lunes, 13 de octubre de 2014

El viaje de los malditos, por José Luis Vilanova

EL  VIAJE  DE  LOS  MALDITOS, por  José Luis Vilanova, médico 

Escribo temblando. Cuarto y mitad de tristeza, medio de indignación y el resto de miedo, puro miedo a mis propios congéneres. Miro a mi alrededor y percibo aturdidos empellones por todas partes: compañeros de trabajo alarmados reviviendo pesadillas peliculeras, colegas preocupados por protocolos de actuación, guantes y mascarillas, trajes de aislamiento y material desechable. Periodistas que agitan de forma despreciable la bandera del ombliguismo en  editoriales, columnas y tertulias. Epidemiólogos que no saben por dónde les da el aire y se atreven a asomarse a los medios de comunicación sin habérselo estudiado. Profesionales sanitarios que se leen estos días las primeras líneas de su vida referidas al virus Ébola. Políticos que improvisan (en el gobierno). Políticos que improvisan (en la oposición). Políticos que improvisan (en el limbo). Notorios del mundo económico y la gran empresa que caen en la cuenta, con cierta inquietud, de que para esto la VISA oro-platino-diamantes tal vez no les proteja. Corruptos (muchos, demasiados) que siguen a lo suyo. Ciudadanos medios con tal atrofia de los sentidos que ya sólo tiran reflejos estereotipados de defensa desde su coma profundo. Y yo, estupefacto, sumido en la perplejidad. ¿Cómo es posible? – me digo en voz baja – ¿Pero, cómo es posible…? 

¿Alguien sabe desde cuando anda el Ébola por África? “Debuta” en 1976. ¡¡¡1976!!! Es decir, 38 putos años con epidemia tras epidemia a la certera mortalidad del 41 al 95%. ¿Qué coño importa, si son negros? El virus se cepillaba a la gente (PER-SO-NAS), allá por el Zaire (hoy República Democrática del Congo), al vertiginoso ritmo del 92%, entre infalibles vómitos incontrolables, devastadoras diarreas hemorrágicas y asfixiante insuficiencia respiratoria. Le siguió Sudán, con una mortalidad de “sólo” el 60%. Todo lo más que llegó hasta el santuario de los depredadores del mundo en los años ochenta, fueron unos monos macacos infectados enviados a Filadelfia (USA), que no causaron ninguna muerte entre los humanos. Pequeña alarma que refuerza la teoría de que estamos ante una extraña “peculiaridad epidemiológica” de esta pintoresca raza negra, tan próximamente “emparentada con los simios”.
Imagen:http://www.bbc.com/news/world-africa-28715939

Una cadena de radio mantiene durante 45 minutos un sesudo debate sobre si la infectada española se tocó o no la cara. La “opinión pública” clama escandalizada porque su médico de familia calificó la incidencia médica de su febrícula “como una gripe” y le prescribió paracetamol. Los primeros brotes de pánico se redoblan cuando alguien cae en la cuenta de que España es el primer país fuera de la órbita africana en el que se declara un caso propio, y la tragedia se masca en el último país europeo de África o el primer país africano de Europa. Mientras tanto, los vecinos de Teresa Romero  suben y bajan por la escalera para evitar usar el ascensor, por si algunos “miasmas” hubieran quedado atrapados en el mismo. 

