martes, 11 de diciembre de 2018

Sobrecuadros; mirada alucinada e irónica sobre: Astaroth, de Jules Breton, s. XIX






















Éste es Astaroth. Un demonejo poderoso (frente al emperador Lucifer, éste sería un duque, o algo menos, un conde). Sus tentaciones caminan en la esfera de lo abúlico y lo vanidoso. Este grabado no deja de tener su misterio. El rostro enfermizo del diablo en cuestión. Sus alas de dragón (también sus pies y sus manos del mismo apócrifo pseudosaurio fogatero); ¿o son del bicho a cuyas grupas parece difícil que vaya a volar? Por detrás está dotado, ahora sí suyas, de alas más querubínicas —porque, según creo, los diablos no dejan de haber sido más que ángeles; ángeles macarras, díscolos desterrados, o más bien habría que decir «desencielados»―. En su mano, la serpiente (soberbia, veneno de la tentación); en la cabeza, una corona. Monta sobre un perro o lobo entre terrorífico y cretino. El rabo, atrás izquierda, no se sabe si pertenece al lobo estrábico o al tal Astaroth, para cuyo retrato debió de servir como modelo algún oligofrénico de un hospital de huérfanos. Sus pechos abofados, ahora que reviso esta pequeña nota años después de haberla escrito, me recuerdan a los míos tras el accidente.
El dibujo es de Jules Breton, grabado del siglo xix. Es raro, lleno de misterio y comicidad, y es también hermoso.


De Sobrecuadros, mirada alucinada e irónica.


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martes, 4 de diciembre de 2018

De Eróstrato a Friedrich Reck

EROSTRATISMO O SÍNDROME DE ERÓSTRATO;
Hitler y el Diario de un deseperado, de Friedrich Reck

¿Un parecido razonable con algún personaje público? Es un busto de Eróstrato. Este pastor de Éfeso, sólo para alcanzar la notoriedad, frustrado y envidioso de aquellos que habían alcanzado cierta preeminencia en el ámbito sacerdotal devoto de la diosa lunar, un 21 de julio del año 356 a.n.e. decidió prender fuego al templo de Artemisa, en la misma ciudad de Éfeso, en la actual Turquía.
Como en tantos otros casos, la ciencia psiquiátrica ha encontrado en la mitología griega o sus historias más o menos legendarias el acervo léxico para denominar ciertas patologías. El erostratismo o síndrome de Eróstrato es aquel transtorno en virtud del cual un individuo comete cualquier tipo de despropósito, desde el leve desmán público al más horrible de los crímenes, con el único afán de alcanzar fama. Este pastor gordezuelo logró pasar así a la Historia, socarrando una de las siete maravillas del mundo antiguo.
Y la Historia nos enseña que este síndrome parece arrastrarse subrepticiamente entre nuestros zapatos, y que el número de erostratistas no es para nada desdeñable. Mentecatos, trepas, ensoberbecidos, psicópatas de gabardina sucia y psicópatas de cuello blanco —los grandes tiranos, las más protervas de las megalomanías—, esta enumeración que asciende desde lo estúpido a lo maligno, en ocasiones sólo nos ofrece pequeños ejemplares de hombrecillos que se sostienen en el ridículo; pero en otras ocasiones, su escalada hacia la perversidad puede hacer de ellos pirómanos, como el del busto epónimo, violadores, destripadores e incluso  dirigentes criminales que han hecho retorcer el curso de las civilizaciones.


Ya se ha repetido por muchos que si Hitler hubiera triunfado como pintor en su juventud hasta alcanzar cierta fama, tal vez le habría sido suficiente para satisfacer su puerca egolatría. De las últimas fuentes donde he leído un análisis en este sentido es el prodigioso Diario de un desesperado de Friedrich Reck. Pero claro, en el mayor villano que han parido los siglos, entre todas sus limitaciones intelectuales, se encontraba la de ser un pintor sin ningún genio. Si se lee su manual de odio Mi lucha, cualquier inteligencia mediana podrá encontrar una falta total de alcance reflexivo, a cuya deficiencia se suma su patente mal gusto y una ausencia de juicio crítico.  

