domingo, 14 de noviembre de 2010

México: el viaje, su sentido, los lugares y las personas

Finalmente volé. Solo. Esto está bien, porque no desvías la atención de cuanto te rodea. Lo cierto es que tengo el espíritu más proclive al relato estrictamente privado que al relato publicable en este blog; privado, sí, íntimo, tal vez, pero publicable. Tengo en el ánimo algunas vagas sensaciones que me están demandando la purga interior.
Pero voy a intentar hacer una catarsis a la inversa. La siguiente entrada, al revés que en otras ocasiones, se atendrá a un plan menos divagante:
1. Los aeropuertos y el sentido de los viajes.
3. Los negocios y Querétaro.
5. Los mitos familiares.
6. Los planes.
7. Mi ideal.
1. Los aeropuertos:
Cuando era pequeño y me acercaba a algún aeropuerto, sus pasillos y salas me parecían un ameno escaparate del mundo y sus afanes. Había algo de aventura en muchos de los viajeros. Las maletas, las vestimentas extravagantes, los aliños y las apariencias. Los fines: ¿quién es quién? ¿Cuál es la misión de cada viajero?

Aeropuerto Charles de Gaulle, París. Antes de embarcar en E34 comí un bocadillo y bebí una cerveza.
Aunque queda algo de aquellas viejas aprehensiones, ahora veo los viajes como algo más vulgar. Se ha llegado al paroxismo del viaje. Viajar es un mecanismo más de evasión y además se observa que ya no hay tipos o tipas tan interesantes. Parece que todos nosotros nos hemos igualado. Es la homogeneización social, la globalización. Los aeropuertos intentan ser el mostrador luminoso de las naciones: diseños de arquitectos grandilocuentes, boatos tecnológicos (me extraña que se quiera hacer negocio en los aeropuertos restringiendo el uso de la conexión inalámbrica a Internet sólo a quien la pague, y que este servicio no sea completamente accesible y gratuito; quizá haya algunas razones más, como la seguridad, o que la gestión de estos servicios es concedida a empresas privadas).
Aparte de toda esta vulgaridad, es interesante el intercambio de miradas y de curiosidades. El ser humano es un animal al que su sociabilidad y su carácter gregario le hacen auténticamente un mirón. Hay miradas de búsqueda sexual, de seducción, de afrenta, de sospecha, de miedo, de complicidad, de acercamiento, de repulsa, de desprecio, de lástima, de burla. Pero entre tanta gente anónima uno piensa en el sentido la humanidad. Se siente el amor hacia la especie, pero también un cierto desprecio. La masa no importa, tratamos de mirar individualmente, porque sabemos que el todo no es nada, que en cada persona está lo interesante y lo valioso. La contraria es la mirada del dictador, de quien se cree superior, de quien piensa en crear un mercado que lo enriquezca por encima de consideraciones morales, de quien desprecia al individuo. Los policías en este contexto se humanizan, se vuelven más sagaces que aquellos otros de los que hablo, porque miran a cada individuo tratando de descubrir aquellas psicologías capaces de infligir algún delito, presuntos culpables. Para ello, deben "despreciar" como inocentes a una gran mayoría de humanos en cuyos ojos escudriñan a diario. En esto, debo declarar, sin saber si se trata de un signo positivo o negativo, que mi fisonomía o los rasgos de mi cara nunca atraen las sospechas de la policía. En seguida, según percibe mi sensibilidad, saben que no porto nada pernicioso en mi equipaje. La seguridad hoy es máxima, y volvemos a ciertos ensayos sociológicos que señalan a nuestra sociedad como un ente atemorizado, siempre alerta de los peligros del terrorismo (sobre todo), la droga, la delincuencia. ¿Quizá la rebeldía? Tal vez llegue el día en que el control sea tan férreo que ya no se persiga a grandes delincuentes (extinguidos como subespecie para entonces) sino a cualquier modesto ciudadano que deba unos ochavos a la hacienda del supra-Estado o acaudale en su mente alguna idea subversiva.
Rodeándome por todas partes en la cola del avión viajaba un grupo de músicos pertenecientes a la Camerata Academica des Mozarteum Salzburg. La posibilidad de un accidente aéreo, con aterrizaje forzoso en alguna isla paradisiaca y como únicos supervivientes ellos, yo y alguna de las azafatas del avión, me habría otorgado un privilegio extraño. No habría sido una mala opción, porque son músicos con muchísimos discos editados y un gran repertorio. A mi izquierda se sentaba un tal Marco, italiano, fagot. Más allá un viola, no recuerdo su nombre, rumano, de aspecto muy fino, rubio (parecía tan austríaco como la mayoría de los componentes de la orquesta).
A mi derecha, sin tener nada que ver ya con la orquesta, se sentaba un tipo de edad algo avanzada, frisaría los sesenta y cinco, polaco. Resultaba un tipo absolutamente antipático. Para mí, se ha quedado en mi memoria como algo parecido a un arquetipo: el polaco antipático. Me pareció que se le había caído algo al suelo, e intenté ayudarle a buscarlo. Él, con desanimada gestualidad, me decía que no se le había caído nada, y casi parecía molesto conmigo. No entendí de qué tipo de cultura provenía, tan lejana a la mía como la de un extraterrestre. Con él viajaban más personas de Polonia, todos mayores, y tal vez algún grupo de otro país del Este. Ya en México, en la zona de salida, donde hay que hacer cola, mostrar pasaportes y tratar de escapar por fin con todo el equipaje en la mano, esa grey de señoras polacas, o húngaras o no sé, me ofrecieron alguna que otra escena de patetismo social. Parecían lerdas, un policía mexicano las llamaba a voces para que aligeraran la marcha y pasaran por nuevas taquillas abiertas con el fin de desatascar la cola de pasajeros, pero ellas parecían sordas. No se movían, eran como ovejas necias. Luego, taponaron un pasillo, un policía joven trataba de darme paso a mí con mi equipaje, porque no cabía entre el grupo de eslavos, y no se inmutaban, manteniendo aquel atasco absurdo sin dejarme vía libre. El poli mexicano tuvo que empujarlas un poco para que entendieran.
A partir de ahí pensé en la vieja Europa; ya sé, es un salto grande. Pero pensé en las guerras mundiales también. Después de todo, aunque la cultura europea tenga esa especie de arrogancia, ¡qué triste ha sido su historia! Aquellas personas parecían provenir de aquella Europa del horror.
2. Los negocios.
Ya se sabe, nec ocium, de esta etimología que niega el tiempo libre es de donde procede la palabra "negocio". Así que el acto de viajar, que muchas veces se hace como forma de ocio, y el hacerlo bajo la dudosa inspiración de los negocios, supone una estúpida contradicción. En verdad, y enlazando con el epígrafe anterior, el viaje a mí no me parece ocio. Al final de esta entrada intenaré cerrar como conclusión final cuál es el verdadero ocio a mi parecer.
En México DF me recogieron del aeropuerto para traerme a Querétaro Juan Carlos, nuestro contador (asesor fiscal) y su hermano Antonio. Fueron muy amables al ir por mí. La ciudad monstruo, con su miseria callejera muy patente en cada punto recorrido, puestos de comida callejeros sembrados por doquier, visiblemente faltos de higiene, gente de aquí para allá, moviéndose siempre en lo que a uno le parece el terreno de la supervivencia urbana tercermundista. Hay dos Méxicos, el A y el B. El B está en la calle. El A, en algunas empresas, en restaurantes, en centros comerciales ("moles" según nomenclatura local) y en las casas de la clase media. En esos ámbitos, uno tiene la sensación de vivir en un mundo rico, con todos los bienes de consumo al alcance de "gringos", japonenes o europeos. Cuando vengo a este país, me gusta pasearme por la calle e indagar. Desde abajo, cuando se trasiega por las miradas y las maneras de vivir apreciables en en la calle y los portales de las casas, y aunque suene a pensamiento new age, se descubre que en términos de felicidad es difícil determinar qué mundo resulta más dichoso. Excluyendo aquellos que por su fisonomía denotan un rango de pobreza extrema, miradas deshechas, gestos mortecinos, ropas raídas, hay un mínimo de bienes materiales desde el cual cualquier ser humano puede desarrollar una vida con pleno sentido. Todo dependerá de sus elecciones interiores, de su relación con los otros, de su particular interpretación de la existencia.

