Dejad que os purgue del Maligno
Francis, mujer de una gran energía, afroamericana de la República Dominicana, es una de las
asistentes pagadas por la Comunidad de Madrid para ayuda a la dependencia;
mientras limpiaba mi cuerpo con esponjas, un cuerpo yerto de manera un tanto
extravagante, me narraba esta historia verídica de su país.
Las palmeras se mecían por una suave brisa salada. Una calma
inerte se apoderaba de las casas, muchas de ellas a medio terminar, y sus
fachadas de colores. En horas tempranas del día del Señor, una quietud
fantasmal se adueñaba de las calles como si hubiera sido extinguida la vida de
sus pobladores. De pronto, alguna ráfaga marina, un soplido fugaz del dios
templado de aquellos mares, hacía revolotear el polvo durante unos instantes,
hasta que volvía a posarse sobre la carrocería de viejos automóviles, techumbres
y solares baldíos. Unas horas más tarde, en el interior de un templo adelgazado
sobre un pequeño promontorio, los domingos, bendecidos por natura con un sol
caribeño, el pastor evangelista sermoneaba a sus fieles, atónitos en las
bancadas de la feligresía. Medrosos de Dios, se regocijaban con convincentes
palabras que sólo la divinidad podía estar inspirando. El diablo, aseguraba el
clérigo, más que nunca había tomado plaza entre aquel rebaño de pecadores; uno
por uno, una por una, Satanás había ido poseyendo sus cuerpos y sus almas. Pero
él estaba dispuesto al sacrificio personal para salvarlos. Debía recibirlos
individualmente y explicarles la única fórmula para extraerles el mal.
Fue recibiendo en primer término a las mujeres, que asistían en
horas marginales hasta la parroquia para mantener una charla con su guía
espiritual.
—Hija mía, debo yacer contigo y a través del acto limpiaré tu alma
de toda infección infernal. Después, a través de tu pureza recobrada, habrás de
ser amada por tu marido, quien quedará también limpio gracias a tu intercesión.
De este modo, el pastor llevó hasta su lecho a cada una de
aquellas humildes almas y copuló con ellas. No dejó una sola parroquiana sin el
sometimiento de su cirugía exorcista.
Ellas regresaban a sus hogares con la sonrisa espléndida de su
doble satisfacción: la de una cópula mirífica y la de sentirse libres del
espíritu de Satanás. El marido las esperaba impaciente. Bajo paredes
desconchadas pintadas de colores imposibles, verdes, amarillos, rojos, fucsias,
las parejas con hijos los enviaban a las casas de los vecinos, familiares o
simplemente a brincar alegremente por las calles sin asfaltar del pueblo.
Entonces, desnudaban a sus mujeres con una excitación reverencial. Sus penes se
extendían como arietes sagrados. Al amar a sus esposas ahora impolutas, a
través de sus miembros recibían la gracia de la purificación.
El pastor evangélico fue recompensado con todo tipo de regalos e
incluso con dinero, por parte de aquellos matrimonios de cuyos lares fue expulsado
el Maligno. "No contéis con una purga vitalicia; el diablo suele mostrarse
contumaz. Si percibís algún signo de su posesión, si los pensamientos impuros
rebrotan en vuestras almas, regresad a mí, hijas mías, y contrastad vuestros
síntomas con mi sabio veredicto, con la ayuda de Dios. No dudaré en volver a
sacrificarme para vuestra purificación tantas veces como sea menester, mientras
nuestro Señor siga confiando en mí como su humilde intercesor. Éste es mi
sacrosanto deber.
En su lucha contra el demonio, o contra cualquier otra maldad, ese discípulo superó a sus maestros variando sus ritos según las épocas, los lugares o los sexos elegidos.
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