipnótico en el lector. Sin caer en el amaneramiento y con una cadencia muy legible, roza en ocasiones la prosa poética, con impresionantes descripciones de la isla y una ambientación muy creíble con la que envuelve a quien disfruta de esta historia. Siendo la estructura y el universo de este trabajo literario algo verdaderamente sencillo, la fábula antropológica y psicológica no nos deja indiferentes, hace reflexionar al lector, logrando la repulsión buscada y una verosimilitud difícil de alcanzar en su contexto, y consigue, incluso diríamos que con maestría, mantenernos en vilo hasta el final. La novela se lee de una sentada, con pocos decaimientos de ritmo, si acaso con una justa demanda por parte del lector de alguna página más y una mayor prolijidad en el desarrollo de la fábula. Da la impresión de un cierto corte brusco en el final, aunque la contraportada del libro parece defenderse de esto explicando que el autor quiso evitar un "grueso volumen" y pergeñar una "novela concentrada". Desde luego, hemos de seguir los pasos de este autor, porque nos puede deparar gratas sorpresas en un panorama literario patrio en el que poca gente se atreve a escribir auténtica ficción. Una grata sorpresa, todo un descubrimiento este El hombre diminuto.


Carlos Ferrater García, reseña en Literandia

lunes, 14 de noviembre de 2011

Se publica El hombre diminuto




Para Camilo Pedro, el protagonista de la novela, habría sido mucho más sencillo ver cumplidos sus sueños de burgués acomodado, haberse casado con Margarita y terminar siendo profesor de Geología en la Universidad Complutense de Madrid. Pero el destino le tiene reservada otra existencia. Su director de tesis, el profesor Garrido, lo embarca, junto a dos compañeros más, Gregorio y Bobby, en un proyecto para buscar petróleo en la isla de Serolf al servicio de una asociación entre las petroleras Brip y Repansa, británica y española respectivamente. Las aventuras objetivas y subjetivas dentro de la isla irán transformando a los personajes, inmersos en un mundo plagado de misterios.La novela que el lector tiene entre sus manos, escrita con un gran dominio estilístico y una prosa por momentos hipnótica, con brotes de un inesperado sentido del humor, permite hacer varias lecturas: se puede leer como novela de entretenimiento y aventuras, con una estructura clásica; entre líneas hay una amarga crítica sobre la civilización y el progreso; es también una novela psicológica, incluso psiquiátrica, y de antropología-ficción.Esta fábula sobre la prístina pureza de la naturaleza, pero también sobre su ausencia de moral, y sobre la voluntad de poder inserta en el hombre, podría desarrollarse en un grueso volumen, pero el autor ha escogido el camino de lo conciso y el lector, mientras se adentra en su lectura, agradece la potencia de sugestión de una novela concentrada que no flaquea por ello en detalles, sensibilidad y fuerza narrativa.



ISBN: 978-84-15172-88-8Primera edición: Noviembre de 2011Medidas: (140 x 216) / 202 páginasEditorial: Bohodón EdicionesGénero: NovelaIdioma: EspañolFormatos:Edición Clásica P.V.P. 16.00 euros

domingo, 13 de noviembre de 2011

Guz está maltrecho de gastroenteritis. Con lo activo que es, anda todo el día tirado en el sofá, durmiendo, protestando quejicosamente de su barriga. Su capacidad de recuperación es como la de un animal y seguro que mañana estará mejor, de hecho, esta noche no ha tenido la fiebre de ayer. Para acompañarlo un rato le he puesto en una pantalla grande (el "cine hippie") un documental sobre la vida animal en la Tierra antes de la aparición de los dinosaurios. Los cambios del planeta vistos en un espacio de una hora resultan completamente inasumibles. Pero en el transcurso de ese descomunal reloj geológico, uno se empequeñece como ante la contemplación de las estrellas o la explicación del Universo y comprende que el paso del tiempo no atiende a criterios éticos, como tampoco lo hace la feroz supervivencia de las especies. Así que haber nacido hombre y en esta época, es con toda seguridad el mejor lance de fortuna que jamás nadie ha podido soñar. Si sumamos el número de los seres vivos muertos en el intento de sobrevivir, sufrientes, devorados, muertos de hambre, sujetos a cataclismos, siempre malogrados, seguramente no nos valga ese símbolo que es como un churro tumbado (∞): infinito. Así que uno mira sus veleidades con sorna, coloca entre las orejas una sonrisilla irónica ante la vida, sonríe porque no solo sobrevive sino que además percibe una extraña sensación de felicidad ante el milagro de estar vivo; nuestro afán de gloria de diluye. Nuestras preocupaciones porque la economía se derrumba (y de nuestra propia empresa de mierda) toman una proporción enana, en realidad inexistente. Somos una mota de polvo, pero hay algo extraño en ser una mota de polvo consciente. Algo lleno de misterio.
Ayer leí un pequeño ensayo escrito por Juan José Gutiérrez Álvarez, profesor de Antropología en California State University, en Monterrey, titulado De todo lo visible y lo invisible: misterios, percepciones y contradicciones del mundo de las drogas en Estados Unidos. Una sana reflexión sobre un tema muy insano. Se dan datos, se repasa la historia de la "Guerra contra las drogas" en EE UU y se apunta a que de esa manera la cosa no ha funcionado, no funciona y no funcionará; no se acabará con un mercado que, tal y como se apunta en el ensayito, mueve más dinero que el turismo, y está casi al nivel del negocio del petróleo en lo que respecta a su volumen de mercado. Se trata en este escrito igualemnte de la percepción social en EE UU sobre el asunto, y de la escandalosa estadística de consumo en el país norteamericano. Un desatino. Y le comento a Juan José que no se pierda el prólogo de El almuerzo desnudo de William S. Burroughs, porque el autor de Missouri no podría estar más de acuerdo con las propuestas de este ensayo, mutatis mutandis, ya que hoy se conoce más y el escenario de las drogas ha cambiado mucho. Pongo en la columna de la derecha, dentro de "retacillos literarios" esa ineludible introducción de Burroughs.

jueves, 3 de noviembre de 2011

Oración utópica a Grecia

Imagen tomada de http://www.themosaicmaker.com/europa.htm.

Me atrajo la idea de una Europa escuálida y en medio de un océano proceloso a punto de engullirla, a lomos del toro que la rescata (aunque sea con la única finalidad de yacer después con ella).



Papandreu desborda a los sofistas,
Epicuro no quiere dar su opinión
dado el estado lamentable del Jardín
y el SPA (Sócrates, Platón y Aristóteles)
renuncia a competir con troikas y las siglas
de la globalización (FMI, BCE y SUPUTAMADRE).
Demócrito se muestra renuente ante genomas y otras aprendedurías de brujo.
A quien debemos todo (y dicen que ellos deben, es de coña),
donde nació la verdadera luz,
el camastro donde Zeus encarnado en toro violó a Merkel-Sarkozy,
tú que nos diste el pensamiento, repiénsanos ahora,
destruye a la diosa Monedúnica,
rompe las reglas, islandiza,
preña el vientre de esta Crisis de goma
con tus hijos de hierro y de madera,
y presenta el regalo en Occcidente;
aquí en Iberia te regalamos Rosas como entrada,
expedito está el camino a tus huestes
cargadas de vino, aceite y terracota;
que las ruinas de la Acrópolis nos invadan
y el mundo retroceda dosmil quinientos años.

domingo, 30 de octubre de 2011

Por fin, en pocos días saldrá publicada la novela El hombre diminuto, de Hernán Valladares Álvarez, editada por la editorial Bohodón.
Espero que todos cuanto lean esta reseña en el Diarius no solo la compren sino también la recomienden y logren que sea comprada por al menos otras diez personas (habrá que insistir en nuestra librería habitual que la pidan a la editorial en caso de que no la tengan a mano, cosa más que probable si no es en algunas librerías de Asturias y Madrid). Difusión en cadena, boca-oreja, bomba de racimo. Necesitamos que esta novela se enajene todo cuanto sea posible, y deje así de pertenecer a un solo dueño. Que sea de los lectores.
Sobre el mal, sobre la voluntad de poder, sobre la naturaleza del hombre y sobre la Naturaleza misma. Adjunto aquí la reseña que aparecerá en la contracubierta del libro:Que transcribo:
Para Camilo Pedro, el protagonista de la novela, habría sido
mucho más sencillo ver cumplidos sus sueños de burgués acomodado,
haberse casado con Margarita y terminar siendo profesor
de Geología en la Universidad Complutense de Madrid. Pero
el destino le tiene reservada otra existencia. Su director de tesis,
el profesor Garrido, lo embarca, junto a dos compañeros más,
Gregorio y Bobby, en un proyecto para buscar petróleo en la isla
de Serolf al servicio de una asociación entre las petroleras Brip y
Repansa, británica y española respectivamente. Las aventuras objetivas
y subjetivas dentro de la isla irán transformando a los personajes,
inmersos en un mundo plagado de misterios.
La novela que el lector tiene entre sus manos, escrita con un gran
dominio estilístico y una prosa por momentos hipnótica, con brotes
de un inesperado sentido del humor, permite hacer varias lecturas:
se puede leer como novela de entretenimiento y aventuras,
con una estructura clásica; entre líneas hay una amarga crítica
sobre la civilización y el progreso; es también una novela psicológica,
incluso psiquiátrica, y de antropología-ficción.
Esta fábula sobre la prístina pureza de la naturaleza, pero también
sobre su ausencia de moral, y sobre la voluntad de poder inserta
en el hombre, podría desarrollarse en un grueso volumen, pero
el autor ha escogido el camino de lo conciso y el lector, mientras
se adentra en su lectura, agradece la potencia de sugestión de una
novela concentrada que no flaquea por ello en detalles, sensibilidad
y fuerza narrativa.