No debemos confundir el síndrome de Eróstrato con otros complejos capaces de promover la sevicia humana, o con la megalomanía pura, el afán de poder más terrorífico o el mesianismo. También se pueden sumar unos delirios con otros. En el ranking mundial de los tiranos más crueles, sin duda el del flequillo grasiento comparte pódium con Stalin. Pero éste parece que incluso mostraba cierta timidez. Quién sabe qué se entiende por timidez. Paranoico parece que lo era hasta el paroxismo. Por ponernos hogareños, nuestro pequeño dictador Francisco Franco debió en su caso de desarrollar su vesania por un complejo mucho más claro de inferioridad que de erostratismo. El primero, conjugado probablemente con otro complejo de nomenclatura legendaria griega, el de Edipo, y una ideología ultramontana y ultracatólica, lo conducen a la postre a un mesianismo activo, con las notas paranoides que éste deba implicar. Pero no se aprecia eróstratismo como en Hitler, me parece. 

El venero casi inagotable de crónicas sobre el horror nazi escritas por autores y autoras judíos, desde el popular Diario de Ana Frank, pasando por las obras de Primo Levi, Robert Anselme, Elie Wiesel, Hannah Arendt, Viktor Klemperer, Arthur Koestler, Szpilman, Imre Kerstèsz, por citar una pequeña gavilla surgida a bote pronto, se ve complementado, por ejemplo, con el Diario de un desesperado, escrito por un alemán no judío, pequeño terrateniente, muy lejos de tesis socialistas, pero detractor absoluto, con todo fundamento, del nazismo. Murió en el campo de concentración de Dachau, en 1945.
Friedrich Reck dibuja en este diario el cuadro de una Alemania prebélica, de Berlín en particular, del ambiente social, del nacionalsocialismo y del monstruo que engendró aquel horror. Se trata de un autor tradicionalista y católico, con difusos antecedentes aristocráticos; exalta la figura de su abuelo como la de un caballero en una época mejor y fija con sensibilidad diamantina la personalidad deforme de Hitler, a quien tuvo ocasión de conocer en tres ocasiones antes de que ascendiera al poder en 1933. Denuncia, o simplemente pone el foco en una burguesía alemana avarienta que sólo ve en el embrollo criminal impuesto por los nazis, en el ambiente prebélico y en la misma guerra una excelente oportunidad para especular y tratar de enriquecerse; bancos, grandes empresas, entregados a la barbarie, operando y fabricando para nutrir al monstruo y, de paso, incrementar sus propias arcas —allí engordaron para llegar a ser lo que hoy son empresas como el Thyssen Krupp o entidades financieras como el Deutsche Bank—. Expresa el buen hidalgo Reck la ignominia, la brutalidad y la grosería practicada entre las fuerzas de las SA, después las SS y de cualquier cuerpo policial o militar al servicio del Tercer Reich; sus borracheras obscenas, su lenguaje vulgar, su atropello de la decencia, sus abusos. Una sociedad deturpada, una Alemania sin ningún tipo de orden ni concierto, sumida en el caos, la mala organización y el desastre moral. 
Soldado nazi vestido como una mujer.
Foto de Martin Dammann tomada de
ABC
HISTORIA
Vendría muy bien leer estas páginas a quienes todavía hablan de no sé qué estética militar inspirada en las legiones romanas, quienes alaban con banalidad la elegancia de los uniformes diseñados por Hugo Boss —soy incapaz, por mor de un sano prejuicio, de apreciar ninguna elegancia en los trajes marciales de auténticas mesnadas de orcos al servicio del Mal— o aquellos coleccionistas de soldaditos de plomo y fascículos de historia que vierten sus elogios sobre una presumible genialidad en estrategia militar; una industria superorganizada, efectiva y eficiente. ¡Ja! El buen Friedrich Reck tritura tales mitos, igual que tritura y desbarata el falaz y manido argumento de que la Segunda Guerra Mundial fue propiciada por un draconiano tratado de Versalles al final de la anterior Gran Guerra (1919) y el hundimiento económico de Alemania "por culpa" de las potencias europeas enemigas.

Eróstrato, pirómano de templos marmóreos, la Historia te ha convertido en un simple maniaco palurdo con las antorchas demasiado cerca; casi resulta bonachona tu efigie en ese busto; bonachona y llena de sandez, la verdad. ¿Mereció la pena tu condena a muerte, abejorro? Y ni siquiera has llegado a ser demasiado famoso. Ni tú ni tu maldito síndrome. Pero, aunque no se conozca, sí te reconozco que tu patología se encuentra en periodo de gracia, propagada por esta efervescencia del circo mediático global. Quizá Facebook, Instagram, YouTube, Twitter o los reality shows nos estén salvando de que ciertos seguidores tuyos no hagan otras cosas peores que la de dar la tabarra.