miércoles, 19 de noviembre de 2014

Versos inválidos

había aprendido

Por fin, cuando sabía lo que era
el placer de vivir sin más complicación
que el día a día y aliado con un carácter inconstante
evadí los vicios más inmoderados
y me bastaba la jam session de mi reproductor,
un vaso de whisky y un cigarro
para satisfacer mis más recalcitrantes hedonismos,
cuando por fin había aprendido
que también los placeres se domeñan
como dóciles animalitos indefensos
y retozar con mi mujer era bastante
y hacer buñuelos los domingos
a mis hijos
era una ofrenda máxima
y miraba con desdén la conquista de los reyes,
los oros, las glorias imprudentes
de una historia trufada de patanes,
cuando invité a Benjamín Franklin a mi escritorio
y me compuse trece leyes propias
como un pueril y envanecido Rudyard Kipling
y Montaigne y yo nos arreglamos
para reconocer en cada acto cotidiano
un pretexto para el goce,
cuando Epicuro se hizo norma
y el viento de la vida empujaba la embarcación a mis antojos,
llegó el azar avieso
y a la vuelta de un cruce de caminos
me hirió sin el lujo de la muerte con sus cuernos de metal
Satanás, o algún sicario de los dioses,
y me tiró del caballo como a un Saulo
sin fe ni fatuidad ni designios improbables,
y me robó casi todo en la vida,
agarrotó mi cuerpo,
me asexó definitivamente,
privó de la caricia a mis dos manos
y me dejó la inteligencia sola
en una isla donde habita náufraga sin alas
y mis amigos me visitan
condenado a vivir con el enigma.

Le vendo el alma a quien la quiera.

2 comentarios:

  1. Literato primo, te queda el alma que te permite escribir y con ello transmitir lo que quieras, a la vez que te permite amar a quien tanto te ama y te cuida.

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  2. No le vendas tu alma a nadie, querido Hernán.

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