domingo, 28 de noviembre de 2010

México: el viaje, su sentido, los lugares y las personas II


México D. F. desde el avión. Esto es apenas un pequeño fragmento de su monstruosidad luminosa.

Han pasado catorce días desde que empecé a introducir esta entrada y desde entonces, a falta de poder completarla con su segunda parte, no he vuelto a crear ninguna nueva entrada en este blog. Ahora cobra más que nunca sentido el nombre de este cuaderno de bitácora: Diarius Interruptus. Por supuesto, sabía que habría de pasar, que habría veces en las que no pudiera mantener la continuidad, que pasarían días sin que tuviera tiempo para ponerme a escribir en condiciones. Y desde que volví de México, la llegada, la toma de contacto con la realidad, solucionar cosas pendientes, retomar la vida del día a día, no había tenido tiempo de reemprender el camino. ¡Qué decir de mi novela en ciernes!

Leo los epígrafes a los que confié la composición de esta entrada, y pienso que puedo cercenar su edición y arrancar alguno de ellos o ser fiel y arriesgarme a su consecución. Me refiero a que según reza el escueto índice, me proponía hablar de los "mitos familiares". Esto es tan delicado que lo tendré que dejar para mi diario en papel, donde me despacho en asuntos de mayor delicadeza y discreción. El escritor finalmente ha de decirlo todo, no puede ser de otra forma, pero ya irá saliendo de forma espasmódica, soterrada y bajo el disfraz de la ficción a lo largo de las novelas que se escribirán; porque se debe tener claro que, salvo interrupción inesperada del proceso biológico, es decir, salvo que se muera, aún quedan unas cuantas historias que contar. Si se tienen tres novelas escritas, cinco poemarios, algún pequeño ensayo y unos cuantos relatillos, y sin embargo no se ha publicado nada, la razón es de peso: pudor. Ahora veo el momento, casi la obligación, desde luego la necesidad, de publicar mi primera novela, y lo estoy intentado hacer, sin el énfasis preciso tal vez, a través de un par de premios literarios y a través de su presentación en alguna editorial que resulta de mi agrado. Pablo Mazo, editor de Salto de Página, me ha llamado por teléfono y se ha mostrado interesado por el texto de El hombre diminuto, que tal es el nombre de la novela. Ha sido enormemente cordial y podríamos decir que, frente a los formalismos con que te despachan otras editoriales, ha sido tremendamente moral y amistoso. Sólo esto ya es de tener en cuenta ("sólo" sin tilde es una barbaridad). Además diría que se mostró incluso encomiástico a la hora de juzgar la obra. No sabe cuánta alegría me ha proporcionado (esto no excluye alguna nota crítica sobre algún punto concreto; doble agradecimiento). Por "razones extraliterarias" me comenta Pablo que este año que entra, desafortunadamente, y salvo que se les cayera alguno de los proyectos ya cerrados, no cabe la publicación de El hombre diminuto, pero me pone en contacto con un colega suyo, creador, junto con otros socios, de Tropo Editores. Reconozco que no había comprado nunca un libro de la editorial, pero resulta un proyecto hermoso, edita con primor y consiguió los derechos para publicar, hasta ahora inédito en castellano, un libro de relatos de John Cheever, Fall River. Será el primer libro de esta editorial que pienso comprar. Como soy belowista (partidario de Saul Below), y el autor de Herzog ha dicho que Cheever "es indispensable si se desea sinceramente saber lo que le está ocurriendo al alma humana en los Estados Unidos" (según se lee en la página de Tropo), pues está claro que me interesa. Además, debemos añadir, lo que les pasaba a las almas de los estadounidenses de hace 5 o 6 décadas seguramente nos pasa a casi todas las almas de hoy en día.
Richard Old, o Shawn, como también se le puede llamar, me escribió un correo electrónico estando yo en México. Le atraía en ese momento el aliento de aquel país, su clima... Y sí, aparte del cariño que me vincula con México, cariño que debe de ser incluso de índole genética, es un país donde muy bien podría vivirse. Para expresar esos pros y contras, tanto del huir de España como de la posibilidad de vivir en México, nada mejor que una carta dirigida a Richard Shawn (espero que no le moleste su publicación en este blog, que por otro lado no sé si alguien leerá alguna vez). Me sirve para cerrar de momento mi sección sobre el último viaje a México:

CARTA QUE ALGUIEN ESCRIBIÓ A RICHARD SHAWN

Dilecto Richard:

Gracias, gracias, gracias. Gracias porque entre toda esta vulgaridad que me rodea leo tu correo-e. Y al leerlo me congratulo de mis escasos amigos con inquietudes más allá de la vil materia; me congratulo y se me hincha el alma de mis escasos amigos con espíritu. No exagero, Richard, pero el mundo me parece una gran farsa. Todo el mundo, incluso aquellos que se jactan de no sé qué principios morales tan férreos, una inmensa mayoría a mi alrededor sólo sueña en verdad con la prosperidad, la apariencia, el poder demostrar a quienes los conocen que han tenido éxito; no tanto el éxito ansían como su notoriedad, el poder demostrarlo a amigos y enemigos. No es que la prosperidad sea perniciosa ni poco deseable, es que esa prosperidad es una carcasa vacía. Es de justicia aseverar que no todos los que nos rodean estos días son vulgares, también he compartido horas, muchas, con personas magníficas.
Un puestecito de comida. En cada calle pueden encontrarse decenas. Si se quiere caer en la tentacion de comerse un taco en uno de ellos, el cuerpo debe estar convenientemente poblado de una flora intestinal asesina de bacterias; el omeprazol nada podría hacer en este caso.

La personalidad es algo extraño. Uno no sabe a veces si la tiene o si le falta. Aun cuando algunos de los que te quieren te digan que te sobra. Me refiero a que si uno sacase su más profunda personalidad sería una desgracia para los demás, por eso se está todo el día observando a los otros, sin poder decir lo que se piensa y menos aún hacer lo que se quiere. Entonces me vuelvo vulgar, digo chistes, suelto procacidades, hablo de dinero como hacen todos, pregunto sobre banalidades. Nadie me conoce y no puedo decir que me dé igual. Me conoce Mildred, supongo, pero pocos más. Creo que tú experimentas cosas semejantes. A veces no sé quién soy. De pronto, en un viaje mundano en el que no he sentido la concentración necesaria para poder leer y escribir, sólo ante tu breve correo soy capaz de reaccionar y te escribo estas líneas absolutamente sinceras.


La ciudad de Guadalajara, México, es un pequeño monstruo. Una vez dentro de ella, el centro colonial es hermoso, y hay zonas donde la vida parece relajada y agradable, al estilo de la vida de casita norteamericana; pero para eso debes pertenecer al mundo A.



Restaurante Santo Coyote de Guadalajara. Hay restaurantes donde te olvidas de los problemas. Las salsas de molcajete (mortero de piedra volcánica) hechas con productos frescos junto a tu mesa (jitomate, cilantro, chiles a escoger, cebolla...) deben pedirse bien picantes; la cerveza bien fría apagará las llamas.

Te escribo en papel, sobre un cuaderno. Y lo hago en el autocar que me lleva desde Querétaro al aeropuerto de México DF. Y te confesaré que pensaba antes de acordarme de tu correo y leerlo tranquilamente, pensaba justo antes en la posibilidad de venir aquí con la familia para “buscarme la vida”. Incluso hacía cuentas pensando en si sería posible una emigración inmediata. No sé. Siento profundamente Asturias y sus paisajes; en realidad, aunque mis planteamientos metafísicos ponen por delante de cualquier consideración patriótica la importancia de la vida y al ser humano, sin embargo siempre aflora un yo patriota, y quiero a España y a Asturias. También siento un mordisco en el pecho al pensar en la gente a la que quiero y debería dejar para llevar a cabo mis planes de fuga. Y la fuga viene de un clima social asfixiante en España, de un sistema de vida con cada vez menos margen para la libertad. El control, la estrechez de miras, la mala educación. Por el contrario, sorprende la generalizada buena educacion y amabilidad del mexicano.

El centro de Querétaro es una joya colonial. Se encuentran edificios tan hermosos como este de la imagen. La ciudad, aunque alberga aproximadamente un millón de habitantes, es muy vivible y de gente hospitalaria. En la ciudad todavía hay algún local, como el restaurante de La Mariposa, donde mis padres iban para pasar un rato agradable, beber y comer algo. De pronto aparecen calles cuyos nombres he escuchado en las historias familiares, y no puedo evitar el despertar de una suerte de memoria genética.