lunes, 17 de octubre de 2011

Occupy the World, los movimientos sociales

Yo estuve allí. Sí. Y, quién sabe. Seguimos dudando. Pero cabe la posibilidad de que la masa de cambio humano vaya generando ideas más abarcadoras. El insulto a un banco en particular, o a un banquero, el insulto a un par de políticos o a todos los políticos, las proclamas de caverna ideológica (y sus correligionarios contumazmente presidiendo cada manifestación), demasiado reverberante, todo eso no es nada, o no es al menos, en mi opinión, lo que puede terminar generando una ola de cambio planetario. Quizá sí sean sustituibles todas esas instituciones desde las que se maneja el poder, pero hay que ir hilvanando otro sistema que lo sutituya, con imaginación, antes de hacer ninguna revolución. Sol y el 15M como inicio estuvo bien. Debe evolucionar. Creo que en otros países, ahora, se está fijando el punto de mira hacia los verdaderos objetivos: la justicia universal, el combate contra el hambre y las desigualdades, la universalización de la cultura sin restringir la libertad de la persona y las idiosincracias de cada rincón del planeta; y luego vendrá la invención de "ALGO", algún instrumento para dotar al mundo de un nuevo sistema más equitativo. Atacar personas concretas o gremios al completo, no parece la mejor opción, porque más bien nos inclinamos a pensar que el cirio universal que ha montado el ser humano (el capitalismo financiero, las guerras, la codicia de los mercados, la destrucción del medio ambiente) trasciende voluntades superpoderosas, controles de una piña de poderosos que deciden en la sombra; qué va, y se trata más bien de un equívoco específico, involuntario y masivo, de una tendencia inserta en los genes de la especie: la avaricia, la codicia, el egoísmo y el dinero como mediador de nuestras relaciones, infectándolo todo. Muchos políticos, quiero pensar, estarán en el espíritu del cambio, pero se ven obligados o directamente dominados por el dinero y sus normas.
Pero la especie puede potenciar sus valores éticos: generosidad, empatía, altruismo.
Si estos movimientos, entusiasmantes por otro lado, emocionantes, pretenden seguir, deben olvidarse de particularismos y vilezas de capillas ideológicas ya caducas e ir al pensamiento generoso. Lo importante es librar del hambre y la injusticia al 50% de la población o detener la destrucción del medio ambiente.












domingo, 16 de octubre de 2011

Volpi y la distopía Bradburyana



A propósito de “Requiem por el papel” de Jorge Volpi (El País, Tribuna, 15 de octubre de 2011).Escribe el escritor mexicano a favor, sin fisuras, del libro electrónico. Casi se diría que escribe contra el libro en papel, como si fueran sus defensores enemigos del progreso. Estar a favor sin fisuras de casi cualquier cosa, sobre todo de algo tan difuso como el formato de un libro, apunta a dos sospechas: un interés determinado o ganas de adoptar una pose. Probablemente este Volpi trata de adoptar una pose, y además es un poco marciano entre la legión de escritores, todos amantes de los libros, excepto él, adorador de un becerro de plástico con tripas de coltán. El libro es el libro, lo otro es un puro remedo cuyo nombre es, precisamente, libro electrónico, o sea, cosa que se parece a la otra, solo que electrónica. ¿Sustituyó el violín electrónico al violín directo heredero de los que antaño fabricara Stradivarius? Yo comparo leer un libro de papel y un libro electrónico con lo que significa jugar al fútbol de verdad y jugarlo en la Play.Desde el mismo título del artículo, su dueño trata de zanjar cuestiones a favor de su propia distopía, que él, claro, considera futuro feliz y apodíctico. Pues resulta que alguien que sabe más que él de tecnología, auguró que si el libro hubiera sido un invento posterior a la tecnología informática, nuestra era no sería conocida por el ordenador sino por el libro. Cuando leí esta entrevista, hace unos años, no habían sido inventados los émulos electrónicos de libros que ahora andan por ahí proliferando, pero sospecho que este hombre seguiría pensando igual. Era nada más y nada menos de Paul Allen, el que fuera mano derecha de Bill Gates.A Volpi además, con una frivolidad pasmosa, parece preocuparle un huevo el que las librerías o las editoriales se vayan a la ruina ante un hipotético descalabro del libro de papel. Este apóstol de la ciberlectura, en el paroxismo de la bobez progre, apela a la evolución darwiniana, como si tuviéramos que admitir que todo lo que nos brinda el progreso de la mano de la tecnología tuviera que ser bendecido por las leyes de Darwin: por ejemplo, las armas atómicas (quien no se adapte a ellas quedará extinguido de entre las especies; lo malo es que el que se adapte a ellas también). Aplicar a una cosa de la cultura humana la metáfora de las leyes de la evolución de las especies es cuando menos gracioso. Así que nada, que cierren todas las librerías y las editoriales. Y que cierren los periódicos, aunque en ocasiones paguen un dinerillo a los autores de artículos chorras.
Compara el libro moderno con el viejo códice medieval manufacturado en el scriptorium de los monjes, cosa tan desproporcionada como comparar el cinturón de castidad (sirviera para lo que sirviera ese obsceno artefacto) con un salvaslip. Ya, ya sé que sirven para cosas diferentes, pero es que el códice antiguo y el libro también sirven para cosas diferentes. De hecho, el códice medieval, mire usted por dónde, tenía más que ver con el sentido por el que muchos alaban al libro electrónico: por acaudalar la cultura, no por extenderla, que es lo que sí ha hecho el libro de papel. Barato, manejable, que permite anotar sobre él con un bolígrafo o un lápiz, que posibilita la lectura no lineal (se pongan como se pongan el libro electrónico obliga a la lectura lineal, no se hojea ni se ojea, y salvo que se busque una palabra concreta, no es fácil rebuscar entre sus páginas siguiendo una pista, un guiño, algo a lo que nos conducen nuestros dedos en alianza con nuestros ojos casi por el azar y la intuición, desaparecidos con el libro electrónico).
Sus argumentos son o simplones o manipuladores. Defiende que el libro electrónico trae la democratización de la cultura (habrase visto tamaña estolidez). Le pongo un ejemplo, que a Volpi le será familiar, por ser mexicano. En México, donde 40 millones de habitantes se encuentran bajo el umbral de la pobreza, y un 15 % en el de la extrema pobreza, ¿qué formato le es más accesible a algún miembro de esa clase social desfavorecida, el libro convencional o el electrónico? El uso del libro electrónico está completamente ligado a una clase social: neo-burgués (homo consumens) urbanita. No es una cuestión de precio (ya lo dijo Machado, que no era un ganapán (Gabinete Caligari dixit): todo necio confunde valor y precio, y probablemente antes que él lo dijera Cervantes), es una cuestión de uso asociado a un modo de vida. En una chabola de las miles que presiden los famosos cerritos de México DF, sin luz, sin una estructura de confort urbano mínima, ¿cómo piensa este menda que va a podérsele sacar algún provecho al libro electrónico? “A un solo clic”, dice. ¿De dónde diablos van a bajar los habitantes de esos precarios lares, ¿comprar?, con qué ordenador, con qué tarjeta de crédito, cómo van a poder adquirir y luego usar esa democrática cultura del libro-maná-electrónico? Qué subnormalidad tan cegata. Sin embargo, sí pueden llevarse bajo sus techumbres de hojalata un buen libro que los libere de sus pesares, o que les enseñe alguna ficción o alguna realidad en la que inspirarse para cambiar de vida. ¡El libro de papel, es decir, el Libro es realmente el que ha democratizado la cultura!A lo mejor este tipo es un aliado de los bomberos que aparecían en Fahrenheit 451 de Ray Bradbury. Ni Ray Bradbury pudo siquiera imaginar un artefacto tan diabólicamente pensado para acabar con la cultura escrita. Sus bomberos apilando piras de libros para aniquilar bajo las llamas la cultura son unos aficionados sin ninguna posibilidad. El libro electrónico, en el hipotético caso de que sustituyera al verdadero libro, cosa improbable, acabaría con la lectura profunda, con la relación que el lector establece con cada uno de los ejemplares que han sido leídos, tocados, anotados, recordados y, sí, acumulados ocupando espacio (bendito espacio el que ocupa un libro, como bendito el lugar que ocupa la comida en la despensa, en vez de una píldora con todas las vitaminas). Conozco muchas personas con libros electrónicos y sé lo que digo. Incluso los que leen de verdad, cuando quieren leer bien, concienzuda y profundamente, lo hacen en papel; luego, usan el libro electrónico para acumular títulos (cientos, miles, eso sí, en un afán sin límites por acumular, aunque sea en un microchip), para el viajecillo de turno, para llevárselo en el metro, o para cualquier tipo de hábito de lectura superficial. Por eso, sospecho que este Volpi, escribe más que lee.No voy a seguir paso a paso las imbéciles refutaciones que el autor hace a los defensores del libro de papel, incluso enumeradas, como si de una disputa teológica se tratara, pero por citar otra bobería argumental, habla el autor de cómo, frente a la dependencia de la energía eléctrica, el libro de papel se moja, dice, se arruga o se lo comen las termitas (sic). En fin, no es plan llegar a imaginar las posibles torturas que podemos infligir a un libro electrónico, pero son infinitas: creo que tampoco les mola mucho el agua (yo al menos un libro de papel puedo secarlo y, aunque un poco hidropésico, volver a leerlo, cosa que dudo se pueda hacer con un cacharro de esos que a alguien se le caiga a la bañera), se le puede echar bajo las ruedas de un coche, a ver quién aguanta más, o arrojarlo desde un quinto piso. Es de coña este Volpi progre.A lo mejor, simplemente, su idea es una idea de bombero, o una ocurrencia de un chico súper-progresista-me-encanta-la-ciencia-soy-ultra-moderno. No obstante, para leerle a él bastaría con bajarse alguno de sus libros en formato electrónico, gratis, como hace la mayoría de los usuarios de este tipo de libros tan democráticos, para luego acumularlos en su inmensa memoria y no leer ninguno, o solo alguna paginita suelta de alguno de ellos. Yo, entre tanto, prefiero escaparme a alguna de las librerías que frecuento y comprarme lo último de Aristófanes, alguna nueva versión anotada de Catulo, una tragedia de Shakespeare o La culta latiniparla de Quevedo. ¿Cómo a un escritor le puede resbalar tan cínicamente que las editoriales o las librerías puedan dejar de existir? También dejarían de existir las bibliotecas (esas sí, divulgadoras y democratizadoras), porque todo el mundo podría tener en la prodigiosa memoria de sus aparatitos todos los volúmenes de libros de toda la historia de la humanidad. Para no leerlos. No nos olvidemos de que, y no es un argumento falaz, el libro electrónico no existe, no hay libro, no hay entidad corpórea. Existen imputs, unos y ceros, que combinados y procesados electrónicamente dan en una pantalla un resultado aparente. Pero ese texto, si algo falla, podría no volver a salir nunca a relucir. Nos hallaríamos ante el abismo, el vacío, la nada. Quiero terminar este cabreo (jocoso, por otro lado, porque cuando la estupidez es demasiada provoca a risa, y porque, por fortuna, el augurio de tamaña distopía es del todo improbable, y no favorece su consecución la opinión de un escritor más), quiero terminar con el proverbio árabe de que “un libro, es un jardín que puede portarse en un bolsillo”. Si ustedes salen al bosque a pasar unos días, llévense un libro electrónico para el viaje y, tal vez, para el primer día; pero para el resto de los días y las noches, llévense tres o cuatro libros en la mochila, que tampoco ocupan ni pesan tanto y les pueden salvar, primero, durante las horas en soledad de su excursión, y, segundo, cuando, al llegar de nuevo a la civilización, los bomberos del progresismo hayan acabado parcela a parcela con todos los escaques de la cultura y el saber.




