domingo, 31 de octubre de 2010

Soneto inesperado

No sé exactamente en qué sazón me hallo.
El otoño se pasa inadvertido,
aunque quisiera ser, ya no he podido,
vigilante perpetuo de sus cambios.

Que el vivir es joderse y un mal rayo
te parta, tiempo; vocación u olvido.
Esta es la diatriba en la que vivo,
esta fugaciad es cuanto ensayo.

No adivino el propósito de tanto
devaneo, ignoro si es dinero
lo que busco, si es gloria o fama o nada
lo que quiero; mas sé que me decanto
por la sabiduría. Desespero:
tanto vivir sin descansar me enfada.

La araña sueña con volar y, envidiosa, teje la red del tiempo, donde quien es capaz de flotar por el aire como ella desea queda irremisiblemente atrapado y más tarde deglutido.
Pues después de tantos años, sí, años, vuelvo a escribir un insospechado soneto, y además rimoso (en un alarde de recuperación de viejas artes, incluso con rimas internas). De pronto encuentro en esta forma métrica un respiro a mi ajetreo, y descubro con cierta sorpresa que, aunque pensaba anquilosada la neurona poética, esto debe de ser como montar en bicicleta. ¿Será falso entonces que la poesía nos abandona?

sábado, 23 de octubre de 2010

"Sobrecuadros", mirada alucinada e irónica sobre: El festín de los dioses (1514)


El festín de los dioses, de Giovanni Bellini.
Sólo leer cualquier comentario de pulcra ortodoxia académica sobre esta pintura, y el escándalo, la juerga y el cachondeo están servidos. No tendré que esforzarme mucho para ironizar con este cuadro, estando yo por otro lado alucinado, maravillado, perplejo ante su hermosura. Ahorraré comentarios que pueden encontrarse por ahí acerca de su procedencia, historia y actual asiento. Sobre Bellini tengo una biografía en casa, un pequeño librito de una colección antigua de biografías y que nunca he leído, la verdad (lo adquirí hace tropecientos años en la feria del libro antiguo de Madrid, creo recordar). -Me levanto, lo busco y no lo encuentro-. Cuando lo halle entre alguna de las cajas que todavía están cerradas desde la última mudanza (hace casi tres años), lo leeré rápidamente. Como no sé de iconografía ni siquiera lo necesario, y por mucho que uno de vez en cuando se encuentra con la mitología griega en la literatura o en las artes plásticas y sin querer repasa un poco su larga lista de personajes, como uno no ha perdido el pudor, no voy a hablar pormenorizadamente de cuál es la nómina de dioses y diosecillos que aparecen en este óleo del siglo XVI. Simplemente responderé a esas sugerencias espontáneas, que son muchas, nacidas de la contemplación de una pintura tan repleta de detalles.
El dios que sirve vino agachado es Baco -según nomenclatura romana (Dioniso entre los griegos)-, que tiene olímpicamente borracha a toda esta panda de dioses y acompañantes. Es un Baco niñato, que recoge un vino muy claro de un tonel de madera. Con la ingenuidad prerromántica de los artistas, las escenas de los dioses romanos o griegos, como cualquier otro episodio mitológico o histórico, se representan sin ningún rigor arqueológico y aparecen los personajes vestidos con ropajes propios de la Venecia de la época del artista. Es verdad que desde el siglo XVIII los pintores comienzan a ser más respetuosos con las modas. Hoy se hacen películas o se escriben novelas supuestamente históricas donde se intenta fracasadamente representar el pasado; no porque no logren reconstruir arqueológicamente cómo era la moda y las costumbres más básicas de otros tiempos y así consigan acercar el vestuario a un atrezo mínimamente verosímil, no, sino porque les sucede que cometen graves faltas de anacronismo con el comportamiento y las actitudes de los personajes. Podríamos hablar de una falta de rigor arqueológico-psicológico.
El dios rijoso Príapo trata a la derecha de la escena de levantar las faldas a una mujer, al parecer la ninfa Lotis, quien por otro lado muestra su pecho candoroso con descaro. El salido por antonomasia aspiraba a poner en caliente su siempre enhiesto ciruelo. Esta historia figura en un libro de Ovidio, Fasti, y según cuentan que cuenta, el rebuzno posterior del burro de Sileno despertó a la descocada ninfa y arruinó su plan, que en el fondo no era otro que follarse a una dormida.
Como es arte y es renacentista, llega a nuestros ojos esta escena y la primera tentación del burgués es exclamar con moral candidez, ¡oh, que hermoso cuadro! Pero no es otra cosa que un canto a la juerga más desenfrenada. Fíjense en el tipo de verde con perilla, detrás de una fuente de frutas, cómo mete mano a la señora de su derecha. A su izquierda, otra señora coloca una teta muy próxima al rostro de ese otro personaje que trata con dificultad de concentrarse en su cuenco de vino. Debe de ser Apolo, por el laurel y el instrumento en la otra mano.
No hay mujer del cuadro a la que no se le haya salido una teta del vestido, excepto a la que meten mano.
Atrás, hacia el centro, sentado al naturálibus de perfil, con corona de laurel, hay un tipo que no sé qué hace o aspira. ¿Bebe con pajita? ¿Chupa algo? ¿Fuma algo? No sé.
Los faunos trasiegan sin parar trayendo vino de algún sitio. En las montañitas de atrás se ven algunos faunos más en continua acción.
A mí los paisajes artificiosos de estos cuadros me gustan, entro en el juego teatral y me los creo porque me apetece. El pajarico del árbol me recuerda a un loro que yo tengo.
A la izquierda de la ninfa Lotis hay una cuba sin asa, con un letrerillo muy moderno, y una copa de vidrio cargada de espeso vino tinto.
No hay personaje en el cuadro que no esté beodo y en actitud de búsqueda copulatoria, excepto el dios del orinal metálico en la cabeza, Hermes, que mira con cara algo imbécil a la ninfa Lotis o a su teta, mientras le cuelgan los testículos al fresco de sus faldas.

