Sobre el origen del euskera
a
propósito del documental:
El
formato del documental remeda formatos al uso (sobre todo anglosajones, del
National Geographic, etc.) donde se intercala la voz en off junto a imágenes de
presunta referencia (unos tipos cortando un árbol en el bosque, la gente
paseando por la calle, un bailarín moviéndose al son de txistus y panderos);
las entrevistas, con una presentación de cada entrevistado un tanto friki, con
la voz del narrador siempre muy solemne se les filma caminando por un parque o
por el Campus de su universidad, o en pose interesantona mirando pasar un río
con actitud de Tales de Mileto; luego, su rostro en primer plano mirando al
infinito (gestos entre beatíficos y aturdidos, con una sonrisa enajenada) con
el rótulo abajo y, después, finalmente la entrevista, preferentemente doblada
al español, como si no hubieran podido entrevistar en castellano a muchas de
las lumbreras filológicas euskaldunas. En fin, dejando aparte el móvil
escondido detrás de un documental presentado como aséptico; comento lo que me
parece en sentido más filológico.
La primera contradicción es que en el narrador prevalece explícitamente un
intento por desmitificar el origen del euskera, pero la dirección de la
narrativa hace exactamente lo contrario, profundizar en esa especie de carácter
misterioso, arcano, ancestral, mítico. De los presuntos lingüistas que
aparecen, Ribero Meneses dice que el euskara y el caló son las lenguas más
próximas a la lengua humana original, primigenia; produce mucha risa. La idea
de la lengua original es una tontería sin fundamento simétrica a la del pecado
original. Este hombre sería al estudio de la lengua lo mismo que un testigo de
Jehová a la exégesis de los textos bíblicos. Es una tesis anclada en una
concepción lingüística del pasado. Ni Tolkien se habría atrevido ficcionar algo
así. No existe tal cosa. Su aseveración categórica de que los fonemas más
antiguos de la humanidad en el nacimiento de la lengua (nada más ni nada menos)
son /ba/, /za/ y /ga/ es algo completamente fabulesco («esos tres», remacha
simpáticamente, «y después vinieron todos los demás», ¡atención, «todos»! Suena
realmente científico).Y lo que dice de la evolución de la palabra biza, como origen etimológico del latín vita es desopilante, con esa conclusión
donde mezcla la evolución fonética con lo meramente fonológico (esto es,
manifestación escrita de la entidad sonora —fonética—): «y luego cambiaron la
/b/ por la /v/», concluye y se queda tan ancho. Es de sobra conocido que el
latín procede del euskera; ah, no, que es que era la lengua de las cavernas y
después ya vino todo lo demás. A excepción del caló, que debió de ser la lengua
de los Neanderthales de la cueva de al lado. Este R. Meneses, con su venerable
rostro druídico, es el Anacleto de la filología.
Otro lingüista más juicioso, creo que de la Universidad de Gales,
Sims-Williams, dice más adelante con razón todo lo contrario: que no se puede
hablar exactamente de que una lengua sea más antigua que otra. Son una serie de
superposiciones cuya antigüedad reside en los sucesivos superestratos,
sustratos y adstratos de los que se va alimentando; a excepción del esperanto o
de idiomas técnicos creados exprofeso. Me pareció muy correcto lo que dijo.
También me parece muy correcto lo que dice Javier de la Hoz, de la Universidad
Complutense y cómo le enmienda la plana al lingüista alemán Vennemann y sus
ridículas pruebas para emparentar el euskera con las antiguas lenguas de Europa,
basando sus conjeturas en las raíces monosilábicas de la hidronimia. La
coincidencia fónica es muy fácil de encontrar cuando se analiza una única
sílaba. Esto nos permitiría establecer erróneas familiaridades entre lenguas
separadas y sin ningún parentesco factible.
