Me he visto por
sucios callejones arrastrado,
solitario transeunte
de locura
con los ojos
estrellados contra fachadas de piedra,
vómitos en rincones
de aristas y adoquines familiares,
como viejos amigos
arqueológicos,
hasta llegar a una
ría putrefacta
y purificar sus
aguas con una orina tóxica
como un rayo de sol;
los pasos en la
noche,
los amigos
desperdigados por antros y garitos
riéndole a las chicas
palabras inaudibles
por el volumen de
ritmos descastados,
implacables jueces
del estruendo
por quienes quedaba
condenado al ostracismo
de los pasos en la
noche,
más solo que la
mazmorra del olvido,
aullando como
Ginsberg
entre rincones,
callejuelas y calzadas,
portales, fachadas,
el mundo todo un laberinto
incognoscible, sin
noción de la hora
ni la fecha ni la
propia identidad,
huérfano entre los
plátanos del paseo
destilando un dulzor
de baba.
Los pasos en la
noche
imparables
propiciaban sórdidos escenarios
y mi ropa hedía a
vagabundo;
pero la perturbada
sombra de esa pesadilla,
la búsqueda
inconsciente de un trágico presagio,
la trágica búsqueda
de un presagio inconsciente,
exorcizar los genes
a costa de naufragios,
¡diablos familiares,
Moloch travestido de cándida ignorancia,
Belcebú cobijado en
las almohadas de la buena educación!
y cuatro esquinitas
tiene mi cama
cuatro angelitos que
me la guardan…
trataban de
hipotecarte los temores,
la razón y el amor
propio
sine die;
pero una rebelión
inapelable sobrevino
por el despeñadero;
antes deshebrar los
sesos macerados en la noche obsesiva
que persistir
adormecidos los sentidos en un lento suicidio
de la propia
libertad e inteligencia.
Hasta que ya no pudo
más el individuo
y el cuerpo vencido
buscó disolverse en la distancia sobria;
¡que me asistan los
muertos al instante
en esta postración
precipitada
y muertos los
demonios, ahora sí, también los de la carne,
Moloch insatisfecho
de mis nalgas neonatales,
voraces sus manos
sin mi cuerpo liberado por la astucia,
me alce en brazos de
la nada para gozar antes de tiempo
de un futuro de
sombras promisorias!
¡luz del alba,
Oriente primigenio,
desiertos de
ubérrimas arenas
donde cada mota de
polvo extracta el Universo,
iluminad de
oscuridad, de alacridad,
al discípulo
necesariamente ascendido a vuestro altar!
De Desde el abismo /
0ª) Sigue la ventana poco a poco, sin bajar más que lo imprescindible para seguir leyendo, y sigue las instrucciones.
ResponderEliminar1ª) He tenido que buscar Ginsberg, Moloch y alacridad.
2ª) Me chirría un poco que empieces y desarrolles el poema en primera persona y luego, cerca del final ("hasta que ya no pudo más el individuo..."), cambies a tercera.
3ª) Aunque esto van siendo comentarios, lo que era el comentario principal fue escrito a vuelapluma, de madrugada, la hora de los fantasmas, nada más leer tu poema, bajo el efecto que me produjo y sin mirar nada. Ahora que lo he encontrado y releído, te lo envío tal cual, salvo, para ser totalmente sincero, el cosido de un hilván que entonces aparqué.
4ª) Léelo después de releer tu propio poema...
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Ráfagas de latigazos, desiguales;
otro o tú, no se sabe...
o se sabe demasiado.
Latigazos al corazón
entre escenas de cine negro;
palabras visuales.
Los plátanos del paseo:
fantasmas enormes y perdidos
corriendo en dos filas, una a cada lado;
erráticos y ordenados, amenazan aplastarte,
pero pasan de largo.
...Y palabras ciegas;
no vacías: vaciantes,
que en vez de dar sentido,
lo succionan con fruición de Nosferatu.
Entre el paraíso que se fue y la nada que no llega,
Moloch, Belcebú, demonios personales...
todo menos esto.
Entre los cacharros simples y las voces sencillas
que suenan por alguna ventana
del segundo callejón;
en el lento y esforzado teclear
de una vieja máquina de escribir
que se oye tras el bajo tragaluz casi salpicado por el vómito amarillo
-tecla a tecla, teclear balbuciendo,
ajo a ajo, balbucir tecleando-;
en el desvelo de quien espera en ansia enamorada
la vuelta del que huele a vagabundo
-cansancio maquillado de amor,
cansancio espléndido y reluciente,
cansancio transmutado en frescura por amor,
los brazos abiertos,
no importa a lo que huela- ;
en los siete mil trescientos millones de seres humanos que pueblan [la Tierra,
más allá de los muros del teatro de fantasmas
donde uno mismo es empresario, autor, director, actor… y [espectador,
puede estar el verdadero sentido.
Entre el paraíso que se fue y la nada que no llega,
puede haber un camino;
fuera de los callejones oscuros y con vómitos amarillos:
un camino de luz que cuesta ver.
Ahí pueden estar los hilos del tapiz de Penélope
con que esperar contra toda esperanza,
con que conjurar toda asechanza,
con que pintar de color el camino
para que también otros lo encuentren…