"Sobrecuadros": Mirada alucinada e irónica sobre: Stones of the Ancient Wall (1962)




Piedras del muro antiguo, de Mordecai Ardon
Mordecai Ardon, según rezan sus más elementales reseñas biográficas, es posiblemente el mejor pintor israelí, y, añado yo, en su edad provecta tenía un rostro afable y bonachón muy agradable. Pero no he venido aquí para hablar de los pintores. Este lienzo promete sombras frescas en mitad de la tarde de siesta, junto a un muro. No permite mucha comicidad el comentario de esta obra que, sin embargo, nos deleita con su frescor diríase que mentolado. Los marrones vislumbrados en algunos de los sillares reverencian la edad de la piedra antigua. Pero esta pintura absorbe mi alma por el verde con que Ardon refresca el valor de lo milenario e inmóvil. El musgo, el verdín, la hiedra, en fin, la fértil humedad amparada por la piedra, viene a dar vida sobre la muerte, alegría a lo inerte, esperanza a aquello que por su naturaleza parecía abocado al polvo de los siglos. De la superficie más aparentemente estéril nace la vida. En medio de la calle milenaria y pétrea encontramos la esquina de un muro donde florece un pequeño mundo de abundancia y frescor. El vergel nace en la delgada, milimétrica acumulación de polvo cósmico sobre los sillares y entre sus oquedades. Huele a humus y sentimos el tacto de la piedra musgosa o el terciopelo. Una abstracción tan elocuentemente figurativa, tan viva, transmisora de sensaciones tan orgánicas, sólo puede emanarse de un ser, el artista, genéticamente cargado de historia, y, más que historia, de arqueología, un ser nacido en uno de los epicentros del nacimiento de la cultura humana y la civilización. La abstracción en Nueva York es plástico puro. Esta otra abstracción es un hallazgo arqueológico, una reunión del cielo y de la tierra, de la piedra y el agua. Miró y Ardon tienen mucho en común y pueden haber tenido una evolución poligenética pero casi simultánea en el tiempo, muy paralela. Sería interesante estudiarlo.

"Sobrecuadros": Destellos de luz irónica y alucinada ante obras de arte: Lot y su hija, por Albrecht Altdorfer

Quiero recuperar de escritos anteriores este primer comentario sobre cuadros. Trataré de intercalar de vez en cuando en este Diarius alguna imagen con las ocurrencias aparejadas. Se trata, como el título indica, de esbozar un pequeño diagnóstico poético, literario o simplemente ocurrente, sin ningún otro rigor crítico.