Al día siguiente, con apenas tres horas de sueño, nos reunimos Juan Carlos y Ernesto (nuestro socio aquí) en un restaurante del centro de Querétaro (cuánto me gustan estos lugares y su ambiente colonial y relajado, con ese aire anticuado -al margen de la hermosa arquitectura hispana y sus colores-). Evidentemente atiendo a las advertencias de desconfianza que muchas personas me hace, pero debemos confiar en nuestros apoyos de México si queremos hacer algo. En ese sentido, Ernesto me ofrece todas las garantías. Lo demás está dicho. Sigo sintiéndome un traidor ocupándome de asuntos de dinero, burocracias para formalizar la empresa, formas de facturar, gestión de los empleados, etc. Mierda. Pero sigo aprendiendo. Debo hacer un esfuerzo mantenido por concentrarme en estos asuntos. Por momentos lo logro. Otras veces sigo la dirección de los demás y simplemente vigilo que no se desvíen del objetivo. En las maneras sociales de este país la negación directa está proscrita, suena descortés, así que todo son "síes", aunque a veces se dispensan ante declaraciones que ni siquiera han sido cabalmente entendidas. Todo, según parece, es posible; el camino es siempre llano, siempre expedito, "no te preocupes que esto se arregla de ésta o de aquélla otra manera". Siempre dicen poder solventar cualquier escollo. Son infantiles en el planteamiento de futuros éxitos, albergan una suerte de ingenuidad o candidez en exceso optimista; y sin embargo son capaces de traicionar o dejar en la estacada cualquier proyecto cuando sienten próxima la derrota o ya no les interesa.
Sigo mi aprendizaje.
Desde 1993, fecha en la que vine con Mildred, no había vuelto a Querétaro, ciudad donde vivieron mis padres muchos años, y donde puedo encontrar en sus calles referencias de mi biografía familiar. Esto me hace disfrutar como si estuviera inmerso en la máquina del tiempo.




SEGUIRÉ CON LA ENTRADA... TENGO QUE SALIR

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