lunes, 19 de marzo de 2018

Dartmouth College, recuerdos, amigos: Andrew

Campus de la UAM
Librery (Biblioteca) de Dartmouth
En mi último curso universitario, 1997/98, mi amigo, más o menos, y mentor, también más o menos, Pablo Jauralde Pou, catedrático de Literatura del Siglo de Oro, uno de los mayores y mejores especialistas en Quevedo, me propuso colaborar con él en el programa de intercambio con alumnos de la Universidad norteamericana de Dartmouth College. Esta universidad se encuentra en el selecto club de la "Ivy League" (Liga de la Hiedra —ya sabemos lo que representa la hiedra, esa lustrosa trepadora que asciende hasta terminar dominando los muros pétreos de los templos del prestigio—), junto a instituciones como Yale o Harvard. El programa consistía en dos fases. En la primera, los alumnos de Dartmouth estudiaban unos meses en la Universidad Autónoma de Madrid; y mi papel consistía en coordinar al grupo y servirles de guía e incluso cicerone por la ciudad de Madrid, Toledo, Granada... 
Buena parte de los estudiantes con la Alhambra al fondo.
Aparecen los dos Davids, Adam, Lydia, Shannon, Iván y Genaro
La segunda fase me ubicaba a mí como Profesor Asistente (Assistant Teacher) en el Departamento de Español y Portugués, allá en la pequeña población de Hanover, Estado de New Hampshire, donde se ubica Dartmouth. Por su parte, la profesora de Literatura y Español que ocupaba plaza fija en Dartmouth, impartiría clases en Madrid, en la Autónoma, mientras que yo ocuparía durante unos meses su despacho y funciones en New Hampshire. 
Edificio donde estaba el Departamento de Español
Durante la primera fase, guiaba, orientaba y conducía en excursiones culturales a los alumnos norteamericanos. Además de enseñarles el Madrid de los Austrias, los acompañé a lugares como Toledo, Aranjuez, Granada. Inevitablemente establecí una relación amistosa con algunos alumnos y alumnas.

Cenando con Andrew y otros chicos del grupo de estudiantes
Y aquí viene la cuestión. Entre estos estudiantes, se encontraban los wasp (White, Anglo-Saxon and Protestant) en el acrónimo en inglés de «blanco, anglosajón y protestante»; los estadounidenses de raíz judía y algún hispano. Luego, ya en su sede de New Hampshire descubrí que existían otros corrillos más o menos cerrados, como el de los negros y los orientales. Pero, en el grupo que yo coordiné en la Autónoma, de los estudiantes que llegaron ninguno era afroamericano ni oriental. Entre los distintos grupos podía haber cierta ósmosis, pero era indudable que se mantenían un poco separados unos de otros, formando sus propios "guetos", en un sentido suave, se entiende. Lo interesante es que, sin que existiera por mi parte absolutamente ningún prejuicio ni intención preconcebida, de manera natural, con los alumnos que llegué a forjar amistad fue con los judíos. Por separado; no es que ellos caminaran en manada. Pero fueron, que recuerde, David, otro David, Adam, Shannon, Iván y Andrew. 
Interior de la "Library". Resultaba paradójico
que los alumnos estadounidenses
llegaran a una "modelna" UAM, provenientes
de una historiada Universidad dieciochesca de Nueva Inglaterra
Fue con este último con quien establecí la amistad más profunda, que todavía hoy mantenemos. También tuve una relación más estrecha con dos hispanos, Lydia y Genaro. ¿Qué sucedió entonces? En el momento en el que fragüé aquellas relaciones, ni siquiera sabía que se trataba de chicos de raíz judía. Obviamente, a Lydia y a Genaro sí los identifiqué desde un principio en la casilla de "latinos". Lydia era una muchacha encantadora, de ojos azules y un padre que había salido de Cuba en la época de Batista. 
Andrew, Mercedes y yo con Nueva York al fondo
En una visita a Nueva York, cuando Mercedes y yo ya nos encontrábamos en Hanover, el padre de Lydia nos invitó a comer en una pizzería de la Pequeña Italia —Litle Italy—, aquel barrio semillero de tantos mafiosos en los años 30, hoy en día convertido en Pequeña Latinoamérica, porque todos los comercios y la población habían pasado de ser italianos a ser hispanos. Poco a poco fui descubriendo que los otros con quienes había estrechado la amistad eran precisamente los judíos. Como digo, con Andrew de un modo muy profundo. Una amistad vitalicia.
No he dejado de preguntarme las razones por las que aquellos estudiantes y yo establecimos una complicidad, una amistad que sin embargo no se produjo con los wasp. Mi conclusión es muy clara: algo subterráneo y radical me unía socio-culturalmente a aquellos judíos, por mucho que se tratara de familias procedentes de la rama judía de los askenazis (de raíces sobre todo del Este de Europa) y no de los sefardíes (los de raíz ibérica), en cuyo caso las concomitancias culturales habrían podido explicar todavía mucho mejor esa querencia. Dejando aparte a Andrew, alguien muy especial, de una entrañabilidad máxima conmigo, sentí por todos ellos una fácil identificación. Fueran ideológicamente más próximos o más lejanos, no dejaba de haber algo que nos unía culturalmente. Una cosmovisión, una forma de sinceridad comportamental, una identificación.