Lot y su hija, de Albrecht Altdorfer

Al ver este cuadro (hermosísimo, cuerpos que marcan la debacle de la edad, un colorido subyugante y un par de sonrisas que superan en sugerencias herméticas a la celebérrima y algo estulta mueca de la Gioconda) me vienen a la cabeza varias cosas. Primero, la univesalidad de la pulsión sexual. La necesidad de perpetuar la especie es el pretexto para hablar de sexo, en esta sazón. Al fondo del óleo aparecen las que suponemos Sodoma y Gomorra, ciudades pecadoras, bajo las encarnadas llamas. Atrás, pero muy próxima a Lot y a su hija que yace entre sus brazos, se encuentra la otra hija. Estas muchachas cargadas de pragmatismo procreativo son inefables porque el autor de la Biblia no quiso darles un nombre propio. Son, así de simple, “las hijas de Lot”, y como tal se las conoce. Huidas de Sodoma, junto con su progenitor, eran las únicas supervivientes de la venganza divina. El pueblo oligofrénico de Sodoma quiso vejar lascivamente a los enviados de Dios, y Dios les envió la extinción hecha cerilla. Los socarró en una inmensa parrillada de vicios calcinados. La esposa de Lot no había logrado sobrevivir porque incumplió la consigna requerida: no mirar hacia atrás. Y se convirtió en estatua de sal. Esta sal vendría bien para dar mejor sabor a la parrillada de las ciudades malditas, Sodoma y Gomorra. Las hijas pensaron que para mantener la continuidad de la especie debían hacer un intercambio genético con su padre. Así que lo emborracharon y copularon con él. Por eso digo que estas chicas, aparte de tener los pechos cortos, hendidos, distantes, bizcos y, en fin, demasiado púberes, disponían de un enorme pragmatismo procreativo. El fin justifica los medios. Siendo de Sodoma no se podía esperar otra cosa de estas criaturas, por mucho que fueran testigas directas del escarmiento: se pegan la gran juerga, vino y sexo, pero con el agravante de un incesto ascendente, de hijas a padre (lo normal para este vicio suele ser, en términos estadísticos, el forcejeo descendente, de padre a hija). El padre, más que beodo, parece feliz como un mono en una frutería. El artista, Altdorfer, les puso un paño verde para que no se manchen las posaderas y no engendren luego un hijo de la tierra. Por lo que creo, según el libro del Génesis, copulan encerrados en una tienda. En el cuadro, la hija del fondo no sé qué hace. Parece que está intentando descubrir si le huele la axila. No sería raro que, para mayor gloria de su insensata condición de pecadora, frente a tanto despropósito moral, la muchacha estuviera más preocupada por el olor de su sobaco que por todo lo demás, incluyendo la quema de su pueblo. Buen antecedente, ya sea histórico o legendario, de la frivolidad de nuestros días. Frente al derrumbe ético, frente al hambre y la enfermedad de tres cuartas partes del mundo, una buena tarde de compras inservibles.

lunes, 18 de octubre de 2010

Sistema

El ritmo de trabajo en la empres es tal que no me deja hueco para mover mi novela terminada. Hacerla circular por ese dédalo -por lo cerrado y lento más que por lo borgiano metafísico- de las editoriales. En pos del editor/a. Ni siquiera saco tiempo para leer, lo que es peor, porque volviendo a Borges, cuando más se goza, más que escribiendo todavía, es leyendo. Sí, acarreo libros conmigo de un lado a otro, pero apenas saco minutos en la cola de algún banco. Imposible. Sin embargo, admitamos que hay una recua de antiborgianos y de anticortazarianos que va prosperando. Yo tengo un amigo entre estas milicias, y no se trata de gente lega o iletrada. Me parecen opiniones válidas, y es que entiendo el tedio al que puede impeler tanto progre adulador de los recovecos de uno o de las memeces huecas del otro. A mí personalmente, por "posicionarme" (maldita jerigonza mass-media) al respeco, diré que disfruto con Borges, pero Cortázar me parece vacuo, fuego de artificio. Categorías distantes.
Escribo pues esta minientrada en el Diarius para protestar contra el sistema. Leyendo cierto manual clásico del comunismo, me doy cuenta de que el capitalismo, o el consumismo, o lo que sea que impera en nuestro mundo, ha conseguido por la vía del adormilamiento material muchos de los postulados de algunos sistemas totalitarios, incluido el comunismo: macroestados, tendentes a uno único; control social; procesos de producción controlados; estados gestores del dinero a través de un sistema retributivo sin escapatoria, perfectamente tramado; culto al trabajo; colectivización de la vida; mecanicismo social; tecnología al servicio del control social. El mundo feliz de Huxley está hoy desfasado en muchos aspectos, porque la vida en algunos países supera con creces sus expectativas. En otras cosas simplemente nos encaminamos irremediablemente. El paraíso prometido por muchas religiones también está cerca: aborregamiento. Permítaseme esta impensada pataleta dialéctica. La propuesta masónica me interesa más: libertad a través del cultivo de la inteligencia. Si la población mundial estuviera enormemente ilustrada, tal vez: no habría exceso de natalidad, no habría obreros que trabajaran para sus "señores", ni militares que lucharan por sus "patrias". Si el conocimiento fuera muy profundo, podría llegar incluso detrás la sabiduría, y entonces no habría estados, no existiría la voracidad económica ni el maltrato sistemático a la Tierra para su inicua explotación. Qué sé yo. La tendencia a generar un futuro Estado totalitario que se dirá democrático, sin resquicio a la auténtica libertad, no está inspirada por ningún grupo de poder, ni humano ni extraterrestre; simplemente es una tendencia humana dirigida por nuestro miedo a la muerte: preferimos automutilar nuestros sensores instintivos y de libertad a quedar a oscuras y sin aspirinas en mitad la Noche Natural.

martes, 12 de octubre de 2010

Villa de Libros: Urueña.

