viernes, 25 de septiembre de 2015

"Sobrecuadros": destellos de luz irónica y alucinada ante obras de arte: Los románticos o Suicida, por Leonardo Alenza

Si el suicidio fuera algo muy bueno (demasiado apetecible) sin duda lo cometería más gente, porque es de los pocos crímenes que podemos perpetrar burlando después inexorablemente a la justicia. Cometer crímenes es algo muy bonito, o al menos saltarse las normas más absurdas, sobre todo cuando no reporta ningún beneficio económico, sino que se hace por el más puro altruismo de la rebeldía. Si se hace en pos del enriquecimiento se puede convertir en algo cutre, como la caterva de corruptos. Otra cosa es el robo de guante blanco con tintes robinhoodianos.
El pintor Leonardo Alenza fue tan escorpio como yo y nació un día después, 6 de noviembre, pero en el año 1807 en vez de 1970. Y siempre me resultó muy simpático su óleo satírico sobre el suicidio romántico: un conjunto de egopsicópatas en un paraje goyesco formado por un ahorcado, a cuyos pies yace un tipo con los sesos volados y, sobre todo, un enajenado sonámbulo a punto de ensartarse un puñal y emborronar su camisón blanco con una rosa roja, al tiempo que se deja caer blandamente risco abajo, los ojos en vacío, la mirada de un idiota que ha visto a Dios en un zarzal ardiendo, boquiabierto… Los atributos de un artista bajo sus pies, como en un vanitas del siglo XVII. 
Hoy me doy cuenta de que su cara tiene un aire a Rubalcaba.
Alenza se encuentra entre Goya y Tarantino. Humor macabro y sátira sin clemencia de su tiempo. 
Los románticos o suicida, Leonardo Alenza, 1837, Museo del Romanticismo de Madrid
Todo lo que tiene que ver con la moda alberga algo de risible, ridículo y patético, pero también algo de irremediable. Cuando vivimos en una época nos determinan los usos y costumbres propios de la misma. Si quisiéramos vernos libres de todo influjo de nuestra época probablemente no nos quedaría más remedio que ir desnudos y expresarnos con gruñidos. Sin embargo, debemos encontrar un equilibrio. El personal víctima de la moda desprende siempre un tufo de falta de personalidad y estulticia. Un exceso de influenciabilidad que por alguna razón uno identifica inmediatamente con la ausencia de criterio propio y de cultura; una especie de ahuecamiento mental. Superficialidad. Pensemos en ciertos personajes famosos, o en futbolistas. Tatuajes, piercings, metrosexualidad, formas de vestir que se perciben claramente como ultramodernas y por ende pasajeras, abuso de cosméticos, peinados… Supongo que, una vez más, el veneno está en la dosis.
Me producen mayor simpatía los extremos de la excentricidad (verbigracia Valle-Inclán) y el desastramiento, cierta vagabundez como la que practicaban los cínicos en la Atenas de Diógenes de Sinope, o el mismo Sócrates (Pío Baroja, si buscamos coetáneos del "eximio escritor y extravagante ciudadano" gallego). A mí me es muy atractivo en nuestros días, por ejemplo, el personaje ya ilustre de José Mujica, ex presidente de Uruguay. Incluso el dandismo (Lord Byron, Oscar Wilde o, de nuevo buscando la contemporaneidad con la generación del 98, en cierto modo Azorín) me resulta más atractivo que la oligofrenia vacua de ir a la última moda.
En lo más recalcitrante del Romanticismo, el atildamiento mórbido de la moda se producía incluso o particularmente, a falta de futbolistas, actores, actrices y famoseo, en poetas, músicos y toda laya de artistas. En el paroxismo de las modas absurdas se encontraba el suicidio, cuyos réditos recogidos de la emanación de un determinado tipo de estética, en este caso comportamental, ya no podía disfrutar la fashion victim, stricto sensu. Y esto confiere al suicidio un rasgo de generosidad estética incomparable. Como todavía se andaban por senderos de gloria y fama póstumas debían de congratularse al soltar ese manchón como término de su biografía. 
Mi compañero de zodíaco Alenza supo burlarse como nadie de la moda más fatal de todos los tiempos.
Sátira del suicidio, Leonardo Alenza, 1837, Museo del Romanticismo de Madrid