Ninguna necesidad exegética sobre los términos "diarius" e "interruptus" situados correlativamente en estrecha relación sintagmática. El contenido de este diario es una mezcla de cosas de verdad y cosas de ficción; en cierto modo se construye un personaje que ve, lee, escucha y se reinventa. Caben aportaciones (poemas, textos, ideas, enlaces, imágenes...) a esta invención. Todo es invención.
domingo, 31 de octubre de 2010
Soneto inesperado
El otoño se pasa inadvertido,
aunque quisiera ser, ya no he podido,
vigilante perpetuo de sus cambios.
Que el vivir es joderse y un mal rayo
te parta, tiempo; vocación u olvido.
Esta es la diatriba en la que vivo,
esta fugaciad es cuanto ensayo.
No adivino el propósito de tanto
devaneo, ignoro si es dinero
lo que busco, si es gloria o fama o nada
lo que quiero; mas sé que me decanto
por la sabiduría. Desespero:
tanto vivir sin descansar me enfada.
La araña sueña con volar y, envidiosa, teje la red del tiempo, donde quien es capaz de flotar por el aire como ella desea queda irremisiblemente atrapado y más tarde deglutido.
Pues después de tantos años, sí, años, vuelvo a escribir un insospechado soneto, y además rimoso (en un alarde de recuperación de viejas artes, incluso con rimas internas). De pronto encuentro en esta forma métrica un respiro a mi ajetreo, y descubro con cierta sorpresa que, aunque pensaba anquilosada la neurona poética, esto debe de ser como montar en bicicleta. ¿Será falso entonces que la poesía nos abandona?
sábado, 23 de octubre de 2010
"Sobrecuadros", mirada alucinada e irónica sobre: El festín de los dioses (1514)
El festín de los dioses, de Giovanni Bellini.
Sólo leer cualquier comentario de pulcra ortodoxia académica sobre esta pintura, y el escándalo, la juerga y el cachondeo están servidos. No tendré que esforzarme mucho para ironizar con este cuadro, estando yo por otro lado alucinado, maravillado, perplejo ante su hermosura. Ahorraré comentarios que pueden encontrarse por ahí acerca de su procedencia, historia y actual asiento. Sobre Bellini tengo una biografía en casa, un pequeño librito de una colección antigua de biografías y que nunca he leído, la verdad (lo adquirí hace tropecientos años en la feria del libro antiguo de Madrid, creo recordar). -Me levanto, lo busco y no lo encuentro-. Cuando lo halle entre alguna de las cajas que todavía están cerradas desde la última mudanza (hace casi tres años), lo leeré rápidamente. Como no sé de iconografía ni siquiera lo necesario, y por mucho que uno de vez en cuando se encuentra con la mitología griega en la literatura o en las artes plásticas y sin querer repasa un poco su larga lista de personajes, como uno no ha perdido el pudor, no voy a hablar pormenorizadamente de cuál es la nómina de dioses y diosecillos que aparecen en este óleo del siglo XVI. Simplemente responderé a esas sugerencias espontáneas, que son muchas, nacidas de la contemplación de una pintura tan repleta de detalles.
El dios que sirve vino agachado es Baco -según nomenclatura romana (Dioniso entre los griegos)-, que tiene olímpicamente borracha a toda esta panda de dioses y acompañantes. Es un Baco niñato, que recoge un vino muy claro de un tonel de madera. Con la ingenuidad prerromántica de los artistas, las escenas de los dioses romanos o griegos, como cualquier otro episodio mitológico o histórico, se representan sin ningún rigor arqueológico y aparecen los personajes vestidos con ropajes propios de la Venecia de la época del artista. Es verdad que desde el siglo XVIII los pintores comienzan a ser más respetuosos con las modas. Hoy se hacen películas o se escriben novelas supuestamente históricas donde se intenta fracasadamente representar el pasado; no porque no logren reconstruir arqueológicamente cómo era la moda y las costumbres más básicas de otros tiempos y así consigan acercar el vestuario a un atrezo mínimamente verosímil, no, sino porque les sucede que cometen graves faltas de anacronismo con el comportamiento y las actitudes de los personajes. Podríamos hablar de una falta de rigor arqueológico-psicológico.
