viernes, 24 de septiembre de 2021

ELEGÍA DE LOS DOLORES y el sufrimiento


ELEGÍA DEL SUFRIMIENTO Y LOS DOLORES


Kandinsky, El Dolor

Sentirse mal. El cuerpo, que había de ser templo del placer, y que lo era antes de sufrir la lesión medular, se ha convertido en el objetivo inapelable del dolor y un cortejo maléfico de malestares sin nombre. O innombrables, mejor. Porque no deberían ser nombrados. No lo merecen. La parte superior de la espalda me pincha, duele, arde; tal vez sean los huesos de las escápulas o los músculos de alrededor, pero siento una molestia punzante, como estacas afiladas clavándose constantemente, como si un obrero o Hefesto el celópata golpeara con su maza un cortafrío sobre mis huesos. Los brazos me arden también, sobre todo las articulaciones de los codos. Una sensación de frío y sudor se adueña de mi cuerpo. El vientre duele como si un animal dentado tratara de morderme desde dentro para escapar de mi abdomen rompiendo la piel. El centro del pecho sufre una presión férrea, oprimente. Los hombros, las articulaciones superiores, igualmente arden de dolor, como unas agujetas sobrehumanas, como contracturas aplastadas por los pulgares de un demonio. Siento una náusea ligera. En el centro de la columna vertebral y hacia los lados tengo la percepción de un cuerpo congelándose. Mis muñecas parecen rotas y duelen como si tal. Los músculos de los bíceps, que aún preservo lo suficiente como para poder doblar los brazos, sobrecargados, se tensan, tienden al agarrotamiento y sufren, están dañados, parecen a punto de reventar. Si lo pienso, las piernas, de las que tan lejos queda la sensibilidad, los muslos, los gemelos y los pies sufren también de un dolor para el que no bastan las palabras, porque no se han inventado, e intentar definirlo supondría una burda metáfora que quedaría muy por debajo de la aberración que significa dicho dolor. El cortejo de dolores neuropáticos, neurálgicos, que el cerebro se inventa y ubica de manera arbitraria allí donde la sensibilidad no existe, un cerebro confundido por la interrupción informativa de la médula espinal, que nos confunde con molestias imposibles por no poder sentir algo real, por no recibir una información clara por parte de los receptores epidérmicos, el sistema nervioso periférico neutralizado como una tropa enfangada en trincheras de barro sin provisiones de alimento. Duelen las costillas, los costados y sobrevienen los versos de Miguel Hernández: «tanto dolor se agrupa en mi costado»; pero su dolor era metafísico y el tiempo lo curaría del sufrimiento por el amigo muerto mientras toreaba. 

Indisiociable: Cristo y el sufrimiento

Me acuerdo de más frases literarias, como aquellas de Unamuno en las que decía que le «dolía España». ¿Habrá cosa más estúpida que esa hipostasía? Para que se entienda: dotar de sustancia personal a la demarcación de unas fronteras. ¿Qué bobería es esa? Ni como metáfora ni como metonimia puede funcionar la pueril invención con presunto carácter poético-filosófico-político. Patético, señor Unamuno, sabio e ignorante (en tono de susurro y entre nosotros: la verdad es que aquella España que se avecinaba «dolía»). Quien conoce el dolor de verdad, el padecimiento físico que nunca nos abandona, que crece y decrece en flujos caprichosos sin control posible por ninguna droga, excepto que le administraran a uno algún principio activo completamente narcótico, que lo dejara fuera de onda, completamente sin conciencia, quien de verdad padece dolores y sufrimientos tan sanguinarios como los nuestros, ése jamás inventaría ningún adefesio de metáfora o personificación. De otro modo, el dolor siempre está presente, nunca se va. Por la noche parece que el cerebro, cuando decide que es hora de dormir, desconecta la transmisión y bajo las dulces ondas del sueño el cuerpo por fin logra desaparecer. Por eso, cuando llega la noche y se cierran los ojos buscando la desconexión del cuerpo dormido, también se desea que esa noche sea la última noche, que los ojos nunca vuelvan a abrirse y que la inconsciencia se vuelva irreversible. Sí, se desea morir dulcemente, dulcemente desaparecer, que la recepción de tanto displacer por fin se aplaque para siempre, aunque para ello hayan de aplacarse también los pequeños momentos, huecos indecibles, donde todavía se respira el templado paraíso de la felicidad, de una curiosidad todavía viva, del amor desplegado sobre los hijos, los amigos y alguna persona especial que pasa largas horas sirviéndote de consuelo.

