había aprendido
Por
fin, cuando sabía lo que era
el
placer de vivir sin más complicación
que
el día a día y aliado con un carácter inconstante
evadí
los vicios más inmoderados
y
me bastaba la jam session de mi
reproductor,
un
vaso de whisky y un cigarro
para
satisfacer mis más recalcitrantes hedonismos,
cuando
por fin había aprendido
que
también los placeres se domeñan
como
dóciles animalitos indefensos
y
retozar con mi mujer era bastante
y
hacer buñuelos los domingos
a
mis hijos
era
una ofrenda máxima
y
miraba con desdén la conquista de los reyes,
los
oros, las glorias imprudentes
de
una historia trufada de patanes,
cuando
invité a Benjamín Franklin a mi escritorio
y
me compuse trece leyes propias
como
un pueril y envanecido Rudyard Kipling
y
Montaigne y yo nos arreglamos
para
reconocer en cada acto cotidiano
un
pretexto para el goce,
cuando
Epicuro se hizo norma
y
el viento de la vida empujaba la embarcación a mis antojos,
llegó
el azar avieso
y
a la vuelta de un cruce de caminos
me
hirió sin el lujo de la muerte con sus cuernos de metal
Satanás,
o algún sicario de los dioses,
y
me tiró del caballo como a un Saulo
sin
fe ni fatuidad ni designios improbables,
y
me robó casi todo en la vida,
agarrotó
mi cuerpo,
me
asexó definitivamente,
privó
de la caricia a mis dos manos
y
me dejó la inteligencia sola
en
una isla donde habita náufraga sin alas
y
mis amigos me visitan
condenado
a vivir con el enigma.
Le
vendo el alma a quien la quiera.
Literato primo, te queda el alma que te permite escribir y con ello transmitir lo que quieras, a la vez que te permite amar a quien tanto te ama y te cuida.
ResponderEliminarNo le vendas tu alma a nadie, querido Hernán.
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