El dios rijoso Príapo trata a la derecha de la escena de levantar las faldas a una mujer, al parecer la ninfa Lotis, quien por otro lado muestra su pecho candoroso con descaro. El salido por antonomasia aspiraba a poner en caliente su siempre enhiesto ciruelo. Esta historia figura en un libro de Ovidio, Fasti, y según cuentan que cuenta, el rebuzno posterior del burro de Sileno despertó a la descocada ninfa y arruinó su plan, que en el fondo no era otro que follarse a una dormida.
Como es arte y es renacentista, llega a nuestros ojos esta escena y la primera tentación del burgués es exclamar con moral candidez, ¡oh, que hermoso cuadro! Pero no es otra cosa que un canto a la juerga más desenfrenada. Fíjense en el tipo de verde con perilla, detrás de una fuente de frutas, cómo mete mano a la señora de su derecha. A su izquierda, otra señora coloca una teta muy próxima al rostro de ese otro personaje que trata con dificultad de concentrarse en su cuenco de vino. Debe de ser Apolo, por el laurel y el instrumento en la otra mano.
No hay mujer del cuadro a la que no se le haya salido una teta del vestido, excepto a la que meten mano.
Atrás, hacia el centro, sentado al naturálibus de perfil, con corona de laurel, hay un tipo que no sé qué hace o aspira. ¿Bebe con pajita? ¿Chupa algo? ¿Fuma algo? No sé.
Los faunos trasiegan sin parar trayendo vino de algún sitio. En las montañitas de atrás se ven algunos faunos más en continua acción.
A mí los paisajes artificiosos de estos cuadros me gustan, entro en el juego teatral y me los creo porque me apetece. El pajarico del árbol me recuerda a un loro que yo tengo.
A la izquierda de la ninfa Lotis hay una cuba sin asa, con un letrerillo muy moderno, y una copa de vidrio cargada de espeso vino tinto.
No hay personaje en el cuadro que no esté beodo y en actitud de búsqueda copulatoria, excepto el dios del orinal metálico en la cabeza, Hermes, que mira con cara algo imbécil a la ninfa Lotis o a su teta, mientras le cuelgan los testículos al fresco de sus faldas.
"Sobrecuadros": Mirada alucinada e irónica sobre: Stones of the Ancient Wall (1962)
Piedras del muro antiguo, de Mordecai Ardon
Mordecai Ardon, según rezan sus más elementales reseñas biográficas, es posiblemente el mejor pintor israelí, y, añado yo, en su edad provecta tenía un rostro afable y bonachón muy agradable. Pero no he venido aquí para hablar de los pintores. Este lienzo promete sombras frescas en mitad de la tarde de siesta, junto a un muro. No permite mucha comicidad el comentario de esta obra que, sin embargo, nos deleita con su frescor diríase que mentolado. Los marrones vislumbrados en algunos de los sillares reverencian la edad de la piedra antigua. Pero esta pintura absorbe mi alma por el verde con que Ardon refresca el valor de lo milenario e inmóvil. El musgo, el verdín, la hiedra, en fin, la fértil humedad amparada por la piedra, viene a dar vida sobre la muerte, alegría a lo inerte, esperanza a aquello que por su naturaleza parecía abocado al polvo de los siglos. De la superficie más aparentemente estéril nace la vida. En medio de la calle milenaria y pétrea encontramos la esquina de un muro donde florece un pequeño mundo de abundancia y frescor. El vergel nace en la delgada, milimétrica acumulación de polvo cósmico sobre los sillares y entre sus oquedades. Huele a humus y sentimos el tacto de la piedra musgosa o el terciopelo. Una abstracción tan elocuentemente figurativa, tan viva, transmisora de sensaciones tan orgánicas, sólo puede emanarse de un ser, el artista, genéticamente cargado de historia, y, más que historia, de arqueología, un ser nacido en uno de los epicentros del nacimiento de la cultura humana y la civilización. La abstracción en Nueva York es plástico puro. Esta otra abstracción es un hallazgo arqueológico, una reunión del cielo y de la tierra, de la piedra y el agua. Miró y Ardon tienen mucho en común y pueden haber tenido una evolución poligenética pero casi simultánea en el tiempo, muy paralela. Sería interesante estudiarlo.
"Sobrecuadros": Destellos de luz irónica y alucinada ante obras de arte: Lot y su hija, por Albrecht Altdorfer
Quiero recuperar de escritos anteriores este primer comentario sobre cuadros. Trataré de intercalar de vez en cuando en este Diarius alguna imagen con las ocurrencias aparejadas. Se trata, como el título indica, de esbozar un pequeño diagnóstico poético, literario o simplemente ocurrente, sin ningún otro rigor crítico.