Viajaba de regreso a Asturias con mis dos hijos y decidí hacer pausa para almorzar en Urueña. Hace mucho tiempo que Mildred y yo queríamos visitar esta villa castellana. Aunque no venía ella con nosotros, puesto que tuvo que quedarse a trabajar el sábado y el lunes en Oviedo, quise hacer una primera incursión. El propósito era visitar el museo etnográfico de Joaquín Díaz. Mi madre nos puso incesantemente los discos de este folklorista con aires de sabio popular. Su labor es mucha, y recuerdo que alguna vez tuve que defenderlo ante los ataques de algún profesor de la universidad. Quien quiera sospechar que sospeche con más datos: filología hispánica, UAM, finales del siglo XX. Muchos de los profesores de la univesidad resultan tremendamente petulantes. Muchos de los que no los son, son imperitos, que es peor. Alguno se libra, y muy pocos incluso descuellan. Yo llegué a pensar que molestaban la frescura y los logros autónomos de Joaquín Díaz, la autenticidad de un trabajo hecho a mano, con la materia prima viva, sobre el barro, a pie, y luego también en noble cocción al escritorio; y no a puro golpe de ficha bibliográfica desde los insulsos despachos departamentales. Excluyo de esta lista desagradable de profesores de universidad, v. gr., a Pablo Jauralde, con quien genero una lista unimembre de excelencia y amistad; rara, pero amistad.
Si ahora escucho poco sus romances (los de Joaquín Díaz), sí trato al menos de ponérselos de vez en cuando a mis hijos, para que no se pierdan esa parcela de tradición que me legó mi madre por transmisión oral-discográfica.
Precisamente ayer la fundación Joaquín Díaz se encontraba lunesizada. En España todo lo interesante cierra en lunes. Pero al entrar en las murallas de Urueña (una sorpresa esas murallas), descubrí entusiasmado un cartel que decía "Villa del libro". Y dije: ¡Toma, alguien ha cogido la iniciativa y por fin se ha fundado un pueblo de libros en España! Y así es. Recuerdo haber leído un artículo probablemente en una Tercera de ABC y hacia el año 1994 o 95 en el que se reprochaba que España no hubiera llevado a cabo aún, como sí lo habían hecho Reino Unido, Francia o Bélgica, proyectos semejantes. Esto entronca directamente con mi entrada de "Villartis" en este Diarius. Si Villartis es un proyecto total y claramente utópico, esta Villa del Libro de Urueña es un primer indicio de utopía, porque Víctor así me lo hizo ver en la librería Alejandría.

Hay tantas posibilidades de vida como la imaginación pueda soñar. Entrar en la Villa del Libro me produjo una gran emoción y sentí que una de esas posibilidades sí es materializable, y eso que el día era desapacible. Para reconstruir Villartis necesitaríamos un lugar mucho más apartado. Si Villartis pudiera ubicarse en un lugar concreto, éste debería ser recóndito, inaccesible al visitante casual o el dominguero vulgar. Por eso Villartis de momento sólo vive en la imaginación.
Sin duda volveré a Urueña, recorreré sus calles (con aciertos preciosos y algún desliz estético irrelevante en el conjunto) y sus librerías. Visitaré por fin la fundación de Joaquín Díaz, que es parte de mi memoria infantil, y volveré a comprar libros y caminar por el adarve de las murallas para contemplar los campos de Valladolid. Desde las almenas puede verse una ermita románica esplédida, unos palomares más hacia el este, y más al este aún -todo encuadrado en una misma mirada agasajada- lo que parece una casa labriega cercada por muros de adobe (no sé si lo es, pero me recuerda a estructuras de edificaciones rurales romanas).

Junto a la librería Alejandría se encuentra El Rincón Escrito, otra librería diferentemente deliciosa. El librero aquí hizo de buen samaritano y condolido con mi jaqueca me consiguió un gelocatil de un gramo que me permitió terminar el viaje. Para ello tuvo que hacer una llamada, salir de su refugio de páginas e ir no sé adónde a por mi medicina. No contento con esta buena acción, me recomendó un librito que acababa de leerse: Actas relativas a la muerte de Raymond Roussel. O más bien me recomendó el acceso al descubrimiento de Raymond Roussel, para lo cual nada mejor que la lectura de este pequeño libro escrito por Leonardo Sciascia. Buena persona es ya quien cura el cuerpo, pero no sé qué apelativo dar a este amable librero que también me recetó un fármaco tan digerible para el espíritu.

