martes, 28 de septiembre de 2010

Mirando al pasado fin de semana

Sí, finalmente pudimos asistir todos a la boda del muchacho alemán y su novia avilesina. Incluida Mildred, aunque en principio no tenía ese día libre. Fuimos con los dos churumbeles. Ceremonia tradicional, en la iglesia vieja de Sabugo, en Avilés. Nave románica apuntando hacia lo gótico, el arte medieval siempre emociona e invita a la retirada, el emboscamiento, la huida (agregaré un poema ex profeso al final de esta nota de diarius). Me gusta la primigenia advocación de este templo: Santo Tomás de Canterbury. Entonces, a la evocación de los arcos de piedra y los desgastados capiteles se une el eco de Chaucer y la Inglaterra medieval. No está mal para un sábado de boda. La imaginación siempre nos redime en los contextos más inesperados. Y si además te reencuentras con esta piña de ex alumnos y ex alumnas que se han convertido en amigos y amigas, pues miel sobre hojuelas. Allí estaban los protagonistas, Daniel y Arancha, besándose al final de la ceremonia como sólo hacen en las películas; mi buen amigo Marcel (el alemán de apellido francés, hermanos americanos y carácter universal) con su pequeño Emilio y su dulce Elena (otra pareja mixta de alemán y española, aunque Elena ha vivido toda su vida en Alemania y habla mejor el alemán que el español); Mónika (me gusta mezclar la ortografía de esta amiga que fue la alumna más capacitada para aguantar mis absurdas clases) y Dirk (a quien todavía no he dicho que he tomado su apellido para el protagonista de mi próxima novela, que además dará el título de la misma: Siefken), ambos viven ahora cerca de Zurich (gente marchosa); Chistian, el gigante holandés a quien mi hijo no deja de hacer preguntas sobre su estatura, y cuya altura física se corresponde con una bondad visible, un tipo encantador; la alegre Zerline, simiente de Aruba cosechada en Holanda; desde Bélgica, con su aire entrañable, dulce y sencillo, vinieron Tom y Silvia, con su pequeña Elisabeth; mi buen alemán oriental, Erik, con su encantadora Teba; Jesús; Annemiek (¿se escribía así?); Anne y algunos otros amigos de la época en que vivimos en el planeta Dupont. Me gustó mucho verlos.
El banquete fue un auténtico placer. Muy bueno. En las proximidades de Piedras Blancas.

Ahora debo seguir con mi trabajo de supervivencia. Dejo el Diarius y me pongo a revisar presupuestos, llamar a clientes y otras mezquindades empresariales. Por las noches me transformo en Mr. Hyde y trato de robar horas al cansancio para leer y escribir. ¿Cuándo podremos asesinar definitivamente al Dr. Jekyll? Quizá lo deje siempre vivo, porque este desdoblamiento, no en dos, en varios, no nos deja hueco para el aburrimiento. Y al final, el único camino es siempre la frugalidad (cito el poema de Góngora de memoria, así que siento si hay algún posible error en estas miríficas dos primeras estrofas):

Ándeme yo caliente
y ríase la gente.
Traten otros del gobierno
del mundo y sus monarquías
mientras gobiernen mis días
mantequillas y pan tierno,
y en las mañanas de invierno
naranjada y aguardiente;
y ríase la gente.

Coma en dorada vajilla
el príncipe mil cuidados
como píldoras dorados,
que yo en mi pobre mesilla
quiero más una morcilla
que en el asador reviente;
y ríase la gente.



Ahora, el poema que prometí sobre las fugas:


EL VALOR DE QUIEN HUYE

Érase una vez un hombre agotado.
Del gris de sus días sin descanso.
De su átono vagar por este mundo.
De su poca intrepidez entre los otros.

Divagaba entre sí con mil ensoñaciones
una vida posible en otras islas,
en alguna región abandonada,
más allá de sus genes y su lengua;
con iglesias o cosas parecidas
pintadas de colores.

Quemó su billetera
en una plaza pública.
-Mira —comentaba la gente— : es Ramón
el del quiosco; el del banco;
el dentista; el panadero;
es ese profesor del Instituto;
es Mengano, el que arregla las farolas,
es Fulano; es el vecino;
es Ramón, honrado ciudadano.

Quemó sus cosas
y cerró sus cuentas.
Regaló a un pobre en una esquina
sus cinco millones de monedas.
Se quedó consigo mismo y un billete de avión
a alguna parte.

Atrás dejó la negra circunstancia
de un devenir de lumbre apagadiza.
La grisura de un átono vagar por este mundo
sin más consolación en cada esquina
que una ciudad de necios o cobardes,
y a lo máximo el diario, algún amigo
y el pan de cada día.

Entre aguas azules se levanta
y escribe cada día sus poemas;
pide por señas su pan, pues no se entiende,
ni quiere aprender ningún idioma
para así poder amar completamente.

La iglesia más cercana es amarilla,
y hay otra azul y alguna rosa
y no le incumbe a qué divinidad le rezan.

En las noches cálidas se alumbra
frente a un mar de gélidas estrellas.



Del poemario La sombra luminosa

1 comentario:

  1. ''ni quiere aprender ningún idioma
    para así poder amar completamente.'' Eso esta muy bien.

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