viernes, 9 de septiembre de 2011

Sensores, anhelos, telas de araña y un buen fin de semana con nuestra sobrina Polishkova

Vuelve el otoño, la estación que recalcitra los sensores; la nitidez de la atmósfera es directamente proporcional a la nitidez de algo que reside en el pecho, no necesariamente trascendente, pero, sí, llamémosle alma. El ardor poético, una claridad contemplativa que, por contra, trata de eludir la horrenda responabilidad de la supervivencia. Dejarse llevar, apetece. Vuelve el anhelo de aventura interior. Los sensores del poeta se anticipan a las fechas del calendario; pero no son solo los sensores, hay algo ahí afuera que lo atestigua.
Los proyectos intelectuales se apelotonan en el desván del cuerpo, la mente, y en las escaleras de acceso a esta parte alta de la casa un montón de trastos, mucha mierda, cajas que obstruyen nuestros pasos... Sabemos que hay tantos problemas prácticos por resolver, que el lunes siguiente volveremos al día a día de sinsabores económicos, problemas con quienes te tienen que pagar y con aquellos a quienes tú tienes que pagar. La lucha con los bancos, los problemas con las obras, la exigencias vacías de sentido. En las escaleras de acceso a lo más alto de la casa, donde más allá aguardan los libros, los sueños, los proyectos, las visiones, una enorme telaraña nos recuerda que mañana seguirmos este intento ajetreado por zafarnos de los hilos pegajosos, antes de que los enormes quelíceros del artrópodo nos aniquilen.
Toca usar este espacio interrupto para insertar una porción de vida, usar el Diarius como auténtico diario, igual que se hizo al comienzo de esta bitácora extraña.
Desde el pasado jueves 8 de septiembre vino para visitarnos nuestra sobrina Polishkova. Aunque su primer objetivo fue reunirse conmigo y con Arnald, para ver si acercamos posiciones hacia un futuro proyecto de negocio común, donde mezclar lo lucrativo con lo ético, finalmente la visita, una vez transcurrido ese jueves, se convirtió en una visita auténticamente de placer. Disfrutamos enormemente con ella. Polishkova, aunque ya era de mis sobrinas más queridas, ha confirmado la imagen que en sucesivos encuentros se me había ido trasluciendo. Pero esta imagen se debía a conjeturas de su tío, más que a una convivencia suficientemente larga o rica para concerla en profundidad. Lo que se dice de mis sobrinas mayores en las comidillas familiares suele ser todo bueno, desde hace unos años. Su respuesta de cariño y apoyo entrañable tras la muerte de su abuelo, su continua atención a la abuela Hermi, constituye el último gesto evidente de que estas "niñas" han ido ganando puntos en las valoraciones familares. No siempre fue así. Algunos de sus tíos, entre los que me encontraba, necesitaron gastar mucha saliva para defenderlas de los ataques dialécticos y reprobaciones gratuitas vertidas por la camarilla crítica de la familia. Que si eran muy "modernas", que si eran muy "libres", que si lucían un estilo descarado y eran materialistas, bla bla bla. Los que las defendimos cuando eran simplemente niñas, nos congratulamos ahora de que estas mujercitas sean unas tías tan cojonudas. Cada una de las cuatro combinan una serie de dones comunes, a mi parecer: son cariñosas con todos los miembros de la familia (sin rencores sobre esas posibles maledicencias más producto de la ignorancia que de la mala voluntad), atentas a las necesidades de los demás, desprendidas, resueltas ante la vida, con una mente abierta para comprender diferentes puntos de vista, con sentido del humor. Además, tienen un sentido ético de la existencia y creen en la justicia social y el respeto por el medio ambiente. Si acaso estos fueran valores de una supuesta "modernidad" (donde dicen eso querrían decir las lenguas ignorantes más bien "postmodernidad"), pues viva la posmodernidad. Pero lo dudo. Son valores suyos, propios, heredados de la educación y acendrados por sus propias vivencias.
Me gustó convivir estos días pues con Polishkova, porque la he re-conocido y las expectativas se han satisfecho con creces. Tengo una sobrina completamente encantadora, posiblemente una de las personas favoritas que puedo encontrar a mi alrededor.
El sábado trabajó Mildred. Pero Polishkova, Guz, Blanch y yo (también llevamos al perro), nos trazamos unos planes sencillos que cumplimos milímetro a milímetro: fuimos a ver los osos, caminar por la ruta, llegar hasta la cascada, subir un poco más y, a orillas de un riachuelo exquisito, de limpias y frescas aguas, comimos nuestras provisiones; terminamos la tarde en el pantano, montando en las canoas. Muy divertido todo. Por la noche, vimos en el "cine hippie" del desván la película Apocalypto. Una película sanguinolenta con una fotografía y un color bastante hipnóticos, una fabulación sobre los mayas y las tribus de la selva a las que aquellos aplastaron y usaron como víctimas sacrificiales. Nada que no sea una posible verdad, tamizado por la inverosimilitud de nuestro tiempo y una visión historiográfica un tanto zarramplina, pero no nula. Espectacularidad, sonora y visual, una historia de acción que hace pequeñas las machadas increíbles de James Bond, y casquería revestida de lo sagrado. Ni siquiera logró dar miedo a Guz.
A Blanch la habíamos dejado en el cumpleaños de una amiguita del colegio, y Mildred la recogió al regresar de su trabajo.
El día anterior, la tarde del viernes al sábado, mientras los niños jugaban libremente por el jardín o en casa de los vecinos Charles y Dacilea, Polishkova y yo tuvimos una conversación de varias horas, sobre la familia, nuestras vidas, los proyectos del futuro... Muy gratamente reveladora la velada. Solo el profundo afecto que mi sobrina continuamente muestra hacia mi hermano mayor, su padre, es prueba suficiente de que delante tenía una chica de sentimientos profundos y benignos. Un goce, igual que Mildred piensa. Por la noche, llegó con nosotros Charles y la conversación tomó otros derroteros, por razones diferentes también muy interesantes. Proseguimos la cháchara ya con Mildred en casa de los vecinos, hasta la una y media de la madrugada.