sábado, 9 de octubre de 2010

Nueva visita a Madrid

Vuelvo al mismo escritorio sobre el que hace unas semanas abrí este Diarius. Vuelvo a ver a mi padre, que hoy parece más cansado, aunque su aspecto es bueno. Los ojos algo hinchados, se ha afeitado la cabeza y adquiere así un aire de escritor norteamericano, con sus ojos azules y su gesto intenso. Siempre fiel a su estilo, da ejemplo de entereza, es lo contrario a un lastimero e imparte doctrina con su inteligencia introspectiva. He de decir hoy más que nunca ¡viva mi padre!
El día en Madrid es gris oscuro, boca de lobo o vientre de ballena; sin embargo, no siento el apachurramiento anímico de ciertos días asturianos. Tal vez sea que la presión atmosférica, o los atmósferos presosféricos (saltémonos cualquier posible concomitancia científica) no son igual de plúmbeos. No sé. Sí noto que mi alma está trufada de extraña melancolía estos días, hoy particularmente. Leí en la prensa que un científico portugués a quien otorgaron el premio Príncipe de Asturias en 2005, neurólogo por más señas (Antonio Damasio) afirma que el alma carece de sentido en su vertiente religiosa o incluso fisiológica. No existe. Pero al menos nos deja a los mortales usar el término en su sentido poético, añade. Gracias, padre Damasio. La palabra "alma" es elocuente. No es sustituible y entiendo que es aquella parcela abstracta de la mente donde anidan las emociones más hondas. El alma se ramifica clara y perceptiblemente por el plectro (ese pecho metafísico) y finalmente por todas las terminaciones nerviosas.
La semana pasada mi actividad de supervivencia no me dejó hueco para mis aficiones. No quiero por el momento narrar mis aventuras laborales, hablar de mi relación con el trabajo, con la empresa y todas sus mezquindades. En el espacio de mi escritorio y el entorno casi imaginario que construimos cuando leemos, escribimos o pensamos, cabe un atisbo de perfección, la inclinación (lamento si suena a desliz romántico) hacia lo sublime. Trabajar en el pequeño universo de una parcela de texto, ya sea el que uno mismo va construyendo o el que uno está leyendo, darle vueltas, circundar su territorio, perseguir rastros, sortear pedruscos y arrojarlos lejos, ocultarnos entre la maleza, sondear frondosidades, bordear sus límites y de pronto, ¡zas! caer en un abismo (vértigo intelectual) o tocar lo que en ese micromundo controlado supone una culminación de la inteligencia, hallar una coincidencia con el autor o un bastón metafísico para la vida, un párrafo iluminado, una línea deslumbrante, una idea. La perfección en el día a día, en el desempeño de la supervivencia, en el trabajo de mi empresa relacionada con la construcción no existe. Se sortean las situaciones, y las buenas noticias tienen que ver con obras donde no hay mayores problemas y se logran terminar sin mayores escollos, con presupuestos que se aprueban o con clientes que por fin pagan. Si trabajo en todas esas cosas es, como todo el mundo sabe, por necesidad.
Es como si otra vida, la literaria, aguardase en un rincón dispuesta a avasallarme definitivamente. Pero en cierta encrucijada de la vida, hace unos años, cuando faltaron arrestos o la confianza en uno no se vio sobrepujada por cualidades que había de traer después la edad madura, en aquel momento se optó por evitar a toda costa la bohemia y tratar primero de situarse materialmente en la vida para da luego algún posible salto hacia lo literario. Y aquí estamos, viviendo antes de filosofar, que no es poco. En breve viajaré a México y seguiré acumulando páginas futuras. Vida y literatura se mezclan inextricablemente en mis sensores perceptivos de la realidad.
Mi visita a Madrid, como todas las que haga en estos días, y espero que frecuentes, tiene como único fin tener cerca a mi padre. La familia, amplia, hermanos y hermanas, cuñados y cuñadas, primos, tíos, suegros, este clan de ingenuidades a veces contrapuestas, sigue ahí, cada uno con sus cualidades y sus purgas. Dejo para un diario más íntimo noticias menos confesables ahora sobre mi familia y sensaciones más hondas sobre el transcurrir de los días, otro Diarius Interruptus previo a éste, que corre disparejo, anotado con tinta en un cuaderno de carne y hueso.
John Joseph dice que su madre, que es tía mía, va deshaciéndose de su yo. Desde México la han traído a uno de los mejores centros para tratamiento y cuidado de afectados con la enfermedad de Alzheimer, hace ya unos años. Mi tía no me reconoce, por supuesto. Su inteligencia, que no es poca, parece por momentos inalterada, hasta que cae en un pozo de su razón, porque ésta no cuenta con el firme sedimento de la memoria. El asunto da para largas reflexiones. La memoria de datos culturales o librescos parece menos afectada, pero toda memoria imbricada en las relaciones sentimentales está completamente podrida. Esto pude comprobarlo también con mi abuela cuando, poco tiempo antes de morirse, mantenía conversaciones con ella y trataba de rescatarla fugazmente del exilio de sus recuerdos. Me queda este aserto de mi primo en las cuentas pendientes con la metafísica, porque realmente no sé si se va el yo, si se pierde, o si lo que se pierde con esa enfermedad es quizá todo lo demás y sólo queda un ego insulso y sin demasiados ornamentos. Quizá no sea cosa de metafísica -excepto para legos de la ciencia como nuestras mercedes- y sí de las neurociencias. Háganse Damasios.
De camino a la residencia de mi tía, John Joseph paró el coche y me bajé a hacer unas fotos a las torres del poder.

