martes, 25 de septiembre de 2012

Gracias, mi buen amigo Cipión

Cuando llegó a casa, allá por febrero de 2004
Nos afanamos por conseguir fortuna. Algo más noble es afanarse por conquistar la gloria o el genio (arte, ciencia). Es loable y fructífero perseguir la sabiduría. Quizá esta provenga en primer término de comprender y amar la fugacidad de la vida. Esta lección la da lo mismo el meditar unos instantes sobre nuestro pasado y vernos ahora en el medio del camino, con suerte, que el ir aceptando la ininterrumpida cadencia de la muerte que va cercándonos poco a poco. La lección procede de la muerte de un primo joven, de la muerte de una abuela, de la muerte del propio padre. Y ahora, de la muerte de mi perro. La muerte tiene una misma naturaleza en unos seres y en otros. La muerte busca la prontitud. Quiere perpetuar la nada y se adelanta casi siempre, cuando no la burlan durante unos minutos más, unas horas, unos años. Nuestra incapacidad de comprender lo que ella oculta en los seres que amamos, lo que borra definitivamente, la convierte en una esencia oscura, lejana, borrosa, ajena. Bastarda. No es misteriosa, porque el misterio se produce cuando un símbolo esconde otro, y otro y otro... Un juego de significados con un contenido extraño y potenciador de sensaciones, de emociones, de esencias; como si nos hiciera comprender algo que no está a nuestro alcance. La muerte no. Su naturaleza no entra en la categoría de lo comprensible. Su signo es la ausencia. Su semiótica es la de lo terminal. La nada, la desaparición. Incomprensibilidad en estado puro. La vida es su signo contrario, y es ahí donde está el goce, el misterio.

¿Jugabas, Cipión, o cuidabas a Guz, detrás de él por la nieve?
Conozco pocos hombres buenos. Conozco pocos perros tan buenos como él. Quien lo conoció lo sabe. Mercedes y yo le llamábamos San Cipión. Cipión era un ser bueno porque su capacidad de infligir mal a otros seres era fortuita, no meditada. Conozco perros con rencor como conozco hombres con rencor. Cipión carecía de rencor. Era vitalista. Olvidaba un problema con cualquier nuevo estímulo que lo atrajera lo más mínimo. Había rejuvenecido al presentarse en la casa un nuevo cachorro, un cachorro de labrador al que hemos puesto de nombre Chicu. Chicu, sí, se le nota, ahora se siente solo, porque Cipión lo había aceptado con gracia y bondad, jugaba como hacía años no jugaba. Se le notaba alegre porque de pronto tenía un amigo pequeño. Chicu se acercaba y lo mordisqueaba, lo correteaba; Cipión al principio se mostraba como un perro viejo, pero luego iba inevitablemente entrando en el juego hasta terminar correteando y mordisqueando igual que el otro. Pero Cipión mantenía su independencia. Dicen que los perros adoptan en cierta medida el carácter de sus "amos". Puede ser. Cipión era sumamente afectivo conmigo, y con Guz y Blanch, con los niños, rozaba la santidad. Le he visto gruñir por algunas cosas, generalmente relacionadas con que le intentasen arrebatar alguna cosa masticable; pero jamás gruñó a un niño. Guzmán y Blanca podían subirse encima, tirarle de las orejas cuando eran pequeños, pisarle sin querer; él los miraba con resignación y callaba. Su relación con Mercedes era increíble: la quería y la respetaba sin que su "ama" tuviera que recurrir nunca a la violencia.

¿Tus hermanos, Cipión?
Cipión me consolaba cada tarde con sus paseos por el parque, primero, por el río durante los últimos años. Estuviera mi ánimo como estuviera, él me recibía siempre con cariño. Sabía cuando estaba Herni contento o cuando estaba atribulado por algún motivo. Sus últimas miradas de hoy han sido de amor, no de necesidad, ni de apego instintivo. Eran miradas amorosas y agradecidas. No me debes agradecer nada, Cipión, te debo agradecer mucho más yo a ti, mi dulce perro, mi compañero, mi amigo. Te he querido como sólo se puede querer a seres con ánimo afín, hemos pasado tantas cosas juntos, eh. No te olvido. No te podré sustituir. Perdona por no haber comprendido a tiempo que también a los perros se les puede educar sólo y exclusivamente con cariño, sin una brizna de violencia. Adiós, amigo mío. Gracias por tus lecciones.

¡Cuántas aventuras juntos!


No hay comentarios:

Publicar un comentario