Mi conclusión sobre las dos cuestiones capitales: EL POSIBLE ORIGEN Y LA SUPERVIVENCIA DEL EUSKERA
EL POSIBLE ORIGEN. El documental repasa las diferentes tesis. Creo que yo defendería la procedencia de las antiguas lenguas ibéricas como la más plausible. No sé por qué el narrador, quiero decir el guionista o guionistas en voz del narrador, asegura que la mayor parte de la comunidad filológica rechaza las tesis ibéricas, defendidas entre otros por Humboldt. En el repaso que se hace de las diferentes hipótesis —procedencia caucásica, procedencia bereber, procedencia del hipotético fino-ugrio, procedencia de lenguas primitivas europeas, procedencia del antiguo ibero—, con la que más semejanzas se encuentra, después de todo, es con este último; precisamente en su posible relación con la transcripción fonética de textos iberos (y también topónimos, por cierto, según transcripciones hechas por los romanos o reconstruidas arqueológicamente por la lingüistica actual). De las inscripciones textuales de lenguas iberas se conoce la pronunciación, pero no el significado. Se leen, pero no se entienden. De manera muy intuitiva, esas transcripciones fonéticas muestran un interesante parecido con el vasco actual, a veces sorprendente, flagrante (v. fig. arriba). Exclamamos «¡suena igual!». Las coincidencias léxicas, sonoras, con el resto de lenguas con las que se ha comparado el euskera son mucho menores que las que tiene con la antigua lengua ibérica. También se omite algo muy importante: la influencia sustrática del euskera sobre el castellano, no solamente en la evolución fonética, que hace que el español sea una de las lenguas romances más peculiares en ese sentido (por ejemplo, perdida de la /f/ inicial), sino también en el contagio de estructuras sintácticas y léxicas (muchas palabras del castellano son de origen vasco). A este respecto, se podría pensar en una influencia sustrática —préstamo de palabras de la lengua dominada sobre la dominante, euskera sobre castellano—, pero también, por qué no, en que dicho acervo léxico euskera en el castellano sea el testimonio de un residuo prerromano en el esqueleto de la lengua. Esto es, que la concomitancia castellano-euskera, los rasgos sintácticos que hacen peculiar al castellano, lo mismo que las leyes de su evolución fonética y sus palabras coincidentes, no sean otra cosa que el cascarón sobre el que se insertará después el superestrato del latín, hasta terminar fraguando la lengua romance resultante en tiempos medievales. Si a todo esto añadimos, como dijo alguno de los lingüistas del documental, el «sentido común» y, añado yo, la teoría de Okham, su famosa navaja, la idea de que, frente a varias explicaciones, tiende a ser cierta la más sencilla, dadas las concomitancias con las lenguas ibéricas, y formando parte de un antiguo territorio común que termina arrinconándose alrededor del golfo de Vizcaya, ¿no es mucho más plausible la hipótesis de que el euskara se encuentre entre el grupo de lenguas no indoeuropeas ibéricas y que superviviera residualmente en valles aislados del País Vasco? ¿No es mucho más plausible esto que tratar de emparentarlo con lenguas fino-ugrias o caucásicas, cuya hipotética conexión es muy difícil de justificar? ¿Demasiado obvio? Tanto que sólo el ínclito, nunca suficientemente bien ponderado Wilhem von Humboldt supo apreciar las evidencias con toda lucidez.
LA SUPERVIVENCIA DEL EUSKERA. Me parece bastante hipócrita el que
ninguno de los filólogos/lingüistas euskaldunes ponga en evidencia que la
supervivencia del euskera se debe fundamentalmente a dos hechos evidentes y
contrastables (y no a suertes misteriosas, una vez más la querencia por la
mitologización). Primero, su aislamiento en valles con poco o ningún contacto
con las sucesivas civilizaciones, fenicia, griega, cartaginesa, romana,
visigótica e incluso con el estamento civilizado que representaba la Península ibérica castellano-parlante de tiempos medievales, modernos y hasta contemporáneos; y
de otro lado, que su supervivencia en última instancia se debe a la unificación
artificiosa y a su normativización mediante gramáticas recentísimas
(reconstrucciones con mucho relleno de buró) del euskera batúa —esto es, euskera
«unificado»—, del que ni se habla, y a políticas de protección y divulgación
lingüística. El euskera se encontraba en vías de desaparición ya desde el siglo
XIX y Humboldt tenía razón cuando le pronosticaba, a principios del mismo
siglo, una extinción muy próxima. Lo que pasa es que no contaba con el
desarrollo de políticas muy activas para introducir una lengua rupestre (nada
peyorativo, algo muy hermoso por otro lado) en el ámbito de las sociedades
desarrolladas y urbanitas del siglo XX. Sin el primer rescate del euskera a
manos del nacionalismo embrionario decimonónico y el impulso institucional en la
España posfranquista de las autonomías, tal vez no habría superado siquiera el
advenimiento del tercer milenio. El euskera, hace dos o tres décadas se
encontraba en una relación de 80% de monolingüismo español en su zona de
influencia y un 20% de bilingüismo euskera/castellano, relación que se ha
invertido a partir de esas políticas lingüísticas hasta llegar al día de hoy
con más de un 80% de bilingüismo euskera/castellano. Lógico que muchos abuelos
de Donosti o Bilbao no hablen su euskera ancestral y sí lo hagan sus nietos,
que lo aprenden ahora en el colegio. El euskera actual está completamente
afectado por una modernización artificiosa y una cantidad de neologismos o
adaptaciones derivativas que la convierten en en una lengua Frankenstein. Su
pronóstico de perdurabilidad depende de hasta dónde se quiera llevar el
experimento, que supongo ad infinitum.