lunes, 15 de agosto de 2011

IV La escapada. La barca de Aqueronte

La vida es extraña. Esto ya lo sabíamos. Casi todo el mundo lo sabe. Los únicos que viven satis-fechos en ese orden de cosas tan raro son los niños, aunque un sistema educativo abstruso trata de sojuzgar su libertad desde edades cada vez más tempranas. Y los sabios, pero por razones diferentes. Yo dejé de ser niño hace años, la extrañeza de la vida y la conciencia del paso del tiempo, cada vez más fugaz, se me vinieron encima por sorpresa (el primer punto de inflexión fue el nacimiento del primer hijo, el segundo la muerte de mi padre), como un torbellino, una tormenta de arena que ves venir a lo lejos y cuando quieres darte cuenta ha cegado tus ojos, te empuja con el capricho del viento tornadizo, inunda de arena tus pulmones. La tormenta de arena no pasa. Dejé de ser niño y ahora que observo la extrañeza a mi alrededor y la confusión sembrada en el concierto, aspiro a hacerme sabio. Es la única vía. En mitad de la tormenta miro al horizonte, no distingo su punto más lejano, me basta con saber la dirección, bajo la cabeza, me ciño a las cintas de mi mochila y emprendo la metáfora de la vida, el viaje. Cierto desapego funda el espíritu del sabio, que alcanza finalmente la ataraxia. Mildred, han transcurrido los días y si pienso en Guz y Blanch noto ese mordisco en la boca del estómago. No soy un sabio todavía, por supuesto. No podría esperar haberme hecho sabio en la primera semana de mi huida. No. Transcurrirán años, no tengo prisa, y por eso creo hallarme en el buen camino. El mundo excitado en que vivimos, el hombre exacerbado, nunca encontrará la paz ni el auténtico saber. Os invito a encontraros conmigo en algún lugar, pero para eso también vosotros deberéis perder la identidad. Mildred, amor, no lo dejes pasar, coméntalo con los niños y decidid emprender conmigo una búsqueda común de libertad.
Tenía que quemar el coche y provocar mi muerte antes de cruzar el estrecho de Gibraltar. Es lógico. No podía entrar con el coche en Marruecos para luego darme por muerto. Pero claro, se me presentaba una enorme dificultad para cruzar el estrecho sin tener que presentar mi documentación en la aduana. Así que busqué una playa no demasiado multitudinaria en algún punto ligeramente al oeste de Tarifa y robé una barca con un motor fueraborda. Es fácil robar en mis nuevas condiciones de vida. Yo, que no sabía lo que era robar, actué como si toda mi vida lo hubiera hecho. Es la supervivencia, pero, sobre todo, es haber puesto los valores de la vida en su orden. Robar es un verbo sin significado real. ¿Roban los inversores financieros a gran escala? Sí. ¿Roban los gobiernos a sus ciudadanos? Sí. ¿Roban los bancos sistemáticamente? Sí. Esos eran robos. ¿Roba quien tiene una necesidad? No. Ignoro si mi nuevo orden de valores es correcto o incorrecto, moral o inmoral. Creo que será ético, que me importa más. Las reglas las pondré yo a partir de ahora. Ningún libro de leyes interpretadas al antojo de los poderosos me afecta a partir de este momento. La sociedad para mí ya no existe; existen las personas. Era de noche. Aunque la playa estaba bastante en calma, el camarero de un chiringuito precariamente iluminado servía las últimas copas a un grupo de extranjeros rubios y borrachos. Desaté el cabo de una vieja valla de madera donde se encontraba amarrada la barca. Eché el macuto al interior. Fue un momento emocionante. La aventura implica que cada acción siguiente es una incógnita. No sabía si saldría de allí o alguien gritaría, ¡eh, la barca! y vendrían por mí para evitar que pudiera llevar a cabo la minúscula fechoría que me permitiría cruzar la porción de mar que divide Occidente de Oriente. Busqué el extremo de la correa de arranque, y agarré con decisión la pieza de plástico ergonómica, jalé con fuerza y el motor no hizo ningún intento de ponerse a funcionar. Revisé ávidamente el motorcillo y di con una llave de gasolina que se encontraba en posición cerrada. También había una especie de llave en el tapón, un grifo pequeño superpuesto, con las palabras open y close. Lo abrí. Antes de volver a jalar de la cuerda abrí el gas en el puño del timón. Ahora sí bastó un tirón decidido para que el motor comenzase a berrear enérgicamente. En el chiringuito, aunque la música no estaba muy alta, no parecían preocupados por mi presencia. La noche era cálida, y en medio de la total oscuridad me bastó poner rumbo a algunos reflejos que pronto descubrí al otro lado del Estrecho. Era una patera de lujo, la patera que parte del sueño material al espiritual, no la que parte de la necesidad material a la miseria del espíritu. Una barca con motor para un solo hombre. Y gratis. Fue un viaje increíblemente corto. Me desvié de la playa donde había varias construcciones y luz artificial y me dirigí a un pequeño golfillo rocoso. Até la barca a una roca, levanté mi macuto en el aire y lo lancé a unas rocas con algo de hierba seca en la parte de arriba. Por poco se me cae al mar, pero quedó la mitad más pesada apoyada en el suelo. Luego escalé a esa pequeña zona cubierta de vegetación y emprendí en la oscuridad mi incursión en algún punto de Marruecos del que ignoro el nombre, seguramente alguna zona entre Taláa Cherif y Tánger.
¡Si te digo cómo me dispuse para dormir, Mildred! Ni en mis poemas podría haber imaginado algo así. Boca arriba, en las afueras de un pequeño poblado sin iluminación, hallé una pradera metida entre árboles. No todo es desierto aquí en Marruecos, es lo primero que pensé. Las estrellas sobre mi cabeza. Las miraba fijamente, dejaba la mente en blanco y era tanta su luz y claridad que parecían descender. Entonces, no sentía el suelo bajo mi espalda y tenía la impresión de haber subido hacia el cielo y encontrarme directamente entre ellas. Y, claro, lo comprendí, es así. En realidad estamos dentro de las estrellas. El comienzo fue tan místico, pero al rato comencé a sentir frío. Me arropé con una pequeña manta que traía en mi mochila. Descansé por tramos, pero pasé una noche difusa, en un estado de duermevela no demasiado placentero, con frío cada vez mayor y más penetrante. Mis hijos se me perfilaban con una nitidez como la de las estrellas. Pensaba en Guz, los paseos por el río con él, los juegos, su encanto, su mirada ilusionada siempre, su piel perfecta. Mi hijo. Lloré. Y comprendí, Mildred, que mi viaje en solitario solo puede ser circunstancial, que al final habré de convenceros para que os unáis. Sé que Guz estaría aquí conmigo (estoy en una fonda deglutiendo un cuscús), pero quiero que tú también estés convencida, no quiero que pienses que te he robado nada. Robo barcas, hasta ahora, pero no hijos. Os quiero.

viernes, 5 de agosto de 2011

III La escapada. Mi muerte.

