lunes, 18 de abril de 2022

Putin. Ante la aniquilación del progreso ético

Putin. Ante la aniquilación del progreso ético


 

Imagen: Freepik.com
Si dejamos de considerar por un momento que la historiografía —entiéndase, la literatura generada por la ciencia del estudio de la Historia— no es sino un género de ficción basado en hechos reales y prestamos atención a la Crónica primaria escrita en 1113 por el monje Néstor,[1] la fundación de la Rus de Kiev, ya tan familiar, por mentada una y otra vez en artículos de prensa y dado el contexto bélico en que nos encontramos, nació porque los eslavos orientales se encontraban inmersos en el caos y bajo los mandoblazos del imperio otomano, de tal suerte que, hasta las pelotas, pidieron protección a unos tipos rubicundos, de azules miradas y bastante brutales, quienes procedían de la península escandinava, seguramente de lo que hoy es Suecia. Se conocían como varegos o también rus; su jefe: Rúrik. Aquella ciudad-Estado incipiente, Janato, o Kanato, de Rus, mórula de la futura Rusia —pero también de la futura Ucrania— tenía la capital en Nóvgorod (860), a unos 160 km al sur de la actual San Petersburgo. En su lecho de muerte, Rúrik delegó su poder en un familiar llamado Oleg, quien hacía 883 hizo de Kiev la capital de La Rus de Kiev (tal vez deberíamos transliterar Kyiv y no Kiev, en honor a los ucranianos y su manera de traspasar del cirílico a los caracteres latinos su capital; la segunda es la forma rusa, la que más se lee en textos en español). En el siglo XIII, gente verdaderamente bestia, esto es, más bestia todavía, procedente de las grandes estepas orientales, los mongoles, Batu Kan y su Horda Dorada, terminaron con aquella larga saga de caudillos de origen vikingo.

De la imaginería medieval de Batu Kan, unos muñequitos incluso simpáticos,
hasta la visión idealizada contemporánea del guerrero brutal procedente de hostiles praderas orientales

Fuente de imagen:
https://tostpost.com/es/la-educaci-n/4210-la-invasi-n-de-batu-kan-a-rusia-brevemente-las-consecuencias-de-la-inv.html










La introducción histórica nos es útil para sugerir dos cuestiones: la primera, que, a diferencia de lo que cree Vladimir Putin, o mejor dicho, de lo que interpreta, no es que Ucrania tenga que ser Rusia, es que Rusia fue ucraniana en su nacimiento. No hay nada más prostituible que la Historia, porque cada nacionalista la maneja para arrimar el ascua a su sardina. La segunda cuestión: que esas historias de guerras, hostilidad y conquistas a través de la violencia extrema que han ido configurando las naciones del planeta hasta hoy mismo, sitúan al autócrata ruso Putin en el manejo de esquemas cognitivos de brutalidad ancestral, sin participación en la evolución cognitiva, cultural y ética de Occidente. A su voz de mando, como ante la de Hitler en 1939, y aquí está lo más catastrófico, no se enfrentan unos jinetes contra otros en campos de batalla y a espadazos, sino que se bombardea con armas mucho más mortíferas de las que ningún vikingo, otomano, cosaco o mongol pudo imaginar ni en sus más hermosos sueños de destrucción; bombas que destruyen ciudades de gentes que quieren asistir a su puesto de trabajo, salir a dar un paseo al parque, pasear a sus perritos, llevar a sus hijos al colegio o al cine, en fin, gentes que no quieren hacer otra cosa que vivir en paz. Un rudo cerebro de serpiente culmina la azotea de su fisonomía y lo lleva a comportarse como un anacrónico imperialista; en la lógica política putiniana, el uso de las armas, el ejército, la guerra, forman parte indisociable de su acción de gobierno y sus crípticas aspiraciones. De un terrible zarpazo está paralizando el progreso ético de toda la humanidad. Desde la Segunda Guerra Mundial, la mayor atrocidad con que se ha automedicado el ser humano en el decurso histórico del Homo sapiens, el homínido más dramáticamente violento, y atravesando los tiempos de equilibrismo de la Guerra Fría —cuando la estatua de la libertad acarreaba la bandeja del apocalipsis sobre rescoldos de brasas y estufas expectantes—, el concierto de las naciones, el Mundo, vaya, se había ido conduciendo por veredas tendentes a la paz, progresiva consecución de una nueva mentalidad, donde resulta inconcebible la abyección de la guerra como instrumento político, la matanza de otros hombres por un puñado de tierra, por el poder, por la ambición geográfica, por la imposición de la «recta moral» frente al declive de la globalización occidental;[2] quién sabe, tal vez como venganza de su propia infelicidad. 