Lot y su hija, de Albrecht Altdorfer
Al ver este cuadro (hermosísimo, cuerpos que marcan la debacle de la edad, un colorido subyugante y un par de sonrisas que superan en sugerencias herméticas a la celebérrima y algo estulta mueca de la Gioconda) me vienen a la cabeza varias cosas. Primero, la univesalidad de la pulsión sexual. La necesidad de perpetuar la especie es el pretexto para hablar de sexo, en esta sazón. Al fondo del óleo aparecen las que suponemos Sodoma y Gomorra, ciudades pecadoras, bajo las encarnadas llamas. Atrás, pero muy próxima a Lot y a su hija que yace entre sus brazos, se encuentra la otra hija. Estas muchachas cargadas de pragmatismo procreativo son inefables porque el autor de la Biblia no quiso darles un nombre propio. Son, así de simple, “las hijas de Lot”, y como tal se las conoce. Huidas de Sodoma, junto con su progenitor, eran las únicas supervivientes de la venganza divina. El pueblo oligofrénico de Sodoma quiso vejar lascivamente a los enviados de Dios, y Dios les envió la extinción hecha cerilla. Los socarró en una inmensa parrillada de vicios calcinados. La esposa de Lot no había logrado sobrevivir porque incumplió la consigna requerida: no mirar hacia atrás. Y se convirtió en estatua de sal. Esta sal vendría bien para dar mejor sabor a la parrillada de las ciudades malditas, Sodoma y Gomorra. Las hijas pensaron que para mantener la continuidad de la especie debían hacer un intercambio genético con su padre. Así que lo emborracharon y copularon con él. Por eso digo que estas chicas, aparte de tener los pechos cortos, hendidos, distantes, bizcos y, en fin, demasiado púberes, disponían de un enorme pragmatismo procreativo. El fin justifica los medios. Siendo de Sodoma no se podía esperar otra cosa de estas criaturas, por mucho que fueran testigas directas del escarmiento: se pegan la gran juerga, vino y sexo, pero con el agravante de un incesto ascendente, de hijas a padre (lo normal para este vicio suele ser, en términos estadísticos, el forcejeo descendente, de padre a hija). El padre, más que beodo, parece feliz como un mono en una frutería. El artista, Altdorfer, les puso un paño verde para que no se manchen las posaderas y no engendren luego un hijo de la tierra. Por lo que creo, según el libro del Génesis, copulan encerrados en una tienda. En el cuadro, la hija del fondo no sé qué hace. Parece que está intentando descubrir si le huele la axila. No sería raro que, para mayor gloria de su insensata condición de pecadora, frente a tanto despropósito moral, la muchacha estuviera más preocupada por el olor de su sobaco que por todo lo demás, incluyendo la quema de su pueblo. Buen antecedente, ya sea histórico o legendario, de la frivolidad de nuestros días. Frente al derrumbe ético, frente al hambre y la enfermedad de tres cuartas partes del mundo, una buena tarde de compras inservibles.
lunes, 18 de octubre de 2010
Sistema
Escribo pues esta minientrada en el Diarius para protestar contra el sistema. Leyendo cierto manual clásico del comunismo, me doy cuenta de que el capitalismo, o el consumismo, o lo que sea que impera en nuestro mundo, ha conseguido por la vía del adormilamiento material muchos de los postulados de algunos sistemas totalitarios, incluido el comunismo: macroestados, tendentes a uno único; control social; procesos de producción controlados; estados gestores del dinero a través de un sistema retributivo sin escapatoria, perfectamente tramado; culto al trabajo; colectivización de la vida; mecanicismo social; tecnología al servicio del control social. El mundo feliz de Huxley está hoy desfasado en muchos aspectos, porque la vida en algunos países supera con creces sus expectativas. En otras cosas simplemente nos encaminamos irremediablemente. El paraíso prometido por muchas religiones también está cerca: aborregamiento. Permítaseme esta impensada pataleta dialéctica. La propuesta masónica me interesa más: libertad a través del cultivo de la inteligencia. Si la población mundial estuviera enormemente ilustrada, tal vez: no habría exceso de natalidad, no habría obreros que trabajaran para sus "señores", ni militares que lucharan por sus "patrias". Si el conocimiento fuera muy profundo, podría llegar incluso detrás la sabiduría, y entonces no habría estados, no existiría la voracidad económica ni el maltrato sistemático a la Tierra para su inicua explotación. Qué sé yo. La tendencia a generar un futuro Estado totalitario que se dirá democrático, sin resquicio a la auténtica libertad, no está inspirada por ningún grupo de poder, ni humano ni extraterrestre; simplemente es una tendencia humana dirigida por nuestro miedo a la muerte: preferimos automutilar nuestros sensores instintivos y de libertad a quedar a oscuras y sin aspirinas en mitad la Noche Natural.
