lunes, 21 de septiembre de 2020

TÍA ROCÍO


Tu hermosura no tiene nombre

       Tía Rocío








La memoria alcanza a recordarte

cantándome una nana a orillas de mi cuna.

Viviste con nosotros

o nosotros contigo,

habitamos el mismo hogar,

el arca de Noé

navegando errabunda en el diluvio de la vida.

Niña que duermes niña que gimes

niña descansa niña en la cama

de un hospital que es como un barco con la proa dirigida hacia el norte, hacia tu casa de Asturias, hacia el mar Cantábrico. Naciste delicada como resultan los objetos preciosos o las flores o una caña de cristal. Creciste con el corazón desmesurado y la muerte te busca desde tu infancia; pero te protege la luz de tus ojos grandes, ojos faro que reclaman siempre a los ángeles de la luz y de la vida. La vieja de la túnica oscura y la guadaña la pulverizaron tus ángeles, convertida la vieja Parca en una efigie de carbón inútil, quebradizo como un terrón oscuro de azúcar caducado. No soportó tu luz nunca la muerte, le fue imposible siempre doblegar tu espíritu de niña alegre.

Tu corazón grandote no entiende menudencias corporales, con sus válvulas, sus muelles, sus arreglos mecánicos, lo asemejan a un motor. Motor de sangre y pasiones contenidas. Solterona. Muchos pensaron que por siempre, pero igual que venciste a la muerte tantas veces, igual que venciste el carácter de niña timorata tímida trémula tiritona trinadora, tía Rocío, timidez ahogada en esa bonhomía, en tus modales que eran espadas y dagas disfrazadas, tu finura, ese civismo galante tan semejante a la bondad ingenua; y cuando el mundo te puso la etiqueta de eterna solterona, solicitaste tu belleza a caminar sobre el océano hasta las tierras de tu dichoso nacimiento y en México sorprendiste a todos cuantos creían conocerte, tomaste el timón de tu barcaza, fijo el rumbo hacia el hombre que empezaste a amar. Y amarraste su corazón con el tuyo. La señorita Rocío, cristiana, conservadora y española, naciste en México algún hermoso día de 1944, buscaste el amor apartando escombros, desbrozando la escoria de prejuicios y diretes hasta encontrar a tu hombre verdadero, de origen asturiano igual que tú, hispanomexicano igual que tú, pero no como el marqués de Bradomín que era feo, católico y sentimental, sino uno de carne y hueso, músico, con mucho de sabio, de quien calla y piensa, republicano y ateo. Lo casaste por la Iglesia, «y que más da si es el amor lo que nos une, no importa el ritual sino sus ojos, sus manos de pianista que acarician mi alma». 

En mi silla de ruedas, tu sobrino querido, tu sobrino de dolor transido, con algo del tuyo compartido, te visita en la habitación 38, sexta planta del hospital de León. Los pináculos de la catedral, las gárgolas y hasta la virgen Blanca te miran no tan lejos. Te voy a ver y aparco mi silla junto a ti, me aproximo cuanto puedo a tu hermosa cabeza, tu delegado cuello de gacela donde se aprecia tu latido. Te hablo y te cuento que hace sol, que los campos están verdes y el cielo azul, y te reclamo, te sugiero con la máxima energía que estés en paz, que estés tranquila, que te dejes llevar por el tiempo. Y te miro parte a parte, tu frente, tu nariz y tu boquita. Emites gemidos imposibles, respiras por la boca porque te han enchufado la nariz a unos tubos de plástico; y en noches sin nombre, con esa inaparente rebeldía, te lo arrancas, nos dicen que inconsciente, pero lo arranca tu mano izquierda con una extraña furia, arma en el arcón de tus secretos. Me fijo en tus manos y siguen siendo hermosas, las uñas bien pintadas de rosa pálido, tus dedos delicados que toma entre los suyos Marbelý, esta nueva amiga que tenemos, querida tía Rocío, esta nueva compañera de alacridad indecible, más allá de leyendas o cuentos infantiles. Toma tu mano porque yo no puedo hacerlo con las mías, paralizadas para siempre. Pero con mis nudillos insensibles acaricio tu brazo. Te vuelvo a ver y miro tus dos ojos cerrados, y tus párpados son como cortinas transparentes, porque veo tus ojos, ojos grandes, ojos buenos, ojos desmesurados como tu corazón; te vuelvo a ver y una ternura me agarra las entrañas y pronuncio palabras que mis labios expelen, como lava en el volcán de mi zozobra: «mi niña». No puedo hacer que vuelvas, no puedo obrar el milagro que pensaba ingenuamente, con torpeza. De verdad lo pensaba, tía Rocío. Pensaba que al verte y al sentirme tú, alguna chispa mágica se encendería en la caverna de tus sueños. Algún relumbre que pudiera despertarte para siempre, de nuevo, darte el habla, la lucidez, el movimiento. Decirte, como a nuevos Lázaros, insólitos Lázaros indoblegables, lo que a mí mismo me digo con infatigable esperanza: levántate y anda.

Rocío es tu nombre, del agua impensable en la mañana, las gotas de vida y frescor que rezuman las hojas en praderas, sobre las hierbas sedientas, hasta que el sol todo evapore, pero a todo vivifique, la naturaleza aligere con la luz. Los jardines esperan alegres madrugadas donde tus dedos refresquen su piel, verde epidermis de fragancias, sus flores de color.


Me acerqué cuanto pude con mi silla de ruedas hasta tu cabecera. La ternura mordió mis entrañas, la ternura de quien ve a una niña a punto de morir. No rabia, blandura de lo que se funde. 


Intenté sembrar en tu inconsciente elementos diáfanos, las palabras más pueriles para una alegría visceral: «tía preciosa, tienes las manos muy bonitas, muy cuidadas, labradoras hábiles, quiero tu pastel de zanahoria o el arroz con leche que preparas, tus uñas están perfectas, pintadas de un rosa pálido, el sol brilla en un cielo azul, tía querida, como tu corazón, que es tan grande, el campo está verde y los pájaros cantan y todo está bien, tía Rocío, bonita, tía querida, estate bien, estate en paz, tranquila, que pase el tiempo, que todo está bien, que el cielo está azul y te rodea la gente que te quiere y estamos aquí contigo… Que todo se encuentra bajo la gracia de los ciclos.
 Verdes están los campos, azul el cielo».

La memoria alcanza a recordarte

cantándome una nana a orillas de mi cuna.

Déjame que te diga mi nana

a orillas ahora de la tuya,

porque te veo yacer en una cuna de oro.

6 comentarios:

  1. Aquí están, toda la sobrina, preocupada, atenta, triste y esperanzada, queriendo que no sufras, que mucho ya te ha tocado de eso, que seas feliz, que sea lo mejor para ti...

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  2. Abrazo a la distancia, primo.
    Acá todos estamos rezando por la hermosa tía Rocío.

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  3. Hermoso relato de una gran mujer. Un abrazo para toda la familia. QEPD.

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