martes, 12 de octubre de 2010

Villa de Libros: Urueña.

Viajaba de regreso a Asturias con mis dos hijos y decidí hacer pausa para almorzar en Urueña. Hace mucho tiempo que Mildred y yo queríamos visitar esta villa castellana. Aunque no venía ella con nosotros, puesto que tuvo que quedarse a trabajar el sábado y el lunes en Oviedo, quise hacer una primera incursión. El propósito era visitar el museo etnográfico de Joaquín Díaz. Mi madre nos puso incesantemente los discos de este folklorista con aires de sabio popular. Su labor es mucha, y recuerdo que alguna vez tuve que defenderlo ante los ataques de algún profesor de la universidad. Quien quiera sospechar que sospeche con más datos: filología hispánica, UAM, finales del siglo XX. Muchos de los profesores de la univesidad resultan tremendamente petulantes. Muchos de los que no los son, son imperitos, que es peor. Alguno se libra, y muy pocos incluso descuellan. Yo llegué a pensar que molestaban la frescura y los logros autónomos de Joaquín Díaz, la autenticidad de un trabajo hecho a mano, con la materia prima viva, sobre el barro, a pie, y luego también en noble cocción al escritorio; y no a puro golpe de ficha bibliográfica desde los insulsos despachos departamentales. Excluyo de esta lista desagradable de profesores de universidad, v. gr., a Pablo Jauralde, con quien genero una lista unimembre de excelencia y amistad; rara, pero amistad.
Si ahora escucho poco sus romances (los de Joaquín Díaz), sí trato al menos de ponérselos de vez en cuando a mis hijos, para que no se pierdan esa parcela de tradición que me legó mi madre por transmisión oral-discográfica.
Precisamente ayer la fundación Joaquín Díaz se encontraba lunesizada. En España todo lo interesante cierra en lunes. Pero al entrar en las murallas de Urueña (una sorpresa esas murallas), descubrí entusiasmado un cartel que decía "Villa del libro". Y dije: ¡Toma, alguien ha cogido la iniciativa y por fin se ha fundado un pueblo de libros en España! Y así es. Recuerdo haber leído un artículo probablemente en una Tercera de ABC y hacia el año 1994 o 95 en el que se reprochaba que España no hubiera llevado a cabo aún, como sí lo habían hecho Reino Unido, Francia o Bélgica, proyectos semejantes. Esto entronca directamente con mi entrada de "Villartis" en este Diarius. Si Villartis es un proyecto total y claramente utópico, esta Villa del Libro de Urueña es un primer indicio de utopía, porque Víctor así me lo hizo ver en la librería Alejandría.

Hay tantas posibilidades de vida como la imaginación pueda soñar. Entrar en la Villa del Libro me produjo una gran emoción y sentí que una de esas posibilidades sí es materializable, y eso que el día era desapacible. Para reconstruir Villartis necesitaríamos un lugar mucho más apartado. Si Villartis pudiera ubicarse en un lugar concreto, éste debería ser recóndito, inaccesible al visitante casual o el dominguero vulgar. Por eso Villartis de momento sólo vive en la imaginación.
Sin duda volveré a Urueña, recorreré sus calles (con aciertos preciosos y algún desliz estético irrelevante en el conjunto) y sus librerías. Visitaré por fin la fundación de Joaquín Díaz, que es parte de mi memoria infantil, y volveré a comprar libros y caminar por el adarve de las murallas para contemplar los campos de Valladolid. Desde las almenas puede verse una ermita románica esplédida, unos palomares más hacia el este, y más al este aún -todo encuadrado en una misma mirada agasajada- lo que parece una casa labriega cercada por muros de adobe (no sé si lo es, pero me recuerda a estructuras de edificaciones rurales romanas).

Junto a la librería Alejandría se encuentra El Rincón Escrito, otra librería diferentemente deliciosa. El librero aquí hizo de buen samaritano y condolido con mi jaqueca me consiguió un gelocatil de un gramo que me permitió terminar el viaje. Para ello tuvo que hacer una llamada, salir de su refugio de páginas e ir no sé adónde a por mi medicina. No contento con esta buena acción, me recomendó un librito que acababa de leerse: Actas relativas a la muerte de Raymond Roussel. O más bien me recomendó el acceso al descubrimiento de Raymond Roussel, para lo cual nada mejor que la lectura de este pequeño libro escrito por Leonardo Sciascia. Buena persona es ya quien cura el cuerpo, pero no sé qué apelativo dar a este amable librero que también me recetó un fármaco tan digerible para el espíritu.

2 comentarios:

  1. Para Villartis, quizá un recóndito lugar en León funcionaría bien.

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  2. Y muchas gracias por la mención honrífica; sabido es que el cariño es mutuo

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