Europa, Estados Unidos, Japón, México, incluso se podría añadir a China, y a más, hemos mirado hacia las nubes; a Putin se le ha permitido hacer la guerra de manera incesante desde antes incluso de alcanzar la presidencia, cuando era primer ministro con Yeltsin —el simpático borracho que le dio chance al diablo—, sus matanzas, el uso de armas químicas, toda su vesania le era consentida siempre y cuando su destrucción cayera más o menos fuera de nuestro edén. Amordaza al perro ahora. Parece nuevo este asunto, pero ya son dos décadas montando guerras. Ahora, ha mordido en hueso duro. Zelensky pasará a la Historia como lo que se está mereciendo, el último superhéroe de Occidente —que no sean necesarios más—.

No tenemos más remedio los más pacifistas que desearle una muerte inmediata. Algún general a su alrededor, algún héroe traidor debería degollar al malvado Vladimir, el que devora la vida de los niños, quien encierra bajo hambruna, inanición y sufrimiento a ciudadanos presos en sus propios barrios, donde ayer pasearon en destempladas tardes de invierno, pero bien abrigados, con comida caliente en sus casas y paz entre sus congéneres.

El proyecto de existir, el derecho del hombre a la felicidad, la Humanidad en riesgo;[i] caminamos sobre lenguas de fuego, estanques deletéreos y promesas radiactivas por el capricho de un loco. Frente a miles de millones de personas libres, con legítimos proyectos, iguales los unos a los otros —teóricamente, como desiderata—, demarcados en una humana fraternidad, ¿un solo monstruo nos puede poner en jaque? Un solo maníaco ¿a todos nosotros? ¿A todos ellos, millones de rusos inocentes, con sueños parecidos a los de cualquier otro hombre sobre la Tierra? Esto es algo que nunca hemos podido comprender, algo que la filosofía ha denunciado desde tiempos de la Grecia clásica, pasando por los hombres del renacimiento, por el pequeño libelo Discurso de la servidumbre humana de Étienne de La Boétie, escritores, filósofos, psicólogos, antropólogos modernos y contemporáneos; esto es mucho más difícil de comprender o tanto como la infinitud del Universo o el comportamiento de la materia subatómica, los más arcanos cálculos de la mecánica cuántica. Creíamos imposible el resurgir de tamaña villanía.

¡Muerte a Putin y paz entre los hombres de buena o mediana voluntad! 

 


El empresario ruso Alex Konanykhin ofrece una recompensa


Imagen: Whatif.com


  



[1] Rainer Matos Franco, Historia mínima de Rusia, ed. El Colegio de México, versión Kindle.

[2] «Personas únicas que arrastran consigo a toda la humanidad. Un nuevo y anacrónico Hitler o Stalin. Habría que matarlo en primera instancia. Detrás de él existe todo un constructo ideológico que se concreta en la figura de Aleksandr Dugin. Al leer las líneas maestras de su pensamiento me doy cuenta de que casan perfectamente con el discurso de Putin. Son antidemócratas, antiliberales, antimodernos. Occidente y Estados Unidos son el mal. La democracia, la defensa del individuo y su soberana libertad o los derechos humanos son excrecencias occidentales. Creen que la civilización de «los blancos» —frente a los «amarillos, los negros o ellos mismos, eslavos no del todo blancos»— es una civilización corrupta e inmoral, donde la homosexualidad prospera y se niega cualquier tipo de trascendencia. Más allá del plano moral, aspiran al dominio mundial de una nueva civilización, un puerco imperio, un renovado continente «euroasiático» capitaneado por Rusia. Mediante la muerte, la muerte, la muerte y la muerte, hasta el exterminio de quienes ellos consideran fascistooccidentales —frente a su explícito «fascismo verdadero»—, aquellos que, según Aleksandr Dugin, detentan el poder y manejan los hilos, se propone el supravillano comenzar a forjar manu militari la reconstrucción de la geografía política que había sido consolidada por la Unión Soviética. Y después, seguir adelante con su proyecto de una Eurasia que abarque desde Taiwán hasta la isla de Jersey.» Recuperado en: http://diariusinterruptus.blogspot.com/2022/02/carta-un-amigo.html

[i] Si observamos los gráficos de más abajo, tenemos claro el progreso humano a lo largo de la Historia en índices muy importantes —enfermedad-medicina, cultura, democratización, hambre, economía, etc.—; sin embargo, cuando observamos la gráfica desde la plena Edad Media hasta nuestros días acerca de las guerras y sus víctimas, muy desgraciadamente el progreso no queda tan claro. Como se dijo en el artículo, la Segunda Guerra Mundial no tiene parangón en toda la Historia humana; las guerras de hoy matan más civiles. Otra cosa es que debamos tener claro también que la mentalidad occidental desde 1945 hasta hoy no ha hecho sino mejorar, civilizarse, aceptar mucho menos la injerencia de la violencia y la guerra. Lo malo es que tenemos todavía en poca consideración a los países menos desarrollados, a los parias de las Tierra y sus «problemas» bélicos. La industria armamentística tal vez tenga algo que decir. Analizado así el asunto, Putin y autócratas dispuestos a matar masivamente y usar la guerra como instrumento político siguen teniendo cabida en nuestro mundo tal y como se encuentra hoy todavía. Nos queda mucho occidente por avanzar. Una revolución del lenguaje y un plan concreto son necesarios para el progreso ético.


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