La ciudad contiene su belleza en aristas y espejos,
pero también en parques sublevados;
somete al ciudadano a sus dictados,
apabulla con materiales cancerígenos
y es siempre émula de una señora distante y altanera
donde nacieron los gigantes de hielo
derretidos por Mahoma.
Detrás de tanta ostentación,
remota, escondida y enfaunada,
el Madrid de los Austrias
sigue guardando los huesos de Cervantes.

domingo, 3 de octubre de 2010

Un paseo por el bosque

Hace tiempo leí en algún libro que las "schubertiadas" (creo que debería ser "schubertiada" y no "schubertíada", como también leo por ahí, porque yo no pronuncio esa tilde) eran los paseos por el bosque que el músico de gafitas redondas hacía con algunos amigos, y en los cuales se gozaba de la naturaleza y se podía ir charlando amenamente de música, de arte o de lo que fuera. Ahora escucho (creo recordar que hace unos días y en Radio Clásica) y leo que las "schubertíadas" eran las tertulias vienesas que el músico organizaba con amigos y conocidos, donde se hacían lecturas en voz alta y la música y el arte predominaban en sus conversaciones; más bien, a juzgar por las distintas definiciones con que topo, en lugar cerrado y, si no burgués o de alto postín, cosa de la que el músico solía rehuir, sí en ambientes populares, como tabernas u otros antros. No sé. A mí se me quedó en la memoria la idea de que las schubertiadas se correspondían con aquellos paseos nemorosos y románticos, y no pienso variar mi propia definición. Así que llamaré schubertiadas, sin acento, a mis paseos por el bosque.

La schubertiada de este sábado la realicé con Mildred y los niños, Blanch y Guz, además de con Cipión, mi hijo schnauzer gigante. Ocultaré el lugar exacto siempre que hable de los rincones a los que me escapo, porque no creo en la divulgación de lugares predilectos o que merezca la pena conservar. Es un acto ciego y supersticioso este secretismo, porque son lugares sometidos a la presión humana, de sobra conocidos, ya putificados.




No recuerdo el origen de esta enfermedad que aflige a mi sensibilidad, pero creo que es tan antigua como mi propia sensibilidad. En las incursiones a la naturaleza se entremezclan siempre el alborozo y la congoja. El alborozo viene de la propia naturaleza; la congoja de la acción humana sobre ella. No hay rincón al que visite tras una temporada que no se haya visto envilecido por el humano: viejas caleyas (caminos de barro) convertidas en anchas vías hormigonadas, cubiertas de grava o incluso asfaltadas y convertidas de carreteras; construcciones de mal gusto, desproporcionadas o directamente delictivas; zonas taladas; viejas casonas que han sido derrumbadas y convertidas en un solar de hormigón; canteras inmundas... Convendría, y mucho, revisar el concepto de "progeso", ese gran fastasmón que justifica los desmanes de la especie. Yo, particularmente, me cago en el progreso y al final de esta entrada adjunto un poema ex profeso.


Junto a estas desagradables aprehensiones del alma, conviven el gozo por aquello que todavía pervive a nuestra torpe injerencia: la masa forestal, el olor del humus, las marcas de animales que sortean nuestros pasos pero dejan sus huellas o sus heces (mi hijo las empieza a distinguir mucho mejor que yo, con sólo siete años). Nos internamos en el bosque oligotrofo de hayas y comienza el sueño de vivir en el bosque; trepamos a los árboles, nos retozamos por el suelo, perseguimos sombras, y mi hijo juega a ser un gato montés.








xii el hombre se empeña en el progreso: lo maldigo


Baboseas y aumentas tus desvelos,
concatenas silbidos en la noche
y centelleas el hálito con farolas y cemento.


Pretendes conjurar tus medallones,
tus horrores, tus infiernos, tus infinitas faltas lamentables,
sembrando confusión en el concierto.


Volverás al polvo desde el polvo,
a solventar las luces de los muertos.




De En honor de la verdad.