Encontré, no sin esfuerzo, el acantilado que necesitaba, con acceso al coche y una buena ladera que condujera hacia el vacío salado. Rocié el motor de gasolina, dejé algunas de mis pertenencias (las que había preparado para ello) en los asientos de atrás. Mi cartera con todo: tarjetas, documentación, algo de dinero. Con la puerta del conductor abierta, lo he arrancado, he puesto en punto muerto el coche, he prendido fuego al motor, he cerrado el capó, lo he empujado por detrás. El coche ha ido tomando impulso. Como pesa bastante un Volvo familiar antiguo (llegúe a considerarle mi amigo), enseguida ha cogido velocidad y completamente en llamas ha saltado al vacío. Me ha sorprendido su entrada en el mar. El fuego persistió incluso dentro del agua. Es increíble, pero igual que en las películas americanas por cuyas explosiones inverosímiles siempre protesto, el Volvo, ya dentro del agua, ha explosionado provocando una espléndida onda expansiva. Un pequeño tsunami. Ya sé que parece inexplicable, pero alguna explicación tendrá. Me alegro de que mi muerte al menos haya provocado eso: un tsunami y una perplejidad científica. Ya supongo las noticias de mañana, que no podré leer porque estaré durmiendo en algún lugar del Atlas marroquí, pero su titular será algo así: "Un vehículo incendiado cae al mar en un acantilado de Cádiz". Y la entradilla: "Los servicios marítimos de rescate siguen buscando el cadáver del conductor, cuya puerta se encontraba abierta, y cuyas siglas, según la matrícula del vehículo, corresponden a H.V.".
Ya supongo, Mildred, que, tal y como te indiqué, sabrás declarar simplemente que abandoné el hogar hacía unos días y no sabíais nada de mí.
Qué incidente (como dicen los periodistas palurdos) tan simple.
Es el último acto verdaderamente contaminante que habré llevado a cabo en mi vida.
Ahora también puedes cobrar el seguro que te protegía ante una posible muerte del cónyuge. Creo que la cobertura de la que te hablé el otro día por abandono de hogar, y esta de muerte, son compatibles. Míralo a ver.

jueves, 4 de agosto de 2011

II La escapada. Pescaíto frito.

Querida familia. ¿Cómo está Cip? Es curioso, aunque me acuerdo de vosotros a todas horas, también me viene a la cabeza Cip. Dadle unas caricias de mi parte. En estos días de viaje he logrado cruzar civilizadamente la península, con mi coche, con dinero en mi cartera, escuchando las noticias en la radio. Tuve la tentación de parar en Madrid y ver a vuestra abuela y algún tío o tía. Lo cierto es que están casi todos veraneando, así que... Pero rápidamente corregí mi pensamiento. Era peligroso sentimentalmente parar a visitar a la familia, porque mi corazón podría haber entonces tirado del hilo y llegar hasta vosotros, atraparme el recuerdo vívido y llegar el arrepentimiento. Habría dado la vuelta y regresado con vosotros. Pero no. Como os escribí en esa nota personal que dejé sobre la mesa de la cocina, mi decisión es irrevocable, no tiene vuelta atrás. Mildred, no te preocupes por mí, porque tengo dinero, y la zona donde llegaré mañana, Marruecos, es más barata que España. Todo el Magreb lo es. Con suerte el dinero me durará bastante tiempo. No obstante, mi plan, como bien sabéis, es terminar viviendo sin dinero, ya veré cómo. Sobre el teléfono móvil, no intentes llamarme ya (por poco me haces volver, y no me podía arriesgar ni un minuto más a repetir nuestra conversación), lo he triturado pasando con el coche por encima de él repetidas veces. Luego, lo he rociado con un poco de gasolina y lo he quemado. Qué sensación tan placentera.
Estoy en un bar con Internet, así que os escribo estas líneas para que sepáis de mí. Estoy en Cádiz. Mañana cruzaré el Estrecho. Seguiré contándoos mañana, pues el camarero me ha traído mi cerveza y mi ración de pescaíto frito: ¡Qué deliciosa vida parecen llevar aquí en el sur! Mildred, ya me conoces, estoy disfrutando del viaje desde ya... Mis ojos están ávidos de descubrimiento. Mi particular y, espero, pacífica Odisea, ha comenzado. Estoy indudablemente condolido con la separación, llevo ya una especie de desgarro en el pecho, si pienso mucho en vosotros las lágrimas asoman al borde de los ojos; pero hay una vibración dentro de mí, es la libertad, que bulle. Sumo optimismo, dicha plena, presentimiento de que sabré encontrar la sofrosine, la ataraxia, el equilibrio (no tengo nada que ver con esos espíritus misticoides, new age; hablo de otras búsquedas). Renazco en vida. Y al cabo, amores, ¡estoy tan persuadido de que en unas semanas, en unos meses, en unos años, cuando vosotros me lo pidáis, estaremos juntos!
Mildred, como hemos dejado todo preparado, los bancos no podrán quitarte nada, la casa está a nombre de John y Martina; el seguro que tienes sobre tu mesa dice que tienes derecho a una indemnización en caso de que el cónyuge abandone el hogar. Y es lo que ha pasado, así que tienes esa cobertura. Sobre el resto de las deudas de esa mierda de empresa, no importa absolutamente nada. Nada podrán hacer. Todo está disuelto. Como el país, como Europa, como el mundo.
Tuve también la tentación de plantarme en Sol antes de bajar hasta Andalucía, y quedarme unos días con los indignados. Están cargados de razón y de inteligencia, ojalá sepan encauzar sus planteamientos de un mundo mejor. No lo sé.

Un beso.

p.d. Llevo conmigo unos cuantos libros en la maleta. Ahora, como siempre, son de mis mejores amigos. ¿Cómo decía el poeta árabe, Mildred? "Un libro es un jardín que se puede guardar en un bolsillo".

lunes, 1 de agosto de 2011

I La escapada. Nota de adiós.

Mildred es buena. Se encarga por las noches de acostar a los niños. Hace tiempo que hay un acuerdo tácito según el cual yo me he dejado progresivamente de ocupar de las labores de la casa a cambio de ocuparme de los problemas de mi empresa. Su trabajo, más previsible y menos intensivo, está en una de esas cláusulas como argumento fundamental para que la parte principal del contrato pueda cumplirse. No me gusta su papel en el contrato, detesto también el que me ha tocado a mí. La casa donde vivimos cumple las exigencias de una familia feliz: entorno amable, verdes colinillas, valle con río (aunque el miasma industrial viaja por su cauce); un castillo de pintoresquismo más decimonónico que medieval. Un perro, un loro. El matrimonio y dos hijos saludables. El niño y la niña. ¿Qué más queremos?

"Querida familia, no se me desgarra el corazón (o sí, tal vez sea inevitable), porque como sé que me conocéis sabréis comprender mis razones y algún día volveremos a encontrarnos. Mi espíritu roza el tedium vitae de los románticos, y un romántico con tedium vitae (que os explique vuestra madre qué es eso, más o menos) es un espíritu a punto de quebrarse como un hojaldre. Quizá ese tedium es cabreum vitae, más bien. Mi inquietud por el mundo, por pasar aventuras, por vagar libremente, por conocer gentes extrañas (nada tan reconciliante con la raza humana como el contacto superficial con los desconocidos, sobre todo cuando ni siquiera hablan tu idioma ni gesticulan como tus compatriotas), mi anhelo por una vida de experiencias reales me impele a abandonarlo todo (lo obvio, lo opresivo, lo cotidiano, lo frustrante, lo castrante, lo civilizado, lo laborioso, lo responsable, lo contaminante, lo absurdo, lo impuesto, lo material) y recorrer el mundo. El mundo parece pequeño cuando vemos un mapa, cuando escuchamos las noticias, incluso cuando viajamos en avión; pero el mundo desde abajo, visto desde las humildes suelas de nuestros zapatos, recorriendo caminos, pueblos, ciudades y paisajes, durmiendo cada día en un lugar diferente, ese mundo se agiganta. Sin identificación personal en nuestros bolsillos, sin pasaporte, sin identidad. Cada cultura, cada tierra, cada rincón, se multiplican y la diversidad del planeta cobra todo su interés y su amplitud. También hay animales, árboles, plantas y piedras diferentes. Cielos. Hay quien dice que no conocemos ni siquiera la diversidad más próxima a nosotros, y probablemente tiene razón, pero también es verdad que para conocer lo que tenemos al lado en ocasiones hay que irse lejos. Antes de que mi inteligencia se pudra en un laberinto de problemas materiales incomprensibles, en una lucha por un tipo particular de supervivencia en el que no creo, antes de que mi capacidad de sorpresa quede esquilmada como un campo sembrado por la sal de la rutina, me voy, no huyo, sino que renazco. Os quiero, os quiero hasta no poder expresarlo más que con viejos y manidos clichés como: "hasta el alma", "como a nada en el mundo", "más que a mí mismo". Y no os olvidaré. Entre tanto, no estoy muerto, pero actuad como si lo estuviera de forma provisional, sin tristeza pero sin que mi ausencia os suponga ningún tipo de opresión. Sabréis de mí. Finalmente, si así lo elegís, os llevaré conmigo."