Mercedes, Andrew y yo en el Jardín de
Calixto y Melibea en Salamanca
Siempre he tenido aquella anécdota nada casual como algo por lo que enorgullecerme. Todavía en aquel tiempo mi predilección cultural por los judíos "laicificados" no era algo consciente ni construido o sedimentado con ninguna apoyatura intelectual. Hoy sí.
Cuando, tras contraer matrimonio con Mercedes en diciembre del 98 y después de nuestra luna de miel en Roma, viajamos a Estados Unidos y di cumplimiento a la segunda fase del proyecto y ejercí como Profesor Asistente en Dartmouth, mi relación con ellos siguió prosperando. En cierta ocasión, Adam (no estoy dando ningún apellido para ser discreto) entró en mi clase para saludarme; entró con una confianza que, aunque agradecía en lo profundo, estaba dando una imagen a mis alumnos en clase excesivamente jovial, una cierta falta de seriedad; con lo cual, me tuve que poner un poco serio con él y emplazarlo para vernos luego en mi despacho. En aquel inoportuno saludo aprecié a las claras que su rostro estaba demacrado, desencajado. Algo le pasaba. Ya en mi despacho, hablé con él. Me contó que había ingresado en una fraternidad (fraternity) de las más radicales, donde a sus miembros neófitos les hacían pasar por pruebas muy duras, incluso les daban alguna droga y los dejaban encerrados en una habitación durante toda la noche. Una suerte de ritos iniciáticos bastante perniciosos. Aquellas hermandades que tanto prosperan en las universidades privadas norteamericanas van desde el club de amigos más light, o de amigas (sororities), pasando por clubs un poco más "tóxicos" en el que se montaban fiestas privadas donde se emborrachaban con cerveza y otros estupefacientes más fuertes; hasta llegar a ciertas fraternidades que eran como centros de iniciación sectaria para marines, que incluían pruebas con drogas y hasta palizas. Le dije a Adam que debía abandonar aquella fraternidad. Y creo que lo hizo. Todas las fraternidades tienen nombres con letras del alfabeto griego. 
En Toledo con Andrew
La historia de Estados Unidos sabemos que está entreverada en sus orígenes civilizatorios por grupos o grupúsculos de sectas, clubs de poder trufados de simbología esotérica, una vez que dejaron atrás el período de las primeras colonizaciones y paralelamente al declive progresivo del Wild West. No se nos escapa que hasta el gran tótem de su civilización, el dólar, lleva estampado en sus billetes símbolos entre lo religioso, lo masónico y lo cabalístico. Allí en el campus de Dartmouth, entre la casa donde vivíamos Mercedes y yo y el edificio del Departamento de Español —en un espléndido edificio del siglo XVIII— al que acudía cada día, a mitad del camino, sobre un pequeño promontorio de hierba y pertrechado entre unos pinos, se erguía una especie de templo de aspecto egipcio. Se trataba de una fraternidad de exalumnos que celebraban allí no se sabe qué tipo de "aquelarres". No tenía ventanas y se accedía por una pequeña puerta en uno de los laterales. Yo vi entrar a algunos de los miembros. Solían dejar sus zapatos fuera y entrar descalzos. El único dato constatable sobre las actividades desarrolladas dentro de aquel pseudotemplo era un elevado consumo de agua. Al menos éste fue el rumor que me llegó a través de algún amigo alumno.
Fuera de las excursiones oficiales, viajamos
con Andrew a varias partes. Por supuesto
a nuestra querida Asturias. Escanciando
sidra en la casa de mis veraneos, Poo de Llanes
