Amor sensible
Los bosques
invernales
y todo cuanto
intacto permanece
rezuma entre sus
sombras,
de un lecho de
hojarasca,
un aliento gélido,
demasiado parecido
al de la muerte. Te
nombra el recuerdo
y sé que nos amamos sin
esquirlas
en la piel, un gaudeamus de labios
y caricias. Tu
cuerpo y mi cuerpo,
tus manos y las mías,
los dedos de los
pies, todo era lodo
resbaladizo y suave
y dulce y nuestro.
Dos hiedras
enlazadas
de densas, siempre
verdes, hojas blandas.
Ni fibras ni
membranas
quedaban relegadas
al olvido.
Con los ojos quemábamos
las sábanas
enardecidos por pétalos
de amor y aquella
sensibilidad
—sin atisbar la sombra de su pérdida—
de la que éramos
testigos sin palabras,
artífices del roce
u orfebres de la
risa;
nuestro tacto de
glorias ascendidas.
No la putrefacción
de este cadáver
sediento de veneno.