lunes, 27 de marzo de 2017

Chaparrón inconsútil de actualidad

Una entrada peculiar, tras largo espacio de silencio en este blog. Y pese a lo estúpidamente abarcador, será breve, porque tiene naturaleza de arrebato.

El Mundo. Anteayer lo hablaba con mi amigo del alma Carlos. "Los progresistas pensáis… (me refiero progresistas en el sentido de que parecéis creer en una evolución ética de la historia, un progreso)", me decía de muy buen tono. Pero compartí con él uno de los tantos momentos de quiebre escéptico. Epojé: suspensión del juicio. En este sentido al que Carlos apelaba, ¿se puede ser realmente progresista? Le dije: en ningún caso como Steven Pinker, por mucho que aplauda la existencia de pensadores como él, con fe voluntarista en una ética positiva (¿estela del tercer eslabón de Auguste Comte?). En las dos grandes guerras del siglo XX hubo más barbarie y muertos que en el resto de guerras universales todas juntas. No puede considerarse esto un leve esguince en el progreso deportivo de un súperatleta. Atl-ético. Una sima demasiado profunda, extensa y devastadora en el supuesto ascenso hacia la eticidad. Pero claro, si existe un último necesario paso evolutivo en nuestra especie, éste debe ser la conquista cultural de la ética. 


Europa es el territorio promisorio de un mundo mejor. Lo lleva siendo mucho tiempo, tal vez desde los griegos; pero tropieza a cada paso, renquea, flojea, se mata. Entresaco lecturas de la Historia criminal del cristianismo (Karlheinz Deschner: 10 tomos, cerca de 9.000 páginas escritas, o al menos publicadas, entre 1985 y 2013). La historia universal de la infamia, diría el otro, no es patrimonial del cristianismo sino de la naturaleza humana. Lo que pasa es que cabía esperar que el bombero no hubiera sido al mismo tiempo uno delos mayores incendiarios. 


El pasado fin de semana se celebró el 60 aniversario de la Unión Europea. En sus orígenes, esa promisión tan hermosa que podría haber hecho resucitar a Hermann Hesse, a Thomas Mann o al autoaniquilado por decepción Stefen Zweig. Pero la depredación del mercado financiero, el marionetismo de los políticos y los nacionalismos (ningún enemigo más feroz del progreso humano que la hidropesía patria) atormentan la esperanza. Aún así, sigue siendo Europa y estos últimos 60 años el escenario estadístico más brillante de la civilización. Para que Estados Unidos estuviera parejo no le deberían haber aquejado ciertas veleidades bélicas, excesiva pasión por los billetes y las armas, y la ley de la selva en lo que a justicia social se refiere. Por lo demás, estaría ahí, igual que Japón o Israel... Sin embargo, en cuestiones de refugiados y acogida de la inmigración, EEUU todavía podría dar muchas lecciones a la vieja Europa. Al menos hasta hoy. 

Ahora Europa —que no deja de emitir destellos— se encuentra frente a la oportunidad histórica de relegar los poderes financieros, poner por delante lo político y lo cultural, saber estar a la altura del propósito ético en lo que respecta a sus antiguas colonias, la miseria y el desastre humanitario de la guerra siria y la protervia yihadista. Cultura, ilustración, ciencia, desarrollo y paz —humanismo— resultarán a largo plazo más efectivas que las bombas. Seamos pinkerianos, o ilusorios, qué más da, ¿por qué no incluso a medio plazo?

En Gran Bretaña, miles de personas salieron a protestar contra el Bréxit, esa maniobra contrahistórica. Algunos parámetros estadísticos y la victoria precaria del plebiscito deberían hacer reconsiderar su salida de la Unión Europea al Reino Unido. Y al contrario, unirse de verdad de una vez.

En alguna entrada previa de este interrumpido cuaderno de bitácora se advirtió sobre la posibilidad de que, del mismo modo que a Barack Obama ciertas "fuerzas" internas no le dejaron llevar a cabo ni una quinta parte de sus buenos propósitos, del mismo modo hubiera instancias que paralizaran la trayectoria borracha del itinerario político de Donald Trump. Demos gracias en esta ocasión a los poderes que fueren. El caso es que, en efecto, no parece haber vía libre tampoco para el despropósito.