Hablabas en tu correo del clima de México: es cierto, en este clima el ánimo parece más alegre y estable que en Asturias. El sol brilla, el horizonte es amplio. Hay bullicio en las calles. Mucho. Demasiado. Aunque la densidad de población es menor que en España, y aunque las ciudades crecen horizontalmente a través de casas bajas, la sensación de bullicio humano es mayor. En nuestra patria abundan falsedad, miseria y mentira; pero hay que considerar que la falsedad, la miseria y la mentira alcanzan niveles catastróficos en México. El primer y el tercer mundo se mueven en el mismo plano físico, sólo que uno ignora al otro. Sólo me atrae éticamente la gente indígena del campo (los pocos que he podido ver); pero en lo demás, México me parece, claro que con sus excepciones, una sociedad hipócrita y superviviente, ¿no lo es España y el mundo entero? Sería difícil una competición al respecto. El aspecto material, la necesidad de supervivencia, hace a los hombres superfluos. Capaces de engañarte, pero en puridad mucho menos apercibidos de las realidades intangibles del ser humano. Otro aspecto que hay que superar a la hora de decidir emigrar de España es el de la naturaleza. El México donde hay que vivir es muy urbano, y la urbe allí es caótica (muy humana, sí), sucia, demasiado bulliciosa y llena de gente. Es evidente que en México se pueden encontrar regiones exuberantes y una naturaleza mucho más cercana a su origen prístino que la de Europa. Aparte de la Altiplanicie Mexicana (Anáhuac), todo hacia los extremos y el sur es selvático y feraz, y hacia el norte, el desierto también me atrae poderosamente, ese vacío, el silencio, la ausencia de todo, solo el sol. Y esa meseta del Anáhuac donde se encuentra el Distrito Federal, Querétaro y Guadalajara tampoco carece de hermosura. Por momentos me recuerda a algunas partes de Castilla. Le faltan los castillos en lo alto de los cerros y le sobran los nopales y otros tipos de cactus y árboles llenos de púas (huanacaxtle o acacia).
En cualquier caso, sobre México pesa algún tipo de memoria genética que llevo conmigo, y creo descubrir en ciertos rincones o imágenes el pasado de la familia, como si reviviera historias que he escuchado o simplemente imaginado.
Entonces, me gusta México y no sería descartable la huida. Además, si pudiera llevar a cabo algún tipo de proyecto para ayudar a los más necesitados, estaría en el lugar más apropiado; con muy poco ¡se puede mejorar tanto aquella sociedad!
Sobre Patrick Leigh Fermor y el libro que me recomiendas, Un tiempo para callar, pues debo ir a la librería y comprarlo en cuanto pueda. Apetece. Y mucho. Y también Mani ¿?.
"Escribir o no escribir, esa es la cuestión", dices. Claro. Es que el tiempo rinde tan poco. Y estamos con la empresa, sobreviviendo, haciendo negocios, que ya sabes que son lo contrario al ocio. Para lo nuestro necesitábamos mucho ocio y poco negocio, pero sigo consolándome pensando que aplico esa máxima que tanto te gusta a ti, primum vivere…, y que lo que estoy haciendo es acopio de material vivencial para después eclosionar como escritor. O tal vez no. Quién sabe. Al final, Richard, lo que realmente debería preocuparnos es alcanzar la paz interior y, en mi caso, ir limando egoísmos y bajos instintos. Siempre tengo presente esos versos de William Blake: el que desea y no obra engendra pestilencia. Ese afán de vitalidad tal vez desenfrenada, ese eros sincero y desaforado quizá fue el desencadenante de su locura y de la de tantos otros que intentaron liberarse de toda represión interna. Lucha ese impulso de libertad suprema, de gozar y de comerse el mundo, con tantos filtros que nos reprimen. Y algunos de estos filtros represores quizá sean necesarios, no tanto para nosotros como para el resto de la sociedad. Son filtros morales, no éticos. ¿Dónde nos quedamos, Richard? Pero estas contradicciones nos invaden, forman parte de nuestra personalidad compleja: ateo- cristiano; liberal-socialista utópico; naturaleza-civilización; progreso-atavismo; huir-permanecer; abdicar del dinero-persistir en la supervivencia; escribir-no escribir; … La lista es interminable. Ojalá sólo sintiéramos contradicción a la hora de decidirnos por beber en la comida vino o cerveza, pero va mucho más allá.


En fin, ya ves, una respuesta larga y extraña.

Autocar de Querétaro hacia DF, 20 de noviembre de 2010

1 comentario:

  1. Henry, el hombre diminuto es una buena novela; pero las entradas a este cuaderno son muy, muy extensas; quiero decir que el subgénero literario que uno espera no es ese, aunque luego el contenido sea interesante.
    Muy interesante todo lo de México.
    Un abrazo

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