Los años pasan y los brotes devastadores se suceden. Gabón, El Congo varias veces más, donde el bicho se ensaña en límites insospechados. Hasta principio de los años noventa no se marcan los primeros perfiles epidemiológicos; Médicos Sin Fronteras comienza a ocuparse del Ébola en 1994, entre la indiferencia de norteamericanos y europeos, y sólo con una lejana e indolente vigilancia desde la OMS, lo suficiente para asegurar la localidad de la enfermedad. Las cifras de incidencia y mortalidad son contradictorias, porque salvo algunos pocos héroes silenciosos nadie se preocupa del virus mientras quede acotado al África Central. En el año 1995 Wolfgang Petersen, un buen director alemán vendido a la industria de Hollywood, realiza una película (Estallido) sobre un supuesto virus asesino africano (no es el Ébola, pero se le parece mucho) que salta inesperadamente al primer mundo: mucho efecto, ritmo de vértigo, pobre guión y escasa reflexión. El morbo vende mucho…
Algún periodista ilustre nos sitúa horrorizado en el Tercer Mundo (me asquea el insulto para el Tercer Mundo). Y de repente, una tertulia radiofónica dedica una hora a un “sustancioso” debate sobre el sacrificio del perro de la auxiliar de enfermería infectada. Ni uno solo de los tertulianos, ni los periodistas, ni los oyentes que llaman a la emisora, muestra la más mínima preocupación por los casi cuatro mil muertos que lleva cobrados el virus en el último brote epidémico africano; es más, ni siquiera parece existir tal epidemia. Sólo cuenta que una españolita ha enfermado, y a ver si nos va a tocar a los demás… Los nadies son más ninguno que nunca.

Y corre que te corre llegamos a la primera década del siglo XXI: Uganda, otra vez el antiguo Zaire y el otro Congo (República del Congo). Brotes repetidos hasta hacerse endémico. Muerte y más muerte. Los precarios centros hospitalarios del África Central se quedan incluso sin personal médico y de enfermería, que van cayendo en las sucesivas refriegas como el común de los mortales. El primer mundo sigue sin mover un dedo; sólo se trata de africanos. Únicamente mantienen el tipo algunas ONGs con Médicos Sin Fronteras a la cabeza; Dios los bendiga…

Aquí nos ponemos nerviosos. Los médicos españoles se quejan de los trajes de aislamiento utilizados con los misioneros repatriados, su diseño, los guantes, las tallas y la mecánica de vestido y desvestido. Se declaran poco preparados para afrontar un problema de este tipo y acusan veladamente a la Administración de Sanidad. Tienen razón, pero a ellos (nosotros), tampoco nunca nos han preocupado las andanzas del virus africano. La Unión Europea reclama al gobierno español, por medio del portavoz para asuntos de salud, “información detallada y lo más temprana posible”. Las instituciones europeas están preocupadas (¿ahora?) porque por Bruselas pasan a diario cientos de diplomáticos de todo el mundo, algunos de los cuales llegan de las zonas calientes. No puedo dejar de pensar que me la suda la Unión Europea. Estados Unidos nos hace llegar a través de los medios de comunicación fragmentos de vídeos elaborados en su centro de Atlanta, al parecer exhaustivos en cuanto a la explicación de los trajes y su manejo: dos horas de duración (dicen) para realzar negativamente los escasos diez minutos marcados por los protocolos españoles. Alemania no se queda atrás y publica su propia hoja de ruta; suena a “no perder el paso” respecto al Tío Sam. La náusea me aprisiona el estómago. Sólo hay un par de resquicios de lucidez y de cordura que me hacen recobrar cierta esperanza. Una enfermera de Médicos Sin Fronteras (está claro que ha estado allí) cuenta cosas más razonables de los trajes en un minuto que el vídeo USA de dos horas. La segunda luz llega (¡qué cosas!) desde las lindes del humor. Una extraordinaria viñeta gráfica muestra, a la izquierda, decenas de infectados negros hacinados y famélicos que miran con perplejidad a la derecha del dibujo, donde hay un solo infectado blanco rodeado de cientos de periodistas.