Ribera representó el mito de Ticio y el águila que le quería comer el hígado a toda costa


¡Pero vosotros, demonios del cuerpo, seguid llegando a mí! He de convertiros en esclavos de mi voluntad. Una voluntad enfermiza que termine por quereros a toda costa. Sentir vuestro mal como si fuera nuestro bien. Amaros, desearos. Que estéis conmigo habitando el cuerpo de manera incesante pero inocua para el ánimo. No lograréis vencer la disciplina de mi hedonismo pretérito. Seguiré siendo aquel buscador de sobrios placeres como el del conocimiento, la amistad o la caricia. Sensaciones desagradables, demoníacas, la carne de gallina, las subidas de tensión arterial, el agarrotamiento de los músculos que todavía preservan alguna actividad; no me asustáis ninguno. No minaréis mi moral. No lograréis hacer de mí un ente pernicioso, sumergido en el llanto y la desesperación. Amagáis con la victoria, amenazáis triunfar hasta llegar a hacerme odiar la vida, desesperar, querer morir con clara y definitiva determinación. Al fin, si me habitáis, tendréis que hacerlo con el único fin de servir de recordatorio sobre mi presencia viva en esta Tierra. Retorciendo el argumento de Epicuro, si estáis vosotros, significará que todavía está la vida; y cuando ésta ya no esté, tampoco estaréis vosotros. Intentaré gozar de vuestro daño. Aún no sé si seré capaz. Estáis esta tarde gris y lluviosa, en este recién estrenado otoño, estáis habitándome con la fuerza de contadas ocasiones. Omnímodos, estáis demoliendo mi cuerpo con vuestros flagelos de hebras infinitas. Sí, me duele la espalda, me duelen los brazos, el pecho, los hombros, los músculos, el cuello se agarrota y con tanto mal como me hacéis perturbáis también mi mente, mi ardiente apetito sempiterno por la vida, aquel vitalismo que presidía todos y cada uno de mis días; queréis demoler este templo, echarlo abajo; jaláis con cuerdas de acero desde atrás tratando de romper mis pechos insensibles, explosivos escondidos detrás de las columnas. La amargura es una tentación cuando traéis en ofrenda y ponéis ante mis pies, como un regalo ponzoñoso, toda esta carga incesante, una tortura sin causa, un castigo físico sin ninguna clemencia, sin nada lógico que lo explique. Pero tengo que quereros. He de aprender a quereros. Debo amaros y haceros partícipes de lo que desconocéis por completo: del bien de la existencia, de la ilusión, el vértigo del conocimiento, la pasión de amar a otras personas, la risa, el gozo, el trono total de los cielos azules que habrán de sucederse en días venideros, el sonido de los pájaros y el verdor de cosechas, bosques y escarpadas montañas. Venid, estad conmigo, sed testigos. Os premio. Os otorgo el regalo fructífero de mi vida. Soy completamente vuestro —os hago creer—. Venid, amados dolores, convivid con mi pasado de placer, cuando mis pies gozaban del tacto de frescas baldosas y mi cuerpo se dejaba acariciar por el agua caliente de la ducha y parecía que limpiaba el alma y que el mundo terminaba en ese baño y el olor de los geles. Venid, cobardes, estad conmigo, estad jodiéndome todo el tiempo que queráis, pero soportad esta música hermosa que hago sonar para mi bien. Que Johann Sebastian Bach sea testigo de vuestra insignificancia en el conjunto del Cosmos; que las ligeras notas del pop endulcen vuestra sustancia indescifrable con estúpidas cancioncillas que alegran el corazón como alegra el paladar una Coca-cola fría en el verano; que Bill Evans, David Brubeck o el mismísimo John Coltrane os muestren la levedad que puede cobrar la existencia de un hombre. Sabed que soy Nadie. Como le dijo Odiseo al gigante Polifemo. Soy absolutamente Nadie y por tanto vosotros sois todavía menos, porque formáis parte asquerosa de mi ser y mi ser es superior a vosotros, es más fuerte que vosotros, encuentra fórmulas para aplacaros, os debilita con su vitalidad. El Universo se muestra generoso conmigo y huraño con vosotros. Porque a nadie le importáis una