domingo, 16 de octubre de 2011

Volpi y la distopía Bradburyana



A propósito de “Requiem por el papel” de Jorge Volpi (El País, Tribuna, 15 de octubre de 2011).Escribe el escritor mexicano a favor, sin fisuras, del libro electrónico. Casi se diría que escribe contra el libro en papel, como si fueran sus defensores enemigos del progreso. Estar a favor sin fisuras de casi cualquier cosa, sobre todo de algo tan difuso como el formato de un libro, apunta a dos sospechas: un interés determinado o ganas de adoptar una pose. Probablemente este Volpi trata de adoptar una pose, y además es un poco marciano entre la legión de escritores, todos amantes de los libros, excepto él, adorador de un becerro de plástico con tripas de coltán. El libro es el libro, lo otro es un puro remedo cuyo nombre es, precisamente, libro electrónico, o sea, cosa que se parece a la otra, solo que electrónica. ¿Sustituyó el violín electrónico al violín directo heredero de los que antaño fabricara Stradivarius? Yo comparo leer un libro de papel y un libro electrónico con lo que significa jugar al fútbol de verdad y jugarlo en la Play.Desde el mismo título del artículo, su dueño trata de zanjar cuestiones a favor de su propia distopía, que él, claro, considera futuro feliz y apodíctico. Pues resulta que alguien que sabe más que él de tecnología, auguró que si el libro hubiera sido un invento posterior a la tecnología informática, nuestra era no sería conocida por el ordenador sino por el libro. Cuando leí esta entrevista, hace unos años, no habían sido inventados los émulos electrónicos de libros que ahora andan por ahí proliferando, pero sospecho que este hombre seguiría pensando igual. Era nada más y nada menos de Paul Allen, el que fuera mano derecha de Bill Gates.A Volpi además, con una frivolidad pasmosa, parece preocuparle un huevo el que las librerías o las editoriales se vayan a la ruina ante un hipotético descalabro del libro de papel. Este apóstol de la ciberlectura, en el paroxismo de la bobez progre, apela a la evolución darwiniana, como si tuviéramos que admitir que todo lo que nos brinda el progreso de la mano de la tecnología tuviera que ser bendecido por las leyes de Darwin: por ejemplo, las armas atómicas (quien no se adapte a ellas quedará extinguido de entre las especies; lo malo es que el que se adapte a ellas también). Aplicar a una cosa de la cultura humana la metáfora de las leyes de la evolución de las especies es cuando menos gracioso. Así que nada, que cierren todas las librerías y las editoriales. Y que cierren los periódicos, aunque en ocasiones paguen un dinerillo a los autores de artículos chorras.
Compara el libro moderno con el viejo códice medieval manufacturado en el scriptorium de los monjes, cosa tan desproporcionada como comparar el cinturón de castidad (sirviera para lo que sirviera ese obsceno artefacto) con un salvaslip. Ya, ya sé que sirven para cosas diferentes, pero es que el códice antiguo y el libro también sirven para cosas diferentes. De hecho, el códice medieval, mire usted por dónde, tenía más que ver con el sentido por el que muchos alaban al libro electrónico: por acaudalar la cultura, no por extenderla, que es lo que sí ha hecho el libro de papel. Barato, manejable, que permite anotar sobre él con un bolígrafo o un lápiz, que posibilita la lectura no lineal (se pongan como se pongan el libro electrónico obliga a la lectura lineal, no se hojea ni se ojea, y salvo que se busque una palabra concreta, no es fácil rebuscar entre sus páginas siguiendo una pista, un guiño, algo a lo que nos conducen nuestros dedos en alianza con nuestros ojos casi por el azar y la intuición, desaparecidos con el libro electrónico).
Sus argumentos son o simplones o manipuladores. Defiende que el libro electrónico trae la democratización de la cultura (habrase visto tamaña estolidez). Le pongo un ejemplo, que a Volpi le será familiar, por ser mexicano. En México, donde 40 millones de habitantes se encuentran bajo el umbral de la pobreza, y un 15 % en el de la extrema pobreza, ¿qué formato le es más accesible a algún miembro de esa clase social desfavorecida, el libro convencional o el electrónico? El uso del libro electrónico está completamente ligado a una clase social: neo-burgués (homo consumens) urbanita. No es una cuestión de precio (ya lo dijo Machado, que no era un ganapán (Gabinete Caligari dixit): todo necio confunde valor y precio, y probablemente antes que él lo dijera Cervantes), es una cuestión de uso asociado a un modo de vida. En una chabola de las miles que presiden los famosos cerritos de México DF, sin luz, sin una estructura de confort urbano mínima, ¿cómo piensa este menda que va a podérsele sacar algún provecho al libro electrónico? “A un solo clic”, dice. ¿De dónde diablos van a bajar los habitantes de esos precarios lares, ¿comprar?, con qué ordenador, con qué tarjeta de crédito, cómo van a poder adquirir y luego usar esa democrática cultura del libro-maná-electrónico? Qué subnormalidad tan cegata. Sin embargo, sí pueden llevarse bajo sus techumbres de hojalata un buen