Sobre los libros devueltos



¿En qué sentido? No me refiero a la romana asistencia al vomitorium para evacuar por vía gástrica algún atracón libresco, sino a la ilusión que proporciona el libro que algún día prestamos y nos llega de nuevo a nuestras manos. Llega con las notas que le hicimos. Lo tomamos entre nuestros dedos como quien recibe a un amigo que ha envejecido, lo vemos cambiado y tememos no conocerlo tan bien como pensábamos; su cubierta, la imagen inicial ya nos es algo extraña, pero abrimos sus páginas, como si nunca antes lo hubiéramos desflorado, y viene lo peor: los párrafos marcados por nuestro lápiz o incluso por el más indeleble bolígrafo se han despeñado por los insondables abismos de nuestra memoria. Adiós dulces datos que tanto placer nos habíais proporcionado. Adiós frases que tanto vértigo intelectual nos habíais provocado.




En un maletín de los que suelo llevar de viaje con algunos libros y cuadernos, encuentro un libro que le había dejado a mi padre: Autobiografía, de Charles Darwin. Yo, que soy ignorante en todo, pero particularmente en ciencia (una vergüenza para mi científico padre), leí este librico hace no tanto, hacia el invierno o la primavera del 2009. Sí, supongo que cuando proliferaron las publicaciones sobre el autor de El origen de las especies, a partir del 200 aniversario de su nacimiento (12 de febrero de 1809). Que lo leí, lo demuestran mis notas, mis subrayados. Recordaba el aura general de su lectura, y la huella, digamos sentimental, que me dejó su autor. Esta insignificante autobiografía desde el punto de vista científico, refleja sin embargo a mi parecer el calado ético de Darwin. Una bella persona y un auténtico amante de la naturaleza. También recordaba del libro que no hay genio sin trabajo y ambición. Hice el esfuerzo por memorizar y lo conseguí a duras penas el dato anecdótico que aparece en la breve introducción, escrita por Martí Domínguez, de la Universidad de Valencia, sobre el origen del término "agnóstico". Fue al parecer Thomas Henry Huxley (el abuelo biólogo de Aldous) quien lo acuñó para defenderse de las acusaciones de parte de la Iglesia y algunos obispos, declarándose a sí mismo como "ignorante" en ciertos temas, que es lo que significa "agnóstico", sin conocimiento.


No puede haber nada más razonable. Declararse ateo es como la insumisión en las posiciones religiosas, mientras que el agnóstico toma una postura de pura objeción, no beligerante.


Algunas cosas que subrayé en este pequeño libro que me dio placer:



Mi padre era muy sensible, de modo que muchos sucesos le irritaban o apenaban considerablemente. En cierta ocasión le pregunté, cuando ya era anciano y no podía caminar, por qué no salía en coche para hacer ejercicio. Él me respondió: "Cualquier carretera que parta de Shrewsbury está asociada en mi mente a algún acontecimiento doloroso". En general, sin embargo, tenía muy buen ánimo. Era fácil hacerle enfadar, pero como su amabilidad no conocía límites, la gente le tenía, en general, un afecto profundo.



Como adelantado a su tiempo, sobre lo innato, dijo:



Tiendo a estar de acuerdo con Francis Galton en que la educación y el entorno influyen sólo escasamente en nuestra manera de ser y de pensar, y que la mayoría de nuestras cualidades son innatas.



En fin, aunque resulte grotesca mi disconformidad, creo que la educación y el entorno pueden también hacer mucho; si no, la humanidad no tendría remedio. ¿Y lo tiene?



A Darwin le terminó por no gustar la poesía y dice lamentarlo. Quizá simplemente se concentró en otras cosas y a él se lo vamos a perdonar:



En cuanto a otras aficiones diversas no relacionadas con la ciencia, me encantaba leer libros variados y solía pasar horas sentado leyendo las piezas históricas de Shakespeare, generalmente junto a una vieja ventana abierta en las gruesas paredes del colegio. También leía otras obras poéticas, como las recién publicadas de Byron, Scott y las Estaciones de Thomson. Lo menciono porque, más adelante, perdí por completo, y lo lamento, cualquier placer en todo tipo de poemas, incluido Shakesperare.



Me gusta particularmente esta expresión cándida de su entusiasmo por la naturaleza:



En mi simplicidad, recuerdo haberme preguntado por qué los miembros de las buenas familias no se hacían todos ornitólogos.




Su sinceridad y hasta cierto punto ingenuidad:



[...] me convencí, por diversas circunstancias menores, de que mi padre iba a dejarme en herencia suficientes bienes como para subsistir con cierta comodidad, aunque nunca imaginé que llegaría a ser tan rico como soy.



