sábado, 14 de julio de 2012

La vida es breve, el arte, largo; la ocasión, fugaz; la experiencia, confusa; difícil el juicio.

Vuelvo, oh Blog, a tus rediles. Lo hago después de más de tres meses de inactividad. Inactividad no solo en este diario, sino en lo que ha supuesto un auténtico parón de mi ya escasa actividad creativa, escritora, lo que sea. El intelectual, si lo es, y en cierta medida supongo que lo soy (al menos según la definición que un día me diera mi padre) nunca deja de analizar su entorno de manera crítica y procesar esos datos de una determinada forma, incluso con un determinado propósito (aire para vivir, necesidad de comprender); si eso es actividad intelectual, entonces el parón no es tan abrupto. Pero si por actividad intelectual entendemos el ponernos delante de un texto escrito o por escribir y entrar en proceso de excogitación reflexiva, dejando constancia por escrito de nuestras dilucidaciones, entonces tengo que decir que llevo más de tres meses en parálisis mental. Un horror, porque la mundanidad me ahoga, lo reconozco. Tanto zarramplinismo circundante, tanto sobrevivir material, tanta crisis de un lado y tanta vida dineraria del otro... No puedo más. Prometí que al llegar a México y establecerme con un mínimo de comodidad en mi propio hogar (había calculado que en un mes o dos después de mi llegada), retomaría, robando horas de donde fuera necesario, mi actividad escritora. A mí me gusta pensar que hay un engendro humano que se mueve entre las definiciones de intelectual y artista, porque tal es mi vocación, aunque no importe un carajo. Llevo en este país dieciséis días nada más; aunque pago la renta de la nueva casa, allí solo habita el aire y Cipión, mi perro, a quien voy a visitar por la mañana y por la noche. Estamos esperando que lleguen nuestros escasos muebles, y así poder instalarnos. Hasta entonces, cariñosamente recibidos por los hermanos, habitamos casa ajena. No sería el momento de reemprender mi actividad; pero no aguanto más. Tengo tantas cosas que decir. La novela tal vez sí espere a que tenga mi escritorio en su lugar abstractamente decidido.  Dejé la novela emprendida con sus esquemas, sus notas, y sus veinticinco páginas escritas: Abril decide, es su título por el momento. Dice mi gran amigo Louis (Luisón para algunos amigos) que tranquilo, que la vida es larga, que da para escribir, que no podemos tener prisa. Y tiene razón, porque su planteamiento es sabio, sabiduría para lograr la paz, el equilibrio, para no comer ansias; sin embargo, yo siento que pierdo el tiempo y caigo en brazos del viejo adagio Ars longa vita brevis... (título de esta entrada), y me desgarra un sentimiento quevediano de fugacidad irrevocable.
El espacio donde cabrá el escritorio, fecundidad o fuga del autor

Quiero, durante estos días en que retomo la bitácora, ir esbozando en el Diarius (básicamente para mi propio coleto, aunque quede colgado del espacio cibernáutico, que cada vez significa menos y menos y menos...), quiero ir esbozando mis reflexiones sobre la salida de España, mis proyectos, la disposición anímica en la que se afronta todo esto, la familia nuclear que uno arrastra consigo y la maravilla de luz y vida que mis hijos significan, mi visión repentina, provisional, de la nueva realidad americana que me rodea (también mi visión repentina, provisional, de España y Europa en la distancia), cómo espero que sea mi arraigo en estas nuevas tierras no del todo ajenas, imbricadas en los genes por las idas y venidas continuas de mi sangre desde hace ya más de un siglo y medio; siempre he sentido que México es nuestra segunda patria; pero mi patria auténtica, además de los amigos, es la de Rilke, la infancia, o la de Gabriel Chevalier, los escritores, artistas y filósofos que, vivos o muertos, me fecundan, emocionan o cobijan. Por tanto, aguardo en estos días ir desgranando este elenco sentimental. Estoy alegre de volver a esta República de las Letras donde me siento libre, por fin. Tanta supervivencia me asfixiaba.