viernes, 27 de junio de 2014

Rouen me regala un poema

Un amigo, un amigo ya es mucho; pero un amigo como Rouen Kastell es algo más que un amigo. Quizá provenga esta extraña unión de que nos conocimos allá en las alturas, donde el aire ya no es respirable para los mortales y el mobiliario urbano lo conforman nubes con silueta de algodón. Allí se cruzaron miradas y destinos, desenvolverse entre libros fue el santo y seña para determinar entre los pasajeros con cuál de ellos deseábamos propiciar algún conato de amistad. Pero, al menos uno, evita la conversación cuando aguardan por el medio 12 horas de inevitable encierro en el huso del avión, en prevención de que nuestro interlocutor o interlocutora se conviertan en el martirio de nuestro viaje. Por eso, suele ser al final del trayecto cuando uno se atreve a intercambiar alguna palabra con alguno de los pasajeros próximos. Rouen se encontraban un par de filas por delante y en el pasillo central del enorme avión. Tal vez por eso también fue imposible establecer ningún contacto previo más allá de ese inconsútil coqueteo de miradas entre presuntos intelectuales. Después, el azar quiso propiciar el reencuentro. Un sábado por la mañana, mientras yo desayunaba en la hermosa Plaza de Armas en el centro de Querétaro, Rouen volvió a aparecer frente a mí, más allá de los setos que separan el restaurante de la plaza, y de nuevo como si flotara en el aire. Pero ahí sí, el corazón aventurero lanzó el guante contra el caballero del teatro en el pecho. Nuestra relación se iba afianzando desde aquel flirteo de miradas en las alturas. Intercambio de números de teléfono. Visita por mi parte al Distrito Federal. El escenario: Coyoacán. Almorzar juntos y el mezcal liberaron confesiones y abrieron los almarios.
Almorzar juntos y el mezcal liberaron confesiones
Prosiguió la amistad y Rouen nos acompañó a Mildred y a los niños en casa durante un familiar fin de semana; de nuevo en las alturas, pues nuestra casa se encontraba a dos mil metros sobre el nivel del mar.
Ha pasado el tiempo, la zarpa oscura del azar nos ha herido. Distan ahora doce mil kilómetros, pero la comunicación fluye y los corazones laten. De pronto Rouen me regala de factura propia esta flor que comparto:


Te pienso, imagino tu cuerpo
temporalmente adormecido;
casi todo lo que al él respecta
hoy te es ajeno, tu mente rebelde
comete osadías, levantando la saya
de púdicas estrellas, el polvo
bizantino que desprende tal irreverencia
se torna el novel grafito que en espacios 
intersticiales de tu pensamiento alfabetiza
tu condición, garabateando la vida.


Esto es todo amigos. Nada menos. De momento.
Gracias, mi rCr.