Disponía de una buena sensibilidad musical:



[...] solía ajustar mis paseos para llegar a tiempo de escuchar entre semana el motete de la capilla del King's College, lo cual me producía un placer tan intenso que a veces sentía un escalofrío que me recorría la espalda.



Otros rasgos definitorios de su sencillez y hasta cierto punto reflejo de lo que comúnmente entendemos por una buena persona, son sus continuas pero no falsas muestras de modestia:



No obstante, tengo un oído tan malo que soy incapaz de percibir una disonancia o llevar el compás y tararear correctamente una melodía, así que es un misterio cómo he podido obtener placer de la música.



A mí me gustan mucho los escarabajos. En general, me apasionan los insectos. Tengo un par de guías, y en verano intento salir algún día a buscarlos, examinarlos y soltarlos otra vez. Como ni soy biólogo ni coleccionista (demasiado inconstante ni para ser coleccionista ni, dicho sea de paso y sin que tenga nada que ver, para mantenerme firme en ningún vicio) ¿para que voy a sacrificarlos pinchándolos sobre un corcho? Intento ser de aquellos pocos que no matan ni a las moscas, sino que les abren las ventanas para que se vayan. Sólo en cierto pueblo de Soria donde solemos veranear unos días, con mi hijo Guz, traemos alguno a casa, lo localizamos en la guía, leemos algo de él, lo paralizamos en alcohol o en el congelador, y lo pinchamos en un corcho enmarcado. Así que me gusta esta coincidencia con un genio, que dice:



[...] ninguna de mis dedicaciones en Cambridge fue, ni de lejos, objeto de tanto entusiasmo ni me procuró tanto placer como la de coleccionar escarabajos.



Sobre su orientación hacia la ciencia:



[...] mi amor por la ciencia se impuso gradualmente a cualquier otro gusto. Durante los primeros años revivió mi antigua pasión por la caza con una fuerza casi plena, y cacé por mí mismo todas las aves y animales de mi colección; pero poco a poco fui dejando el arma a mi criado cada vez más, y al final por completo, pues la caza constituía un obstáculo para mi trabajo, sobre todo para la comprensión de las estructura geológica de un territorio. Descubrí, aunque de manera inconsciente e irreflexiva, que el placer de observar y razonar era muy superior al de las destrezas y habilidades deportivas. Los instintos primigenios del bárbaro dieron paso lentamente a los gustos adquiridos del hombre civilizado.



Je, el silogismo que se extrae de los dos últimos puntos.



Sobre el gradismo progresivo en la pérdida de la fe, me gustó mucho cómo lo expresa, porque coincide con lo que yo experimento:



Así, la incredulidad se fue introduciendo subrepticiamente en mí a un ritmo muy lento, pero, al final, acabó siendo total. El ritmo era tan lento que no sentí ninguna angustia, y desde entonces no dudé nunca ni un solo segundo de que mi conclusión era correcta. De hecho, me resulta difícil comprender que alguien deba desear que el cristianismo sea verdad, pues, de ser así, el lenguaje listo y llano de la Biblia parece mostrar que las personas que no creen -y entre ellas se incluiría a mi padre, mi hermano y casi todos mis mejores amigos- recibirán un castigo eterno.



Como soy epicúreo al cien por cien, me es obligado citar esto:


[...] otras consideraciones nos llevan a creer que, en general, todos los seres sensibles han sido formados para gozar de la felicidad.


Es particularmente interesante cuando Darwin habla de otros (Humboldt, Owen, Babbage, Carlyle...), pero como las citas son largas y es tarde, tengo que sacar al perro (afuera diluvia y sopla endemoniadamente el viento), darle de comer, lo mismo que al loro, lavarme los dientes y acostarme (y encima todavía quiero leer algo, porque se acaba la gracia del domingo), que quien quiera coja el libro y lo lea, que le gustará. No me resisto: Babbage: "Sólo hay una cosa que odio más que la piedad, y es el patriotismo".


Como resumen de esas cualidades humanas que dimanan del libro, cito el colofón del propio Darwin:


Por tanto, independientemente del nivel que haya podido alcanzar [¡!], mi éxito como hombre de ciencia ha estado determinado hasta donde me es posible juzgar, por un conjunto complejo y variado de cualidades y condiciones mentales. Las más importantes han sido el amor a la ciencia, una paciencia sin límites al reflexionar largamente sobre cualquier asunto, la diligencia en la observación y recogida de datos, y una buena dosis de imaginación y sentido común. Es verdaderamente sorprendente que, con capacidades tan modestas como las mías, haya llegado a influir de tal manera y en una medida considerable en las convicciones de los científicos sobre algunos puntos importantes.


No se hace idea.
















Charles Darwin, Autobiografía, José Luis Gil Aristu (trad.); Martí Domínguez Romero (intr.), Pamplona, Editorial Laetoli (Biblioteca Darwin), 2008.