libro que los libere de sus pesares, o que les enseñe alguna ficción o alguna realidad en la que inspirarse para cambiar de vida. ¡El libro de papel, es decir, el Libro es realmente el que ha democratizado la cultura!A lo mejor este tipo es un aliado de los bomberos que aparecían en Fahrenheit 451 de Ray Bradbury. Ni Ray Bradbury pudo siquiera imaginar un artefacto tan diabólicamente pensado para acabar con la cultura escrita. Sus bomberos apilando piras de libros para aniquilar bajo las llamas la cultura son unos aficionados sin ninguna posibilidad. El libro electrónico, en el hipotético caso de que sustituyera al verdadero libro, cosa improbable, acabaría con la lectura profunda, con la relación que el lector establece con cada uno de los ejemplares que han sido leídos, tocados, anotados, recordados y, sí, acumulados ocupando espacio (bendito espacio el que ocupa un libro, como bendito el lugar que ocupa la comida en la despensa, en vez de una píldora con todas las vitaminas). Conozco muchas personas con libros electrónicos y sé lo que digo. Incluso los que leen de verdad, cuando quieren leer bien, concienzuda y profundamente, lo hacen en papel; luego, usan el libro electrónico para acumular títulos (cientos, miles, eso sí, en un afán sin límites por acumular, aunque sea en un microchip), para el viajecillo de turno, para llevárselo en el metro, o para cualquier tipo de hábito de lectura superficial. Por eso, sospecho que este Volpi, escribe más que lee.No voy a seguir paso a paso las imbéciles refutaciones que el autor hace a los defensores del libro de papel, incluso enumeradas, como si de una disputa teológica se tratara, pero por citar otra bobería argumental, habla el autor de cómo, frente a la dependencia de la energía eléctrica, el libro de papel se moja, dice, se arruga o se lo comen las termitas (sic). En fin, no es plan llegar a imaginar las posibles torturas que podemos infligir a un libro electrónico, pero son infinitas: creo que tampoco les mola mucho el agua (yo al menos un libro de papel puedo secarlo y, aunque un poco hidropésico, volver a leerlo, cosa que dudo se pueda hacer con un cacharro de esos que a alguien se le caiga a la bañera), se le puede echar bajo las ruedas de un coche, a ver quién aguanta más, o arrojarlo desde un quinto piso. Es de coña este Volpi progre.A lo mejor, simplemente, su idea es una idea de bombero, o una ocurrencia de un chico súper-progresista-me-encanta-la-ciencia-soy-ultra-moderno. No obstante, para leerle a él bastaría con bajarse alguno de sus libros en formato electrónico, gratis, como hace la mayoría de los usuarios de este tipo de libros tan democráticos, para luego acumularlos en su inmensa memoria y no leer ninguno, o solo alguna paginita suelta de alguno de ellos. Yo, entre tanto, prefiero escaparme a alguna de las librerías que frecuento y comprarme lo último de Aristófanes, alguna nueva versión anotada de Catulo, una tragedia de Shakespeare o La culta latiniparla de Quevedo. ¿Cómo a un escritor le puede resbalar tan cínicamente que las editoriales o las librerías puedan dejar de existir? También dejarían de existir las bibliotecas (esas sí, divulgadoras y democratizadoras), porque todo el mundo podría tener en la prodigiosa memoria de sus aparatitos todos los volúmenes de libros de toda la historia de la humanidad. Para no leerlos. No nos olvidemos de que, y no es un argumento falaz, el libro electrónico no existe, no hay libro, no hay entidad corpórea. Existen imputs, unos y ceros, que combinados y procesados electrónicamente dan en una pantalla un resultado aparente. Pero ese texto, si algo falla, podría no volver a salir nunca a relucir. Nos hallaríamos ante el abismo, el vacío, la nada. Quiero terminar este cabreo (jocoso, por otro lado, porque cuando la estupidez es demasiada provoca a risa, y porque, por fortuna, el augurio de tamaña distopía es del todo improbable, y no favorece su consecución la opinión de un escritor más), quiero terminar con el proverbio árabe de que “un libro, es un jardín que puede portarse en un bolsillo”. Si ustedes salen al bosque a pasar unos días, llévense un libro electrónico para el viaje y, tal vez, para el primer día; pero para el resto de los días y las noches, llévense tres o cuatro libros en la mochila, que tampoco ocupan ni pesan tanto y les pueden salvar, primero, durante las horas en soledad de su excursión, y, segundo, cuando, al llegar de nuevo a la civilización, los bomberos del progresismo hayan acabado parcela a parcela con todos los escaques de la cultura y el saber.




2 comentarios:

  1. Los libros electrónicos y los de papel no son sustitutivos sino complementarios, con sus ventajas e inconvenientes. No obstante cuando quieras te dejo mi Kindle XDDDD

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  2. Gracias por tu comentario, Fernando. Echa un vistazo al artículo original de Volpi. Sobre la señorita Kindle, prefiero que abras una botella de esa sidra tan natural a la que me invitaste el otro día... Un abrazo

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