sábado, 26 de junio de 2021

Indultos (2021) y Nacionalismo

LOS INDULTOS DE POLÍTICOS INDEPENDENTISTAS CATALANES (2021) 

 NACIONALISMO


    Nos desagrada, incomoda, incluso asusta hablar de política y en particular de asunto tan sensible como el conocido «Procés», porque se mezcla el razonamiento político y la emocionalidad desbocada. Sin embargo, casi resulta inevitable la tentación de abrir una entrada sobre la cuestión en este olvidado Diarius Interruptus —ya sabía yo lo que hacía cuando le puse el nombre a este cuaderno de bitácora en 2010—.


1. Oriol Junqueras
13 años. Sedición y malversación
Exvicepresidente de Cataluña
Se libra de 9 años de prisión a condición de no cometer delito grave en 6 años.
2. Carme Forcadell
11,5 años. Sedición
Expresidenta del Parlament
Se libra de 8 años de prisión a condición de no cometer delito grave en 4 años.
3. Jordi Cuixart
9 años. Sedición
Presidente de Ómnium Cultural
Se libra de 5 años de prisión a condición de no cometer delito grave en 3 años.
4. Jordi Sànchez
9 años. Sedición
Expresidente de ANC
Se libra de 5 años y 4 meses de prisión a condición de no cometer delito grave en 5 años.
5. Dolors Bassa
12 años. Sedición y malversación
Exconsejera de Trabajo
Se libra de 8,5 años de prisión a condición de no cometer delito grave en 3 años.
6. Raül Romeva
12 años. Sedición y malversación
Exconsejero de Exteriores
Se libra de 8,5 años de prisión a condición de no cometer delito grave en 4 años.
7. Jordi Turull
12 años. Sedición y malversación
Exconsejero de Presidencia
Se libra de 8,5 años de prisión a condición de no cometer delito grave en 6 años.
8. Joaquim Forn
10,5 años. Sedición
Exconsejero de Interior
Se libra de 7 años de prisión a condición de no cometer delito grave en 6 años.
9. Josep Rull
10,5 años. Sedición
Exconsejero de Territorio
Se libra de 7 años y 2 meses de prisión a condición de no cometer delito grave en 6 años.


    Entre quienes están radicalmente en contra de los indultos recién concedidos por la gracia del Ejecutivo, bajo la dirección del presidente del Gobierno Pedro Sánchez, me juego un riñón a que si alguien les pregunta quiénes son los indultados, apenas sabrían señalar cuatro o cinco nombres y apellidos, en el mejor de los casos; hablo de una mayoría estadística. Incluso entre la pequeña marabunta que asistió a la convocatoria de Colón el pasado domingo 13 de junio. Con toda seguridad, cualquiera recordaría a tiro fijo la figura, bueno, el figurón de Oriol Junqueras —como dijo cierto viejo pintor de izquierda, republicano y perseguido en sus días por el régimen franquista: «No me acuerdo ahora del nombre… Ese gordo al que se le aparece la virgen»—. Eduardo Arroyo (fallecido en octubre de 2018, poco después de la entrevista), interpelado por el periodista sobre el nacionalismo catalán.

  El indulto y todas sus derivadas pueden ser abordados desde lógicas del discurso diferentes, con resultados impares.

 Si apelamos al discurso estricto de la política, y hacemos caso de la lógica aplicada por el Ejecutivo, la jugada del acercamiento amistoso para buscar un resultado diferente al obtenido mediante el enfrentamiento directo contra el nacionalismo, dejando actuar a la justicia antes de intentar cualquier otro tipo de arreglo político, el indulto de estos nueve condenados podría salir bien o podría salir de manera francamente aparatosa. En un principio, frente al enfoque amistoso y de aproximación que hace el presidente del Gobierno, los excarcelados, por mucho que inhabilitados de sus cargos, no parecen haber cambiado un ápice su discurso independentista extremo. Siguen hablando de «represión» del Estado español, de «amnistía», de una «Cataluña libre», de un «referéndum de independencia». Así, a bote pronto, siquiera verbalmente y con vocación de llevar a cabo de facto sus pretensiones maximalistas, el principio activo del indulto no parece haber hecho ningún efecto. Debemos apuntar que Amnistía Internacional, asociación clara y sanamente progresista, ya declaró oficialmente en su día que, en el caso del «Procés», no cabía hablar de una posible «amnistía» ni una reclamación de «derecho de los pueblos a la autodeterminación», como reclaman incesantemente los nacionalistas catalanes.