Yo soy el aventurero, el mundo me importa poco... (corrido popular mexicano).

sábado, 9 de julio de 2011

Bajas pasiones sociales

Uno intenta con todas sus energías proclamarse partidario del movimiento 15 m, indignado. Quizá la educación paterna recibida -no lo creo-, quizá un escepticismo descomunal -más bien- me convierte en un deshojador de margaritas insaciable. La duda incomoda a muchos, pero dudo, dudo, dudo y en cada cesura entre la duda y la reflexión se produce una contradictoria verdad absoluta de carácter ético, indemostrable pero que deja mi conciencia satisfecha. Se defiende la justicia, la paz, la libertad. Habrá muy pocos que cínicamente puedan afirmar que están en contra de estos valores (sí los hay que hablan de términos manipulados, y eso es entrar en farragosas ciénagas que pueden conducir a la justificación de cualquier régimen de truculencia). Cuando bajamos a las peticiones concretas, las proclamas de cualquier grupo, por benéfico que parezca al principio, se envilecen. La realidad es demasiado poliédrica. En ocasiones, esa señora tan mal vista, Frivolidad, nos tienta con su cuerpo lúbrico, prometiendo placer y calma. Pero preferimos ese otro sentimiento que buscaban estoicos y epicúreos, la ataraxia, y también la sofrosine.
No puedo congregar mi pensamiento, ovejizar mi capacidad de análisis, porque afloran diferencias, matices, finalidades, excepciones, boberías, ideologías en la sombra, omisiones, sinsentidos. Todo quisque apela al sentido común, que es como esa capacidad inserta en nosotros para distinguir el bien y el mal, para mí dudosa, y cuya existencia defiende la Iglesia católica; pero el sentido común se trasmuta la mayor parte de las veces en interés propio.
Sigo como siempre entre la necesidad de creer que el hombre puede ayudar al hombre -filántropo escuchando las cantatas de Bach- y la demostración empírica que de que homo homini lupus (Hobbes).
El problema de un Estado que obligue al ser humano a comportarse bien, es que tal Estado también está formado por esos mismos seres humanos.
De ahí que la utopía regrese al argumento y sea necesario un incesante camino de imaginación si se quiere dibujar, proyectar y construir un mundo donde sean posibles la libertad, la paz, la justicia. Tales conceptos ¿no son también criaturas nuestras?

miércoles, 6 de julio de 2011

Todavía los campos

I




Todavía los campos


-hay algo de su verdor en mi alma-


bajo este vientre de ballena, junio,


contienen la sustancia de lo hermoso.


Es trasunto del ánimo abatido


el cielo, herido de fotones pútridos.


pero hay una armonía apagadiza


y los bosquetes llaman a la noche


que ávida de tordos y otras aves


su cántico fagocita lentamente.


Hace tiempo que tuve


–coadyuvado por ciertos alcaloides


o un cóctel de hormonas y doctrinas–


tocando a mi postigo la locura.


Pero de pronto se ha cerrado la puerta para siempre,


y no conozco a nadie


tan cuerdo como yo.


El mundo se descifra


con cándida sabiduría,


nadie me engaña si no quiero


y la Naturaleza, sus pájaros,


su caótica perfección,


su deslumbramiento,


se alían con mi alma


porque soy el Único acólito


de su Filosofía,


el centro de su orden,


su dios o su discípulo.

viernes, 24 de junio de 2011

15M: ¿tsunami de aguas fertilizantes?

Muchas preguntas surgen cuando uno trata de reflexionar sobre el Movimiento. Ignoro si hay alguien convencido al 100 % sobre las virtudes y los objetivos de esta neo-revolución. Pero ignoro aún más si se puede hacer crecer esta ola hasta que alcance la altura suficiente y provoque el tsunami necesario. Me hace una apreciación mi amigo Osch sobre la negatividad del término "tsunami". He defendido en muchas ocasiones, cuando se habla de inmigración y se discute sobre sus perjuicios o sus beneficios, que yo soy incapaz de entrar en semejantes reflexiones históricas, porque lo contemplo como un movimiento natural, como se producen las tormentas o, por comparar con algo más próximo y en términos etológicos, del mismo modo que miles de ñus, cebras y elefantes migran en el Serengeti y la zona oriental de África en busca de frescura nutritiva, o del mismo modo que los lemmings se libran de la superpoblación arrojándose al vacío del océano en una cascada suicida de miles de ejemplares. No sé si en la naturaleza un tsunami puede interpretarse como algo que venga a mejorar en un momento dado un ecosistema. Supongo que simplemente lo varía, y supongo también que si llega para luego retirarse, habrá dejado nada más un rastro de árboles caídos, casas deshechas y cadáveres macerados. Cuando se usa aquí "tsunami" se habla de lo que no se puede parar porque es una fuerza mayor de la naturaleza, provocado por sus necesidades inentendibles y muchas veces ilógicas para el ser humano, más allá de nuestros cálculos. Como además las metáforas son libres, me refiero a este fenómento como algo que viene organizando una masa ingente de materia (en este caso inteligente), que puede mutar lo aparentemente inmutable, y que puede además inundar hasta la feracidad las costas desiertas de la ética global.

La derecha, al menos en España, sigue desbarrando, en términos generales, y los medios de comunicación afines fabrican fantasías llenas de ignorancia, pero que, bien encorsetadas en los principios que rigen la psique de los adoctrinados en ese tipo de moral, hacen mella, desorientan, convencen de que el aire que respiramos está envenenado y que la lluvia cae hacia arriba. En su visión pacata de los hechos, y, sobre todo, lateralizada (hemiplejia moral), tratan sistemática e iterativamente de asociar el movimiento a grupos "manejados" de izquierda. La idea de la "manipulación" ("el 15M está manipulado por alguien", dicen, refiriéndose a alguien del partido o los partidos contrarios), esa idea de complot desde la izquierda cuaja entre el rebaño de la derecha tradicionalista, cuadra muy bien con cierto grupo de ideas asociadas a un clasismo inveterado, a una manipulación paternalista según la cual, unos cuantos siempre piensan más y mejor que "la masa", a la que siempre puede terminar por manejar la izquierda programática.

Por su parte, la izquierda, diluida en su particular mar de procelosas contradicciones, trata de grangearse la simpatía del movimiento, como si la gente del movimiento 15M fuera a hacer caso de cándidos guiños propagandísticos o camelos de capilla (el Movimiento está lleno de creativos que también saben de publicidad y persuasión -ved el enlace al final-). Esta izquierda ha sigo la que, en el caso concreto de España, ha sumergido al país en su coyuntura socio-económica más oscura desde el comienzo de los tiempos constitucionales. Están insertos en el sistema de la misma manera, con la misma capacidad de adaptación, el mismo sueño de poder y control, la misma supeditación a la definitiva meta de la supracivilización de híper control a la que la humanidad se siente abocada. Esta civilización no sabemos si tiene dueños, pero lo más probable es que la trampa se produzca porque el ser humano parece no saber poner límites a los límites. Si inventa las normas, lleva estas hasta el extremo absoluto; si decide usar la energía atómica, lo hará hasta sus últimas consecuencias; si el ser humano descubre algo lo usa y lo intenta llevar a su absoluto. Si existe el mercado también hay que llevarlo hasta su experimento más radical, por muchas desgracias que traiga. Llegó la revolución industrial y su desarrollo no ha llegado a su fin, porque busca el infinito. Debe de tratarse de una inercia escrita en los genes específicos de la humanidad. Pero la izquieda, estando ahí, en el mismo hueco del sistema que la derecha, sufre sin embargo una extraña enfermedad mental, entre la oligofrenia, la amnesia y la personalidad fantasiosa. Se creen iguales a los indignados. Son como esos animales que, criados entre humanos, acaban perdiendo las referencias de sus congéneres.

Habita el universo otro tipo de humanos no politizados según el sistema clásico. Son el tercer extremo. Aunque tienen provectos padres intelectuales de los que heredar sapiencia, generalmente son jóvenes. La derecha y la izquierda no han entendido que los indignados no son de este mundo, o no deberían serlo, y que no se derivan de la Revolución francesa, el racionalismo y la Modernidad, sino del mundo posmoderno, la estética y, en su feliz e hipotética desembocadura, la ética, la sensibilidad y la inteligencia emocional.

Si este movimiento quiere seguir cauces de gloria histórica y conquistar las cumbres de la justicia universal, la paz y la libertad, si quiere orientar la organización del mundo humano según criterios más respetuosos con el caos, menos violentos para con todo, incluyendo por supuesto al medio ambiente, no entregados al falso gobierno de la ley y el orden (enfrentados pues a una sociedad global estructurada y sometida en el interior de órbitas bien definidas por un poder político y económico cada vez más omnímodo), si queremos otro mundo y lo queremos ya, como proclama el Movimiento, entonces debe tener claro que sus esquemas de pensamiento no pueden fijarse en estructuras de la vieja Modernidad, que sobran banderas republicanas, porque sobran las banderas; que no se trata de imponer otro modelo económico "anti-neoliberal"; que quizá sea la hora de llevar a cabo esa máxima del 68 y apelar a la imaginación como forma de generar un sistema más humano, más feliz, más justo y más divertido para todos.

