martes, 26 de enero de 2016



Amor sensible

 
Los bosques invernales
y todo cuanto intacto permanece
rezuma entre sus sombras,
de un lecho de hojarasca,
un aliento gélido, demasiado parecido
al de la muerte. Te nombra el recuerdo
y sé que nos amamos sin esquirlas
en la piel, un gaudeamus de labios
y caricias. Tu cuerpo y mi cuerpo,
tus manos y las mías,
los dedos de los pies, todo era lodo
resbaladizo y suave y dulce y nuestro.
Dos hiedras enlazadas
de densas, siempre verdes, hojas blandas.
Ni fibras ni membranas
quedaban relegadas al olvido.
Con los ojos quemábamos las sábanas
enardecidos por pétalos
de amor y aquella sensibilidad
—sin atisbar la sombra de su pérdida—
de la que éramos testigos sin palabras,
artífices del roce
u orfebres de la risa;
nuestro tacto de glorias ascendidas.
No la putrefacción
de este cadáver sediento de veneno.