    Si apelamos al discurso humanitario, lo que Gustavo Bueno habría definido como pensamiento Alicia, discurso por definición totalmente subjetivo, podríamos llegar a la conclusión de que seis hombres y dos mujeres recuperan su libertad, regresan con sus familias y se les otorga una nueva oportunidad. Lo contrario, a través de algo semejante al linchamiento público, aunque sea en términos verbales, implicaría desear que tales personas se pudran el mayor tiempo posible en la cárcel; se trataría, desde la lógica del presunto pensamiento Alicia, todo lo contrario al deseo humanitario. 

    Apelaremos ahora a un discurso menos comprometido, más frío, desde las gélidas esferas del análisis histórico y la interpretación socio-psicológica. El nacionalismo de raíz decimonónica, cuyos efectos se hicieron notar sobre todo a partir del primer cuarto del siglo XX, no parece haber traído al mundo otra cosa que discordia e incluso el pretexto para las grandes guerras de que fue testigo la historia durante el período que va de 1914 a 1994. Creo factible, sin pegar un gran salto acrobático que haga reventar en pedazos todas las normas de la lógica, reducir el fenómeno sociológico del nacionalismo a las características psicológicas de un individuo. En tal caso, nos encontraremos con un cerebro que ha convertido el objetivo político de la independencia, «autodeterminación de un pueblo» en jerigonza nacionalista, en el centro de su vida; esto lo transforma en una mente cerrada, diríamos que obsesiva, centrada en una única razón de existir. Además, los rasgos sociológicos del nacionalismo llevados a la individuación, conllevan a mi parecer un cierto sentimiento de superioridad, la ensoñación de una mejora material e incluso a un grado superior de civilización, todo lo cual se ve estancado por culpa de la inoperancia del Estado que lo oprime. El individuo nacionalista desprecia con todas las notas de la inferioridad al opositor de sus delirios de nación. Una persona con tales características resultaría alguien de trato difícil, con un discurso repetitivo, lleno de clichés y fórmulas cerradas, que nos miraría por encima del hombro, se mostraría sin paliativos egoísta en todas sus pretensiones, se pondría por delante de nuestras necesidades, es más, le importaría un bledo; nunca buscaría nuestro cariño sino simplemente verse liberado de nuestra compañía. En el supuesto de una improbable amistad, el espejo que tal individuo colocaría frente a nosotros nos haría vernos irremediablemente deformados; ante tanta superioridad, deberíamos hundirnos en la más honda pérdida de autoestima. El nacionalismo, regresando al discurso histórico, ha sido tan pernicioso para la convivencia de los pueblos como buena parte de las religiones, pero de un modo mucho más concentrado; no en vano, suele acompañarse muy bien el infalible binomio de nacionalismo y religión. El nacionalismo se encuentra detrás de las etiologías que podríamos buscar para explicar cualquiera de las grandes debacles del siglo XX —180 millones de muertos, más que en cualquier otro período de la Historia; por ejemplo, en el siglo XIX, el conflicto bélico internacional de mayor envergadura, ya trasnapoleónica, entre Prusia/Alemania y Francia (1870-1871), conllevó 150.000 muertos (Historia del siglo XX, Eric Hobsbawm, 1994)—.

    En términos orteguianos, la «hemiplejia moral» que el filósofo epónimo atribuía al pensamiento político, ya fuera de izquierdas o de derechas, no resistiría el parangón con la hemiplejia que supone cualquier nacionalismo. La esclerosis moral absoluta.

    Sin embargo, tras este esbozo sin ninguna ambición que acabamos de dibujar, me tomo el derecho a no posicionarme sobre cuál es el enfoque desde el que analizo el caso concreto de los indultos concedidos a los políticos presos de la llamada Declaración Unilateral de Independencia (27 de octubre de 2017, tras el referéndum ilegal, por extraconstitucional, del 1 de octubre del mismo año). Y lo haré por un ejercicio de asepsia intelectual, pero, sobre todo, porque cada día me despierto con la prevalencia de un discurso u otro, el estrictamente político, el humano, el aliciano, el histórico, el sociológico, el ético… No anida en mí ningún nacionalismo de rango superior que fuerce el prisma de mi análisis. No creo en nada, vaya.