El movimiento precisa de más apoyatura bibliográfica (aunque comienza con buenas bases), pero sobre todo, y como nace con vocación de largo recorrido sin duda podrá llegar a conseguirlo, necesita universalizarse. Las pequeñas mareas de Egipto, Libia y los países del norte de África, las pequeñas mareas de Islandia, España, Grecia y luego sus diminutas réplicas en otros lugares de Europa y América, deben crecer y crecer y crecer. La luna debe ejercer su fuerza de atracción sobre estas aguas y vencer esa tendencia inercial a permanecer pegados a la tierra, por cobardía, comodidad o falta de reflexión, y el tsunami de fertilidad debe juntar las aguas de Oriente y Occidente.



http://youtu.be/x2xuSHdjZ00

domingo, 12 de junio de 2011

Disculpa conmigo mismo

Querido yo, no he podido atenderte en este blog durante los últimos días, debido a la escasez de tiempo y a algunos dislates más. Se diría que mi personalidad retrocedió en los últimos días. Di unos pasos atrás, hice, pensé y funcioné de manera poco evolucionada; incluso escribí otras cosas y en otros foros donde no debería haberlo hecho, menoscabando mi inane labor literaria, mis lecturas o mismamente este cuaderno. O el ocio puro. La forja de un idiota menos idiota requiere de un esfuerzo hercúleo y mantenido en el tiempo; estos días atrás, sí, retrocedí. Cedí. Al menos me he apercibido de ello. Demasiadas cosas entre manos para un espíritu que tiende o a la concentración absoluta en una cosa, o a la dispersión en el espacio-tiempo. También es verdad que todo esto coincide con la lectura interrumpida de Caos y orden, de Antonio Escohotado. Mmmmmm. Ya comentaré.



Ahora dejo a un lado, a la derecha de esta entrada, otro retacillo literario. Para no decir que abandoné este espacio. Se trata de unas cuantas ciudades imaginarias.



Como hace poco viajé a Bélgica, me acordé de este escrito que ahora cuelgo aquí. Bélgica es una gran urbanización muy cuidada implantada en un gran parque. Me gustó Bruselas y me atrajo algo subyacente en el estilo de vida de Amberes, donde pude fumar un purito en el interior de una cervecería. Ese nacionalismo de juguete, con los valones por un lado y los flamencos por otro (queda como algo exiguo e ignorado el rincón germano) me suscitó cierto interés. Incorporaré más adelante alguna foto o vídeo de ese viaje, que me sirvió de alivio al espíritu. ¡Lo haré ahora! Y tal vez haga algún comentario más.





Estas plantitas en un hermoso rincón gótico de Amberes causaron mi admiración y quiero reproducir un arriate semejante en mi pequeño jardín; por humedad que no falte.


Espero que esta sensación de oquedad en mi mente no sea definitiva, que finalmente supere lo que sin duda, y a mi manera, me ha dejado un vacío irremediable, una sima genética o biográfica. De otra manera, esta estulticia de estos días... espero que no se trate de una especie de... ¿Alzheimer se llamaba?

jueves, 19 de mayo de 2011

El sueño de la razón produce monstruos

Veremos, veremos a qué conduce esta marea de protestas de los indignados.
Aunque en principio participemos de la idea de regenerar un sistema a todas luces anquilosado, corrupto y que produce injusticia universal, observo también con notable escepticismo y delicadeza la cuestión. Muchos de los reunidos en Sol hacen su manifestación particular. No hay una igual asepsia a la hora de dejar la ideología de lado para ponerse simplemente del lado de la limpieza moral, que es lo que se podría y debería reivindicar. Mayores cotas de democracia, mayores cotas de libertad, menos intervencionismo del Estado (sin duda) en cuestiones particulares y en el bolsillo maltrecho de los ciudadanos (algunos parecen en la calle estar reivindicando lo contrario, aunque no todos), freno a los Estados leviatanes, comercio, mercado, bancos... en fin, economía real y humana, no especulativa ni basada en la usura y alejada de cualquier valor moral. Paz y respeto por la naturaleza.
Esta noche, por debajo de un sueño reparador, me levanto con los segundos brotes de escepticismo sobre lo que sucede en la calle con Democracia Real Ya. Las hordas de orcos y troles ideológicos tratarán de tensar de un lado y otro, y habrá problemas entonces. La tercera y pacífica España volverá a ser perjudicada. Si esto se extiende a un proyecto global, tal vez recupere ciertos cauces de idealismo y limpieza. Como espectáculo es interesante.
El sueño de la razón produce monstruos, y desde hoy, aunque actúe, también observo.



TODOS A UNA

Este manifiesto ha sido puesto en línea por algunas de las personas de Los Indignados:

Este es el texto dado a conocer en las redes con las primeras propuestas concretas lanzadas por el movimiento popular en ciernes desde el 15-M:

TODOS A UNA, POR FIN:


#nolesvotes #democraciarealya #spanishrevolution

Esto es serio. Es necesario focalizar todo este movimiento de hartazgo ciudadano. Y es urgente, porque todo el mundo empieza a intentar instrumentalizarlo. Así que hagámoslo:

La democracia española es como el barco de Chanquete: está varada. Y este movimiento quiere volver a echarlo al mar. Entre ellos hay gente de izquierda, de derecha, liberales, de centro... Gente que una vez que flote, querrán ir rumbo a uno o a otro lado. Pero para eso, antes, todos tenemos que hacer que flote.
Y eso es lo que todas las ramificaciones de este movimiento tienen que tener muy claro: que el Barco es el sistema democrático español, y los rumbos son las ideologías.
Es decir, que lo que sí tiene todo este movimiento en común es el primer y fundamental paso: la reparación del sistema. Es decir:


1 – Reforma de la Ley Electoral para que todos los votos de todos los ciudadanos de España, vivan donde vivan, cuenten igual en el reparto de escaños.

2 – Verdadera separación de poderes: Independencia total de la Justicia del poder político y reforma del Senado para que tenga un papel real y no siga siendo un mero trámite para el Congreso.

3 – Regeneración política: Listas abiertas, supresión de la financiación pública de los partidos políticos, inhabilitación perpetua para cargos públicos condenados por corrupción, supresión de los privilegios injustificados que conllevan los cargos políticos, publicación de sus patrimonios personales antes y durante el ejercicio de sus funciones, etc.

Y una vez conseguido esto, habrá elecciones. Y en esas elecciones ya propondrán los partidos políticos todas esas cosas que ahora mismo están embarullando, enturbiando y disgregando el mensaje principal de regeneración del sistema (que si nacionalización de la banca, que si derecho a la vivienda, que si reducir el funcionariado, que si retirar competencias a las CCAA, que si añadírselas, que si laicismo...). Porque a los verdaderos enemigos de este movimiento, lo que les interesa es que entremos a fondo en esas cosas posteriores, olvidándonos de lo primero que es lo que nos une, para que nos dividamos antes de conseguirlas. Hay que resistir la tentación de arrimar el ascua a nuestra sardina y evitar pedir o gritar cosas que no puedan gritar al unísono todos los indignados de izquierda y de derecha.
Porque esta es la primera vez en la democracia española en que no se enfrentan las dos Españas, la izquierda contra la derecha. Así que no dejemos que los de siempre (PP + PSOE) nos utilicen y lo conviertan en eso.

¿Y cómo lo lograremos?
- Contándole a todo el mundo esos 3 puntos bien concretos y claros.
- Siguiendo las instrucciones de #nolesvotes: busca un partido entre los 3.000 que hay en España que tenga en su programa esos 3 puntos (o que esté lo más cercano posible) y votándole en las elecciones.
- Y volver a contarle a tus amigos, a tu familia, a tus compañeros y conocidos a quién votas y porqué 3 puntos lo haces.


Y de esto va todo, de ir todos a una como en Fuenteovejuna.
Nada más y nada menos.




Democracia Real Ya

Recojo y divulgo modestamente la entrada del cuaderno de bitácora amigo de Pablo, Hanganadolosmalos, para mostrar que tal vez, es posible, no siempre tengan por qué ganar (Strauss-Khan en la cárcel por vejación sexual a una camarera afroamericana en Nueva York, miles de personas en la calle proponiendo un mundo mejor). Lo esencial es eso: proponer una democracia más auténtica (hay cultura, hay medios, hay maneras) y eliminar los privilegios de ciertas castas. A ver...


Como contribución propia, antes de la entrada, añado un enlace (pinchar en la imagen) donde poder adquirir el opúsculo sencillo pero sugestivo de Indignaos, de Stephen Hessel.










Envía esta información y difúndela a todos tus amigos erasmus, compañeros o conocidos de otros países que entiendan mejor el inglés, para que sepan lo que está pasando. Si puedes, tradúcelo tu mismo a tantos idiomas como seas capaz.