Se echa en falta siempre la atención a los rasgos prosódicos de las lenguas. El lingüista Gorrochategui, a quien se entrevista en la parte final del documental, por ejemplo, habla un euskera con prosodia completamente castellana. La musicalidad, la entonación, el ritmo, la pronunciación, a estos rasgos apelamos al hablar de prosodia. Es lo que sucede cuando se incorpora de manera forzada, por aprendizaje como segundo idioma, una lengua con sus propios rasgos prosódicos en tu estructura matriz, sin haber aprendido la lengua meta por contagio social en su ecosistema natural, como lengua materna.
Y luego está la idealización rupestre alrededor de la lengua y
concepciones decimonónicas, románticas, sobre el alma de los pueblos; todas las ridiculeces que la ciencia lingüística rechaza. Los bailecillos del folklore
vasco, el culto al árbol, todos esos rasgos populares también han sido
actualizados como si se tratara de señas de identidad inmortales. Inmortales y
únicas, como si no existiera el folclore en más partes del mundo o no se
adorase a los árboles en las más variadas civilizaciones antiguas. Patrañas.
Más allá del conocimiento arqueológico como acervo cultural, que es lo que
parece más riguroso, ¿qué importa que las lenguas muten, evolucionen o incluso
desaparezcan? Los perpetradores del Génesis bíblico señalaban como un castigo divino la escisión de la Humanidad por medio de su atomización lingüística en el mito de la torre de Babel; sin embargo, desde el siglo XIX y, sobre todo, con la posmodernidad del XX (que nos trae por otro lado valores éticos muy estimables), una mayoría de intelectuales y ciertas cavernas políticas —nacionalismo— creen descubrir en la homogeneización cultural y la pérdida de identidades, idiosincrasias étnicas y lenguas aparejadas un desastre de lesa humanidad. No lo tendría yo tan claro, sobre todo si para defender las culturas minoritarias se necesita pasar por los tajos asesinos de las hoces, «contra el opresor», claro. A mí lo importante me parecen las personas, no lo que hablan. Claro que produce cierta tristeza la desaparición de etno-culturas minoritarias, pero si
al disolverse y perder su lengua primitiva mejora su calidad de vida, ¿no es más importante
esto? Estamos todavía muy intoxicados por el Romanticismo.
Se puede aquí parafrasear con cierta malicia irónica al gran poeta vasco Gabriel Celaya: las políticas lingüísticas son un arma cargada de futuro. La semilla para la diferenciación forzosa está plantada y bien plantada.Casi nadie, lingüista, político, periodista o ciudadano común se atreve a poner en solfa los espurios valores de lo identitario. No siempre es rechazable lo «políticamente correcto», porque en ocasiones no supone otra cosa que respetar al prójimo; sin embargo, la veneración obligatoria al idealismo del «espíritu de los pueblos», como si al negarlo estuviéramos atacando la libertad, parece una consigna políticamente correcta en su variante más ridícula.
Se puede aquí parafrasear con cierta malicia irónica al gran poeta vasco Gabriel Celaya: las políticas lingüísticas son un arma cargada de futuro. La semilla para la diferenciación forzosa está plantada y bien plantada.Casi nadie, lingüista, político, periodista o ciudadano común se atreve a poner en solfa los espurios valores de lo identitario. No siempre es rechazable lo «políticamente correcto», porque en ocasiones no supone otra cosa que respetar al prójimo; sin embargo, la veneración obligatoria al idealismo del «espíritu de los pueblos», como si al negarlo estuviéramos atacando la libertad, parece una consigna políticamente correcta en su variante más ridícula.
Me gustó el documental.