mierda. Un carajo, eso es lo que sois. Una pulga en el enorme mamut. Venid, castigadme con vuestra laceración, intentadlo al menos a ver si lo conseguís, porque yo no lo creo. Creo que os tendré conmigo menospreciados, aquí con este cuerpo resurgido, aunque os disguste, aunque quisierais verme retorcido, aunque quisierais haceros contagiosos como los virus o las bacterias; pero ni siquiera eso. Sois una enfermedad sin carriles, sin autopistas, ni brújula ni cuaderno de bitácora, sin norte, condenados a fracasar conmigo. Os maldigo y os adoro, siervos inservibles de mi estancia. Os amo porque estáis. Os amo porque no sois. Muevo los brazos y os siento, tratando de cerrar el círculo de mis movimientos, conduciéndome a los infernales circunloquios del suicidio. ¡Ah ah ah, amigos míos, benditos querubines del dolor punzante, de esta fustigación! Abrasad mi piel, retorced mis músculos, triturad mis huesos y tendones, porque ninguno de ellos se verá vencido por vosotros. Terminaréis fracasando de cualquier manera. Os haré picadillo con mis placeres renacidos. Recordaré el amor y los orgasmos. Sí, lo hago, siento mil orgasmos en vosotros. Ja ja ja ja ja, inéditos, invisibles, inválidos todavía más que yo. Soy como las aves que vuelan, como los volcanes que calcinan, soy la aurora y el ocaso y con mis despertares, con mis sueños fundidos en la inconsciencia, os doblego. Tengo todo el poder sobre vosotros, porque sois míos y no al revés como pensabais. Estoy feliz de que tengáis presencia en este cuerpo soberano. ¿Oigo un leve gemido? ¿Acaso lloráis, dolores, antiplaceres, púas calcinantes, hostilidades que tratáis de habitarme, sin ver que soy yo quien os habita? Pues no pienso ayudaros a mejorar vuestro estado de ánimo. El mío es mayor que el vuestro, más poderoso, más absoluto, mejor dotado, mi inteligencia toda os vence sistemática y cotidianamente. Os morderé yo a vosotros como si fuera un perro rabioso y vosotros unas dulces princesas que se mean por temor de su fragilidad, de veros reducidos a la felicidad del huésped. No me importa tener que medicarme, no me importa tener que distraerme viendo una película sin ninguna profundidad, puro entretenimiento pueril, cualquier cosa para veros sometidos sistemática e ineludiblemente a la hibernación. Porque me pertenecéis a mí y no al revés. ¿Lo pensabais de verdad? ¿Animales, sustancias, microorganismos… qué cosas sois? No tenéis otra forma de ser que insignificantes uniones sinápticas. Ni siquiera sois observables al microscopio. Os someto desde hoy y para siempre y os prometo no luchar sino gozar en todo cuanto pueda. Y es el estar vivo la gran ocasión para el festín y vosotros seréis ignorados; desde luego, sin ninguna duda y de manera absoluta, seréis ignorados por el resto de los hombres y de las mujeres, porque nadie os presta la más mínima atención. ¡No! ¡Ni siquiera por mí seréis advertidos de un modo torturante! A nadie confesaré que os conozco de algo, un intento fallido de enemistad. Un repudio mudo y oscuro. Os ahogaré, os silenciaré, huestes de la voz chillona. Ridículos dolores de mierda, yo os conmino para el amor. Venid a mí, asistid a mis días. Estoy aquí con los brazos abiertos y mirando al techo mientras dicto. Y me río. Mi carcajada es una carcajada astronómica que llega al último planeta de la última galaxia del último universo. Y esa grandeza se contrapone a vuestra insignificancia. Algún día seré enterrado y os quedaréis sin ni siquiera las migajas de mi pan. Este pan duro. Será mi victoria final y moriréis conmigo. Alguien, más de uno, en algún lugar se acordará de mí. Nunca de vosotros. Mientras tanto, observad, observad bien cómo me divierto, hijos de una puta, dolores de la mierda que os parió, enfermos mentales, hijos defenestrados de Satanás. Mis amigos tontos. 

Soy Hernán, queridos, no contabais con eso.



Frida supo representar una metáfora de la lesión medular y sus punzantes consecuencias en un alto porcentaje de los casos