Andrew y yo estuvimos chateando ayer. Hacía tiempo que no contactábamos. Cuando terminó su carrera, Historia (su Major) y Español (su Minor), allá por el año 2000, recién egresado de la Universidad, consiguió un trabajo en la multinacional Pepsico. Se trasladó a Chicago y trabajó en la sección de marketing, con un sueldo bastante alto, inimaginable ni en sus mejores sueños para un estudiante español después de haberse licenciado. Pero después de un año se cansó. Su espíritu aventurero lo llevó por Centro América, con una colección de anécdotas dignas de una novela. Durmió en la selva. Estuvo a punto de ser asaltado por una banda de malhechores provistos de machetes mientras dormía solo entre la maraña vegetal de una ladera. Pero una familia lo acogió en su casa y probablemente lo salvó, tal vez incluso de la muerte. Después viajó a Europa, a Israel. Estuvo laborando en un kibutz otra temporada. Con una pequeña mochila, en la que acaso portaba consigo un par de mudas de ropa interior y tal vez un pantalón y una camisa, un cuaderno de notas y poco más, erró por ese mundo bíblico. Pernoctaba por aquí y por allá, incluso en alguna playa donde una noche le desapareció su mochila, y de nuevo protagonizó algunas aventuras. Se alistó al ejército. Me vino a visitar a Oviedo, tal vez hacia el año 2005, y le dije que eso era una locura, que si acaso sería capaz de disparar a un palestino. Me queda claro que no. Tal vez sin haber montado antes ni siquiera en una de las barcas de El Retiro de Madrid, con dos amigos trazó el plan de hacerse con un velero y viajar por la costa mediterránea para terminar cruzando el Atlántico hasta Estados Unidos. Para ello, de manera urgente y osada, aprendió a navegar y sacó su licencia. Los tres amigos cruzaron el Atlántico. Yo tuve mi accidente de moto en Querétaro. 
Bonita foto con Andrew en su casa de New Jersey
Desde el hospital de Toledo le llamé por teléfono para contarle lo sucedido. Ya cuando yo había sido dado de alta y comencé a habitar en la actual vivienda de Madrid donde ahora vivimos, vino desde Israel para verme con su novia Samantha, una muchacha encantadora. Juntos habían realizado estudios en Israel para hacerse rabinos dentro de una facción reformista y liberal del judaísmo. Se fueron a su lugar de origen, entre Nueva Jersey y Nueva York y vivieron en esta última ciudad durante un tiempo. Se casaron. También celebraron la boda de otro de aquellos estudiantes que vinieron en el intercambio y con quien hice amistad, Iván; Andrew ofició la ceremonia.
En el chat de ayer me informó de que ejercía como rabino en el Estado de Luisiana y vivía con Samantha en Georgia. Me dio la gran buena nueva: Samantha está embarazada. Andrew va a ser padre con sus 40 años. Es emocionante. Sentiré su hijo como si se tratara de un sobrino.
Felicidades, querido.


Nueva York al fondo, todavía con las Torres Gemelas


4 comentarios:

  1. Que bonito relato Hernan!,yo tambien tengo muchos recuerdos de ese pais, buenos y malos :) pero siempre permanecen los primeros y se aprende mucho.

    Un fuerte abrazo!!!

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    1. Gracias Fernando. Son experiencias, y realmente, al echar la vista atrás, uno piensa que debería haber hecho las cosas de otro modo. Cada decisión, por pequeña que sea, abre un nuevo cruce de caminos en la vida que no se sabe dónde te llevan. Nunca se sabe. Un abrazo muy fuerte.

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  2. Tu relato me ha recordado mucho la tercera temporada, pero también las anteriores, de Transparent

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    1. Gracias Félix, he buscado la serie para ver algún capítulo de la tercera temporada, pues no la conocía. Interesante, muy interesante. Abrazo fuerte

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