sábado, 29 de diciembre de 2012


Wagner redimido

Extraña relación la de estar muerto
y ser un nazi a manos de la fama. 
Echo mi instancia y pido a quien difama
deshaga si es posible el torpe entuerto. 
Ya sé que el más culpable, y esto es cierto,
sepultado entre mierda y entre lamas
yace, infecto el artífice de un drama
que no cura su espanto aunque esté yerto. 
Si al músico de Leipzig un puñado
admiraron de amargos malnacidos
no por eso se encuentra entre los chungos;
haber sido anarquista, amador, yerno
de Listz, nos lo redime; fugitivo,
deudor, sabio, Sigfrido y Nibelungo.

Wagner dijo que conocer 
a Schopenhauer
había sido
el hecho más importante
de su vida




domingo, 23 de diciembre de 2012

Dios o discípulo


Creo que he reemprendido, en medio de la vorágine diaria y de la escritura de la nueva novela, un poemario comenzado hace bastante tiempo y que contiene alguna cosa salvable. Adelanto, a modo de auto-acicate (¿flagelo?), un par de poemas:


dios y discípulo

                                                                                     Escrito en Asturias, España, junio de 2011
Todavía los campos
-hay algo de su verdor en mi alma-
bajo este vientre de ballena, junio,
contienen la sustancia de lo hermoso.
Es trasunto del ánimo abatido
el cielo, herido de fotones pútridos.
pero hay una armonía apagadiza
y los bosquetes llaman a la noche
que ávida de tordos y otras aves
su cántico fagocita lentamente.

Hace tiempo que tuve
–coadyuvado por ciertos alcaloides
o un cóctel de hormonas y doctrinas–
tocando a mi postigo la locura.
Pero de pronto se ha cerrado la puerta para siempre,
y no conozco a nadie
tan cuerdo como yo.

El mundo se descifra
con cándida sabiduría,
nadie me engaña si no quiero
y la naturaleza, sus pájaros,
su caótica perfección,
su deslumbramiento,
se alían con mi alma
porque soy el único acólito
de su filosofía,
el centro de su orden,
su dios o su discípulo.


la infecundidad vital

Sí. Que pase la vida, simplemente.
Por asistir a la convocatoria
que no quede, y aceptar el misterio
de los otros y su comportamiento,
el misterio completo de la vida.
Que pase, simplemente, con sus pocas
declaraciones de cordura. Vamos
concediendo, implacables, la salud
y dejando que el tiempo nos demuestre
su impertérrita infecundidad.

martes, 11 de diciembre de 2012

Epístola electrónica de un amigo y respuesta del autor de este diarius


Púlse, si lo desea, para leer esta entrada con la ambientación adecuada.
EPÍSTOLA DE MI AMIGO AGOSTINO CASTILIONE
Muchas gracias, Herni, amigo, por el gringo que me envías.
Se me alegró el otro día el corazón al verte por Skype. Os deseamos lo mejor. Seguro que va a ir bien la cosa por allí. Yo no descarto irme también, vamos a ver... Lo que sí es seguro es que no quiero acabar rodando por el Norte de Europa y tierras bárbaras afines... De marcharme me iría a Italia (donde están igual de jodidos, o más, que nosotros) o a México, que también es mi tierra y a la que los Castilione deben tanto...
Me encargaron hace unos días uno de los trabajos más fantásticos que nunca imaginé: Vino a vernos a la escuela un hombre con una seria hemiplejia y varias disfunciones más. Tocó a la puerta y la dulce bestia cancerbero de los infiernos que tenemos se puso a ladrarle. Le pedí disculpas por el susto y fue él quien a su vez quiso excusarse por haber asustado al animal con su aspecto ilógico. Sacó trabajosamente de su bolsillo cuidadosamente dobladas unas cuartillas mientras con la otra mano libre se apoyaba en su muleta. Me explicó como pudo que quería traducir del italiano unos Madrigales barrocos musicados por Monteverdi. No le importaba el precio, pues precio no tenían esas letras de canciones en italiano que oía cada tarde, el casi ya único placer que podía permitirse. Trabajé una semana en ellas, devanándome los sesos intentando comprender algo que ya ningún vivo habla, pero quedaron bonitas y el cliente satisfecho. En unas semanas prometió traernos más. Ya te mandaré alguna para que las leas tomándote un buen coñac.
Como dijó alguien: "aún no se forjó la espada que pueda matar a un ser humano" es el hombre el que mata empuñándola. Del mismo modo el dinero en buenas manos puede causar la felicidad. No es pues un objeto sucio, nosotros mismos lo ensuciamos y lo vilipendiamos desde mucho antes de Judas.

