sábado, 23 de octubre de 2010

"Sobrecuadros": Destellos de luz irónica y alucinada ante obras de arte: Lot y su hija, por Albrecht Altdorfer

Quiero recuperar de escritos anteriores este primer comentario sobre cuadros. Trataré de intercalar de vez en cuando en este Diarius alguna imagen con las ocurrencias aparejadas. Se trata, como el título indica, de esbozar un pequeño diagnóstico poético, literario o simplemente ocurrente, sin ningún otro rigor crítico.

Lot y su hija, de Albrecht Altdorfer

Al ver este cuadro (hermosísimo, cuerpos que marcan la debacle de la edad, un colorido subyugante y un par de sonrisas que superan en sugerencias herméticas a la celebérrima y algo estulta mueca de la Gioconda) me vienen a la cabeza varias cosas. Primero, la univesalidad de la pulsión sexual. La necesidad de perpetuar la especie es el pretexto para hablar de sexo, en esta sazón. Al fondo del óleo aparecen las que suponemos Sodoma y Gomorra, ciudades pecadoras, bajo las encarnadas llamas. Atrás, pero muy próxima a Lot y a su hija que yace entre sus brazos, se encuentra la otra hija. Estas muchachas cargadas de pragmatismo procreativo son inefables porque el autor de la Biblia no quiso darles un nombre propio. Son, así de simple, “las hijas de Lot”, y como tal se las conoce. Huidas de Sodoma, junto con su progenitor, eran las únicas supervivientes de la venganza divina. El pueblo oligofrénico de Sodoma quiso vejar lascivamente a los enviados de Dios, y Dios les envió la extinción hecha cerilla. Los socarró en una inmensa parrillada de vicios calcinados. La esposa de Lot no había logrado sobrevivir porque incumplió la consigna requerida: no mirar hacia atrás. Y se convirtió en estatua de sal. Esta sal vendría bien para dar mejor sabor a la parrillada de las ciudades malditas, Sodoma y Gomorra. Las hijas pensaron que para mantener la continuidad de la especie debían hacer un intercambio genético con su padre. Así que lo emborracharon y copularon con él. Por eso digo que estas chicas, aparte de tener los pechos cortos, hendidos, distantes, bizcos y, en fin, demasiado púberes, disponían de un enorme pragmatismo procreativo. El fin justifica los medios. Siendo de Sodoma no se podía esperar otra cosa de estas criaturas, por mucho que fueran testigas directas del escarmiento: se pegan la gran juerga, vino y sexo, pero con el agravante de un incesto ascendente, de hijas a padre (lo normal para este vicio suele ser, en términos estadísticos, el forcejeo descendente, de padre a hija). El padre, más que beodo, parece feliz como un mono en una frutería. El artista, Altdorfer, les puso un paño verde para que no se manchen las posaderas y no engendren luego un hijo de la tierra. Por lo que creo, según el libro del Génesis, copulan encerrados en una tienda. En el cuadro, la hija del fondo no sé qué hace. Parece que está intentando descubrir si le huele la axila. No sería raro que, para mayor gloria de su insensata condición de pecadora, frente a tanto despropósito moral, la muchacha estuviera más preocupada por el olor de su sobaco que por todo lo demás, incluyendo la quema de su pueblo. Buen antecedente, ya sea histórico o legendario, de la frivolidad de nuestros días. Frente al derrumbe ético, frente al hambre y la enfermedad de tres cuartas partes del mundo, una buena tarde de compras inservibles.

1 comentario:

  1. Interesante mirada alucinada. Es de agradecer la espontaneidad de tu escritura.
    En realidad, si se aumenta el motivo, más bien la hermana pequeña parece contemplar consternada la destrucción de Sodoma y Gomorra. Pero dadas las enormes incongruencias de la Biblia, me temo que estas en lo cierto, en cuanto a su preocupación por el olor de sus axilas. ¿Por qué elegiste este cuadro?. Un saludo***

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