Si pudiera emitir un alarido que lo abarcara todo, que
atravesara la tierra e incluso pudiera hacer tambalearse al Sol y quebrar con
su onda, única, nítida y punzante, una decena de planetas en galaxias remotas…
Pero desciendo a la insignificancia. Hoy no logro ponerme a trabajar disciplinado
en el libro donde intento explicar lo inexplicable, lo que aún a estas alturas
no me creo, ni pudo haber pasado; es tan honda la pena, que no hay versos
redentores que pueda farfullar. Me he quedado mudo. Ni el piano de Elgar, que
brinca como las últimas gotas, ya casi displicentes y alegres, de una tormenta
convenientemente germanizada en campos de Inglaterra. Ni el caballo con su
yegua y sus dos potros en el prado frente a mí con un fondo de robles y un
pequeño claro azul entre días agrisados. ¡Ni mis hijos! Ningún poder más ancho
que un dolor que para nada importa, apenas un busto calcinado, invisible en una noche de cenizas. Detrás de la
puerta habito aislado de un mundo indiferente, como es lógico. A nadie importo
por fortuna y todo seguirá cuando no exista Hernán y su condena se amnistíe. El dolor resulta intransferible por ley evolutiva. Somos una manada de egos escindidos para la gloria de nuestro gregarismo. La humanidad se asienta sobre la suma de todos los martirios y en el fondo del Mare Nostrum se yergue un poso de cadáveres. ¿Quién los conoce? Sólo el placer enlaza nuestros átomos. El sufrimiento los expele como fugaces cometas cuya desintegración sucede en soledad sin que nadie vislumbre sus estelas, acaso algún pastor enajenado que olvida lo que ve cuando sus ojos regresan a la tierra.
Mañana llegará. Mi alegría de antes brotará como una pompa de lavas movedizas. Siento grumos de azogue ardiente en un estómago que ya no siento. Un lobo me muerde desde dentro. Si permito que me aprese esta tristeza no habrá espacio en mi cárcel donde quepa el amor. ¿A quién entonces perseguirán mis lágrimas en párpados desiertos ya de luz?
Mañana llegará. Mi alegría de antes brotará como una pompa de lavas movedizas. Siento grumos de azogue ardiente en un estómago que ya no siento. Un lobo me muerde desde dentro. Si permito que me aprese esta tristeza no habrá espacio en mi cárcel donde quepa el amor. ¿A quién entonces perseguirán mis lágrimas en párpados desiertos ya de luz?
Antes de nada, he de aguardar a que regrese el Sol y me
devuelva mi alarido. Os amo.