Se está organizando, también, una manifestación para el sábado en la embajada española de Nueva York. Convendría que se extendiera a todas las embajadas de todos los países.





























domingo, 8 de mayo de 2011

Suspendido el viaje a México

No hablaré, ni pensaré, ni escribiré (menos aún, ¡claro!) sobre la empresa, el negocio al que dedico demasiado tiempo. Su declive es el declive de la economía española. Uno siente que vive los días finales de la historia, en su visión egocéntrica y mezquina, porque todo cuanto hace parece repetido por otros miles de hombres que repiten actitudes, labores, intentos, quebraderos, ceremonias. No sé si Inside Job, o el Crash Course, o las visiones generalistas sobre la crisis, que aseguran es universal ("epocal", dijo el estulto Chávez), tienen razón; si esto es global, al menos dentro del supuesto "primer mundo", o si en España el asunto es especialmente tremendo. Uno, en su visión egocéntrica y mezquina, como dije, tiende a pensar que sus males son los males de la humanidad. No sé de economía, pero siento que la entrada en el euro fue uno de los mayores pufos de la historia española. A unos cuantos, para esas maniobras de la especulación universal (véanse esos reportajes en inglés arriba anunciados), les interesaba toda la unificación monetaria que fuera posible.
Ahora, se plantean que Grecia pueda volver al dracma. Sería bueno, porque el nombre de dracma trae resonancias históricas que tienen que ver con el comercio de antaño, el de los mercados y los productos de verdad: miel, queso, piedras preciosas, paños, tintes, tisanas, cueros, calzado, carne, vegetales, fíbulas, pañuelos, especias..., los carros repletos de mercancías provenientes del lejanas tierras (a más de 100 kilómetros lo eran), el cruce de lenguas mediterráneas, los colores del ágora y los callejones aledaños, los olores de las plazas abarrotadas de gente trajinando. Sería bueno que Grecia regresara no sólo al dracma (de δράττω, "agarrar"), sino a la época de los filósofos presocráticos; sería bueno pero será imposible.
En el caso de esta España donde no se dio con tanta prez esa concentración de inteligencia, no sería malo regresar, no ya a la más vulgar peseta, sino al maravedí o los doblones de una época donde no faltaron místicos, filósofos y poetas, en un Siglo de Oro al que enturbiaron, a mi parecer, las excesivas ambiciones de políticos (malditos siempre) y los excesos de la gloria de la espada (que es mala gloria para quien pierde la vida con su punta).
Tenía previsto ir a México para ver cómo van por allí los negocios; pero las cosas aquí no están fáciles ni se pueden delegar en nadie tantos frentes abiertos. Más adelante iré de nuevo, cuando las aguas vuelvan a su cauce o excaven uno nuevo, que todo es posible.
El poeta se duele e indaga en la razón por la que su aprehensión poética parece haberlo abandonado

No sé si me dejó,
si -como aseguran, con simpleza-
me abandonó.
Si es la pereza de contar sílabas y medir acentuaciones,
o es la aspereza de la vida,
el devenir de olas sin espuma,
si es la sangre, que se agota
o que se multiplica.
Nadie sabe.
De pronto, algún destello,
o la necesidad de los sentidos,
ahogados como estaban,
sin enardecimientos,
casi impasibles, sordos, calcinados
por la supervivencia.
Tal vez precise, si la quiero,
si quiero que me habite nuevamente,
o hacerme rico o aceptar ser pobre.








Caces, madrugada del 24 de mayo de 2008

lunes, 25 de abril de 2011

Al terminar la Semana Santa me queda la sensación de que el tiempo pasa por encima de uno atropelladamente y que la fugacidad de la vida no concede ningún respiro. Abandonado el refugio de la infancia, y el rescoldo de aquella volcánica ignorancia de la adolescencia ya apagado, la edad madura nos dispara a vivir en una línea de tiempo muy delgada. Los días se acortan, los versos quevedianos se convierten en una verdad apodíctica, no en una interpretación subjetiva ni sensible de los hechos; los dos versos con que empieza el soneto recordado de Quevedo se hacen ciencia: Vivir es caminar breve jornada,/y muerte viva es, Lico, nuestra vida...
El día arranca y cuando queremos darnos cuenta la noche aplaca nuestro ímpetu y nos pone a dormir entre sábanas, que es como entrenar para la muerte.
Si digo que comencé la Semana Santa sin ninguna pretensión, quiero decir que no preparamos planes de viaje, ni tenía pensado yo trabajar especialmente, leer hasta el empacho, proseguir con mi novela, hacer algún guión o esbozo para una historia corta, escribir algún poema, aprender algún epígrafe de la historia de la filosofía y leer algún texto ad hoc, repasar o ponerme al día en algún asunto de lingüística... No. Anulamos un posible viaje a nuestro rincón de Soria y nos quedamos en casa para disfrutar de ella, porque parece que siempre andamos escapándonos. Entonces surgió mi idea, larguísimamente gestada, de ponerme a arar el jardín, rastrillarlo, dejarlo lo más liso posible, volver a echar simiente de hierba inglesa, esparcir sustrato abonado y pasar un rodillo, pequeña apisonadora de hierro que se llena de agua para que alcance cierto peso. La paliza física dejó en mí huellas de cansancio que apenas hoy, cinco días después, comienzan a remitir; si presiono en ciertos músculos, todavía siento los cristales de las agujetas.
He leído francamente poco. Instalé también unas celosías en el fondo del patio, para cubrir un poco el muro blanco que da a la retahíla de casas del patronato (esas insulsas construcciones para obreros que se levantaban en tiempo de Franco). Hice un par de entradas en el blog, entre las que incluyo esta como remate. Cociné un poco, incluso hice un bizcocho de esos tan sencillos, en los que uno se sirve de un vaso de yogur para medir todos los ingredientes. Me quedó sumamente esponjoso y me hizo creer que realmente sé hacer buenos pasteles. El sábado, que Mildred tuvo que trabajar, preparé para los niños y para mí unos macarrones al horno (pasables). Poco más hice en esta Semana Santa. Leí algo de literatura medieval (una versión barata de Tristán e Iseo). Allí aparecen todos los lugares comunes que podamos imaginar: el filtro de amor, las luchas entre reyes, el vasallaje, los elementos mágicos, los celos y recelos, los castillos, la caza del venado, la justa en una isla entre el caballero protagonista y un caballero gigante, la lucha con el dragón... Una delicia. Sigo con Dashiell Hammett (sí, otra vez). Es demasiado prolijo en sus descripiciones de detalle; de momento, prefiero haber visto El halcón Maltés que estar leyéndolo. Importan las traducciones; últimamente estoy dando con algunas nefastas, capaces de echar a perder un texto por completo. También he dado paseos de profunda reflexión por la zona, por el río sobre todo. He visto en el cine la película ¿Para qué sirve un oso? (¿por qué las películas españolas son siempre o maniqueas o cursis o las dos cosas?), con la que, pese a su simpleza, pasé un buen rato con mi familia; y ayer vi Valor de ley, de los hermanos Cohen, una magnífica película, llena de esa mitología western con la que me siento tan identificado desde que entré en la edad de la lucha por la vida, o sea, la madurez.
Pero sobre todo, lo que he hecho esta Semana Santa es estar con mi hijos, Guz y Blanch. También con Mildred. He disfrutado de ellos una barbaridad, y eso es lo que tiene la vida. Juntos fuimos a un pequeño zoo cerca de Cangas de Onís. Muy bien. Y comimos por ahí. De regreso, tomamos ese café siempre tan agradable en el parador. Esa vitalidad de ambos niños, su visión del mundo, en la que ya, por desgracia, nos es vedada la entrada en su totalidad, su alegría espléndida; energía, energía, energía. Y cariño, son tan cariñosos. Su interés absoluto por lo que los rodea (creo que en eso he tenido suerte). Si pienso en mi padre y luego en mis hijos... Quiero darles una visión de que la vida puede vivirse con plenitud.
Mi madre está en California con mi hermana y mi cuñado John Joseph. Allí estará bien por un buen tiempo, lejos de la casa donde ha compartido más de treinta años con mi padre.
La visita de Mikel la semana pasada, el recuerdo de mi padre, los proyectos frustrados o en vías de serlo (por caridad ¡un editor!)... todo esto contribuye a que el espíritu no encuentre reposo y el tiempo siga diluyéndose dentro de uno como un azucarillo.
Sin embargo, al escribir algo sobre lo que hicimos esta Semana Santa (siento haber defrudado a mi parte arqueológicamente cristiana y no haber asistido a una sola procesión; pero es que no estaba en Granada), al enumerar las pequeñas y domésticas actividades llevadas a cabo durante estos cinco días, un cierto optimismo se apodera de mí. Será la necesidad.