Un fuerte abrazo. Hablamos en estos días para felicitarnos.
Agostino Castilione


RESPUESTA A MI AMIGO AGOSTINO
Hermosa anécdota la del hemipléjico diletante. Sí señor. Es toda una escena. Ahora hay que seguir la historia: ¿quién era aquel personaje extraño que irrumpió en la aparente y externamente monótona vida de Agostino?, ¿qué esconden las letras de esos madrigales?, ¿o los que esconden algún misterio son los acordes arcanos de Monteverdi, que libera del yugo de la conciencia a quien descifra su misterio, u ofrece presentes fáusticos a cambio del alma o simplemente de la colaboración en un magno plan? ¿Es hemiplejía o el disfraz que usa el Diablo para buscar alguien cuya capacidad de discernimiento le ayude en su labor por salvar a la humanidad del vil materialismo y conducir las almas aún servibles por la senda de la utopía y el placer estético del arte más elevado? Como bien conoce tu tullido de tufo sulfuroso, Dios ha permitido esta evolución fea de la raza humana, este mundo, esta humanidad de colores fementidos y entretenimiento alienante, dispuesta a vender su alma al dinero y la seguiridad. Ahora, Satán pretende liberar la humanidad del yugo de un sistema que aplasta definitivamente la libertad de los hombres para poder gozar de la vida, con sus riesgos, pero también con toda su autenticidad. No será quizá en los próximos madrigales, tal vez debamos esperar para conocer que nos encontramos dentro de un misterio de muchos días, o meses o años, al madrigal del libro VIII: Madrigali guerrieri, et amorosi con alcuni opuscoli in genere rappresentativo, che saranno per brevi episodi fra i canti senza gesto.
 
Quizá entonces no te lleve hasta tu casa una vulgar fotocopia, sino que te pedirá que viajes hasta algún palazzo de los Medicis o los Gonzaga para encontrar tú mismo el viejo códice con la partitura y la letra cuyo palimpsesto habrá de contener la fórmula definitiva para transformar el mundo; y para ello te dará como compañera a tu propia perra, que de cancerbera habrá pasado a convertirse por un conjuro del hemipléjico en una dama semejante a Monica Belucci pero trescientas veces más lujuriosa y divertida, a la par que guardará la fidelidad de la mascona de la que fue extraída. Ella se encargará de sacar los billetes del avión, organizar la parte logística del viaje, pagar todos los gastos y darte una compañía que ni la misma Afrodita y todas sus hieródulas juntas, con los consejos de Baco y Apolo, podrían superar. El maligno es así, generoso e inesperado.
Si esto no se produce y venís a México, pues por aquí andamos.
No obstante estamos en contacto, siempre.
Abrazos inconmensurables
Herni

domingo, 2 de diciembre de 2012

Algo de vida

Nació este diarius con abiertas y múltiples intenciones, que, para mi sorpresa, he ido cumpliendo, siempre siendo fiel al apellido del cuaderno: interruptus. Pero me vengo reprochando a mí mismo llevar demasiado tiempo sin introducir algún fragmentillo de vida propia. Ahí va, pues:

Patio del Museo de la ciudad
Desde que llegamos a México, las andanzas del ánimo van y vienen. No las mías solo, las de Guz, Blanch y Mildred también. ¿Adaptación o no adaptación?, esa es la cuestión. Y sí, adapatación. De ellos y nuestra. Más adelante haré alguna apreciación de carácter general sobre la idiosincrasia social del nuevo lugar que habitamos, en alguna otra entrada, no hoy. Mi pasaporte dice que tengo nacionlidad mexicana, y yo lo asumo por cierto, no solo por un puro trámite burocrático y porque mis padres nacieron aquí, sino porque realmente este país te trata bien, como si hubiera algo abstracto, más allá de encuentros personales particulares, algo aéreo, molecular, que te recibe con cordialidad, con amabilidad, con esperanza. Puedo presumir de que, en poco tiempo, cuento ya con muy estimables amigos  y amigas con los que a buen seguro podré compartir charlas, pareceres, vida y algún que otro whisky, tequila o mezcal. Por eso, y por el bagaje familiar y genético, como es obvio, por esas historias escuchadas en casa desde que uno tiene uso de razón, me siento mexicano y siento que ya voy debiendo algo a este país. Es pronto aún, apenas llego al medio año; pero ya tengo esta sensación. Si de algún modo voy descubriendo más auténticamente la naturaleza humana y no humana del país, sus resquicios históricos, las contradicciones de su mentalidad, las virtudes que no conocía o cuyo concepto traía deformado, o los defectos sobre los que nadie me había hablado, también, lo hago con asombro y placer intelectual. Descubrir, aun a cuenta del desengaño, para bien o para mal, es saber, y saber es vivir con un propósito de verdad.
Pasillo del Museo de la ciudad
Trato de favorecer que la empresa que me da sustento material crezca y mejore. No empeño mi futuro en ello, pero doy con generosidad tiempo y esfuerzos, hasta que pueda dedicarme a otros menesteres por los que mi ánimo se muestra más proclive. Vale.
Pero además visito poco a poco nuevos lugares. Continúo mis lecturas, sigo con la construcción de mi nueva novela. La vida familiar también tiene su espacio, y hemos hecho excursiones con los niños, a diferentes lugares: un pequeño parque natural próximo a casa, un zoo, en compañía de nuevos amigos, y, desde luego, ese fin de semana que pasamos en la Sierra Gorda, sobre cuyo viaje quiero hacer una entrada dedicada solo a ello, adjuntando algunas de las fotos que pude hacer allí y narrando algunas de las mejores anécdotas. Fue hermoso. La vida social es apabullante. Surgen por doquier reuniones, provocadas por familia, por el colegio, por amigos que nos invitan, por festividades.
Es particularmente extraña mi relación con el clima. Pensaba que iría a echar más de menos mi adorado otoño atlántico (o cantábrico, para el caso); y sí, lo echo de menos, pero mi percepción sensorial al respecto ha aprendido a hacer una cosa que nunca me habría sentido capaz de llevar a cabo: percibo ráfagas de otoño durante ciertos momentos del día, lógicamente en la mañana o en la tarde y la noche. En esos momentos, un viento fresco, una oleada de perfumes campestres, el cielo nítido y estrellado, un ligero enrojecimiento en las hojas de un árbol caducifolio (algún álamo, un almez, algún frutal) y una caída parcial de estas hojas al suelo, alguno de estos síntomas u otros me traen la evocación de mi estación a-dorada. Y parece que con eso me conformo, porque luego el sol comienza a gopear y caldear más y más el ambiente, hasta que a medio día el clima se ha tranformado en un suave verano. La luz es tanta (después de tanto tiempo viviendo entre las brumas asturianas), es tan patente y soberana que los niveles de energía son superiores en mi ánimo. No implica esto que, después de días en los que aplico todo mi esfuerzo en diversas ocupaciones, no sienta caídas repentinas de energía, cansancios y bajones. Pero hay un indudable cambio en los ciclos biorrítmicos (qué será eso), y lo debo achacar sin duda a la diferente dosis de fotones.
Un fin de semana de los últimos, tal vez hace dos semanas, estuvimos Mildred y yo con los niños por el centro. Comimos en un restaurante insignificantemente delicioso, atendido por una pareja de ancianos de aspecto lustroso. Todo muy limpio, un menú (comida corrida) muy económico, con platillos muy escasos pero servidos con cariño. En frente, visitamos después del almuerzo el Museo de la ciudad. Una cosa en verdad extraña, que disfruté enormemente. El edificio, del siglo XVII y XVIII, seguramente, estaba lleno de recovecos, pasillos, habitáculos. En algunos, no había nada o casi nada, en otros, se exponían cuadros, alguna escultura... Le tocaba el turno mayormente a autores suecos. Como no estamos aquí precisamente por unos días, nuestra disposición de ánimo no es la de la avidez urgente por visitar lugares y coleccionar postales; estamos haciendo poco turismo. Ahora, como cuando íbamos a algún sitio en España, somos turistas internos. Y esto hace vivir las cosas de otro modo, a mi parecer más auténtico, con menos deformación o, si se prefiere, de manera menos idealizada y fugaz. La perennidad de la experiencia la convierte en más densa.
Tras unos pasillos, apareció un patio interior
cortado en dos, donde se había instalado
como una especie de corralín de comedias
En el juego casi obligatorio de aceptar las mentalidades ajenas, para no andar de continuo disintiendo tan abismalmente que lo consideren a uno como un lunático (aun siéndolo), cuando se charla con algunas personas, se leen los letreros de los museos, los panfletos o la prensa, o cuando se contempla con asombro la interpretación más ampliamente extendida que del mundo hacen los demás, uno trata de adherirse a los conceptos de patria, nación, identidades; pero siempre termina saltando el yo analítico y purista, para descubrir que la mayor parte de las personas viven instaladas en el mito. Las patrias, cosa tan absurda, son conglomerados de mitos, y por dentro, miembros de la raza humana tratan de alcanzar la felicidad con mayor o menor fortuna, con mayor o menor apego a esas viejas y desterrables definiciones. Para postre, algunas frases sobre la cuestión:
La patria es la virtud de los malos [o de los inútiles, podría añadirse para mejor matización] (Wilde).
Todo el que es estúpido o abyecto, o ambas cosas, sin nada en el mundo de lo que pueda enorgullecerse, se refugia en el último recurso de la patria, en vanagloriarse de una nación a la que pertenece por casualidad (Arthur Shopenhauer).
Quizá no haya nada en el mundo tan absurdo como el patriotismo, tan ferozmente errado (Bernard Shaw), quien afirmó también que no habrá paz en el mundo hasta no extirpar el patriotismo de la raza humana.
Los hombres son imbéciles e ignorantes. De ahí les viene su miseria. en lugar de reflexionar, se creen lo que les cuentan, lo que les enseñan. Eligen jefes y amos sin juzgarlos, con un gusto funesto por la esclavitud.
Los hombres son unos mansos cordeos. Es lo que hace posible los ejércitos y las guerras. Mueren víctimas de su estúpida docilidad (Gabriel Chevalier; lo extraigo de El miedo, libro autobiográfico donde narra con formidable fortuna su experiencia personal en la Primera Guera Mundial).

Apareció, entre cuadros, esculturas y otras
obrillas de autores mayormente suecos,
perteneciente al propio edificio y
su restauración, este
fragmento de la primigenia policromía
de sus paredes; me llegó, por fin, después de tanta obra menor,
 una auténtica evocación
artística que me recordó, salvando distancias,
a los frescos de la Casa de Livia en Roma;
diferente grado, misma naturaleza