Redención de poeta a poeta, con sólo la imagen de una fotografía
La Noche de ciprés y de jazmines,
de rosas apagadas a estas horas.
La madreselva exhala con rotunda
totalidad el aire y se respira
un enjambre de ausencias
perfumadas;
ni siquiera el recuerdo, nada cabe:
secuestro irreductible de presente.
La aciaga hostilidad en estos años,
el óxido de huesos con cristales
rotos, de una vida con un infierno
de círculos candentes en el pecho,
como una encarnación de la tortura…
No espinas, clavos, no flagelos,
brasas
en el cadalso herético del alma,
es la constelación de todos los
castigos
en la inclemente postración de esta
batalla,
derrota perpetuada de la vida.
Pero esta noche de alquería empeña
la acritud de vivir entre cenizas,
melancolía enferma de aquel hombre,
el que perdió definitivamente
su prístina naturaleza para el
gozo;
abedul que fue, hoy leño
chamuscado...
El Alegre, el Feliz, el Invencible
por su gracia de ayer, galante
ingrávida,
su aura iridiscente en la existecia
sin concesión de signos al
presagio.
En esta noche de ciprés y de
jazmines,
—contemplación e instante—, me he
preñado
de un olvido de todos los dolores,
suspendidos en la creciente luna
de los cielos. Hechizo del destino
donde brotan vaharadas de esas
flores
huidizas, ocultas, pequeñas
lágrimas
con pétalos de nácar y estambres
amarillos,
traviesa madreselva de este aliento
que hoy me ha extinguido en un
pasmado ahora
de delicia, presente inmaculado
y puro; de estos azules que se
arrojan
del hueco añil de cárcavas celestes
donde habita Selene junto a Venus.
Ciprés de silueta que promete
la extraña absolución de mis
pecados.
Endecasílabos del poemario abierto Servilumbre
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