rollitos de primavera rellenos de caviar:
las intenciones mal entendidas de la guerra de Putin
Se ha establecido el lugar común de que la Rusia Putinesca
ha fallado con su invasión de Ucrania porque pretendía un ataque relámpago,
colocar un gobierno títere y hacerse con el país en un pispás, para,
finalmente, frotarse las manos. Que ha perdido de antemano porque no lo ha
conseguido y se está sometiendo a un desgaste militar inminente.
Palabra de geoestrategas, coroneles, generales y políticos. Amén. Y luego, el periodismo en masa y nosotros el vulgo cacareamos la verdad. El único análisis.
Imagen: Global Citizen |
Es que no es así. Putin está a otra cosa. Alexandr Dugin (La Cuarta Teoría Política, 2009) lo asesora espiritualmente, ideológicamente. El filósofo estructura el pensamiento de Putin y da forma al verdadero plan detrás de. Previamente, hizo su ronda por la China supersónica, celebrando con el sigiloso Xi Jinping la ingesta de langosta strogonoff, champán —ineludible el exotismo— y rollitos de primavera rellenos de caviar. Y Occidente ignora por completo la posición real del dragón milenario, cuyo único gran declive histórico se lo debe precisamente a esas potencias que hoy representan el mundo expedito de las democracias liberales, donde anida y eclosiona el progreso —ético también— de la humanidad, donde debería, donde parece que es posible. Tras dos milenios de calmado comercio exterior, bajo la dinastía Qing, el Reino Unido le sacudió bien a la tierra de Confucio, un tercio de la población mundial entonces, en el siglo XIX, con la maquiavélica Guerra del Opio, pacífica sustancia. Reino Unido se apoderaba de Hong Kong en 1841 —que no devolvería hasta hace un lustro—, al tiempo que abría el comercio ventajoso a otros países occidentales con China. Japón, pueblo bastante más belicoso en aquel entonces, a cuentas de Corea, también la agredió victoriosamente a finales del XIX. Occidente —Reino Unido, Países Bajos, Francia— se inmiscuyó con prepotencia colonialista en el viejo Oriente, el próximo, el medio y el extremo. Así como Japón no sólo perdonó su derrota en el 45, tras los pepinazos atómicos de Hiroshima y Nagasaki, sino que se amistó con su contendiente, los Estados Unidos, hasta llegar a la emulación y convertirse en parte del Occidente en su sentido abstracto de valores y sistema político, China no se sabe si ha perdonado o no. La aparente asimilación al mundo occidental es sólo el embeleco de su particularísimo comunismo de signo económico ultracapitalista; artefacto gubernativo de difícil sostenibilidad, cada vez más tendente a la transformación política.
China no se ha mostrado nunca vengativa, pero ahí guarda probablemente la herida de aquellos escarnios; no resulta fácil valorar hasta dónde llega su arrimo a Rusia, ni hasta dónde la prevalencia de una supuesta axiología por encima de su indudable «éxito» capitalista. No lo podremos averiguar hasta que el plan de conquista mundial de corte espiritualista, a través de la guerra sostenida, puesto en marcha por Putin, pueda seguir avanzando; así que lo ideal sería no saber nunca cuáles eran las prioridades chinas y hasta dónde podría llegar su contubernio bélico con Rusia. La beligerancia verbal de la OTAN —Madrid, junio de 2022— no favorece en absoluto el conveniente cariño que deberíamos propiciar con la China actual, ganándola para el favor de nuestro mundo e intentando que se aleje de la tóxica Rusia infectada de eurasianismo duginiano, todo un proyecto de guerra sin final, destrucción del Occidente degenerado y conquista moral con sede imperial en Moscú. La pequeña Corea del Norte, de parte de Rusia, podría convertirse en el tirachinas ruso hacia el Pacífico —óbviese cualquier homofonía ramplona—, la resortera nuclear de una hipotética alianza euroasiática. Dudas sobre el seguidismo internacional a favor del caudillo Putin podrían ser naciones como Irán, ¿India?, u otros países ubicados entre Siria y Las Filipinas y que por el momento ni siquiera se las tenga en cuenta; podrían adherirse a la causa incluso otras naciones no pertenecientes geográficamente a Eurasia, en geografías nada euroasiáticas, al otro lado del Pacífico y del Atlántico, justo a los pies del adalid norteamericano de Occidente. Y en forma de pequeños fragmentos de caballos troyanos, Putin, Dugin y una cohorte cuyas dimensiones ignoramos cuentan con un aliado disperso en células occidentales de moralidad ultra, que ven más peligrosa la homosexualidad y el aborto que un holocausto nuclear, que no creen en el cambio climático y les importa muchísimo más el cerrar en el establo a la sociedad que proclamar, sostener y magnificar su justicia, libertad e ilustración. Una conquista de siglos, revoluciones de toda índole y mucha sangre derramada que nunca más se quiere derramar. Para estos ultras de uno y otro lado, los caballitos de Troya fascistoides o el verdadero proyecto de bestialismo primitivo del Kremlin, la palabra paz en labios de Occidente les suena a ridícula debilidad.
Como dirían algunos, paz y amor, jijiji, cosas tontas del "lobby" [sic] Happyflower |
Que no, que lo de Rusia no es un Blitz de nostalgia postsoviética, incluso con la intención pseudoimperialista de recuperación territorial, o un arrebato castrense. Que tiene más que ver con las Cruzadas que con las aceifas de Almanzor. Detrás está una lucha ideológica y moral bajo una mentalidad precontemporánea. El mundo multipolar, dicen ellos, frente a la imposición de un mundo unipolar dominado por Estados Unidos y secundado por Europa. El poder mundial de Eurasia sobre un Occidente dominante desde el siglo XIX hasta hoy, con un pico máximo y creciente desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Y esta guerra milenarista no se cuece en el relámpago bélico de un solo día. Se cocerá al fuego lento de las imposiciones morales, las guerras de mentalidad, los forcejeos de cambiar a madrazos una civilización por otra, todo lo lentamente que sea necesario, con la pertinacia de las fes; no dar cuartel, probablemente —ojalá no sea así— hasta lograr el sometimiento del mundo libre para un retroceso total, una crisis sin luz al final del túnel, un túnel tan largo como la Historia lo permita. Como bien han metaforeado personas bien informadas como Josep Borrell, si «Rusia es hoy básicamente una gran gasolinera y un cuartel con bombas atómicas dentro», ¡cuidado!, no creamos que todo es una chapuza a punto de extinguirse en la guerra inicua contra Ucrania. Supongo que volteará su mercado hacia el Sureste, se proveerá de todo el material necesario, incluyendo la tecnología que precise su armamento, y seguirá siendo gasolinera y cuartel por mucho tiempo. La locura está de su lado.
Podemos estar ante las puertas del toque de la séptima trompeta. Occidente podrá ganar sólo si sabe a lo que se enfrenta. Que así sea, porque más vale el proyecto de libertad, igualdad y fraternidad pretendido que el contraproyecto de ultramoralidad totalitaria.
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