domingo, 19 de julio de 2015

"Permanencias", de Desde el abismo, versos inválidos


El verso alejandrino no brota como brotan otras formas métricas de mis circunvoluciones órficas; pero me deslizaba, la tarde de este doce de julio, hacia ninguna parte en mi silla de ruedas por la pequeña carretera sin vehículos, serpenteante como mi alma. Iba hacia el río. Él también serpentea, y lo amo con sus escamas gélidas, su limpieza prístina y la vida que brinda a sus orillas. La crisálida de un poema nació en mi imaginación. Sabía lo que quería decir. La voz de mi hijo resonó por detrás de mí a varios metros de distancia cuando yo ya llevaba recorridos cerca de dos kilómetros. "¡Papá, papá. Espera!" El sentido del poema terminó de cuajar en ese preciso instante. Necesitaba una métrica acorde con mi propósito entre lo narrativo, lo épico e incluso lo elegíaco. Con las licencias de la arritmia e incluso alguna sinalefa, tardé tres tardes en componerlo. Lo sé, no era para tanto. Hacía mucho que no gastaba tanto tiempo y esfuerzo técnico en dañar tan sin escrúpulos a la propia técnica poética. Hacía mucho que no me entretenía más allá de unas horas en componer un poema. Éste es el resultado, sin pudor:

Ya de subida, esta foto
Permanencias

Entre este cielo azul de Castilla del norte,
las verdades se funden con los gases más nobles
del espacio total; bajo un claro fenómeno,
al tiempo que desciendo entre pequeños robles
trazando cada curva mi cuerpo paralítico,
doblada la cerviz, extremidades muertas.
Un lamentable icono. Naturaleza muerta
sin la gracia del lienzo, este árbol sincopado
(poeta sin belleza). Bebo a través de un plástico,
meo a través de un plástico, he usurpado una concha
de dolor no más feo que su cuerpo de plástico,
sus ruedas ortopédicas. Todo resulta horrendo.
Ser más condescendiente, mi pródiga indulgencia,
funciona exactamente contra la ley divina,
tormentas o ciclones: es aplicable al otro,
mas nunca me resulta eficaz frente al espejo.
Y en tanta claridad lo mineral me llama.
Tetrapléjico y solo recuerdo a mis dos hijos
que a tantos pocos metros, acaso algún kilómetro,
saltan, juegan, y se ríen, la plenitud los dota
de inextinguibles llamas, tan lejos de mí mismo.
Como un muñeco roto me inclino hacia los lados
en este carricoche donde mendiga el cuerpo,
la escueta carretera, al fondo recortadas
verdiazules laderas, descendiendo hacia el río.
Vuelvo a pensar en ellos. Quiero legarles algo.
Antes de que la noche me derrumbe por siempre
o la profundidad del río amado y frío.
Y con temor del verso y de su arquitectura
quiero atreverme y lo hago, con osada abstracción
obstinadas proclamas en segunda persona
pronunciar desde el pecho todavía cargado
de esta temeridad inarrancable y mía:
criaturas nuestras, Blanca y Guzmán ¿en qué momento,
por qué instante azaroso surgisteis de la nada
y en este centro roto permanecéis invictos
con la sonrisa plena clavando permanencias?
Sin milagros, trompetas, sin misterios ni mitos

que os permitan, llegáis como llega la aurora
preñada de futuro y no hay otra razón
ni otro sentido dado; pero hacéis anidar
el imposible sueño de conceder la vida
y habernos hecho dioses creadores de otros dioses.
Buscad sólo la dicha mientras dure el milagro,
que os colmen los azares de esta gloria cautiva
en cada punto, en cada valle, bajo este cielo
donde os fundís vosotros con los gases más nobles.
No se puede querer como yo os quiero. Tanto.
En el fondo del río mi corazón se quiebra,
vuestro latir me nace. Lo mineral me espera.