Y llegamos al año 2014. África tiene una metástasis. Un peligroso salto manda el Ébola al Golfo de Guinea, en territorios occidentales. Guinea-Conakry, Liberia, Sierra Leona, Nigeria… La OMS marca el territorio, pero no traduce un solo criterio claro y razonable en su actuación. Eso sí, se encienden las alarmas en el primer mundo. Porque la progresión de la epidemia marca cifras históricas, la zona tiene una comunicación más abierta con el resto del mundo y las ratas, como siempre, son las primeras en abandonar el barco. Sólo dos países repatrían enfermos durante el mes de agosto, dos misioneros en cada caso: Estados Unidos y España. Todo parece indicar que vienen a morir a casa. Sin embargo, ¡oh, milagro! Los americanos se sacan de la manga un maravilloso y sorprendente suero experimental, el ZMapp, de naturaleza desconocida, al parecer procedente de Ginebra. Me pregunto por la habitual turbidez de los suizos en dos de los importantes indicadores de las sociedades modernas occidentales: los bancos y los laboratorios farmacéuticos. Y la náusea me dispara dos arcadas secas abortadas en el último instante. Los americanos sacan adelante sus dos misioneros; los españoles, no. Cuando alguien sugiere compartir la medicina milagrosa, se alega que no hay existencias y que el fármaco no está aún aprobado por la FDA. O sea, los yanquis, que parecían dormidos en este asunto, vienen trabajando secretas soluciones para uso exclusivo y personal. ¡Qué solidarios!

Viñeta de El Roto, El País, 10 de octubre de 2014
Por aquí seguimos obscenamente acojonados por el posible impacto del Ébola en nuestras sociedades. Vengo de oír despellejar con la palabra al consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid, que seguramente lo merece. Me la suda el consejero de sanidad. Oigo algo de las tarjetas VISA de Bankia con algunos intentos de justificación de su cochino uso. Y me la sudan unos y otros. Oigo no sé qué de la convocatoria de los catalanes. Y me la suda su derecho a decidir. Oigo que la selección española ha perdido para desmoronar un poco más su gloria reciente. Y me la suda la selección.  Porque sigo sin escuchar ni un esbozo de autocrítica a la lamentable desidia autista de nuestro primer mundo hacia el zurrado continente negro. ¡Ojo! EN CUALQUIERA DE NUESTROS ESTAMENTOS. Políticos, empresarios, sanitarios, bancos, financieros, deportistas, medios de comunicación, sindicatos, intelectuales, comerciantes, juristas, artistas, informáticos, eclesiásticos, militares, técnicos, sociólogos, funcionarios, instituciones del más diverso pelaje y ciudadanos de medio pelo (entre los que, naturalmente, me cuento). Sólo unos pocos locos “enfermos” de altruismo salvan la cara de nuestra miserable especie a cambio de nada. Uno de ellos, esta misma tarde, me ha dado el tercer soplo de aire fresco de estos días. Respondía desde Sierra Leona sin entender el pringoso debate de nuestras ahítas sociedades ricas. ¿Sabe? – le decía al periodista – Sólo en mi barrio llevamos 162 muertos en la última semana.

Las últimas noticias del día me desvelan que la auxiliar de enfermería ha empeorado su estado de forma preocupante. Ojalá salgas de ello, Teresa; al fin al cabo, ocurra lo que ocurra habrás cumplido generosamente con un trabajo difícil, el tuyo. No sé cómo terminará esto. Pero sé que los africanos seguirán muriendo en el más agorafóbico de los abandonos. Y no sólo de Ébola. Tres millones fallecen cada año de malaria, y mientras algunos buscan desesperadamente una vacuna desde hace años a cuya investigación se niega sistemáticamente la financiación, el Premio Nobel sigue siendo para el inocuo descubridor de la penúltima ultraproteína de la izquierda, de no sé qué extraña cadena bioquímica. Y mueren de SIDA, convertido en enfermedad crónica llevadera hasta las edades ancianas en nuestro primer mundo. Y mueren de tuberculosis, relegada a los viejos textos clásicos con la salvedad de alguna situación de inmunodeficiencia extrema. Y mueren de sarampión, y de meningitis, y de disentería, y de lo que haga falta. Que se jodan, ¿no? Que para eso son negros y pobres. Y me voy a la cama a ver si se me alivia esta angustia, que me vuelve la náusea y creo que voy a vomitar…


                                                                                   José Luis Vilanova, médico
                                                                                   joseluisvilalon@gmail.com 

                                                                               Madrid, 9 de octubre de 2014   

No hay comentarios:

Publicar un comentario