sábado, 25 de septiembre de 2010

El cumpleaños de Mildred

Dichoso el árbol, que es apenas sensitivo / y más la piedra dura, porque esa ya no siente... Hace mucho que no me asaltaban versos de Darío al caletre. ¡Al ataque, huestes viejas! Poeta de nuestra adolescencia (era él, era Bécquer, luego Juan Ramón Jiménez; combinábamos estos poetas con la prosa de Hermann Hesse, Hölderlin, el Goethe de Werther, Hermann Hesse, otra vez Hermann Hesse y después Hermann Hesse). Rubén Darío se encerraba a beber en no sé qué casa costera de San Juan de la Arena, aquí en Asturias; beber alcohol hasta perder el conocimiento (quizá en un intento de hacer realidad la desiderata de estos versos algo malditos en los que añora la insensibilidad total). Si afloran estos versos a la espuma sucia de este día, eso es que

el otoño ya ha llegado,
y el alma se ha enterado.

Día gris, esa luz fosforescente (resol, dicen aquí), a veces se abre un claro (como un pensamiento benigno en mitad de un entierro), a veces se ennegrecen las nubes, el día queda oscuro, casi tétrico, y deja una presión en el pecho y la luz amarilla, blanca, es un recuerdo de algo lejano, como si temiéramos que nunca regresara. El sol.


Ayer invité a Mildred a cenar en La Calenda, el restaurante de la montaña al que me refería. Junto a casa, coger el coche y subir una montañita. Después de unas cuantas curvas por la estrecha carretera (¡oh carreteras estrechas, benditas seáis!), aparece el restaurantín. No lo habíamos probado aún. Un lugar encantador, comida sencilla italianizante (en nuestro caso: ensalada de lechuga, pera, gorgonzola y piñones tostados, ácidos y dulces muy agradables; raviolis caseros rellenos de pescado; bacalao con costra de almendras; tarta de cuajada con mermelada de fresas, cocida en la casa, a juzgar por su sabor). Este pequeño restaurante, en vieja casa de piedra con corredor, lo regenta una pareja de italiano-española. Giovanni y Dolores. Trato familiar, sin extravagancias, sobresaltos ni pretensiones "modelnas". De agradecer la sencillez en este mundo rimbobante. A Gianni le di el disco de Erik Satie, como me prometí, y lo escuchamos; lejano, pero llegó hasta los oídos de Mildred y lo apreció. Le regalé un chaleco de lana verde con piezas de ante. Clásico. Como hay que ser.

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