martes, 12 de octubre de 2010
Villa de Libros: Urueña.
sábado, 9 de octubre de 2010
Nueva visita a Madrid
El día en Madrid es gris oscuro, boca de lobo o vientre de ballena; sin embargo, no siento el apachurramiento anímico de ciertos días asturianos. Tal vez sea que la presión atmosférica, o los atmósferos presosféricos (saltémonos cualquier posible concomitancia científica) no son igual de plúmbeos. No sé. Sí noto que mi alma está trufada de extraña melancolía estos días, hoy particularmente. Leí en la prensa que un científico portugués a quien otorgaron el premio Príncipe de Asturias en 2005, neurólogo por más señas (Antonio Damasio) afirma que el alma carece de sentido en su vertiente religiosa o incluso fisiológica. No existe. Pero al menos nos deja a los mortales usar el término en su sentido poético, añade. Gracias, padre Damasio. La palabra "alma" es elocuente. No es sustituible y entiendo que es aquella parcela abstracta de la mente donde anidan las emociones más hondas. El alma se ramifica clara y perceptiblemente por el plectro (ese pecho metafísico) y finalmente por todas las terminaciones nerviosas.
La semana pasada mi actividad de supervivencia no me dejó hueco para mis aficiones. No quiero por el momento narrar mis aventuras laborales, hablar de mi relación con el trabajo, con la empresa y todas sus mezquindades. En el espacio de mi escritorio y el entorno casi imaginario que construimos cuando leemos, escribimos o pensamos, cabe un atisbo de perfección, la inclinación (lamento si suena a desliz romántico) hacia lo sublime. Trabajar en el pequeño universo de una parcela de texto, ya sea el que uno mismo va construyendo o el que uno está leyendo, darle vueltas, circundar su territorio, perseguir rastros, sortear pedruscos y arrojarlos lejos, ocultarnos entre la maleza, sondear frondosidades, bordear sus límites y de pronto, ¡zas! caer en un abismo (vértigo intelectual) o tocar lo que en ese micromundo controlado supone una culminación de la inteligencia, hallar una coincidencia con el autor o un bastón metafísico para la vida, un párrafo iluminado, una línea deslumbrante, una idea. La perfección en el día a día, en el desempeño de la supervivencia, en el trabajo de mi empresa relacionada con la construcción no existe. Se sortean las situaciones, y las buenas noticias tienen que ver con obras donde no hay mayores problemas y se logran terminar sin mayores escollos, con presupuestos que se aprueban o con clientes que por fin pagan. Si trabajo en todas esas cosas es, como todo el mundo sabe, por necesidad.
Es como si otra vida, la literaria, aguardase en un rincón dispuesta a avasallarme definitivamente. Pero en cierta encrucijada de la vida, hace unos años, cuando faltaron arrestos o la confianza en uno no se vio sobrepujada por cualidades que había de traer después la edad madura, en aquel momento se optó por evitar a toda costa la bohemia y tratar primero de situarse materialmente en la vida para da luego algún posible salto hacia lo literario. Y aquí estamos, viviendo antes de filosofar, que no es poco. En breve viajaré a México y seguiré acumulando páginas futuras. Vida y literatura se mezclan inextricablemente en mis sensores perceptivos de la realidad.
Mi visita a Madrid, como todas las que haga en estos días, y espero que frecuentes, tiene como único fin tener cerca a mi padre. La familia, amplia, hermanos y hermanas, cuñados y cuñadas, primos, tíos, suegros, este clan de ingenuidades a veces contrapuestas, sigue ahí, cada uno con sus cualidades y sus purgas. Dejo para un diario más íntimo noticias menos confesables ahora sobre mi familia y sensaciones más hondas sobre el transcurrir de los días, otro Diarius Interruptus previo a éste, que corre disparejo, anotado con tinta en un cuaderno de carne y hueso.
