EROSTRATISMO O SÍNDROME DE ERÓSTRATO;
Hitler y el Diario de un deseperado, de Friedrich Reck
¿Un parecido razonable con algún personaje público? Es un busto de
Eróstrato. Este pastor de Éfeso, sólo para alcanzar la notoriedad, frustrado y
envidioso de aquellos que habían alcanzado cierta preeminencia en el ámbito
sacerdotal devoto de la diosa lunar, un 21 de julio del año 356 a.n.e. decidió
prender fuego al templo de Artemisa, en la misma ciudad de Éfeso, en la actual
Turquía.
Como en tantos otros casos, la ciencia
psiquiátrica ha encontrado en la mitología griega o sus historias más o menos
legendarias el acervo léxico para denominar ciertas patologías. El erostratismo
o síndrome de Eróstrato es aquel transtorno en virtud del cual un individuo
comete cualquier tipo de despropósito, desde el leve desmán público al más
horrible de los crímenes, con el único afán de alcanzar fama. Este
pastor gordezuelo logró pasar así a la Historia, socarrando una de las siete
maravillas del mundo antiguo.
Y la Historia nos enseña que este síndrome parece
arrastrarse subrepticiamente entre nuestros zapatos, y que el número de
erostratistas no es para nada desdeñable. Mentecatos, trepas, ensoberbecidos,
psicópatas de gabardina sucia y psicópatas de cuello blanco —los grandes
tiranos, las más protervas de las megalomanías—, esta enumeración que asciende
desde lo estúpido a lo maligno, en ocasiones sólo nos ofrece pequeños
ejemplares de hombrecillos que se sostienen en el ridículo; pero en otras
ocasiones, su escalada hacia la perversidad puede hacer de ellos pirómanos,
como el del busto epónimo, violadores, destripadores e incluso dirigentes criminales que han hecho retorcer
el curso de las civilizaciones.
Ya se ha repetido por muchos que si Hitler hubiera
triunfado como pintor en su juventud hasta alcanzar cierta fama, tal vez le
habría sido suficiente para satisfacer su puerca egolatría. De las últimas
fuentes donde he leído un análisis en este sentido es el prodigioso Diario de un desesperado de Friedrich
Reck. Pero claro, en el mayor villano que han parido los siglos, entre todas sus
limitaciones intelectuales, se encontraba la de ser un pintor sin ningún genio. Si se lee su manual de odio Mi lucha, cualquier inteligencia mediana podrá encontrar una falta total de alcance reflexivo, a cuya deficiencia se suma su patente mal gusto y una ausencia de juicio crítico.
No debemos confundir el síndrome de Eróstrato con otros complejos capaces de promover la sevicia humana, o con la megalomanía
pura, el afán de poder más terrorífico o el mesianismo. También se pueden sumar unos delirios con otros. En el ranking mundial
de los tiranos más crueles, sin duda el del flequillo grasiento comparte pódium
con Stalin. Pero éste parece que incluso mostraba cierta timidez. Quién sabe qué se entiende por timidez. Paranoico parece que lo era hasta el paroxismo. Por
ponernos hogareños, nuestro pequeño dictador Francisco Franco debió en su caso
de desarrollar su vesania por un complejo mucho más claro de inferioridad que
de erostratismo. El primero, conjugado probablemente con otro complejo de nomenclatura legendaria griega, el de Edipo, y una ideología ultramontana y ultracatólica, lo conducen a la postre a un mesianismo activo, con las notas paranoides que éste deba implicar. Pero no se aprecia eróstratismo como en Hitler, me parece.
El venero casi inagotable de crónicas sobre el
horror nazi escritas por autores y autoras judíos, desde el popular Diario de
Ana Frank, pasando por las obras de Primo Levi, Robert Anselme, Elie Wiesel,
Hannah Arendt, Viktor Klemperer, Arthur Koestler, Szpilman, Imre Kerstèsz, por
citar una pequeña gavilla surgida a bote pronto, se ve complementado, por ejemplo, con el Diario de un desesperado, escrito por un alemán no judío, pequeño terrateniente, muy lejos de tesis socialistas, pero detractor absoluto, con todo fundamento, del nazismo. Murió en el campo de concentración de Dachau, en 1945.
Friedrich Reck dibuja en
este diario el cuadro de una Alemania prebélica, de Berlín en particular, del
ambiente social, del nacionalsocialismo y del monstruo que engendró aquel
horror. Se trata de un autor tradicionalista y católico, con difusos
antecedentes aristocráticos; exalta la figura de su abuelo como la de un caballero en una época mejor y fija con
sensibilidad diamantina la personalidad deforme de Hitler, a quien tuvo ocasión
de conocer en tres ocasiones antes de que ascendiera al poder en 1933. Denuncia, o
simplemente pone el foco en una burguesía alemana avarienta que sólo ve en el
embrollo criminal impuesto por los nazis, en el ambiente prebélico y en la
misma guerra una excelente oportunidad para especular y tratar de enriquecerse;
bancos, grandes empresas, entregados a la barbarie, operando y fabricando para
nutrir al monstruo y, de paso, incrementar sus propias arcas —allí engordaron para llegar
a ser lo que hoy son empresas como el Thyssen Krupp o entidades financieras como
el Deutsche Bank—. Expresa el buen hidalgo Reck la ignominia, la brutalidad y
la grosería practicada entre las fuerzas de las SA, después las SS y de cualquier
cuerpo policial o militar al servicio del Tercer Reich; sus borracheras obscenas, su lenguaje vulgar, su atropello de la decencia, sus abusos. Una sociedad deturpada,
una Alemania sin ningún tipo de orden ni concierto, sumida en el caos, la mala
organización y el desastre moral.
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Soldado nazi vestido como una mujer. Foto de Martin Dammann tomada de ABC HISTORIA |
Vendría muy bien leer estas páginas a quienes todavía hablan de no sé qué estética militar inspirada en las legiones romanas, quienes alaban con banalidad la elegancia de los uniformes diseñados por Hugo Boss —soy incapaz, por mor de un sano prejuicio, de apreciar ninguna elegancia en los trajes marciales de auténticas mesnadas de orcos al servicio del Mal— o aquellos coleccionistas de soldaditos de plomo y fascículos de historia que vierten sus elogios sobre una presumible genialidad en estrategia militar; una industria superorganizada, efectiva y eficiente. ¡Ja! El buen Friedrich Reck tritura tales mitos, igual que tritura y desbarata el falaz y manido argumento de que la Segunda Guerra Mundial fue propiciada por un draconiano tratado de Versalles al final de la anterior Gran Guerra (1919) y el hundimiento económico de Alemania "por culpa" de las potencias europeas enemigas.
Eróstrato, pirómano de templos marmóreos, la Historia te ha convertido
en un simple maniaco palurdo con las antorchas demasiado cerca; casi resulta
bonachona tu efigie en ese busto; bonachona y llena de sandez, la verdad. ¿Mereció la pena tu condena a muerte, abejorro? Y ni siquiera has llegado a ser demasiado
famoso. Ni tú ni tu maldito síndrome. Pero, aunque no se conozca, sí te
reconozco que tu patología se encuentra en periodo de gracia, propagada por esta efervescencia del circo
mediático global. Quizá Facebook, Instagram, YouTube, Twitter o los reality shows nos
estén salvando de que ciertos seguidores tuyos no hagan otras cosas peores que la de dar la tabarra.