También este fin de semana tuvo lugar La Hora del Planeta, una iniciativa de la ONG internacional WWF. El intento consiste en un apagón de luz en todo el mundo durante 60 minutos como llamada de atención; símbolo de otra oscuridad que en realidad podría acaecernos por el empecinamiento de esta especie nuestra, semejante a la creosota, una planta del desierto americano cuyo veneno destilado acaba aniquilando cualquier rastro de vida a su alrededor, excepto a ella misma. Ansía para sí sola la poca agua en el subsuelo de Chihuahua. En nuestro caso, la soledad sería sinónimo de suicidio. El ecologismo, la protección de la Tierra y tratar de paliar un cambio climático que ha echado a rodar y cuya inercia desconocemos, son prioridades para los 194 países que constituyen este puzle humano.

En México, desde el año 2000 hasta lo que llevamos de este funesto 2017, más de 120 periodistas han sido impunemente asesinados. No hay democracia que resista este dato. México podría liderar el abrillantamiento del convoy latinoamericano, su acceso definitivo al llamado primer mundo —digamos, a un sistema de convivencia más justo y un desarrollo cultural y económico mucho más homogéneo—; podría conseguirlo gracias a su riqueza material, pero también a su riqueza humana. Al menos, tal es mi visión de su sociología: su gente y su sano mestizaje. Quizá sea sólo un deseo. Tal vez el cariño del territorio donde fui convertido en tetrapléjico. El problema universal de la droga y la roña mafiosa que genera, en alianza con la injusticia social y la desigualdad, deben ser resueltos a un mismo tiempo. Es fácil teorizar y difícil proyectar un plan plausible, pero sospecho que la única vía es la de algún tipo de legalización. Digo que el problema de la desigualdad debe correr parejo porque si no la criminalidad, la delincuencia, el pillaje más villano tomarán otras alternativas. 

En el otro país que considero más apegado en mi biografía, el que más, España, necesitamos políticos capaces de erradicar una tendencia hacia la desigualdad, si no comparable a la de otras geografías, sí en peligro de convertirse en costra. Podríamos consolidar el mejor momento de la historia. Pero de consuno con el resto de Europa, habría que tomar, supongo, las mismas medidas que se esbozan más arriba. 

Recuperado en:
www.comparativadebancos.com/
rescatemos-espana-despidiendo-350-000-politicos/
datos 2014
En un descenso del discurso ya vertiginoso, el segundo partido político más importante, que ha gobernado durante más tiempo en España, el PSOE, parece un juguete maltrecho que pretende ser manejado por tres infantilismos de diferente naturaleza pero igual profundidad, los de los tres candidatos: Susana Díaz, Pedro Sánchez y Patxi López. No es que quiera ofender, pero resalta la falta de calado de los tres candidatos a primarias. "Hola, hola, ¿hay alguien que merezca la pena por ahí?" Hay uno, seguro, que anda por el partido en Madrid, y a quien conocí con mucho placer e inmejorable opinión en la Universidad Autónoma de Madrid, donde era catedrático de metafísica; pero la ley de la hiedra, o del poder, o del corcho podrido, parece decretar que quienes se postulan para copular un partido (esto es, para ocupar la cópula o cúpula, que es lo mismo) no son los mejores. Los "aristos". La aristocracia democrática sería entonces lo mejor. O la democracia aristocrática. O me estoy haciendo un lío. Sigo pensando que habría que establecer algún tipo de sistema de oposiciones, como el resto de funcionarios; algún tipo de carrera política —como existe la carrera diplomática— según la cual no hubiera políticos advenedizos (todos). No se entiende que en la estructura de un Estado cualquier tipo de cargo funcionarial sea conquistado cuando menos por el mérito de haber aprobado unas oposiciones, y que sin embargo todo el poder legislativo resida en una manada de oportunistas sin ningún mérito específico probado. Ahí comienza la  gran puerta giratoria, en un auténtico coladero de arribistas. 


Dibujo: Brian Despain
Se habla mucho últimamente de robots y parches a un futuro en presunción distópico; pero de momento, eso es poner el carro delante de los caballos. En los años 20, el adorable Bertrand Russell pensó en una sociedad, una civilización mucho mejor a costa de un reparto del trabajo y la riqueza, en su nunca bien ponderado (menos visionario que gozoso) Elogio de la ociosidad.

El último eslabón evolutivo de la cultura humana, el ético, se asoma y reluce, desprende algún destello fugaz y los nubarrones enseguida vuelven a copar el espacio, como el sol en la bella Escocia.