John Joseph dice que su madre, que es tía mía, va deshaciéndose de su yo. Desde México la han traído a uno de los mejores centros para tratamiento y cuidado de afectados con la enfermedad de Alzheimer, hace ya unos años. Mi tía no me reconoce, por supuesto. Su inteligencia, que no es poca, parece por momentos inalterada, hasta que cae en un pozo de su razón, porque ésta no cuenta con el firme sedimento de la memoria. El asunto da para largas reflexiones. La memoria de datos culturales o librescos parece menos afectada, pero toda memoria imbricada en las relaciones sentimentales está completamente podrida. Esto pude comprobarlo también con mi abuela cuando, poco tiempo antes de morirse, mantenía conversaciones con ella y trataba de rescatarla fugazmente del exilio de sus recuerdos. Me queda este aserto de mi primo en las cuentas pendientes con la metafísica, porque realmente no sé si se va el yo, si se pierde, o si lo que se pierde con esa enfermedad es quizá todo lo demás y sólo queda un ego insulso y sin demasiados ornamentos. Quizá no sea cosa de metafísica -excepto para legos de la ciencia como nuestras mercedes- y sí de las neurociencias. Háganse Damasios.
De camino a la residencia de mi tía, John Joseph paró el coche y me bajé a hacer unas fotos a las torres del poder.
La ciudad contiene su belleza en aristas y espejos,
pero también en parques sublevados;
somete al ciudadano a sus dictados,
apabulla con materiales cancerígenos
y es siempre émula de una señora distante y altanera
donde nacieron los gigantes de hielo
derretidos por Mahoma.
Detrás de tanta ostentación,
remota, escondida y enfaunada,
el Madrid de los Austrias
sigue guardando los huesos de Cervantes.
domingo, 3 de octubre de 2010
Un paseo por el bosque
La schubertiada de este sábado la realicé con Mildred y los niños, Blanch y Guz, además de con Cipión, mi hijo schnauzer gigante. Ocultaré el lugar exacto siempre que hable de los rincones a los que me escapo, porque no creo en la divulgación de lugares predilectos o que merezca la pena conservar. Es un acto ciego y supersticioso este secretismo, porque son lugares sometidos a la presión humana, de sobra conocidos, ya putificados.
No recuerdo el origen de esta enfermedad que aflige a mi sensibilidad, pero creo que es tan antigua como mi propia sensibilidad. En las incursiones a la naturaleza se entremezclan siempre el alborozo y la congoja. El alborozo viene de la propia naturaleza; la congoja de la acción humana sobre ella. No hay rincón al que visite tras una temporada que no se haya visto envilecido por el humano: viejas caleyas (caminos de barro) convertidas en anchas vías hormigonadas, cubiertas de grava o incluso asfaltadas y convertidas de carreteras; construcciones de mal gusto, desproporcionadas o directamente delictivas; zonas taladas; viejas casonas que han sido derrumbadas y convertidas en un solar de hormigón; canteras inmundas... Convendría, y mucho, revisar el concepto de "progeso", ese gran fastasmón que justifica los desmanes de la especie. Yo, particularmente, me cago en el progreso y al final de esta entrada adjunto un poema ex profeso.
Junto a estas desagradables aprehensiones del alma, conviven el gozo por aquello que todavía pervive a nuestra torpe injerencia: la masa forestal, el olor del humus, las marcas de animales que sortean nuestros pasos pero dejan sus huellas o sus heces (mi hijo las empieza a distinguir mucho mejor que yo, con sólo siete años). Nos internamos en el bosque oligotrofo de hayas y comienza el sueño de vivir en el bosque; trepamos a los árboles, nos retozamos por el suelo, perseguimos sombras, y mi hijo juega a ser un gato montés.
xii el hombre se empeña en el progreso: lo maldigo
Baboseas y aumentas tus desvelos,
concatenas silbidos en la noche
y centelleas el hálito con farolas y cemento.
Pretendes conjurar tus medallones,
tus horrores, tus infiernos, tus infinitas faltas lamentables,
sembrando confusión en el concierto.
Volverás al polvo desde el polvo,
a solventar las luces de los muertos.
De En honor de la verdad.